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Authors: Esther Sanz

Tags: #Infantil y Juvenil, Romántica

El jardín de las hadas sin sueño (32 page)

BOOK: El jardín de las hadas sin sueño
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Cerré los ojos y contuve la respiración cuando su mano se deslizó bajo mi camiseta y empezó a acariciar mi piel desnuda, primero en la espalda y luego en el vientre, justo en el lugar donde tenía la abeja tatuada.

Tomé su mano y la subí hasta mi cintura sin soltarla.

—Te dejaste ganar, ¿verdad?

Después de un silencio, volví a insistir:

—La noche que subimos al jardín…

Su aliento cálido rozó mi cuello al contestar:

—¿Tú qué crees?

—Que eres un tramposo.

—¿Por dejarte ganar?

—Sí. Yo no hubiera intentado seducirte si tú no… —Detuve mis palabras al notar cómo mis mejillas se encendían.

—Me gustó que lo hicieras… —me susurró al oído—. Y un pajarito me dijo que para ti tampoco fue tan horrible.

Abrí la boca para protestar, pero solo conseguí emitir un gemido al notar de nuevo su mano libre bajo mi camiseta.

—Ese «pajarito» estaba bajo los efectos de tus drogas —protesté con voz débil—. No sabía lo que hacía.

Noté una caricia en un pecho y cómo este reaccionaba y se endurecía al instante. Atrapada en una telaraña de deseo, me giré hacia él y dejé que nuestras bocas se unieran hasta detener mi mundo y convertirlo en un caos de sensaciones.

Traté de separarme y poner cordura a mis sentimientos. Pero Robin lo impidió estrechándome con más fuerza. La negativa que tenía atascada en la garganta se convirtió en un nuevo gemido cuando volvió a besarme. Fue un beso implacable que bloqueó todas mis defensas.

—¿Y ahora, Clara? ¿Sabes ahora lo que haces? —me preguntó jadeando.

Robin deslizó la mano sobre mis nalgas para apretarme contra él y mostrarme así la prueba evidente de su deseo. Noté una presión apremiante contra mi vientre.

La inminencia de lo que iba a suceder si no lo detenía a tiempo me hizo reaccionar. ¿Qué estaba haciendo? ¿Me había vuelto loca?

Robin había arriesgado su vida por protegerme y se había enfrentado a toda una organización de criminales encabezada por su propio padre. Aquello era suficiente para estar en deuda e incluso sentir algo especial por él… Pero no un amor verdadero como el que sentía por Bosco. Una simple, aunque profunda, deuda de gratitud no era suficiente para justificar aquel comportamiento.

—Esto no puede pasar. —Lo separé de mi cuerpo con suave firmeza.

Robin me miró en silencio comprendiendo el hilo de mis pensamientos. Entendía el dilema de mi corazón confuso.

—Está bien, Clara, tranquila. No sucederá nada a menos que tú lo desees.

Tras aquella parada en seco, permanecimos un rato en silencio, sumidos en nuestros pensamientos mientras contemplábamos las estrellas.

Regreso del infierno

S
umida en una especie de duermevela, abrazada a Robin, pensé en lo que podría pensar Bosco si regresaba en aquel instante. Supuse que nada. Para él aquello solo era una forma natural de combatir el frío. Pero ¿y si me hubiera visto besándole?

Algo en mi interior me decía que tampoco le hubiera importado tanto. Es más, que incluso lo hubiera deseado. ¿Significaba aquello que no me amaba?

En absoluto. Su amor por mí era tan puro que estaba dispuesto a sacrificar su felicidad para que yo tuviera una vida plena, al lado de un simple mortal.

Me pregunté si dejarnos solos no había sido un nuevo intento de propiciar que aquello sucediera y si su tardanza era deliberada. Empecé a inquietarme por él. Si había escondido la semilla en la aldea, ¿cómo era posible que tardara tanto?

Lanzándome a los brazos de Robin se liberaba de la responsabilidad sobre mi destino. Bosco no quería que me convirtiera en alguien como él.

«No quiero que renuncies a nada por mí me había dicho el otoño pasado—. El mundo entero te pertenece. No debes conformarte con la prisión de mi bosque».

Pero ¿y yo? ¿Qué quería yo? Amaba a Bosco. Jamás había tenido algo tan claro en mi vida. El encarnaba la perfección, la belleza y la bondad absoluta. Era imposible no amarle. Mi corazón temblaba cada vez que pronunciaba mi nombre o me miraba con ese brillo de amor y deseo. Él era mucho más de lo que jamás hubiera soñado… pero también de lo que merecía. No me sentía digna de él. Como la Helena de la Aldea de los Inmortales, yo tampoco era un ser puro…

Y no estaba segura de merecer su amor. Mi alma impura encajaba mejor con un ser torturado como Robin…

Un ruido de pasos se filtró en mi inconsciente obligándome a abrir los ojos. Los párpados me pesaban y me sentía confusa. La calidez de unos brazos rodeándome me invitó a cruzar de nuevo las fronteras del sueño sin importarme dónde me hallaba o quién había llegado.

Las pisadas se volvieron más cercanas, pero, antes incluso de que pudieran despertarme, la voz de Bosco me arrastró de golpe al mundo de la vigilia:

—Tienen la semilla.

Necesité un rato para procesar aquellas palabras.

Que los hombres de negro encontraran la semilla que había escondido Bosco era una realidad con la que habíamos contado desde el principio, pero aun así la noticia nos afectó de tal manera que estuvimos un rato en silencio.

Mi ermitaño había sido el guardián de la semilla durante décadas. Era la misión que le había encomendado su antepasado antes de morir.

La razón que justificaba su solitaria existencia en el bosque. Había fallado en su cometido de preservar el elixir de la eterna juventud para un mundo más evolucionado y ahora había caído en manos de unos hombres sin escrúpulos… O tal vez en las de una farmacéutica, dispuesta a destruirla con tal de preservar el rentable sufrimiento humano.

Robin también lo había perdido todo en esa lucha absurda. Grace había sido su motivación, pero tras su muerte había empezado a conocer la auténtica naturaleza de su padre. El delirio científico de aquel hombre al servicio de la Organización había acabado con su familia.

Me sentí triste por los dos… Y asustada por las consecuencias. Las terribles predicciones que había hecho Bosco meses atrás, en caso de que robaran la semilla, podían cumplirse. ¿Qué tipo de sociedad nos esperaba a partir de entonces? Aunque la ciencia lograra superar el inconveniente del miedo, la Organización solo se preocuparía por los intereses de unos cuantos hombres ricos —como me había explicado Robin—. A las enormes desigualdades sociales se uniría entonces la división entre inmortales y mortales.

—Tenemos que intentar recuperarla —rompió el silencio Bosco.

Robin y yo nos miramos y asentimos en silencio.

Mientras recorríamos la pradera en dirección al bosque de hayas tuve el presentimiento de que algún día volvería a aquel lugar. Estaba amaneciendo y una luz suave me mostró detalles que no había apreciado de noche. Había mucha vegetación, flores silvestres y zarzales que crecían de forma libre incluso dentro de las casas derruidas. Me pareció ver alguna hortaliza y me fijé en un pequeño arbusto de tomates diminutos. Deduje que el viento habría esparcido las semillas de flores y plantas hasta convertir aquellas ruinas en una especie de jardín salvaje.

También había utensilios de barro y artilugios de hierro semienterrados entre las hierbas.

De pronto, tres siluetas aparecieron en el horizonte.

Contuve la respiración antes de distinguir las figuras de aquellas tres personas que avanzaban con paso lento, aunque decidido, entre las primeras brumas de la mañana.

Flanqueada por dos chicos, distinguí a Berta. La reconocí a distancia, a pesar de la poca claridad y de no llevar su melena rubia suelta.

Tenía la cara tiznada y la ropa chamuscada y rota.

A su lado estaba James. Supe que era él por la elegancia de sus gestos aun estando herido. Apoyado en una rama a modo de bastón y con una quemadura en la pierna, avanzaba hacia nosotros con una media sonrisa en los labios.

El otro chico era Koldo. Parecía el menos perjudicado de los tres, pero su expresión delataba un gran terror.

Corrí hacia ellos con el corazón en un puño y me abracé a Berta. Todo el miedo contenido, durante aquellos días por la suerte que hubieran podido correr, emergió en forma de lágrimas.

Berta también rompió a llorar.

Tras unos segundos, me aparté para verla mejor. No tenía el pelo recogido, como me había parecido en un principio, sino quemado. Las llamas habían consumido su larga y rubia melena. Acaricié sus Puntas chamuscadas y me fijé en su rostro: bajo el hollín había una opresión agotada. Al ver a Robin, se tensó y preguntó angustiada:

—¿Qué hace este aquí?

—Curando sus heridas —respondió Bosco.

Después la tomó en brazos antes de que se derrumbara. Fue entonces cuando vi la horrible quemadura de su mano. James observo con atención cómo Bosco le aplicaba el ungüento de miel, le vendaba la mano y le daba a beber su medicina de plantas.

Me acerqué a mi amigo inglés y le abracé con fuerza, intuyendo el calvario por el que habían pasado. Antes de que pudiera preguntarle, él me lo resumió en una sola frase:

—Han traído el infierno al bosque y han ardido en sus propias llamas.

Bosco sacó un cazo de su mochila y, tras recolectar un puñado de plantas y algo de leña, preparó infusión para todos. Nos sentamos junto a Berta, en la entrada de una casa derruida que conservaba un horno de piedra. Supuse que allí era donde cocían el pan los aldeanos de aquella civilización perdida.

Berta se repuso al instante y observó sorprendida cómo Koldo saludaba a Robin con un cariñoso apretón de manos y le decía:

—Me alegro de que hayas salido de esta.

Entendí que para la colmenareña Robin seguía siendo el hombre de negro que meses atrás había colaborado para capturarla en el bosque.

—Cuando volví al caserón con el médico y vi que os habíais largado, pensé que no llegarías muy lejos con aquella herida —continuó Koldo—. El médico de Colmenar pensó que me lo había inventado todo y que le había arrastrado hasta allí para robarle… o ve a saber qué. Regresó al pueblo como un rayo. Y yo me fui a buscaros. Pero por el camino me encontré con los de la República del Bosque y vi que Berta y James estaban con ellos. Después de ver cómo habían tratado a Robin, me escondí y esperé a que anocheciera para acercarme a hablar con ellos dos sin que me vieran.

—Nos habían dicho que tú estabas con Koldo en un lugar seguro —intervino James

—Pero al enterarnos de que no era cierto y saber por él que eran peligrosos, nos escapamos mientras dormían. A la mañana siguiente, o sea, hoy, nos hemos topado con dos hombres de negro en el bosque.

Supe que se referían a Adam y a Henry Stuart, y miré a Robin angustiada. Él bajó la cabeza y se limitó a preguntar con voz serena:

—¿Os han visto?

—Adam no. —Berta tomó la palabra y miró por primera vez a Robin a los ojos—. Estaba muerto.

—¿Y el otro hombre? —preguntó de nuevo tratando de sonar indiferente.

—Apenas le quedaba un hilo de vida —respondió Berta.

Robin tragó saliva y cerró con fuerza los ojos para evitar las lágrimas. Berta le estaba relatando, sin saberlo, la muerte de su padre.

—Le habían disparado y sangraba mucho —continuó ella—, pero aun así se enfrentó a nosotros con el puño cerrado y nos amenazó con matarnos si nos acercábamos. Enseguida nos dimos cuenta de que escondía algo en la mano.

—La semilla —murmuré.

—Sí. Nos lo confesó entre desvarios de moribundo. Pero antes de pudiéramos arrebatársela, llegaron los okupas con una mujer pelirroja.

Paralizados por el miedo, vimos cómo ese hombre se tragaba la semilla sin dejar de mirar a aquella mujer. Tenía la cara desencajada, como si hubiera visto al mismísimo diablo.

Me imaginé la escena y el intento desesperado de aquel hombre, con delirios de eternidad, tragándose la simiente para escapar de las garras de la muerte.

—¿Y ella? —preguntó Robin—. ¿Qué hizo ella?

Berta se cubrió la cara, como si quisiera borrar de su mente la imagen de lo que había ocurrido a continuación.

James siguió con el relato:

—Se acercó a él y le escupió en la cara. Pensé que a continuación le obligaría a vomitar la semilla o que le rajarían allí mismo para recuperarla… Pero aquella mujer hizo algo totalmente imprevisible: agarró un lanzallamas que sostenía Román y disparó a ese hombre con él Aterrados, presenciamos cómo lo calcinaba al instante, destruyendo así la semilla y a su portador.

—El fuego prendió al momento sobre la pinaza seca —continuó Koldo—. Hacía mucho viento y las llamas se extendieron en cuestión de segundos. Ellos trataron de huir enseguida por donde habían venido, en dirección sur. Pero nosotros nos dirigimos hacia el norte. En parte para escapar de ellos, y en parte porque tuve la intuición de que el viento cambiaría. Fue una suerte para nosotros que así ocurriera. El incendio se extendió acorralándonos en cuestión de segundos. Mientras nos alejábamos, oímos unos alaridos terribles.

—Fue horrible —sollozó Berta—. Todo sucedió tan rápido… El humo no me dejaba respirar ni ver nada… Sentí cómo el fuego prendía en mi pelo y me abrasaba las manos. Creí que me desmayaba. Por suerte, Koldo me agarró del brazo y nos arrastró a James y a mí lejos del incendio.

—Una vez a salvo de las llamas, nos hemos dirigido hacia aquí —continuó James.

—Pero ¿cómo habéis sabido llegar? —pregunté aún impresionada por el relato.

—Antes de que Koldo nos encontrara con los okupas, la noche anterior, oímos cómo Gala y Román hablaban de este sitio. Su plan era llegar a estas ruinas y sorprender a los hombres de negro… Pero, por lo visto, fueron más rápidos de lo que esperaban encontrando la semilla y dieron con ellos cuando regresaban de este lugar. Acababan de dispararles con sus rifles de larga distancia cuando nos topamos con Adam y ese otro hombre.

Las piezas volvían a encajar…

—¿Creéis que pueden haber sobrevivido?

—Ni el mismísimo diablo podría haber escapado de aquel infierno —sentenció Koldo con tono solemne.

Contemplamos sorprendidos cómo Robin se levantaba con los ojos brillantes y se alejaba en dirección a las montañas.

—Es lógico que esté triste —reflexionó Berta—. Esos hombres eran unos capullos, pero Robin es uno de ellos.

—Te equivocas, Berta, él no es uno de ellos… —dije apenada—. Pero el hombre al que has visto morir era su padre.

No despertéis a la serpiente

E
l ruido lejano de unos helicópteros indicaba que el incendio estaba ya en manos de los bomberos. El olor a pino quemado flotaba en el aire como un recuerdo siniestro de lo que había acontecido apenas unas horas atrás.

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