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Authors: Chris Bradford
Japón, 1612: tras un año de adiestramiento en la escuela de samuráis, Jack se encuentra con que tiene un gran problema… Está ocupado preparándose para llevar a cabo el Círculo de Tres, un antiguo ritual que pone a prueba el coraje, la destreza y el espíritu hasta el límite. Al mismo tiempo, se ve atrapado en una batalla constante con otro estudiante, Kazuki, y su banda.
Sin embargo, debe enfrentarse a un desafío aún mayor. Sabe que su mortal enemigo —el ninja Ojo de Dragón- podría atacarlo en cualquier momento. Jack posee el secreto capaz de acabar con él, pero… ¿podrá convertirse Jack en maestro del Camino de la Espada a tiempo para sobrevivir a una lucha a muerte? Segundo volumen de una trepidante trilogía de aventura y acción inspirada en un samurái inglés que vivió en Japón en el siglo XVII.
Chris Bradford
El joven samurai:
el camino de la espada
ePUB v1.0
adruki06.09.11
Nota:
El joven samurái
es una obra de ficción que, a pesar de estar inspirada en figuras, acontecimientos y hechos históricos, no pretende reflejarlos con total exactitud. Es más un eco de los tiempos que una recreación de la historia.
Advertencia:
No intenten reproducir ninguna de las técnicas descritas en este libro sin la supervisión de un instructor de artes marciales cualificado. Se trata de llaves muy peligrosas que pueden causar heridas fatales. El autor no se hace responsable de los daños que pueda acarrear la puesta en práctica de estas técnicas.
A mi madre
Japón, agosto de 1612
—El escorpión negro de la muerte es el más venenoso de su especie conocido por el hombre —explicó el ninja, cogiendo un gran espécimen de una caja de madera y colocándolo en la temblorosa mano de su estudiante—. Armado, silencioso y mortífero, es el asesino definitivo.
La estudiante trató en vano de controlar su temblor mientras la criatura de ocho patas, cuyo aguijón brillaba en la penumbra, se deslizaba sobre su piel.
Estaba arrodillada delante del ninja en una pequeña habitación iluminada por velas y repleta de jarrones de cerámica, cajas de madera y pequeñas jaulas. Dentro de estos recipientes había toda una variedad de pociones venenosas, polvos, plantas y criaturas.
El ninja ya le había mostrado bayas rojas como la sangre, bulbosos peces globo, ranas de brillantes colores, arañas de largas patas y manojos de serpientes de negra cabeza: todo ello letal para los humanos.
—Una picadura de un escorpión negro y la víctima sufre un dolor insoportable —continuó el ninja, observando el temor en los ojos de su estudiante—. Las convulsiones son seguidas de parálisis, pérdida de conciencia y, finalmente, la muerte.
Con estas palabras, la estudiante se quedó inmóvil, con la mirada fija en el escorpión que subía por su brazo en dirección a su cuello. Sin que pareciera importarle el peligro inminente que corría su estudiante, el ninja continuó con su instrucción.
—Como parte de tu entrenamiento
ninjutsu
, debes aprender
dokujutsu
, el arte del veneno. Cuando se te asigne una misión, descubrirás que apuñalar a tu víctima es sucio, y existe, además, una gran posibilidad de fracasar. Pero el veneno es silencioso, difícil de detectar y, si se administra adecuadamente, infalible.
El escorpión había alcanzado ya su cuello, tras colarse en la incitadora oscuridad de su larga y negra cabellera. Ella volvió la cabeza presa del pánico, con la respiración entrecortada. El ninja no hizo caso.
—Te enseñaré a extraer el veneno de distintas plantas y animales, y cuáles debes aplicar a tus armas, mezclar con la comida o diluir en la bebida de tus víctimas —dijo, pasando los dedos por una jaula y haciendo que la serpiente que había dentro se abalanzara contra los barrotes—. También debes desarrollar tolerancia hacia los venenos, ya que no hay nada que ganar muriendo por tu propia mano.
Se volvió para ver a su estudiante alzar el brazo para apartar el escorpión, que se había acomodado en el hueco de su cuello. Sacudió suavemente la cabeza.
—Muchas toxinas tienen su antídoto. Te mostraré cómo mezclarlas. Otras pueden superarse tomando pequeñas cantidades de veneno hasta que tu cuerpo haya generado una defensa natural contra él. Sin embargo, hay otras contra las que no existe ningún antídoto. —Señaló un pulpo no mayor que el puño de un bebé; estaba dentro de una artesa llena de agua—. Por bello que el animal sea, su veneno es tan potente que puede matar a un hombre en cuestión de minutos. Recomiendo usar éste en bebidas como el
sake
y el
sencha
, ya que no tiene sabor.
La estudiante ya no pudo soportar tener encima al escorpión. Lo apartó de un manotazo y gritó cuando el animal le clavó el aguijón en la mano. En torno a la herida la carne empezó a hincharse de inmediato.
—Ayúdame… —gimió mientras un dolor ardiente recorría su brazo.
El ninja miró sin compasión ninguna a su estudiante, que se revolvía de sufrimiento.
—Vivirás —dijo, cogiendo al escorpión por la cola y devolviéndolo a su caja—. Es viejo y grande. Son las hembras pequeñas con las que hay que tener cuidado.
La estudiante cayó inconsciente al suelo.
—¡Estás haciendo trampas! —protestó la niña.
—¡No, nada de eso! —replicó Jack, que estaba arrodillado frente a su hermana en el jardín trasero de la casita de sus padres.
—¡Sí que haces trampas! ¡Hay que tocar las palmas antes de recogerlas tabas!
Jack no contestó: su aspecto de fingida inocencia no engañaba a Jess ni pizca. Por mucho que amara a su hermana, una niña delgada de siete años con ojos celestes y cabello rubio, sabía que era inflexible a la hora de cumplir las reglas. La mayor parte de los días Jess era tan inofensiva como una mariposa, pero cuando jugaban a las tabas, se volvía tan estricta y severa como su madre respecto a las labores de la casa.
Jack recogió del suelo las cinco tabas hechas con huesos de oveja y empezó de nuevo. Eran del tamaño de guijarros pequeños y tenían los bordes alisados de tantas veces como Jess y él habían jugado durante el verano. A pesar del calor opresivo, los huesos blancos parecían extrañamente fríos en sus manos.
—¡Apuesto a que no puedes superar mi dos! —lo retó Jess.
Aceptando el desafío, Jack lanzó cuatro huesos al suelo. Luego arrojó al aire el quinto hueso, dio una palmada y apartó una taba del suelo antes de coger el hueso que caía. Repitió el proceso con la facilidad que da la práctica, hasta que tuvo los cinco en la mano.
—Uno —dijo.
Sin dejarse impresionar, Jess arrancó una margarita de la hierba, fingiendo aburrimiento.
Jack volvió a lanzar los huesos, completando la segunda ronda en un par de rápidos movimientos.
—¡Dos! —anunció antes de lanzar las tabas al suelo. Entonces, tras arrojar una al aire y dar una palmada, cogió las otras tres antes de capturar el hueso que caía.
—¡Tres! —exclamó Jess, incapaz de reprimir su asombro.
Sonriendo, Jack volvió a lanzar las tabas una última vez.
En la distancia, el sonido de los truenos resonaba pesadamente en el cielo oscuro. El aire se volvía denso con la llegada de la tormenta de verano, pero Jack hizo caso omiso del cambio de clima. Se concentró en el desafío de recoger cuatro huesos a la vez.
Jack lanzó la taba al aire y dio una palmada justo cuando se produjo un potentísimo ¡crac! Un fulgor blanco hendió el cielo, golpeó la cima de una colina lejana e hizo arder un árbol en medio de un resplandor rojizo. Pero Jack estaba demasiado concentrado en el juego para dejarse distraer. Agarró las cuatro tabas antes de coger la quinta cuando estaba a un palmo del suelo.
—¡Lo logré! ¡Lo logré! ¡Cuatro seguidas! —exclamó entusiasmado. —Alzó la cabeza en gesto de triunfo y advirtió que Jess había desaparecido.
Y también el sol. Nubes de tormenta negras como la brea corrían ahora por un cielo que parecía de fuego.
Jack se quedó mirando anonadado la súbita ferocidad de los elementos. Entonces fue vagamente consciente de que algo se agitaba dentro de su mano cerrada. Parecía que las tabas se estuvieran moviendo.
Vacilante, abrió la mano.
Lo que vio lo dejó boquiabierto. Correteando por su palma había cuatro diminutos escorpiones negros.
Rodearon la taba blanca restante, y sus mortíferas colas golpearon el hueso, inyectando con sus ponzoñosas puntas el letal veneno.
Uno de los escorpiones se volvió y subió corriendo por su antebrazo. Presa del pánico, Jack se sacudió, haciendo caer a todos los escorpiones a la hierba, y echó a correr hacia la casa.
—¡Madre! ¡Madre! —gritó, y entonces pensó en Jess. ¿Dónde estaba?
Grandes gotas de lluvia empezaron a caer y el jardín se cubrió de sombras. Apenas podía distinguir las cinco tabas dispersas sobre la hierba, pero no había ni rastro de los escorpiones ni de Jess.
—¿Jess? ¿Madre? —gritó con toda la fuerza de sus pulmones.
Nadie respondió.
Entonces oyó el suave canto de su madre que llegaba desde la cocina:
Un hombre de palabras y no de hechos
[ 1 ]
es como un jardín lleno de hierbas y helechos. Y cuando los hierbajos empiezan a crecer como un jardín lleno de nieve es…
Jack echó a correr por el estrecho pasillo en dirección a la cocina.
La casita estaba envuelta en sombras, y tan húmeda como una catacumba. Un destello de luz se colaba a través de una pequeña rendija en la puerta. Desde dentro, la voz de su madre subía y bajaba como el suspiro del viento:
Y cuando la nieve empieza a caer es como un pájaro sobre la pared.
Y cuando el pájaro echa a volar como un halcón en el cielo será…
Jack aplicó un ojo a la rendija y distinguió a su madre sentada de espaldas a la puerta, con su delantal, pelando patatas con un gran cuchillo curvo. Una única vela iluminaba la estancia, haciendo que la sombra del cuchillo sobre la pared pareciera tan monstruosa como la espada de un samurái.
Y cuando el cielo empieza a rugir como un león en la puerta vas a oír…
Jack empujó la puerta, que chirrió sobre el suelo de piedra, pero su madre no se volvió.