El joven samurai: El camino de la espada (7 page)

BOOK: El joven samurai: El camino de la espada
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—¡Me siento enormemente dolorido! —murmuró Jack en inglés, todavía con las rodillas lastimadas después de haber sufrido calambres después de la primera hora—. ¡Dios quiera que el té no llegue jamás a nuestras costas!
[ 3 ]

—Perdona, ¿qué decías? —preguntó Akiko.

—Decía que aún nos tiene que llegar el té a Inglaterra —tradujo Jack al japonés.

—¡Tus compatriotas pueden navegar hasta tan lejos, pero no tenéis té!

—Tenemos otras bebidas —replicó Jack, aunque tenía que admitir que la bebida a bordo de un barco era también un gusto adquirido.

—Oh, estoy segura de que están bien… ¿pero y al Salón de Té Dorado? —continuó ella—. ¡Pensar que el
daimyo
trasladó una vez todo el salón de té al Palacio Imperial para servirle al mismísimo emperador! Somos invitados verdaderamente honrados.
Jack dejó que Akiko hablara sin interrumpirla. Los japoneses solían ser muy reservados a la hora de expresar sus opiniones y se alegró de verla tan contenta. Mientras Akiko continuaba comentando la ceremonia con Yamato, Jack pensó en el castillo Nijo y su palacio interior. Le sorprendían las molestias que se había tomado el
daimyo
para protegerse. Takatomi estaba claramente orgulloso de las nuevas medidas de seguridad que había instalado desde el intento de asesinato de Ojo de Dragón. De ahí el desafío que el
daimyo
había orquestado para demostrar su efectividad en el juego de la huida.

—A prueba de ninjas —había dicho el
daimyo.

Si así era, razonó Jack, entonces la alacena tras el tapiz de la grulla era el lugar más seguro para ocultar el cuaderno de bitácora. Desde luego, era mucho mejor que un endeble futón o los terrenos de la
Niten Ichi Ryu.
Además, la escuela era el primer lugar donde el ninja Ojo de Dragón buscaría. Jack comprendió que no tenía más remedio que apañárselas para conseguir una nueva visita al castillo y ocultar allí el cuaderno.


¡KIAI!
—gritó Akiko.

Su puño golpeó el sólido bloque de madera.

Y rebotó…

El golpe pareció enormemente doloroso y Jack dio un respingo por ella. Akiko se acunó la mano, los ojos llenos de lágrimas, su alegría de la noche anterior completamente consumida por la primera clase del día,
taijutsu.

—¡Siguiente! —gritó el
sensei
Kyuzo, sin el menor atisbo de compasión.

Akiko se arrodilló de vuelta a la fila para permitir que Jack ocupara su posición delante de la pequeña tabla rectangular. El cedro era tan grueso como su pulgar y parecía imposible destruirlo con las manos desnudas. Sin embargo, el
sensei
Kyuzo lo había colocado sobre dos bloques estables en mitad del
butokuden
y había ordenado a cada estudiante que rompiera la tabla con los puños.

Hasta ahora ninguno había logrado hacerle ni una muesca.

Jack cerró el puño derecho, preparándose para golpear. Con todas sus fuerzas, descargó el brazo contra el tablón de cedro.

Su puño chocó contra el bloque, enviando una sacudida por todo su brazo. La madera ni siquiera se astilló, pero Jack sintió como si todos los huesos de su mano se hubieran quebrado.

—Patético —despreció el
sensei
Kyuzo, agitando la mano con desdén para que volviera a la fila.

Jack se reunió con los demás miembros de la clase, que se acariciaban las manos hinchadas y los brazos doloridos.

—El hierro está lleno de impurezas que lo debilitan —dijo el
sensei
Kyuzo, ignorando el sufrimiento de sus estudiantes—. A través de la forja, se convierte en acero y es transformado en una espada afilada como una cuchilla. Los samuráis se desarrollan del mismo modo. Los que desean demostrar que son lo bastante fuertes para ser elegidos para el Círculo de Tres deberán romper tres de estos bloques al mismo tiempo.

El
sensei
Kyuzo atacó de repente el bloque de cedro, echando hacia atrás su cuerpo diminuto y lanzando el puño contra la madera sin gritar
«¡KIAI!».

¡CRACK!
El cedro se hendió en dos como si no fuera más que un palillo.

—Todos sois simplemente hierro esperando ser forjado para convertiros en guerreros poderosos —continuó el
sensei
Kyuzo sin inmutarse—, y vuestra forja es el
tamashiwari
, el Juicio de la Madera.

Miró claramente en dirección a Jack.

—Pero algunos de vosotros tienen más impurezas que los demás —añadió mientras se acercaba a una de las columnas de madera del
butokuden.

Jack se mordió los labios, decidido a no picar el anzuelo del
sensei.

—Como el hierro, debéis eliminar esas debilidades —explicó el
sensei
Kyuzo, indicando un cojín de paja de arroz atado por un cordón a la columna a la altura del pecho.

Lo golpeó con el puño. La columna de madera resonó gravemente bajo la fuerza del golpe.

—Esto es un
makiwara.
He colocado estos postes para golpear en cada columna de la sala de entrenamiento. Tenéis que golpearlos repetidamente para endurecer los huesos de vuestras manos. Es un buen entrenamiento para un samurái. Veinte golpes cada uno. ¡Empezad!

Jack se alineó detrás de Saburo, que ya se preparaba para dar su primer golpe.

—¡Uno! —gritó Saburo, colocándose para el puñetazo.

El puño de Saburo chocó con el cojín de paja. Hubo un crujido seguido de un débil gemido cuando su mano se estampó contra la rígida columna. Saburo, con los ojos torcidos de dolor, se hizo a un lado para dejar sitio a Jack.

—Tu turno —gimió, entre dientes apretados.

—¡Tres bloques! —exclamó Saburo, que tenía problemas para sostener sus
hashi
durante la cena esa noche. Agitó los dedos tratando de devolver el movimiento a su mano magullada—. Me alegro de que seas tú y no yo quien se presenta al Círculo de Tres. Uno ya es bastante difícil. ¿Cómo demonios se pueden romper tres bloques?

—¿Crees que el Juicio de la Madera es duro? Esto es sólo el principio. Nos van a juzgar en otras tres disciplinas también —dijo Yamato, soltando su cuenco de arroz.

Indicó con un gesto la cabecera de la mesa, donde estaba sentada su maestra de
kyujutsu.
La
sensei
Yosa, la única mujer samurái entre los maestros y su instructora en el Arte del Arco, parecía tan radiante como siempre; la cicatriz rojo rubí que le cortaba la mejilla derecha se ocultaba discretamente bajo su hermosa melena negra.

—He oído que el Juicio del Fuego de la
sensei
Yosa es apagar una vela.

—Eso no parece tan malo —dijo Jack con la mano también abotargada mientras se esforzaba por coger un trozo de
sashimi
del plato central.

—No, pero para demostrar tu habilidad para el Círculo hay que hacerlo con una flecha disparada desde mucha distancia.

Jack soltó su
sashimi
, incrédulo.

—A este paso, ninguno de nosotros entrará en el Círculo —observó Kiku.

Jack, meditabundo, recogió su trozo de pescado de la mesa. Probablemente Kiku tenía razón. Sus propias habilidades como arquero eran pasables, pero sabía que tenía pocas posibilidades de conseguir esa hazaña en el Juicio del Fuego.

—¿Sabéis cuáles son los otros dos juicios? ¿Son más fáciles? —preguntó Jack, esperanzado.

—El
sensei
Yamada está preparando el Juicio del
Koan
—reveló Akiko—. Nuestra respuesta a la pregunta se usará para evaluar nuestro intelecto.

—Yori, será mejor que tengas cuidado —dijo Saburo, arqueando las cejas con expresión de seria preocupación—. ¡Como eres el rey a la hora de resolver
koans
, podrían hacerte entrar en el Círculo te guste o no!

Yori levantó la cabeza de su cuenco de sopa de
miso
, con una expresión de sorpresa en el rostro.

—¡Dejad de burlaros de él! —reprendió Kiku.

Saburo se encogió de hombros a modo de disculpa antes de engullir sus tallarines.

—¿Y cuál es la prueba final? —preguntó Jack.

—El Juicio de la Espada del
sensei
Hosokawa —respondió Akiko—. Para poner a prueba nuestro valor.

—He oído que los otros estudiantes lo llaman el Pasillo —añadió Saburo.

—¿Y eso? —preguntó Jack.

—No lo sé, pero estoy seguro de que lo descubrirás.

13
Origami

—¿Puede decirme alguien qué es esto? —preguntó el
sensei
Yamada, señalando un brillante cuadrado de papel blanco a sus pies.

El anciano monje estaba sentado, con las piernas cruzadas, en su posición habitual en el estrado elevado situado al fondo del Salón del Buda, con las manos tranquilamente colocadas sobre el regazo. Rastros de incienso tejían una cortina de humo a su alrededor y se mezclaban con la telaraña gris de su barba, haciéndole parecer un fantasma, como si la más leve brisa pudiera hacerlo desvanecerse.

Los estudiantes, sentados también en la postura del semiloto, estudiaron los cuadrados de papel que tenían delante como si fueran grandes copos de nieve.

—Papel,
sensei
—contestó Nobu desde el fondo de la clase, sonriéndole a Kazuki en busca de aprobación. Pero Kazuki tan sólo negó con la cabeza, incrédulo ante la idiotez de su amigo.

—Nunca asumas que lo obvio es cierto, Nobukun —dijo el
sensei
Yamada—. Esto es lo que es, pero es mucho más que esto. ¿Qué más es?

Bajo la mirada del
sensei
Yamada, Nobu guardó silencio. El
sensei
puede que fuera un anciano, pero Jack sabía que había pertenecido a los
sohei
, los temibles guerreros monjes de Enryakuji, que fuera en tiempos el monasterio budista más poderoso de Japón. Se rumoreaba que el espíritu luchador de aquellos monjes era tan fuerte que podían matar a un hombre sin siquiera tocarlo.
El
sensei
Yamada dio una palmada y exclamó:

—¡Mokuso!

Indicó así el inicio de la meditación de la clase. El
koan
había sido establecido: «Es papel, ¿pero qué más es?»

Jack se acomodó en el cojín de su
zabuton
en preparación para la meditación de su
zazen.
Tras entrecerrar los ojos, redujo el ritmo de su respiración y dejó que su mente se vaciara.

Como cristiano, Jack no conocía la meditación, ni el budismo, antes de su llegada a Japón. Al principio, los procesos y los conceptos le habían parecido difíciles de entender. Se cuestionaba si, como cristiano, debería aceptarlos tan rápidamente, pero tres cosas le habían ayudado a cambiar de opinión.

Primero, cuando trató el conflicto de fe con el
sensei
Yamada, el monje le explicó que el budismo era una filosofía abierta a todas las religiones. Por eso los japoneses no tenían problemas para seguir el shintoísmo (su religión nativa), practicar el budismo, e incluso convertirse al cristianismo, todo al mismo tiempo.

—Todo son hilos del mismo tapiz —le había dicho el
sensei
Yamada—, pero de diferentes colores.

Segundo, Jack había descubierto que la meditación era bastante parecida al acto de rezar. Ambas cosas requerían concentración, un entorno pacífico y, normalmente, reflexiones sobre la vida y cómo debería ser llevada. Así que Jack decidió que consideraría la meditación simplemente como otra forma de rezarle a Dios.

Tercero, durante una meditación particularmente profunda, había experimentado la visión de una mariposa venciendo a un demonio y esta visión le había ayudado a vencer su combate de
taijutsu
en la competición de
Taryu-Jiai.

Esto fue la prueba que animó a Jack a abrir su mente a las posibilidades y beneficios del budismo, aunque siguiera siendo cristiano de todo corazón.

A través de la práctica diaria se había vuelto adepto a la meditación, y en un abrir y cerrar de ojos su mente se concentró en el trozo de papel que tenía delante, intentando desvelar el misterio del
koan.
Aunque no obtuvo ninguna respuesta inmediata, no se preocupó. Sabía que la iluminación, el
satori
, como lo llamaba el
sensei
Yamada, requería paciencia y una intensa concentración.

Sin embargo, mirara como mirase al papel, seguía siendo simplemente una hoja de papel.

Una barrita entera de incienso se había consumido ya cuando el
senseí
Yamada interrumpió la meditación, y Jack seguía sin poder experimentar el
satori.


¡Mokuso yame!
—dijo el
sensei
, dando de nuevo una palmada—. Bien, ¿tienes una respuesta para mí, Nobu-kun?
—No,
sensei
—murmuró Nobu, inclinando avergonzado la cabeza.

—¿Alguien más? —invitó el
sensei.

Kiku alzó la mano, vacilante.

—¿Es
kozo, sensei?

—¿Qué te hace decir eso?

—El papel está hecho de fibras del árbol
kozo
—explicó Kiku.

—Una buena sugerencia, pero sigues pensando demasiado literalmente. ¿Y si hago esto?

El
sensei
Yamada cogió su papel y lo dobló varias veces. Al principio le dio la forma de un cuadrado más pequeño, luego fue doblando la hoja en pliegues cada vez más intrincados. En unos instantes, la hoja plana de papel se había transformado en un pájaro pequeño.

Colocó el modelo de papel en el suelo para que todos lo vieran.

—¿Qué es entonces?

—¡Una grulla! —dijo Emi, llena de emoción—. Nuestro símbolo de la paz.

—Excelente, Emi. Y doblar una grulla de papel es como hacer la paz: algunos de los pasos son torpes. Al principio, puede que incluso parezca imposible. Pero con paciencia, el resultado es siempre una cosa bella. Éste es el arte del
origami.

—Dejadme reformular mi pregunta para que meditéis sobre ello. Este es el
koan
: ¿qué es lo que nos enseña el
origami?
Pero primero observadme con atención, para que todos podáis hacer vuestras propias grullas.

El
sensei
Yamada repitió la compleja combinación de pliegues que creaban el pequeño pájaro. Eran más de veinte pasos individuales. Cuando el
sensei
hizo su último movimiento, tirando de las esquinas del modelo para formar las alas, en su mano quedó una perfecta grulla en miniatura.

Sin embargo, en la mano de Jack había un trozo de papel arrugado.

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