El joven samurai: El camino de la espada (13 page)

BOOK: El joven samurai: El camino de la espada
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—¿Quiénes eran?

—Eran Kazuki, Nobu, alguien más y, no te lo vas a creer, Moriko de la
Yagyu Ryu.

—¿Moriko? ¿En nuestra escuela? —respondió ella, alarmada ante la idea—. ¿Se lo has dicho a Masamoto-sama?

—Todavía no. Aún no ha regresado, pero tenemos que decírselo. No sólo lo de Moriko, sino lo de la Banda del Escorpión de Kazuki.

Akiko escuchó con atención mientras Jack describía lo que había oído sobre el
daimyo
Kamakura y la Banda del Escorpión.

Tras pensárselo un poco, Akiko respondió:

—Jack, siempre hay rumores de guerra. De
daimyos
amenazando a
daimyos.
Ahora estamos en tiempo de paz y no hay ningún motivo para que no continúen. Has conocido al
daimyo
Kamakura. Es temperamental y ansioso de poder. Masamoto-sama se queja a menudo de que siempre está causando problemas. Pero nunca llegan a nada. Nunca tiene el apoyo.

—Eso es lo que dijo el
sensei
Yamada. Pero ¿y si está recibiendo apoyos? —insistió Jack—. ¿Y si…?

—¡Jack! ¡Estás aquí!

Jack alzó la cabeza cuando Yamato irrumpió con Saburo en la habitación.

—Parece que habéis estado entretenidos los dos —dijo, cogiendo un papel con uno de los intentos de Jack por escribir
kanji
—. Pronto será la cena y todos necesitamos darnos un baño. ¿Qué os entretiene?

—Jack vio a Kazuki en el
Butokuden
anoche —explicó Akiko en voz queda, indicando a Saburo que cerrara la
shoji
tras él—. Él y algunos otros estaban siendo tatuados por esa Moriko de la escuela
Yagyu.

—¿Moriko? —dijo Yamato, alarmado—. ¿Qué estaba haciendo aquí?

—Al parecer, Kazuki ha formado una banda
antigaijins.

—¿Pero con tatuajes? ¡Son la marca del prisionero! —exclamó Saburo.

—Solían serlo —corrigió Akiko—. Pero ahora los mercaderes, e incluso algunos samuráis, se los hacen como marca de valentía o como declaración de amor.

Saburo se echó a reír y le dirigió a Jack una sonrisa tranquilizadora.

—Jack, sea lo que sea lo que te preocupe, no tienes que hacerle caso a una banda de convictos y enamorados.

—No es cosa de risa, Saburo —replicó Jack—. Kazuki va en serio. Me la tiene jurada.

Yamato asintió, pensativo.

—Parece que Kazuki se cree un señor de la guerra o algo por el estilo. Sé lo que podemos hacer: Saburo y yo nos convertiremos en tus guardaespaldas oficiales.

—Y nos las apañaremos para ver a Masamoto-sama en cuanto regrese —añadió Akiko.

—¡De todas formas, Jack, deberías preocuparte menos por Kazuki y más por cómo hueles! —se burló Yamato, arrojándole a Jack una toalla—. Venga, vamos a la casa de baños antes de que sirvan la cena. Tengo hambre.

Suspirando de alivio, Jack se sumergió en la humeante agua caliente del
ofuro.

Hubo una época en que habría salido corriendo asustado de un baño. En Inglaterra, se consideraba peligroso para la salud, una forma segura de pillar enfermedades. Pero su estancia en Japón pronto le había hecho cambiar de opinión y ahora el
ofuro
era uno de los puntos culminantes del día.

Después de haberse frotado y sumergido en agua fría, se introdujo en una gran tina cuadrada de madera con agua caliente. Jack empezó a relajarse. El
sensei
Yamada y Akiko habían descartado sus temores sobre el
daimyo
Kamakura. Tal vez la combinación de la noche y la tormenta había desorientado su percepción de toda la situación. Tal vez la guerra de Kazuki era poco más que un producto de la imaginación de su rival. De cualquier forma, con Yamato y Saburo cuidándolo, debería estar a salvo.

Jack permitió que el agua humeante aflojara sus músculos, aliviando la tensión de su hombro lastimado. Sus preocupaciones empezaron a desaparecer también, como si el calor del baño las disolviera. Después de un rato, salió y se secó con una toalla antes de unirse a los otros para cenar.

—¿Cómo está tu hombro, Jack? —preguntó Yamato mientras se dirigían con Saburo al
Cho-no-ma.

—Mucho mejor gracias al baño, pero no te preocupes por eso. ¡Me desquitaré en el
kenjutsu
mañana! —prometió Jack, dando a Yamato un puñetazo en el brazo.

Jack puso expresión de dolor fingido y todos se echaron a reír.

—Ha sido un gancho derecho devastador —comentó una voz desde atrás—. Será mejor que tenga cuidado.

La diversión cesó cuando Kazuki, flanqueado por Nobu e Hiroto, avanzó hacia ellos.

Jack cerró los puños, preparándose para la pelea.

Tal vez la Banda del Escorpión era algo más que un simple juego. Tal vez Kazuki creía de verdad que era un señor de la guerra.

20
La Banda del Escorpión

—¿Qué queréis? —preguntó Yamato, interponiéndose entre Jack y los muchachos que se acercaban.

Los dos grupos se enfrentaron.

Oscurecía en el patio de la escuela, y la única luz procedía de la entrada de la Sala de las Mariposas. Otros estudiantes pasaron de largo, ajenos al conflicto inminente. No había ningún
sensei
a la vista para ser testigo de la pelea.

La tensión creció mientras Yamato esperaba una respuesta, retando con los ojos a Kazuki para hacer un movimiento.

—Cenar —dijo Kazuki alegremente como respuesta, antes de pasar de largo con sus amigos, riendo.

Durante el mes siguiente, Yamato y Saburo permanecieron cerca de Jack, pero pareció haber poca necesidad de ello. Kazuki y su banda ignoraron a Jack como si ya no existiera. Kazuki en concreto pareció más dedicado a entrenarse para la selección del Círculo de Tres. Jack lo había divisado varias veces en el
Butokuden
, recibiendo clases extra del
sensei
Kyuzo.

Aunque ninguno de sus amigos decía nada, Jack notaba que estaban empezando a dudar de su historia.

A pesar de que Masamoto había regresado a la escuela, Jack no había conseguido reunirse con él antes de que el
daimyo
Takatomi lo requiriera para otra misión. Pero con la aparente amenaza reducida a nada, y puesto que no había visto a Moriko en las instalaciones desde entonces, parecía que no tenía demasiado sentido reunirse con él de todas formas.

—Voy a dar un paseo —dijo Jack, al pasar junto a la habitación de Yamato en la Sala de los Leones un día—. Necesito un poco de aire antes de acostarme.

—¿A esta hora de la noche? —observó Yamato, frunciendo el ceño—. ¿Quieres que te acompañe?

A pesar de la oferta, Yamato parecía no tener muchas ganas. Ya se había acostado en su futón, fuera hacía frío, y en el
Shisi-no-ma
se estaba calentito.

—No, no te preocupes. Estaré bien.

Además, Jack necesitaba tiempo a solas para pensar.

Tras salir, deambuló por el patio antes de sentarse en una de las vigas que acabarían por convertirse en el suelo de la Sala del Halcón.

El nuevo edificio estaba tomando forma rápidamente. Los cimientos ya estaban terminados y las principales columnas de madera ya estaban en su sitio. Cuando estuviera terminada, la sala, aunque de la mitad de tamaño que el
Butokuden
, sería de todas formas una adición impresionante a la escuela.

Como todos los demás estudiantes, Jack se preguntaba qué arte marcial impartirían allí dentro. Eso si aún andaba por aquí para entonces.

Aunque sus temores de una campaña
antigaijin
eran supuestamente infundados, no podía dejar de advertir que algunos estudiantes parecían menos amistosos hacia él. Siempre se había sentido aislado por el hecho de ser diferente. Durante su primer año en la escuela, Akiko había sido su única aliada verdadera, pero después de su victoria en la
Taryu-Jiai
la mayoría de los estudiantes lo aceptaron. Ahora, muchos habían empezado otra vez a ignorarlo, mirándolo como si no existiera.

Naturalmente, podía estar imaginándoselo todo. Se esforzaba con su entrenamiento y había perdido la confianza en lograr ser de los cinco primeros en las inminentes pruebas de selección para el Círculo de Tres. Esto lo había deprimido, y podía estar distorsionando su percepción. ¿Pero tenía de verdad alguna esperanza de entrar en el Círculo e ir a aprender los Dos Cielos?

Jack contempló el cielo nocturno en busca de una respuesta, pero esta vez las constelaciones familiares que le había enseñado su padre le ofrecieron un frío consuelo. Las noches eran más largas y el otoño pronto daría paso al invierno, indicando el comienzo de las pruebas.

—¡Eh,
gaijin!
¿Dónde están tus guardaespaldas? —preguntó una voz que hizo que el corazón de Jack diera un vuelco.

Se volvió para mirar a Kazuki. Esto era lo último que necesitaba.

—Déjame en paz, Kazuki —respondió Jack, bajándose de la viga y alejándose.

Pero otros estudiantes salieron de la oscuridad para rodearlo. Jack miró hacia la
Shishi-no-ma
en busca de ayuda, pero no había nadie cerca. Akiko, Yamato y Saburo estarían acostados, si no dormidos a estas horas?

—¿Dejarte en paz? —ridiculizó Kazuki—. ¿Por qué no pueden los de tu clase dejarnos en paz a nosotros? Quiero decir, ¿qué te crees que estás haciendo en
nuestra
tierra, dándotelas de samurái? Deberías renunciar e irte a casa.

—¡Sí, vete a casa,
gaijin!
—corearon Nobu e Hiroto.

El círculo de muchachos continuó el cántico.

—¡Vete a casa,
gaijin!
¡Vete a casa,
gaijin!
¡Vete a casa,
gaijin!
A su pesar, Jack sintió que su rostro enrojecía de humillación ante las burlas. Quiso desesperadamente irse a casa, estar con su hermana Jess, pero estaba aislado en una tierra extraña que no lo quería.

—¡Dejadme… en… paz!

Jack trató de escapar al círculo, pero Nobu dio un paso adelante y lo empujó. Jack chocó con otro de los muchachos, quien lo empujó a su vez. Tropezó con la viga y, al caer al suelo, se agarró al kimono del muchacho, abriéndolo.

—¡Mira lo que has hecho! —exclamó el muchacho, dando una patada a Jack en la pierna.

Jack se dobló de dolor. Sin embargo, no pudo dejar de mirar al pecho descubierto del muchacho.

—¿Qué? ¿Quieres otra? —preguntó el chico, retirando la pierna para descargar otra patada.

—Goro, creo que está admirando tu tatuaje —dijo Hiroto con la misma voz fina y aflautada que Jack reconoció ahora como perteneciente a la cuarta persona de la ceremonia
irezumi.

—Es magnífico, ¿verdad? Todos tenemos uno, ¿sabes? —Hiroto descubrió su propio kimono, revelando un pequeño escorpión negro. Entonces le dio a Jack una cruel patada en las costillas.

Volvió a patearlo durante un rato y la Banda del Escorpión rió mientras cada uno de los muchachos descubría sus tatuajes y se ponían en fila para golpear también a Jack.

—¡Dejadlo! —ordenó Kazuki—. Viene un
sensei.

Los muchachos se dispersaron.

Mientras yacía allí, temblando con una combinación de dolor, ira y vergüenza, Jack oyó el chasquido familiar de un bastón sobre el patio de piedras y el
sensei
Yamada se acercó.

Apoyado en su bastón de bambú, el
sensei
miró a Jack tal como había hecho hacía casi un año antes, cuando Kazuki lo amenazó por primera vez.

—No deberías jugar en los sitios donde hay obras. Pueden ser peligrosos.

—Gracias por la advertencia,
sensei
—dijo Jack amargamente, tratando de ocultar su humillación.

—¿Alguien te vuelve a causar problemas?

Jack asintió y se sentó a inspeccionar las costillas magulladas.

—Alguien de mi clase quiere que renuncie y me vuelva a casa. La cosa es que yo deseo poder irme…

—Cualquiera puede rendirse, Jack-kun, es la cosa más sencilla del mundo —advirtió el
sensei
Yamada mientras ayudaba a Jack a ponerse en pie—. Pero mantenerte firme cuando todos los demás esperan que te desmorones, eso es la auténtica fuerza.

Jack miró inseguro a su maestro, pero sólo encontró en él una expresión de completa confianza.

—Te preguntaría quién fue —continuó el
sensei
Yamada—, pero sería de poca consecuencia. Debes librar tus propias batallas, si quieres mantenerte en pie. Y sé que puedes.

El
sensei
Yamada acompañó a Jack de vuelta al
Shishi-no-ma.
Antes de partir hacia sus propios aposentos, le ofreció a Jack un último consejo:

—Recuerda, no hay fracaso excepto cuando ya no se intenta.

Cuando se marchó, Jack reflexionó sobre el consejo del
sensei.
Tal vez el viejo monje tenía razón. Tenía que seguir intentándolo. La alternativa era rendirse, pero eso era exactamente lo que Kazuki quería que hiciera, y no tenía ninguna intención de dejar que su rival lo venciera de esa forma.

Contempló la fría luna creciente que flotaba baja en el cielo. Jack juró renovar sus esfuerzos en el entrenamiento. Se levantaría temprano por la mañana y practicaría con la espada. También le pediría ayuda a Akiko con el arco. Tenía que hacer lo que hiciera falta para estar entre los cinco mejores de las pruebas.

Tenía que aprender los Dos Cielos, si no para protegerse a sí mismo de Ojo de Dragón, entonces para defenderse de la Banda del Escorpión.

Cuando se volvía para entrar en la Sala de los Leones e irse a la cama, Jack divisó a Akiko, toda vestida de negro, que rodeaba la esquina del otro lado del
Butokuden.
Corría hacia la puerta lateral de la escuela.

Aturdido, Jack supo ahora que no se había equivocado respecto a la identidad de aquel primer intruso. En efecto, había visto a Akiko aquella noche.

Jack cruzó corriendo el patio en un esfuerzo por alcanzarla, pero cuando llegó a la puerta ella ya había desaparecido.

Por fortuna, las calles estaban desiertas a esta hora de la noche y, al mirar a la izquierda, divisó a una figura solitaria en un callejón situado al fondo de la calle. Tenía que ser ella, ¿pero dónde iba y por qué el secreto de la noche?

Esta vez Jack quería respuestas, y corrió tras ella.

21
El Templo del Dragón Pacífico

El callejón giraba a la izquierda, luego a la derecha, y Jack salió a un pequeño patio. Pero no vio a Akiko por ninguna parte.

Oyó pasos que se perdían por una callejuela a su derecha. Siguió el sonido hasta que el callejón desembocó en un gran patio flanqueado de árboles. Ante él había un templo de techo abovedado con compactas tejas verdes superpuestas como las escamas de una serpiente. Unos escalones de piedra conducían a un par de sólidas puertas de madera.

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