Read El joven samurai: El camino de la espada Online
Authors: Chris Bradford
Akiko y Yamato imitaron su creciente expresión de horror.
Venía alguien.
—¡Rápido! Esconde el cuaderno —instruyó Akiko.
El Suelo Ruiseñor cantaba con cada pisada que se iba acercando.
Jack no tuvo otra elección. Volvió a colocar el cuaderno de bitácora en el saliente superior y dejó que el tapiz volviera a ocupar su sitio.
En el exterior, el ruido de los tablones del suelo cesó.
El desconocido estaba ante la puerta
shoji.
Se miraron unos a otros. ¿Qué deberían hacer? Si era un guardia, podían fingir que se habían perdido; pero si no lo era, ¿no deberían estar preparándose para luchar?
La
shoji
se abrió.
Una figura se arrodilló ante ellos, recortada en el pasillo, con el rostro cubierto por las sombras.
Nadie se movió.
Jack advirtió que el tapiz aún se agitaba levemente y deseó con todas sus fuerzas que se detuviera.
La figura inclinó la cabeza y se levantó.
Una hermosa mujer con un kimono verde jade y el largo pelo recogido en un alto rodete sobre la cabeza y sujeto por un alfiler ornado entró la habitación.
—El
daimyo
pensó que podría gustaros un aperitivo para vuestra fiesta privada —dijo la mujer amablemente, colocando una pequeña bandeja con una tetera y cuatro tazas de porcelana en el
tatami.
Les indicó que se sentaran.
Asombrados, aunque también aliviados, los tres hicieron lo que se les decía. Jack vio cómo la criada servía tres tazas de
sencha.
Sonrió amablemente, ofreciendo a Jack la primera infusión; sus ojos, brillantes como perlas negras, nunca dejaban de mirarlo.
Jack esperó a que sirviera a los otros antes de beber.
El Suelo Ruiseñor cantó de nuevo y todos se detuvieron.
La mujer sacó un abanico de su
obi
, abriendo su negro lomo de metal para revelar un exquisito diseño pintado a mano de un dragón verde enroscado en una montaña brumosa.
—Hace bastante calor —comentó, agitando el abanico delante de su cara—. Debéis tener sed.
Jack, con la boca seca de temor ante la llegada del segundo visitante, se llevó la taza a los labios.
La
shoji
se abrió por segunda vez y entró Emi.
—Mi padre se estaba preguntando dónde estabais todos —dijo con la expresión indignada por no haber sido invitada a esta reunión privada—. Quiere que… ¿Quién eres tú?
Emi miró a la sirvienta.
—Tú no trabajas aquí.
Antes de que nadie pudiera reaccionar, la mujer le lanzó la bandeja a Emi, derramando el té por el suelo. La bandeja giró en el aire como un gran
shuriken
cuadrado y golpeó a Emi en el cuello. La muchacha se desplomó, inconsciente.
—
¡Kunoichi!
—gritó Akiko, rodando para alejarse de la impostora.
—¡No lo bebas, Jack! —gritó Yamato mientras le arrebataba la taza de un manotazo—. ¡Veneno!
Aturdido momentáneamente, Jack sólo pudo mirar el tatami, que desprendía pequeñas vaharadas de humo acre donde el té se había derramado.
—¿Ninja? —dijo Jack, asombrado, mirando a la hermosa mujer que tenía delante. Creía que sólo los hombres eran ninjas.
La mujer ninja cerró su abanico y se dispuso a golpear con el duro lomo de metal la cabeza de Jack como si usara un martillo.
Yamato se plantó delante de Jack, empujando a su amigo para librarlo del peligro, pero la punta de hierro del abanico lo alcanzó en la sien. Cayó al suelo y no se levantó.
Poniéndose en pie de un salto, la
kunoichi
saltó sobre el cuerpo caído de Yamato y avanzó hacia Jack. Cuando alzaba la mano para golpear por segunda vez, Akiko le arrebató de una patada en media luna el abanico de la mano.
La ninja inmediatamente contraatacó con una devastadora patada lateral al estómago de Akiko, haciéndola volar por la sala.
En ese breve momento de distracción, Jack consiguió ponerse en pie. Al ver que sus amigos yacían heridos a su alrededor, su furia impulsó su fuerza y pasó al ataque.
La ninja se retiró ante la patada de gancho circular de Jack. Esquivó mientras se llevaba la mano a la cabeza. El pelo le cayó en cascada por la espalda en una nube negra y un rayo de luz destelló, directo hacia el ojo derecho de Jack.
El muchacho retrocedió tambaleándose para evitar el afilado alfiler cuya brillante punta pasó volando ante su ojo.
La ninja le atacó a la cara por segunda vez, pero el golpe salió desviado.
Jack vio cómo el alfiler de acero pasaba a su izquierda y de repente recordó la lección del
sensei
Kano «aprende a combatir sin ojos».
Sus ojos habían seguido por instinto la brillante arma, pero la salvaje sacudida de la ninja había sido una táctica de distracción.
Cuando se volvió hacia ella, la mujer se llevó la palma de la mano a la boca y le sopló a los ojos una nube de chispeante polvo negro.
Alcanzado por una combinación de arena, serrín y pimienta, las lágrimas corrieron por el rostro de Jack.
Todo su mundo se oscureció.
Jack estaba ciego.
—¡Akiko! ¡No puedo ver!
Ella se lanzó a protegerlo, y Jack oyó el roce del alfiler y el golpeteo sordo de los brazos al colisionar mientras Akiko bloqueaba otro de los ataques de la
kunoichi.
Le pareció oír el ruido de Akiko contraatacando con una patada delantera, pues oyó a la mujer retroceder, gimiendo como si le faltara el aire.
Los ojos le lloraban como géiseres acres y tuvo que cerrarlos con fuerza contra el dolor. Sin la vista, sólo podía seguir los sonidos de Akiko luchando contra la
kunoichi
al otro lado de la habitación.
—¡Cuidado! —exclamó Akiko.
Jack levantó la guardia, tratando a ciegas de hacer contacto y usar sus habilidades
chi sao
, pero la
kunoichi
lo eludió. Concentrándose en el sonido de su respiración entrecortada, Jack localizó hacia dónde se movía, pero Akiko saltó entre ellos para interceptar un golpe invisible de la ninja. Ahora Jack no podía atacar por miedo de herir a Akiko.
Tras él, captó el sonido de un suave roce en el tapiz de seda y una pisada. Entonces sintió que el estrado de cedro en el que se hallaba cedía levemente por el peso de alguien más.
Jack se dio la vuelta, manteniendo la guardia levantada para protegerse la cara.
Sus brazos chocaron con un puño que apuntaba directamente a su nuca. Permitiendo que su entrenamiento
chi sao
se hiciera cargo, Jack siguió la curvatura del brazo de su atacante y lanzó los dedos hacia la garganta. El ataque fue repelido por un bloqueo y un golpe. Al instante, Jack sintió la trayectoria del contraataque y lo desvió con un bloqueo interior, pasando el brazo por encima del de su atacante y dando un puñetazo a su oponente en la cara.
Alcanzó con fuerza la mandíbula de su atacante.
El contacto fue sólido y estremecedor, pero su oponente tan sólo se echó a reír, una risa fría y entrecortada como una sierra oxidada atrapada en la madera.
Jack perdió contacto, pues su atacante se alejó de su alcance.
—Impresionante,
gaijin
—susurró Dokugan Ryu—, pero aún más impresionante es que estés todavía vivo. ¡Deberías ser un ninja, no un samurái!
El corazón de Jack dio un doloroso vuelco. La proximidad de Ojo de Dragón hizo que todo su cuerpo se contrajera, que sus pulmones se tensaran.
—No te tengo miedo —dijo, haciendo acopio de todo el valor posible.
—Claro que lo tienes —replicó Ojo de Dragón, rodeándolo lentamente—. Soy el dolor que se te cuela en los huesos de noche. El fuego abrasador que arde en tu sangre. Tu peor pesadilla. ¡El asesino de tu padre!
Ojo de Dragón golpeó con tal velocidad que pilló desprevenido a Jack. El ninja alcanzó un punto en la base de su hombro y una llamarada de dolor corrió por todo su brazo derecho. Jack retrocedió, jadeando en busca de aire, sintiendo como si hubieran metido su brazo en un fuego al rojo blanco.
—Pero aquí estoy perdiendo el tiempo —escupió el ninja, como si le aburriera torturar a su víctima—. Ya tengo lo que vine a buscar.
A través de la agonía, Jack fue vagamente consciente de que podía ver formas, sombras oscuras contra una niebla gris. El dolor concentró su mente y su visión se despejó.
—¡Sasori, deja de jugar con la chica! —ordenó Ojo de Dragón—. Mátala, y luego mata al
gaijin.
Jack parpadeó y logró distinguir a través de las lágrimas al ninja encapuchado a su izquierda contra una pared de aspecto brumoso.
—No me vuelvas a decepcionar,
gaijin.
Quédate muerto esta vez.
Al oír exactamente dónde se encontraba el ninja, Jack lanzó una patada circular a la cabeza de su enemigo.
Su pie atravesó el aire.
Ojo de Dragón había desaparecido.
Una suave exhalación escapó de los labios de alguien y lo siguiente que Jack oyó fue a un cuerpo desplomarse en el suelo.
—¡Akiko! —exclamó.
No hubo respuesta.
—¿Akiko? —repitió Jack, temeroso por ella.
—Tu bonita amiga está muerta,
gaijin
—se burló la
kunoichi-
. Hundí mi alfiler envenenado en su precioso cuello.
El corazón de Jack se heló, un frío más agonizante que ninguna tortura que Ojo de Dragón pudiera infligirle.
Jack se lanzó contra la asesina de Akiko. Ya no le importaba nada, ya no pensó en lo que estaba haciendo. Solamente golpeó.
La
kunoichi
luchó contra su vehemente ataque.
Sobre la ninja cayeron un golpe tras otro.
El antebrazo de Jack alcanzó su guardia y la
kunoichi
perdió su presa sobre el letal alfiler, que salió volando hasta el extremo opuesto de la habitación.
Jack insistió. La ninja empezó a ceder bajo la presión. Jack dio entonces una patada lateral con todas sus fuerzas, alcanzando de pleno a la
kunoichi
en el pecho. La ninja cayó hacia atrás, aterrizó duramente en el estrado, y gritó.
—¡Vamos! —rugió Jack con los ojos húmedos de lágrimas que escocían no ya por el polvo cegador, sino por la pena de su corazón.
Pero no hubo ninguna respuesta.
Jack se frotó los ojos. Su visión era borrosa, pero al menos pudo ver de nuevo.
La
kunoichi
yacía inmóvil en el estrado.
No podía haberla golpeado tan fuerte, pensó Jack, no lo suficiente para matarla.
Se acercó con cautela un paso y le dio una patadita en la pierna. No hubo reacción. Los ojos negros de la mujer eran sombríos y sin vida. Había desaparecido su brillo de perla.
Jack le dio la vuelta.
El alfiler de acero sobresalía de su espalda como la cola de un escorpión. Muerta por su propio veneno.
«Sasori»
, pensó Jack, aturdido. Ojo de Dragón la había llamado
Sasori.
Escorpión.
Por mucho que intentara negarlo, su sueño se había vuelto realidad.
Cuatro escorpiones.
La banda de Kazuki. El desafío del Espíritu. El guerrero. La
kuinoichi.
Cuatro significaba muerte. Pero no había sido su propia muerte lo que había predicho el sueño, sino la de Akiko.
Jack cayó de rodillas, sin advertir apenas la devastación de la sala de recepción. Yamato se incorporaba lentamente entre los fragmentos rotos de las tazas de té. Emi, con el cuello magullado e hinchado, seguía sin moverse, aunque Jack pudo ver que respiraba.
El tapiz de la grulla blanca había sido arrancado de la pared, y la alacena estaba abierta, negra y vacía como la cuenca de un cráneo.
Ojo de Dragón tenía el cuaderno de bitácora.
Jack se arrastró hasta Akiko.
Ella yacía inmóvil en el
tatami
, con una pequeña mancha de sangre en el cuello donde se había clavado el alfiler. Jack, entre grandes sollozos de angustia, acunó el cuerpo sin vida en sus brazos.
—¡Y TÚ TE CONSIDERAS UN SAMURÁI!
Masamoto ya no pudo contener su ira.
Había mantenido la cabeza fría cuando descubrieron a Jack y los demás en la sala de recepción. Había organizado con calma una partida de búsqueda para localizar a Dokugan Ryu además de proteger al
daimyo.
Se había contenido mientras disponía el regreso a salvo de los estudiantes a la
Niten Ichi Ryu.
Incluso había mantenido la compostura mientras Jack explicaba el motivo por el que había escondido el cuaderno de bitácora en el castillo del
daimyo.
Pero ahora le gritó Jack, que yacía postrado en el suelo de la Sala del Fénix. Jack se estremecía con cada palabra que Masamoto murmuraba, cada una tan afilada como la hoja de una catana.
—¡Sacrificaste a tus amigos, violaste mi confianza y sobre todo pusiste en peligro la vida del
daimyo
, todo por el cuaderno de bitácora de tu padre!
Masamoto miró a Jack, ardiendo de ira acumulada, aparentemente incapaz de expresar la furia que sentía. Con cada segundo de silencio, las cicatrices de su rostro se volvían más y más rojas.
—Podría perdonarte la mentira, ¿pero cómo puedo pasar por alto esto? ¡Convertiste el castillo del
daimyo
en un objetivo para los ninjas! —dijo, casi en un susurro, como si le asustara que la violencia de su voz se convirtiera en violencia en sus manos. Tu deber es hacia mí y hacia tu
daimyo.
¡Has roto el código del
bushido!
¿Dónde estaba tu lealtad? ¿Dónde estaba tu respeto? ¿No había demostrado con mi tutela que podías confiar en mí?
Masamoto tenía lágrimas en los ojos. La idea de que Jack no pudiera confiar en él, y tal vez no lo respetara, parecía decepcionar enormemente al samurái.
— ¡FUERA DE MI VISTA!
Jack estaba sentado en el tronco del viejo pino en un rincón de la
Nanzenniwa.
Oculto en la oscuridad, se puso a dar patadas al tronco de madera del árbol, cada vez más fuerte, hasta que las ramas se estremecieron.
Contempló el cielo nocturno, deseando que lo engullera, pero las estrellas tampoco le ofrecieron ningún consuelo. Tan sólo le recordaron lo solitario y perdido que se hallaba. La opinión pública cambiaba en Japón y los extranjeros como él ya no eran bienvenidos. No sólo el país donde vivía lo alienaba, sino que se había alejado de su único protector. Había vuelto a Masamoto contra él.