Read El joven samurai: El camino de la espada Online
Authors: Chris Bradford
—¡NINJA! —sonó un grito.
Ojo de Dragón miró hacia el pasadizo principal y vio una vanguardia de samuráis del castillo acercándose. Desentendiéndose del
sensei
Kano, dejó atrás el muro del callejón con un poderoso salto hasta el techo. Tras echar una última mirada a Jack, escupió:
—No habrá próxima vez,
gaijin.
¡Para ti, al menos!
Un momento más tarde se marchó, una sombra en la noche.
El
sensei
Kano se acercó cojeando al lugar donde Jack yacía derrumbado contra la pared.
—¿Qué te ha hecho ese ninja?
Jack apenas podía respirar ahora. El mundo era oscuro y lejano, la cara del
sensei
Kano parecía hallarse en el otro extremo de un largo túnel sin luz. Su corazón seguía latiendo con fuerza, pero su ritmo se había reducido a medida que se había ido acumulando la presión. Le pareció que todo su pecho estaba a punto de explotar.
—Caricia de… la Muerte —consiguió jadear Jack.
—
¡Dim Mak!
—susurró un horrorizado
sensei
Kano.
Inmediatamente, el gran
sensei
pasó las manos sobre el cuerpo de Jack. Tras encontrar lo que estaba buscando, tiró de Jack hacia delante y, con cinco rápidos golpes con las yemas de los dedos, golpeó al muchacho en los puntos clave de su espalda y su pecho.
Como un nuevo amanecer de primavera, el cuerpo de Jack cobró vida.
Inspiró profundamente mientras sus pulmones se ensanchaban. La presión de su pecho desapareció como si se hubieran abierto las puertas de una gran presa, y su sangre fluyó por su cuerpo en una riada llena de vida. Su visión regresó y ahora pudo ver el rostro barbudo y manchado de sangre del
sensei
Kano, que buscaba con los dedos el pulso en el cuello de Jack.
—Estoy bien, puedes dejarlo ya —dijo Jack, agotado, mientras su
sensei
empezaba a masajearle el pecho.
—No puedo. He de asegurarme de que tu
ki
fluye libremente.
—¿Pero cómo sabes lo que hay que hacer?
—Aprendí el arte negro llamado
Dim Mak
del mismo guerrero chino ciego que me enseñó el
chi sao
—explicó el
sensei
en voz baja.
Empezó a trabajar en los miembros de Jack.
—
Dim Mak
es la fuente de la técnica ninja de la Caricia de la Muerte. Considéralo el reverso de la moneda de la acupuntura. Mientras la acupuntura cura usando puntos de presión y centros nerviosos, el
Dim Mak
destruye. Tienes muchísima suerte de haber sobrevivido, joven samurái.
Cogió con cuidado al debilitado Jack en sus enormes brazos, como si fuera un cachorrillo de oso.
Antes de regresar al templo, el gran samurái dedicó un instante a sacar el clavo de metal ensangrentado que le había perforado el pie.
—Probablemente estará envenenado —murmuró, inspeccionando el
tetsu-bishi
—. Tendré que guardar esto para el antídoto.
Tadashi corrió hacia Jack. Pálido y sudoroso, con los ojos como platos, farfulló algo incomprensible antes de desmayarse a los pies del muchacho.
Jack miró al traidor inconsciente. Sentía poca simpatía por su antiguo compañero de entrenamientos y falso amigo: había hecho trampas dos veces durante el Círculo de Tres. Se merecía su destino.
Dos monjes llegaron corriendo y pusieron a Tadashi en pie. Uno le echó agua encima para reanimarlo. El muchacho escupió, abrió los ojos, le gritó a algo invisible y volvió a desmayarse.
Unos susurros febriles estallaron por toda la escuela mientras se preguntaban qué había causado tanta sorpresa y terror en Tadashi durante su desafío del Espíritu.
—¿Qué demonios hay ahí arriba? —le preguntó Kazuki al Sumo Sacerdote, señalando el irregular pico de la montaña más alta de la cordillera Iga.
El tercer pico se alzaba sobre la pequeña llanura donde se encontraban ahora los aspirantes finales al Círculo de Tres, protegidos por un anillo de soldados del castillo del Fénix Blanco por si se producía otro ataque ninja.
—No te preguntes qué hay en la cima de la montaña, pregúntate qué hay al otro lado —respondió de manera críptica el sacerdote. Entonces señaló a Jack—. Tú eres el siguiente.
Jack dio un paso adelante, pero Akiko lo retuvo, colocando una mano en su brazo.
—¿Estás seguro de que deberías hacer esto?
—He llegado demasiado lejos para volverme atrás ahora —respondió. Pero la fatiga física y mental de Jack era obvia en la pesada ronquera de su voz y en el brillo acuoso de sus ojos.
—Pero estuviste a punto de morir anoche —suplicó ella, apretándole amablemente el brazo.
Jack, reconfortado por la preocupación de Akiko, respondió:
—El
sensei
Kano dice que no tendré problemas. Además, podré descansar todo lo que quiera después de este desafío final.
—Si lo logras. Ya has visto cómo ha quedado Tadashi. Haya lo que haya ahí arriba, no es para los pusilánimes. No eres invencible, Jack, por mucho que desees serlo.
—Puedo hacerlo —afirmó Jack, tanto por su propia tranquilidad como por la de Akiko.
Ella le soltó el brazo e inclinó la cabeza para ocultar sus temores.
— Ten cuidado, Jack. No pierdas la vida en la prisa por vivir.
A Jack sólo le habían dado una túnica blanca nueva para escalar hasta la cima de la montaña. Había preguntado si podía llevar sus espadas o al menos un poco de agua para el desafío del Espíritu, pero el Sumo Sacerdote le respondió:
—Todo lo que necesitas lo llevas ya contigo.
Mientras se encaminaba por el sendero que serpenteaba hasta la cima, fue aplaudido por sus compañeros de estudios, y todos le desearon suerte para este último reto de retos. Vio a Yamato, Kiku y Saburo gritándole ánimos y, tras ellos, a Emi y sus amigas saludando entusiásticamente.
Pasó entonces ante la fila de
senseis
y los saludó uno a uno, mostrando sus respetos. El
sensei
Kano no se encontraba entre los maestros. Se estaba recuperando en el templo bajo la supervisión del monje especializado en medicinas. El maestro de
bo
no se había equivocado al suponer que el clavo estaba envenenado. Cuando limpiaron y vendaron su herida, bebió un antídoto maloliente que el monje había producido. Como resultado, había estado enfermo toda la noche. Riendo mientras vomitaba por cuarta vez en un cubo cercano, el maestro de
bo
le aseguró a Jack que todo esto formaba parte del proceso de purgación.
El último en la fila era el
sensei
Yamada. El maestro zen dio un paso adelante y le entregó a Jack el origami de una grulla.
—De parte de Yori —explicó con una alegre sonrisa—. Quería que lo llevaras para que te dé suerte. También quería que supieras que se siente mucho mejor y que regresará a Kioto con nosotros mañana.
—Es una magnífica noticia —respondió Jack, aceptando el ave de papel—. ¿Algún consejo final,
sensei?
—Sigue el camino y no te perderás.
—¿Nada más? —dijo Jack, sorprendido por la sencilla naturaleza de la respuesta del maestro zen.
— A veces es todo lo que hace falta.
El camino era pedregoso y difícil, y subía serpenteando en zigzag por la falda de la montaña. Una roca cedió bajo el pie de Jack y una pequeña avalancha de polvo y piedra cayó por la empinada cuesta.
Se detuvo a tomar un necesario descanso y se sentó al borde del camino. La tormenta de la noche anterior había pasado y un caluroso sol de primavera calentaba ahora sus helados huesos.
Sobre él, un halcón surcaba el claro cielo azul y Jack recordó la lectura que el
sensei
Yamada había hecho de su sueño. El ave representaba la fuerza y la rapidez de pensamiento. Sin duda, esto era un buen signo.
Al contemplar el ancho valle, Jack pudo ver a la escuela observándolo desde la llanura. Aquí arriba todo era tranquilo y pacífico, el aire fresco y puro. La vida ganaba una nueva perspectiva desde esta altura, pensó. Lo grande se hacía pequeño, sus preocupaciones desaparecían en la distancia y el horizonte prometía nuevos comienzos.
Cuando el
sensei
Kano regresó con él al templo después del ataque ninja, Jack se sintió aliviado al ver que Akiko ya estaba allí, sana y salva, junto con Yamato, Saburo y todos los demás, incluso Kazuki.
Tanto él como el
sensei
fueron conducidos rápidamente al monje de las medicinas del templo para que los examinara. Mientras el
sensei
Kano vomitaba como resultado de la poción purgante, a Jack le administraron un sedante para reducir el dolor y ayudarle a dormir. Mientras lo hacía, Jack oyó a Masamoto discutir el ataque con el comandante en jefe del castillo del Fénix Blanco. El comandante consideraba que era un ataque del clan ninja local. Jack murmuró adormilado el nombre de Ojo de Dragón y el comandante asintió, como si ya lo supiera. Le confirmó a Masamoto que los ataques del clan de Dokugan Ryu se producían a menudo cuando había dignatarios de visita como el propio Masamoto.
Por la mañana, Jack descubrió que se había tomado la decisión unánime de continuar con el Círculo de Tres. Masamoto había anunciado que ningún clan ninja impediría que la
Niten Ichi Ryu
completara una antigua tradición samurái. Bajo guardia armada, Jack y los tres competidores restantes fueron conducidos al punto de inicio del tercer y último desafío.
Jack miró el irregular pico que se alzaba al cielo como una flecha. En algún lugar allá arriba se encontraba el desafío del Espíritu.
¿Qué había aterrorizado tanto a Tadashi para que regresara hecho un tembloroso guiñapo? Jack no podía creer que el desafío fuera peor que sentir cómo el corazón había estado a punto de reventarle dentro del pecho con la Caricia de la Muerte.
Milagrosamente, había sobrevivido.
Por los pelos.
Todavía le dolía la cabeza y sentía el cuerpo como si le hubieran dado una paliza con varas de hierro. El corazón le latía dolorido, pero advirtió que tendría que sentirse agradecido por que siguiera latiendo.
Al mirar en dirección a Kioto, Jack se preguntó si Ojo de Dragón iba ya camino del castillo Nijo para robar el cuaderno de bitácora. Advirtió que tendría que decírselo a Masamoto, pero entonces recordó que el ninja creía que estaba muerto. Ojo de Dragón no tendría prisa en recuperar lo que siempre estaría allí. Lentamente, a Jack se le ocurrió que podría regresar a Kioto antes de que Ojo de Dragón decidiera actuar, y que aún podría salvar el cuaderno de bitácora.
Reforzado por esta perspectiva, Jack empezó a escalar de nuevo el pico, con una nueva esperanza en el corazón.
Ante la entrada de la cueva, Jack vaciló.
Unas cuantas banderas de oración ondeaban con la brisa de la montaña, pero por lo demás la cima estaba desolada y yerma. No cabía duda alguna de que el camino conducía a los oscuros rincones de la montaña, pero Jack se sentía reacio a entrar. El agujero negro en la cara de la roca era tan seductor como la boca de una serpiente.
Sin embargo, había llegado hasta aquí. No tenía sentido darse la vuelta ahora.
Jack dio un paso hacia el interior. En cuanto cruzó la línea que separa la luz y la sombra, el calor del sol desapareció y fue sustituido por un frío húmedo.
Permitió que sus ojos se adaptaran a la oscuridad y vio que la cueva era un áspero túnel cavado en el corazón de la montaña. La entrada se perdía en la oscuridad total. Tras echar una última ojeada al pequeño círculo de luz que indicaba la salida, Jack dobló la esquina y entró en lo desconocido.
Durante varios instantes no vio absolutamente nada. Ni siquiera su propia mano delante de su cara. Combatiendo la urgencia de escapar, se internó lentamente en la oscuridad.
No tenía ni idea de hasta dónde había llegado cuando la pared que estaba usando como guía desapareció de repente. A través de una gran grieta en la roca, Jack atisbó un feroz brillo rojo. Temblando, entró en una pequeña caverna.
Dejó escapar un grito sobresaltado ante lo que vio.
La gigantesca sombra distorsionada de un ogro se alzó sobre él. Tenía un enorme garrote en la mano.
—Bienvenido, joven samurái —dijo una voz suave.
Jack se dio media vuelta y encontró un monje de túnica azafrán y cabeza calva y redonda, cuello flaco y una sonrisa infantil que alimentaba una hoguera con una rama.
En las llamas había una olla que hervía feliz.
—Estaba preparando un poco de té. ¿Te gustaría probarlo?
Jack no respondió. Todavía estaba conmocionado por la aparición de este hombrecito diminuto cuya sombra parecía tener una grotesca vida propia.
—Es el mejor
sencha
que se encuentra en Japón —insistió el monje, indicándole que se sentara con un gesto.
—¿Quién eres? —preguntó Jack, ocupando con cautela su sitio al otro lado del rugiente fuego.
—¿Quién soy? Una muy buena pregunta que requiere de toda una vida para ser contestada —replicó el monje, echando hojas de té a la olla hirviente—. Puedo decirte lo que soy. Soy Yamabushi.
Jack miró al anciano sin reaccionar.
—Literalmente, significa «el que se esconde en las montañas» —explicó el monje, atendiendo el fuego—, pero los aldeanos me llaman el Monje de la Montaña. Vienen aquí de vez en cuando en busca de cura espiritual y adivinación.
Retiró la olla del fuego y sirvió una bebida verde en una sencilla taza marrón. Le ofreció a Jack el humeante
sencha.
Aunque no le gustaba el té verde, Jack aceptó la infusión por cortesía. Tomó un sorbo. Sabía amargo. Desde luego, no era el mejor
sencha
que Jack había probado en su vida. Sin embargo, sonrió amablemente y tomó otro sorbo para terminarlo rápidamente. Al contemplar la caverna, advirtió que estaba vacía a excepción de un pequeño altar en la roca, rodeado de velas encendidas e incienso.
—¿Eres el desafío del Espíritu? —preguntó Jack.
—¿Yo? Por supuesto que no —rió el monje, y su risa resonó en las paredes de la caverna con extraños ecos burlones—. Lo eres tú.
La taza que Jack tenía en la mano se mustió y se derritió como alquitrán caliente en el suelo. Jack miró la masa pegajosa, y luego miró al Monje de la Montaña en busca de explicación.
El flaco monje sonrió serenamente como si no estuviera sucediendo nada fuera de lo común. Su túnica azafrán ahora era de un intenso color naranja y la cabeza, como un limón redondo maduro bajo el sol mediterráneo. Sus ojos chispeaban como si los hubieran rociado con polvo de estrellas y su sonrisa era tan amplia como una media luna.