Por esto… Si los técnicos hubiesen sido civiles, habría estado claro que Metzov se equivocaba. Si se hubiesen encontrado en tiempos de guerra, asolados por los enemigos, Metzov podía haber estado ejerciendo su derecho, o incluso su deber. Esto transcurría en alguna parte intermedia. Soldados que desobedecían, pero de forma pasiva. Ningún enemigo a la vista. Ni siquiera una situación que amenazara necesariamente la condición física de aquellos que vivían en la base (exceptuando las de ellos), aunque cuando virase el viento eso podía cambiar.
No estoy listo para esto, todavía no. Es demasiado pronto. ¿Qué era lo correcto?
Mi carrera
…. Un pánico claustrofóbico, como el que sentiría un hombre con la cabeza atrapada en una alcantarilla, subió por el pecho de Miles. El disruptor nervioso osciló un poco entre sus manos. Sobre el reflector parabólico podía ver a Bonn en la fila, demasiado helado para continuar discutiendo. Sus orejas comenzaban a volverse blancas, al igual que sus manos y sus pies. Un hombre cayó al suelo temblando, pero no hizo ningún movimiento para rendirse. ¿Había alguna sombra de duda en el cuello rígido de Metzov?
Por un lunático instante Miles imaginó que quitaba el seguro y le disparaba a Metzov. ¿Y entonces qué? ¿Dispararía contra los soldados? No podría acabar con todos antes de que lo acabasen a él.
Entre todos los soldados de menos de treinta aquí, yo podría ser el único que alguna vez haya matado a un enemigo, en batalla o fuera de ella
. Los soldados eran capaces de disparar por ignorancia, o por pura curiosidad. No sabían lo bastante como para no hacerlo.
Lo que hagamos en la próxima media hora permanecerá en nuestro recuerdo mientras sigamos con vida
.
Podía tratar de no hacer nada. Sólo cumplir órdenes. ¿En cuántos problemas podía meterse si no hacía más que cumplir órdenes? Cada comandante por el que pasara le había dicho que necesitaba aprender a acatar una orden.
¿Cree que entonces disfrutará embarcándose, alférez Vorkosigan… junto con su pandilla de fantasmas congelados? Al menos nunca estará solo
…
Sin soltar el disruptor nervioso. Miles retrocedió un poco. Desde allí ya no era visible para los soldados ni para Metzov. Las lágrimas le nublaron los ojos. Por el frío, sin duda. Miles se sentó en el suelo. Se quitó los guantes y las botas, Dejó caer el abrigo y la camisa. Después de colocar los pantalones y la ropa interior térmica sobre la pila, apoyó encima el disruptor nervioso con sumo cuidado. Entonces dio un paso adelante. Los bragueros de sus piernas eran como carámbanos contra sus muslos.
Odio la resistencia pasiva. La odio de verdad
.
—¿Qué diablos cree que hace, alférez? —gruñó Metzov cuando Miles pasó cojeando a su lado.
—Termino con esto, señor —respondió Miles con firmeza. Incluso ahora algunos de los temblorosos técnicos se apartaron de él, como si sus deformidades pudieran ser contagiosas. Sin embargo, Pattas no se apartó. Ni Bonn.
—Bonn ya intentó esa fanfarronada. Ahora lo está lamentando—. No funcionará con usted tampoco, Vorkosigan. —La voz de Metzov también temblaba, aunque no por el frío.
Debió haber dicho «alférez»
. ¿Qué había en su nombre? Miles pudo ver el murmullo de desaliento que corrió entre los soldados. No, esto no había funcionado con Bonn. Posiblemente él era el único allí para quien esa clase de intervención individual podía funcionar. Dependiendo de lo lejos que hubiese llegado Metzov en su locura.
Ahora Miles habló por el bien tanto de Metzov como de los soldados.
—Existe la posibilidad… aunque remota… de que Seguridad del Servicio no investigue las muertes del teniente Bonn y sus hombres, si usted altera los informes adjudicándoselas a algún accidente. Puedo garantizarle que Seguridad Imperial investigará la mía.
Metzov esbozó una sonrisa extraña.
—Suponga que no queda nadie vivo para denunciarla. El sargento de Metzov parecía tan rígido como su superior. Miles pensó en Ahn, el ebrio Ahn, el silencioso Ahn. ¿Qué había visto él hacía mucho, cuando ocurrían cosas demenciales en Komarr? ¿Qué clase de testigo superviviente había sido? ¿Uno culpable, tal vez?
—Lo siento, señor, pero veo al menos a diez testigos detrás de esos disruptores nerviosos. —Las parábolas plateadas parecían enormes, como grandes bandejas, desde su nueva posición. El cambio de punto de vista era sorprendentemente esclarecedor. Ahora no había ambigüedad. Miles continuó—: ¿O se propone ejecutar a todo su pelotón de fusilamiento y luego suicidarse? Seguridad Imperial interrogará a cualquiera que tenga delante. No podrá silenciarme a mí. Vivo o muerto, a través de mi boca o de la suya… o de la de ellos… prestaré testimonio. —Los temblores convulsionaban el cuerpo de Miles. Era asombroso el efecto que producía una ligera brisa del este con esa temperatura. Luchó para que los temblores no afectasen su voz y el frío fuese interpretado como miedo.
—Pequeño consuelo si… si se deja morir de frío, alférez. —El sarcasmo de Metzov irritó los nervios de Miles. Ese hombre seguía pensando que gozaba de ventaja. Era un demente.
Miles sentía un extraño calor en los pies, a pesar de estar descalzo. Sus cejas se habían congelado. Estaba alcanzando rápidamente a los demás, en lo que se refería a morirse de frío, y esto se debía a que su cuerpo era más pequeño. Comenzaba a amoratarse.
La base cubierta de nieve estaba tan silenciosa… Casi podía escuchar cómo cada copo se deslizaba sobre la capa de hielo. Podía escuchar cómo vibraban los huesos de los hombres que lo rodeaban, y también la respiración temerosa de los soldados. El tiempo pasaba.
Podía amenazar a Metzov, quebrar su confianza con oscuras referencias a Komarr,
la verdad será conocida
… Podía apelar al grado y la posición de su padre. Podía… maldición, Metzov debía comprender que había ido demasiado lejos, no importaba lo loco que estuviese. Su revista disciplinaría no había funcionado y ahora quería defender su autoridad hasta la muerte.
Puede llegar a resultar muy peligroso si se siente amenazado
… Era difícil ver el miedo subyacente bajo ese sadismo, Pero tenía que estar allí, oculto… La presión no funcionaba. Metzov estaba prácticamente petrificado por la resistencia. ¿Y si probaba por otro camino?
—Pero considere las ventajas de detenerse, señor —tartamudeó Miles con tono persuasivo—. Ahora tiene la evidencia de un motín, de una conspiración. Puede arrestarnos a todos, arrojarnos a la prisión. Sería una mejor venganza porque lo obtendría todo sin perder nada. Yo perdería mi carrera, sería licenciado con deshonra, tal vez encarcelado… ¿No cree que preferiría morir? Seguridad del Servicio nos castigaría a todos en su nombre. Usted lo obtendría todo.
Sus palabras lo habían enganchado. Miles pudo ver el resplandor rojizo que desaparecía de sus ojos, la ligera flexión de ese cuello rígido. Ahora sólo tenía que soltar el cordel, contenerse para no tirar con fuerza, renovando así la furia de Metzov.
Aguarda
…
Metzov se acercó a él. Bajo la luz del reflector, su aliento helado formaba un halo alrededor de su cuerpo. Cuando habló, lo hizo en voz baja, sólo para Miles.
—La respuesta típica de un Vorkosigan. Su padre fue blando con la escoria de Komarr. Lo pagamos con nuestras vidas. Una corte marcial para el niñito del almirante… Eso podría hacer que el grandioso bribón agachase la cabeza, ¿verdad?
Miles tragó saliva helada.
Aquellos que no conocen su historia, pensó, están condenados a continuar hollándola
. Al parecer, aquellos que lo hacían eran dignos de lástima.
—Controle ese maldito derrame de fetaína —susurró con voz ronca—. Y ya lo verá.
—Están todos bajo arresto —gritó Metzov de pronto, dejando caer los hombros—. Vístanse.
Los hombres parecieron aturdidos por el alivio. Después de una última mirada desconfiada a los disruptores nerviosos se lanzaron sobre sus ropas, vistiéndose desesperadamente con las manos ateridas de frío. Pero en los ojos de Metzov, Miles había visto como todo acababa sesenta segundos antes. Le recordó la definición de su padre:
Un arma es un dispositivo para hacer que tu enemigo cambie de idea
. La mente era el primer campo de batalla y el último. Lo que había entre ambos no era más que ruido.
Al ver que Miles ocupaba el centro de la atención, Yaski había aprovechado la oportunidad para introducirse silenciosamente en el edificio administrativo y realizar varias llamadas desesperadas. Como resultado, llegaron el comandante de los soldados, el cirujano de la base y el segundo jefe de Metzov, preparados para persuadir, o tal vez sedar y confinar al comandante de la base. Pero para ese entonces Miles, Bonn y los técnicos ya estaban vestidos y marchaban, con paso tambaleante y apuntados por los disruptores nerviosos, hacia el búnker que hacía las veces de prisión.
—¿S-se supone que debo darle las gracias por esto? —le preguntó Bonn a Miles, castañeteando los dientes. Sus manos y pies estaban casi paralizados; Miles y él se apoyaban el uno en el otro, avanzando Juntos por el camino.
—¿Obtuvimos lo que queríamos, eh? Va a eliminar la fetaína antes de que el viento cambie por la mañana. Nadie morirá. A nadie se le congelarán los testículos. Hemos vencido. Creo. —Miles emitió una risita extraña con los labios endurecidos.
—Nunca pensé —murmuró Bonn— que llegaría a conocer a alguien más loco que Metzov.
—Yo no hice nada que usted no hiciera —protestó Miles—. Salvo que logré que funcionara. Más o menos. De todos modos, las cosas se verán diferentes por la mañana.
—Sí. Peor —predijo Bonn tristemente.
Miles despertó de un sueño intranquilo al escuchar que se abría la puerta de su celda. Estaban trayendo a Bonn de vuelta. Miles se frotó el rostro barbudo.
—¿Qué hora es, teniente?
—Está amaneciendo. —Bonn se veía tan pálido, desaliñado y abatido como él mismo se sentía.
Bajó de su catre con un gruñido de dolor.
—¿Qué está ocurriendo?
—Seguridad del Servicio anda por todas partes. Enviaron a un capitán del continente. Metzov le ha estado calentando la cabeza, creo. Hasta el momento sólo se han prestado testimonios.
—¿Ya se han ocupado de la fetaína?
—Sí. —Bonn esbozó una sonrisa amarga—. Acaban de llevarme a verificar y firmar el cumplimiento del trabajo. El búnker se convirtió en un lindo horno.
—Alférez Vorkosigan, solicitan su presencia —dijo el guardia de seguridad que había traído a Bonn—. Venga conmigo.
Miles se puso de pie con dificultad y cojeó hasta la puerta de la celda.
—Lo veré luego, teniente.
—De acuerdo. Si en el camino encuentra a alguien con un desayuno, ¿por qué no utiliza su influencia política y lo envía hacia aquí, eh?
Miles sonrió con tristeza.
—Lo intentaré.
Miles siguió al guardia a través del corto corredor. No podía decirse que la prisión de la Base Lazkowski fuese una cárcel de alta seguridad. En realidad no era más que un búnker con habitaciones que se cerraban desde el exterior y no tenían ventanas. El clima solía ser mejor guardián que cualquier reja, por no mencionar los 500 kilómetros de agua helada que rodeaban la isla.
La oficina de seguridad de la base estaba muy atareada aquella mañana. Junto a la puerta aguardaban dos extraños con el rostro sombrío, un teniente y un fornido sargento con la insignia de Seguridad Imperial en el uniforme. Seguridad
Imperial
, no Seguridad del Servicio. Los mismos que habían custodiado a su familia y toda la vida política de su padre. Miles los observó encantado.
El secretario de seguridad de la base parecía muy atareado, con la consola de su escritorio encendida y parpadeante,
—Alférez Vorkosigan, necesito la impresión de su palma en esto.
—Muy bien, ¿qué estoy firmando?
—Sólo las órdenes de traslado, señor.
—¿Qué? Ah… —Miles se detuvo con la mano levantada en su guante plástico—. ¿Cuál?
—La que corresponde, señor.
Con dificultad, Miles se quitó el guante derecho. Su mano estaba brillante por el gel medicinal que se suponía le estaba curando la congelación. Se la veía hinchada, enrojecida y deformada, pero el remedio debía de estar funcionando. Ya podía mover todos los dedos. Necesitó tres intentos, presionando sobre la plancha de identificación, antes de que el ordenador lo reconociera.
—Ahora la suya, señor. —El secretario señaló al teniente de Seguridad Imperial. El hombre apoyó la mano sobre la plancha y el ordenador emitió una señal de aprobación. El teniente retiró su mano y observó con desconfianza el brillo pegajoso. Entonces miró a su alrededor buscando una toalla, pero, al no encontrarla, se limpió con disimulo en el pantalón, Justo detrás de la pistola cargada con sedante—. El secretario frotó la plancha con la manga de su camisa y tocó su intercomunicador.
—Me alegro de verlos, amigos —le dijo Miles al oficial de Seguridad Imperial—. Lamento que no hayan estado aquí anoche. El teniente no le devolvió la sonrisa.
—Sólo soy un correo, alférez. No tengo autorización para discutir su caso.
El general Metzov apareció en la puerta de la oficina con un fajo de hojas plásticas en la mano. A su lado venía un capitán de Seguridad del Servicio, quien saludó al teniente con un cauteloso movimiento de cabeza.
El general casi sonreía.
—Buenos días, alférez Vorkosigan. —La presencia del hombre de Seguridad Imperial no pareció perturbarlo—, Al parecer, había un aspecto de este caso que no había considerado. Cuando un Vor se complica en un motín militar, automáticamente es acusado de alta traición.
—¿Qué? —Miles tragó saliva para recuperar la voz—. Teniente, yo no estoy siendo arrestado por Seguridad
Imperial
, ¿verdad?
El teniente extrajo un par de esposas y procedió a maniatarlo al robusto sargento.
Overholt
era el nombre escrito en la placa del hombre, y no tenía más que alzar el brazo para que Miles quedara colgando como un gatito.
—Está siendo detenido mientras se efectúa la investigación correspondiente —dijo el teniente con formalidad.
—¿Cuánto tiempo?
—Indefinidamente.
El teniente se dirigió hacia la puerta. El sargento hizo lo mismo y Miles no tuvo más remedio que seguirlo.
—¿Adónde? —preguntó Miles con desesperación.
—Cuartel General de Seguridad Imperial.