El juego de los Vor (37 page)

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Authors: Lois McMaster Bujold

Tags: #Novela, Ciencia ficción

BOOK: El juego de los Vor
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Tendrás que instruirme en las capacidades de la flota y luego colaborar para ponernos en marcha. Y yo debo ponerte al tanto de lo que realmente está ocurriendo. Aparte de Elena, eres el único a quien puedo confiar la parte secreta de esto.

Con dificultad, Miles lo persuadió para que se sentase. Entonces le narró una versión resumida de sus aventuras en el Centro Hegen, omitiendo sólo el interno de suicidio de Gregor; ésa era una vergüenza secreta del Emperador. A Miles no le sorprendió del todo descubrir que Elena no le había hablado sobre su breve e ignominiosa visita anterior; Baz pareció pensar que el hecho del que el Emperador se hubiese presentado de incógnito era razón suficiente para justificar su silencio. Para cuando Miles terminó, la culpa de Baz había sido completamente desplazada por su alarma.

—Si el Emperador fuera asesinado, si no regresara, la confusión se prolongaría durante años allá en casa —dijo Baz—. Tal vez debiera dejar que Cavilo lo rescatase, en lugar de arriesgarse…

—Hasta cierto punto, es precisamente lo que pienso hacer —dijo Miles—. Si tan sólo supiera lo que Gregor
piensa
. —Se detuvo—. Si perdemos las dos cosas, a Gregor y la batalla del agujero de gusano, los cetagandanos llegarán a nuestro umbral en el momento de máximo desorden interno. Ellos siempre han querido apoderarse de Komarr, y sería una tentación tan grande que una segunda invasión cetagandana podría sorprenderlos tanto a ellos como a nosotros. Es posible que prefieran los planes más elaborados, pero no podrán dejar pasar una oportunidad tan atractiva.

Impulsados por esta imagen, comenzaron a hablar de las cuestiones técnicas, y casi habían terminado cuando la oficial de comunicaciones llamó a Miles a través de la consola.

—¿Almirante Naismith? —La oficial observó el rostro de Miles con interés y entonces continuó—: Fuera de la nave hay un hombre que quiere verlo. Asegura tener información importante.

Miles tuvo la imagen de un asesino.

—¿Cuál es su identificación?

—Pidió que le dijera que su nombre es Ungari. No ha dicho nada más.

Miles contuvo el aliento. ¡La caballería al fin! O una maniobra muy astuta para lograr la entrada.

—¿Podría verlo sin que él sepa que está siendo observado?

—Sí señor. —La oficial de comunicaciones desapareció y, en su lugar, en la pantalla aparecieron un par de hombres vestidos con overoles de técnicos aslundeños. Miles se sintió invadido por el alivio. El capitán Ungari. Y el bendito sargento Overholt.

—Gracias, oficial. Que una patrulla acompañe a los hombres hasta mi cabina. —Alzó la vista hacia Baz—. En unos… diez minutos… —Interrumpió la comunicación y le explicó lo que ocurría—. Es mi jefe de Seguridad Imperial. ¡Gracias a Dios! Pero… no estoy seguro de poder explicarle las circunstancias particulares de tu deserción. Por supuesto que él pertenece a Seguridad Imperial y no a Seguridad del Servicio, y no creo que en este momento tu vieja orden de arresto sea una de sus principales preocupaciones, pero las cosas podrían resultar más… simples si tú lo evitaras, ¿de acuerdo?

—Mm. —Baz hizo una mueca—. Creo que tengo asuntos que atender.

—Sin duda. —
Baz
… Por un momento ansió decirle que tomase a Elena y se fuese de allí, que se alejase del inminente peligro—. Las cosas se tornarán muy complicadas dentro de poco.

—Con Miles el Loco al mando, ¿cómo podría ser de otro modo? —Baz sonrió y se dirigió hacia la puerta.

—No estoy tan loco como Tung… ¡Por Dios!, nadie me llama de ese modo, ¿verdad?

—Ah, es una antigua broma. Sólo entre algunos de los viejos Dendarii. —Baz aceleró el paso.

Y quedan muy pocos de los viejos Dendarii
. Por desgracia, ésa no era una broma graciosa. La puerta se cerró con un susurro detrás del ingeniero.

Ungari. Ungari. Finalmente alguien que se hiciese cargo.

Si tan sólo tuviese a Gregor conmigo, habría terminado con esto. Pero al menos podré averiguar a qué se han dedicado los Nuestros todo este tiempo
. Exhausto, apoyó la cabeza sobre los brazos y sonrió. Ayuda. Al fin.

El sueño comenzaba a nublar su cerebro; Miles se obligó a despertar cuando el timbre de la cabina volvió a sonar. Se frotó el rostro para despejarlo y apretó el botón que abría la puerta.

—Adelante. —Miró la hora; sólo había perdido cuatro minutos por el tobogán de la conciencia. Definitivamente, era hora de tomarse un descanso.

Chodak y dos guardias Dendarii acompañaban a Ungari y al sargento Overholt. Los dos estaban vestidos con los overoles pardos de los supervisores aslundeños, y sin duda poseían pases y documentos que coincidían con ellos. Miles les sonrió con alegría.

—Sargento Chodak, usted y su hombre aguarden fuera. —Chodak pareció muy decepcionado ante la exclusión—. Y si la comandante Elena Bothari-Jesek ha concluido con sus tareas, pídale que se reúna con nosotros. Gracias.

Ungari aguardó con impaciencia hasta que la puerta se hubo cerrado. Entonces avanzó. Miles se levantó para hacerle la venia.

—Me alegro de verle…

Para su sorpresa, Ungari no le devolvió el saludo; en lugar de ello, cerró las manos sobre su chaqueta y lo alzó hacia arriba. Miles percibió que sólo mediante un gran esfuerzo se había reprimido para cogerlo por las solapas y no por el cuello.

—¡Vorkosigan, es usted un idiota! ¿Qué clase de juego es éste?

—Encontré a Gregor, señor. Y… —
No digas que lo
perdiste—. Estoy preparando una expedición para rescatarlo. Me alegro tanto de que se haya puesto en contacto conmigo. Una hora más y habría perdido el barco. Si unimos nuestra información y nuestros recursos…

Ungari no lo soltaba, y la expresión de su rostro no se relajaba.

—Sabemos que encontró al Emperador. Les seguimos el rastro desde Detenciones del Consorcio. Luego ambos desaparecieron por completo.

—¿No le preguntó a Elena? Pensé que lo haría… Mire, señor, siéntese, por favor. —
Y déjeme bajar, maldita sea
. Ungari no parecía notar que los pies de Miles no tocaban el suelo—. Cuénteme cómo ve todo esto. Es muy importante.

Con la respiración agitada, Ungari lo soltó y se sentó en el sillón indicado, o al menos en el borde del mismo. Ante una señal de su mano, Overholt se colocó a su lado en posición de descanso. Miles observó a Overholt con cierto alivio. La última vez que lo viera estaba tendido boca abajo e inconsciente en la plaza de la Estación del Consorcio. El sargento parecía completamente recuperado, aunque se le veía muy cansado y tenso.

—Cuando finalmente despertó —dijo Ungari—, el sargento Overholt lo siguió hasta Detenciones del Consorcio, pero entonces usted desapareció. Él pensó que habían sido
ellos
, y ellos pensaron que había sido
él
. Después de unos cuantos sobornos, finalmente supo la historia por el hombre detenido a quien usted golpeó… un día después, cuando al fin el sujeto estuvo en condiciones de hablar…

—Entonces, sobrevivió —dijo Miles—. Bien, Gre… estábamos preocupados por eso.

—Sí, pero al principio Overholt no reconoció al Emperador en las listas de detenidos en calidad de esclavos; el sargento no había sido informado sobre su desaparición.

Como recordando una gran injusticia, una expresión de cólera pasó por el rostro de Overholt.

—Pudimos empezar a atar cabos cuando se comunicó conmigo, y comenzamos a desandar nuestro camino tratando de encontrar algún rastro suyo. Días perdidos.

—Yo estaba seguro de que se comunicaría con Elena Bothari-Jesek, señor. Ella sabía dónde estábamos. Usted sabía que ella era mi seguidora y que me había jurado lealtad. Está en mis antecedentes.

Ungari le dirigió una mirada furiosa, pero no le ofreció ninguna explicación por su error.

—Cuando la primera oleada barrayarana llegó al Centro, al fin contamos con los refuerzos suficientes para montar una búsqueda seria…

—¡Bien! Por lo tanto, allá en casa saben que Gregor se encuentra en el Centro. Temía que Illyan estuviese derrochando todos sus recursos en Komarr o, peor aún, en Escobar.

Ungari volvió a apretar los puños.

—Vorkosigan,
¿qué ha hecho con el Emperador?

—Está a salvo, pero corre un gran peligro. —Miles recapacitó un momento sobre lo que acababa de decir—. Me refiero a que se encuentra bien por ahora, creo, pero eso puede cambiar…

—Sabemos
dónde
está. Hace tres días fue localizado por un agente entre los Guardianes de Randall.

—Debe haber sido después de que me fuera —calculó Miles—. De otro modo, me hubiese localizado a mí también. ¿Qué estamos haciendo al respecto?

—Se están reuniendo las fuerzas para el rescate; no sé cuán grande será la flota.

—¿Qué hay del permiso para atravesar Pol?

—No creo que lo esperen.

—Tenemos que ponerlos sobre aviso, ¡no irritar a Pol! Es…

—Alférez, ¡Vervain tiene al Emperador! —gruñó Ungari exasperado—. No pienso decirles a…

—Vervain no tiene al Emperador, es la comandante Cavilo quien lo mantiene cautivo —le interrumpió Miles con impaciencia—. Se trata de una intriga personal, no de un asunto político. Yo creo… en realidad estoy absolutamente seguro de que el gobierno vervanés no sabe una palabra sobre ello. Nuestras fuerzas de rescate deben cuidarse de no cometer actos hostiles hasta que se produzca la Invasión cetagandana.

—¿La
qué?

Miles vaciló y bajó la voz.

—¿Quiere decir que no sabe nada sobre la invasión cetagandana? —Se detuvo—. Bueno, el hecho de que usted no haya sido informado aún no significa que Illyan no lo haya descubierto. Aunque todavía no hayamos localizado el lugar del imperio donde se están concentrando, en cuanto Seguridad Imperial note la cantidad de naves de guerra que han desaparecido de sus bases comprenderá que se está preparando algo. A pesar de la conmoción por la desaparición de Gregor, alguien debe de estar todavía controlando esas cosas. —Ungari aún lo miraba con expresión confundida, y, por lo tanto, Miles continuó con su explicación—: Espero que una fuerza cetagandana invada el espacio local vervanés y se desplace hacia el Centro Hegen, con la connivencia de la comandante Cavilo. Muy pronto. Pienso atravesar el sistema con la flota Dendarii y luchar contra ellos en el agujero de gusano de Vervain, custodiándolo hasta que llegue la flota de rescate de Gregor. Espero que envíen algo más que un grupo de diplomáticos para negociar. De paso, ¿tiene todavía esa nota de crédito en blanco que Illyan le dio? La necesito.

—Usted, señor —comenzó Ungari cuando hubo recuperado su voz—, no irá a
ninguna parte
que no sea nuestro refugio en la Estación Aslund. Allí aguardará tranquilo, muy tranquilo, hasta que lleguen los refuerzos de Illyan y se hagan cargo de usted. Miles ignoró sus palabras.

—Debe de haber estado reuniendo datos para presentar su informe a Illyan. ¿Tiene algo que pueda servirme?

—Tengo un informe completo de la Estación Aslund, sus preparativos y fuerzas, pero…

—Yo ya dispongo de todo eso. —Miles movió los dedos con impaciencia sobre el escritorio de Oser—. Maldición. Quisiera que hubiese pasado las dos últimas semanas en la Estación Vervain.

—Vorkosigan —insistió Ungari con los dientes apretados—, se levantará ahora mismo y vendrá con nosotros. De otro modo, haré que Overholt lo lleve por la fuerza.

Overholt lo miraba con una fría prudencia, notó Miles.

—Eso podría ser un error muy grave, señor. Peor que el que cometió al no comunicarse con Elena. Si tan sólo me permite explicarle toda la situación estratégica…

Ungari ya no pudo tolerarlo más.

—Overholt —exclamó—, deténgalo.

Miles pulsó la alarma de su consola mientras el sargento se abalanzaba sobre él. Entonces lo esquivó y se ocultó tras el sillón del escritorio. La puerta de la cabina se abrió para dar paso a Chodak con sus dos guardias, seguidos por Elena. Overholt, quien perseguía a Miles alrededor del escritorio, se encontró frente a frente con el aturdidor de Chodak. El sargento cayó al suelo pesadamente. Ungari se levantó de un salto y se detuvo. Cuatro aturdidores apuntaban en su dirección. Miles sintió que estaba a punto de llorar, o de reír. Ninguna de las dos cosas le servirían de nada. Al fin logró controlar su respiración y su voz.

—Sargento Chodak, lleve a estos dos hombres al calabozo del
Triumph
. Póngalos… póngalos cerca de Metzov y de Oser.

—Sí, almirante.

Ungari guardó un valeroso silencio, como convenía a un espía capturado, y no se resistió aunque en las venas de su cuello latía la ira contenida.

Y ni siquiera puedo inyectarlo
, pensó Miles. Un agente del nivel de Ungari debía de haber sido tratado para desarrollar una reacción alérgica a la droga; en lugar de provocarle la euforia, sólo lograría su muerte como resultado. Un momento después, llegaron dos Dendarii con una camilla flotante y se llevaron al inerte Overholt.

Cuando la puerta se cerró a sus espaldas, Elena preguntó:

—Muy bien, ¿qué ha ocurrido? Miles suspiró profundamente.

—Por desgracia, ése era mi superior de Seguridad Imperial, el capitán Ungari. No estaba de humor para escuchar. Los ojos de Elena se iluminaron.

—Por Dios, Miles. Metzov, Oser, Ungari, uno tras otro… Sin duda eres muy duro con tus oficiales superiores. ¿Qué harás cuando llegue el momento de dejarlos salir a todos?

Miles sacudió la cabeza.

—No lo sé.

Menos de una hora después, la flota abandonó la Estación Aslund, manteniendo un estricto silencio en las comunicaciones. Naturalmente, los aslundeños se vieron invadidos por el pánico. Miles se sentó en el centro de comunicaciones del
Triumph
y escuchó sus frenéticas preguntas, decidido a no interferir en el curso natural de los acontecimientos, a menos que los aslundeños abrieran fuego. Hasta que volviera a tener a Gregor consigo, debía presentar el perfil correcto ante Cavilo. Ella debía pensar que estaba obteniendo lo que quería, o al menos lo que había pedido.

En realidad, el curso natural de los acontecimientos prometía a Miles mejores resultados que los que hubiese podido obtener mediante la planificación y la persuasión. A juzgar por lo que decían, los aslundeños tenían tres teorías principales: los mercenarios escapaban del Centro al recibir información sobre un ataque inminente; los mercenarios iban a reunirse con enemigos de Aslund o, en el peor de los casos, los mercenarios estaban iniciando un ataque injustificado sobre alguien, con el consiguiente contraataque, que caería sobre sus cabezas. Las fuerzas de Aslund entraron en un estado de alerta máxima. Ante la indefensión en que habían quedado por la repentina partida de sus desleales mercenarios, se pidieron refuerzos, se desplazaron naves hacia el Centro y se convocaron a los reservistas.

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