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Authors: Miquel Esteve

Tags: #Intriga, #Erótico

El juego de Sade (34 page)

BOOK: El juego de Sade
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—No se preocupe. Todo forma parte de la maldición. Alfred será el último Magrinyà y con él se acabará la desventura de nuestro linaje. Tan solo le pido al espíritu de mi abuelo que vele por nuestras cepas, para que continúen manteniendo en su silencio dulzón la esencia de lo que hemos sido.

El aire se vuelve pesado y denso, a pesar de la lozanía de los pámpanos y del paisaje. Una ráfaga invisible de tristeza recorre las viñas.

—Quizás Alfred tendrá descendencia y vendrá aquí para cultivar estos preciosos campos.

Isabel te sonríe abiertamente.

—Alfred no está hecho para la paternidad. Además, está marcado a fuego, como yo, como todos los que hemos sufrido abusos siendo niños.

¡Es curioso, Jericó! Ivanka te dijo lo mismo, pero con otras palabras.

—¿Le queda mucho a Paula? —le preguntas con el corazón compungido.

—No cuento con ello. Empeora día a día. De hecho, los oncólogos le pronosticaron dos meses de vida y ya casi los ha cumplido.

—Ya sé que no viene a cuento —le apuntas con un deje de timidez—, pero vivo un matrimonio frustrado y siempre he visto a Paula como un modelo de esposa.

—No me extraña. Lleva la belleza de las viñas en el corazón y en el cuerpo.

Os habéis quedado un rato en silencio contemplando el mar de pámpanos hasta que ella se levanta y te comenta que quiere ver a Paula, por si necesita algo.

Estabas a gusto escuchando el silencio de las viñas, te sentías cómodo, pero ha llegado la hora de partir.

Volvéis a la casa y os encontráis a los dos pastores alemanes custodiando la entrada. Se muestran recelosos contigo, pero menos que a la llegada. Isabel te explica que ella es la responsable de los nombres,
Tom
y
Huck
, en honor a los personajes de Mark Twain, su escritor favorito.

Un vaho invisible sale de esa gran boca que es el portón. Entráis y os encamináis hacia la inmensa sala. Paula está sentada, con la cabeza echada hacia atrás y los ojos fijos en la grieta que atraviesa el techo. Os acercáis por detrás.

—¿Necesitas algo? ¿Estás bien? —le pregunta Isabel, poniéndole la mano en la frente y acariciándole el cabello hacia atrás.

—No necesito nada, Isabel, gracias. ¿Se ha marchado Jericó?

—No, Paula, estoy aquí —le respondes, situándote delante de ella.

—¿Ya has encontrado lo que buscabas?

—Incluso más, Paula. Me vuelvo a Barcelona con la placidez del silencio dulzón de las viñas.

Te sonríe levemente.

—Buen viaje, Jericó, nos vemos al otro lado de la vida.

—Hasta pronto, Paula, que te mejores —te despides, estrechándole una mano seca y fría.

Isabel ejerce de anfitriona y te acompaña. Antes de salir de la sala, no puedes evitar responder a la mirada del viejo Magrinyà del retrato observándolo con oprobio, y también a la grieta que amenaza el techo.

Isabel espera a que subas al coche. Ha sido parca en palabras y gestos de despedida. Te mira desde el emparrado mientras te vas alejando.

 

Cruzando las viñas por el camino serpenteante, notas la frialdad de la mirada del viejo que aún te acompaña hasta que entras por el camino angosto flanqueado por márgenes de piedra seca. Cuando por fin llegas al cruce con la carretera secundaria, frenas y respiras hondo. ¡No me vengas con lamentos, Jericó! Ya habías presagiado que, al volver de este camino, ya nada sería como antes.

Te has pasado el viaje meditando cómo debes actuar ahora que sabes con quién estas jugando realmente al juego de Sade. Por primera vez experimentas una cierta sensación de peligro, de miedo por tu integridad física. La historia de los Magrinyà, el descubrimiento de una tiniebla impensable, casi te ha robado la alegría de detectar que el primer paso para cambiar tu vida se ha iniciado y que estás muy cerca de deshacerte de tus pasivos gracias al grupo Krause y, cómo no, de la fantástica gestión de Jaume Niubó, el liquidador de empresas con más prestigio del país.

Mides la posibilidad de desembarazarte de todo lo que te ata al juego, de enviarlo al garete, pero… ¿has avanzado tanto para negarte ahora el placer de desentrañar totalmente esta historia?

La tarde cae detrás de los cedros del Líbano del jardín de tu casa. No has comido casi nada en todo el día, únicamente un sándwich vegetal en una gasolinera donde has repostado a la vuelta. Y lo cierto es que no tienes apetito. Conservas en la memoria la atmósfera siniestra y pegajosa de la casa de los Magrinyà, pero al mismo tiempo te reconforta el recuerdo del silencio dulzón de sus viñas.

No has coincidido con nadie en el ascensor ni en la escalera. Los domingos suelen ser tranquilos.

Te llaman a la Black cuando estás delante mismo de la puerta del ático con el manojo de llaves en las manos.

—¿Sí?

—Buenas noches, Jericó. Estoy en el Dry Martini, ¿oyes el bullicio de fondo?

Es Gabo.

—Buenas noches, ¿qué quieres?

—Invitarte a una de las creaciones de Javier de las Muelas, como en los viejos tiempos. Si te apetece, claro.

—Te lo agradezco, Gabo, pero he estado todo el día fuera de Barcelona y acabo de llegar. Estoy cansado.

—Sí, Anna ya me había dicho que habías salido de la ciudad, para respirar aire puro. Así pues, ¿no te apetece un cóctel para conmemorar los viejos tiempos?

—Hoy no, gracias, ya habrá ocasión.

—De acuerdo, no insisto. Tú te lo pierdes. ¡Un momento, espera! Aquí a mi lado hay que quiere saludarte.

—¡Hola, Jericó!

—¿Shaina?

—Soy yo, sí, ¿se puede saber dónde te habías metido? He pasado dos veces por casa y no te he encontrado.

—¿Qué estás haciendo con Gabo en el Dry Martini?

—Como no estabas, he salido a dar una vuelta esta tarde y me he encontrado con Gabriel y un grupo de amigos. Me ha invitado, ya sabes que es todo un caballero, y hemos decidido llamarte por si te apetecía venir un rato con nosotros. ¿No te animas?

—Estoy cansado, Shaina. Otro día será.

—¡De acuerdo! Ya no tardaré. Cámbiale el agua a
Marilyn
. Me he olvidado.

—Cuenta con ello.

—Hasta ahora.

—Hasta luego.

¿A qué viene que Shaina esté con Gabo en la coctelería? La imaginación se te desboca. Y, si durante todo el día no me ha encontrado, ¿por qué no me ha llamado al móvil? ¿Y por qué me llama él primero y después se pone ella? Pulsas el interruptor del recibidor y una hilera de ojos de buey te marcan el camino hacia el comedor, un dispendio de electricidad más propio de un aeropuerto que de una vivienda. Te detienes en el mueble bar y te sirves tres dedos de «Juancito el Caminante», que dejas en espera sobre la mesita auxiliar.
Marylin
yace sobre el sofá de Shaina. Te muestra indiferencia. Tú también. «¡Y no esperes que te cambie el agua, bicho asqueroso!», le dejas caer en tono burlón. Mientras tanto te has encaminado a la cocina y abres la nevera. Sacas el queso y el lomo ibérico. Cortas unos dados del primero y unas lonchas del segundo y lo sirves en un plato que te llevas al comedor. Te sientas en el sofá. Picoteas la comida y la acompañas con el whisky.

Conectas el televisor, pero no lo miras. Estás absorto en tus pensamientos. Tratas de acabar de encajarlo todo. Confirmar si Eduard es el asesino de Magda y el porqué. Ajustar el papel de Gabo y Shaina en este juego o la relación paternofilial entre Gabo y Jota…

Te das cuenta de la complejidad del rompecabezas. La escapada a Capçanes en busca de la verdad te ha confirmado la depravación de Eduard y te ha llevado a pensar que Alfred es lo que ya intuías: un pobre desgraciado. Has descubierto el alcance del juego de Sade, el efecto expansivo de la trama libertina que el aristócrata ideó en su cautiverio en la Bastilla. Había llegado hasta aquel reducto de viñas aisladas y enviscado al viejo Magrinyà, que no siguió sus dictados a pesar de ser un libertino, la maldición que acompaña la misteriosa carta…

Marilyn
está de pie y te mira, porque ha olido el aroma curado del lomo ibérico. Coges una loncha de lomo y se la muestras. La perra mueve la cola. «¿La quieres? ¿La quieres? ¡Pues, mira!» Te la tragas. Repites un par de veces más la operación.

Te complace martirizar a la fiel compañera de Shaina. Miras de reojo el sofá de la izquierda, el cojín vacío, lugar habitual de
Parker
, tu gato. Te invade una oleada de melancolía al recordarlo. Te levantas para servirte dos dedos más de «Juancito».

Al acercarte al mueble bar, tu pie tropieza con un objeto que sale rodando. Te arrodillas y lo recoges. Es un vibrador. Un vibrador de metal, plateado, como un misil, en el que se refleja la luz. Te preguntas qué coño hace un vibrador en el suelo, junto al mueble bar. No sabías que Shaina usara ninguno. Tú nunca la has visto utilizarlo. Además, ¿es que no tiene bastante con la obra de arte del dependiente de ropa?

Lo llevas hasta su sofá, donde yace
Marylin
, y lo dejas allí, bien visible. «Si lo ha extraviado, que lo encuentre fácilmente», te dices en voz baja.

¿No me dirás ahora que estás celoso de un vibrador? Ya sé que nunca te ha agradado la competencia desleal, ¡pero en estos momentos descubrir que Shaina se estimula con un vibrador es lo de menos! Venga, relájate, ya falta muy poco para que la pierdas de vista. Mañana por la mañana Niubó te explicará los detalles de la operación que te permitirán disponer de la segunda oportunidad que anhelabas. ¡Felicítate! Además, ¿has olvidado que mañana por la tarde podrás besar a Isaura, tu hija?

Te levantas con el timbre desvalido de tu despertador digital. La danza de la realidad se inicia, Jericó. Para empezar, Shaina no está en la cama; ese espacio que tú evitas, tanto si se halla presente como si no, aparece intacto. Aterrizas en la cocina, pero antes das una vuelta de inspección rápida por el ático, no vaya a ser que tu mujer se encuentre en alguna de las numerosas habitaciones. Nada.
Marilyn
sigue sobre el sofá, esperándola: última pista para confirmar que Shaina ha pasado la noche fuera. Te extraña. Es la primera vez que ni se le ocurre llamar para avisarte. ¡Extraño, Jericó! ¡Muy extraño!

Marcas su número de móvil desde el fijo de la cocina. Tarda en responderte.

—¿Sí?

¿Gabriel? ¿Qué hace Gabo con el móvil de tu esposa?

—Soy Jericó. ¿Está Shaina?

—Jericó, amigo mío, buenos días, quería llamarte. Supongo que te habrás inquietado, pero no te preocupes, Shaina está bien. Probamos algunos de los nuevos cócteles de Javier de las Muelas y ya sabes que ella no suele beber… Se achispó, vaya. Para ahorrar molestias, le he alquilado una habitación en mi hotel. Ahora estará durmiendo. No sufras, se encuentra en buenas manos…

¡Será cínico! ¿De qué va? Nunca te fiarías de un tipo como él en asuntos de faldas. Pero ¿te incomoda realmente, Jericó? ¿Qué más te da a ti que las ásperas manos de Gabo la hayan acariciado? ¿No has decidido ya darle puerta?

—¿No estarás pensando mal? Para mí Shaina siempre ha sido como una hija malcriada —te declara con un tono excitado—. No olvides que yo te la presenté. Yo soy la Celestina de vuestra relación.

Coges aire y cuentas hasta tres. A continuación, explotas:

—No, si me siento mucho más tranquilo sabiendo que está contigo. Al menos tú le pagarás la habitación, el desayuno y lo que sea, y no como ese pelagatos que se la tira. Si le has alquilado una habitación para ella sola, ¿cómo es que me hablas desde su móvil? No te esfuerces por fingir conmigo, Gabo, no te inventes nada, no te mates buscando excusas… Shaina la mama de coña, pero eso ya lo sabes desde la noche del Donatien.

¡Eres un bocazas presuntuoso, Jericó. Deberías ser más prudente! Me da la impresión que el juego te está sobrepasando, ¿no?

—Has cambiado, Jericó, has cambiado mucho —te recalca Gabriel—. El Jericó que conocí nunca habría aceptado una afrenta así.

—¿Afrenta? Solo afrenta quien puede, tú mismo me lo explicaste en aquel viaje a Roma. Y también que: «Un sabio puede llegar a sentarse en un hormiguero, pero tan solo un necio es capaz de quedarse en él.»

Lo has disgustado. Gabriel es un exhibicionista que se complace en provocar con sus actos, igual que el marqués de Sade. Atizan el fuego de la provocación y eso los llena, se alimentan del espanto o la consternación que causa su exhibicionismo. Los mejores antídotos contra esta gente son la apatía, la indiferencia y el desinterés.

—Bien —le expones con serenidad—, te dejo, tengo una mañana muy ocupada.

—¡Espera, Jericó! ¿Quieres que comamos juntos?

—Tengo una reunión y no sé cuándo acabaré.

—No importa, no tengo nada que hacer, esperaré tu llamada.

Dudas. No te apetece verlo.

—Sobre la marcha. Si no te he llamado antes de las doce y media, ve almorzando tú.

—De acuerdo.

Cuelgas. ¿No le has dado recuerdos para Shaina? «Déjame en paz y no te hagas el gracioso. No sabes las ganas que tengo de borrar todos estos nombres de mi vida: Gabo, Shaina, Eduard…» Lo sé. Lo comprendo. Extenderás las alas y volarás. Lejos, muy lejos. Hasta algún lugar donde puedas experimentar algo similar al silencio dulzón de las viñas. Pero para poder volar con garantías, Jericó, sé prudente el tiempo que te queda con Shaina. No abras la caja de Pandora, no lo estropees todo ahora que la providencia te ha escuchado y parece decidida a otorgarte una segunda oportunidad. Si Shaina se entera por Gabo de que estás al corriente de su infidelidad y no lo has demostrado durante este tiempo, puede recelar. Y ahora, Jericó, más que nunca, te interesa no despertar ninguna clase de sospecha.

 

La rutina matinal de café, tostada con mantequilla y mermelada, ducha, albornoz, radio, vestidor…, con una única novedad: para acudir a la reunión con Niubó has escogido tu corbata preferida, la corbata de seda que te regaló tu madre poco antes de morir. Es estrecha y anticuada por lo que hace al estampado, pero siempre has sentido por ella un cariño especial.

Mientras te haces el nudo delante del espejo, piensas en tu madre y un calor benigno te recorre el cuerpo, como cuando piensas en Isaura, tu hija. Es la llamada muda de la sangre, Jericó. Es inevitable…

Listo para salir de casa, pasas por delante de
Marilyn
, que sigue echada en el sofá con aire de tristeza. Te detienes, la miras y le dedicas unas palabras:

—La echas de menos, ¿no? ¡Pues te jodes! A tu mamá le gustan mucho las pollas, y claro… ¡Adiós!»

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