El legado de la Espada Arcana (3 page)

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Authors: Margaret Weis & Tracy Hickman

Tags: #Fantástico

BOOK: El legado de la Espada Arcana
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—Pensaba que habíais podido oír que me había convertido en uno de los
Duuk-tsarith
. El príncipe Garald lo sabía. —Mosiah parecía sorprendido.

—El príncipe y yo apenas hablamos —se excusó el catalista—. Consideró que era lo mejor para mi propia seguridad, o al menos eso me dijo. Permanecer en contacto conmigo le habría perjudicado políticamente. Supe comprenderlo. Fue uno de los principales motivos por los que abandoné el campamento de adaptación.

Y ahora fue Mosiah quien contempló entristecido a Saryon, y el catalista quien se sintió atenazado por la confusión y la culpa.

—Con... consideré que era lo mejor —siguió Saryon, enrojeciendo—. Hubo algunos que me miraban... Si no me culpaban, al menos les traía recuerdos... —Su voz se apagó.

—Algunos dijeron que los abandonasteis a cambio de favores —indicó Mosiah.

No pude contenerme más, y realicé un rápido y violento gesto con la mano, para negar tan crueles palabras, porque sabía que herían a mi señor.

Mosiah me miró perplejo, no tanto sorprendido de que no hablara —pues él, como un Ejecutor, debía saber todo lo que se podía saber sobre mi persona, incluido el hecho de que yo era mudo— como de que saliera con tanta presteza en defensa de Saryon.

—Éste es Reuven —dijo Saryon, presentándome.

—Es vuestro amanuense —respondió nuestro visitante haciendo un gesto de asentimiento. Como ya he dicho, debía saberlo todo sobre mí.

—Así es como él quiere que le llame —contestó Saryon, dirigiéndome una mirada acompañada de una cálida sonrisa—. Aunque siempre me ha parecido que «hijo» sería una palabra más apropiada.

Sentí que la piel me ardía de satisfacción, pero me limité a mover la cabeza. Almin sabe que yo lo quería como a un padre, pero jamás me tomaría tal libertad.

—Es mudo —continuó Saryon, explicando mi dolencia sin ninguna turbación.

Tampoco yo me sentí avergonzado por ello. Cuando se ha padecido un problema físico toda una vida, éste deja de constituir una anormalidad. Como yo había previsto, Mosiah ya lo sabía, como puede deducirse de sus siguientes palabras:

—Reuven era un chiquillo cuando tuvo lugar la Desintegración, nombre que utiliza ahora la gente de Thimhallan para definir la destrucción de su modo de vida. Quedó huérfano, y lo que le sucedió fue tan traumático para él que se quedó sin habla. Vos lo encontrasteis muy enfermo y solo en el abandonado Manantial. Se crió en la casa del príncipe Garald, recibió su educación en el campamento de adaptación, y os fue enviado por el príncipe para que registrara la historia de la Espada Arcana. La he leído —añadió Mosiah, dirigiéndome una benévola sonrisa—. En general, es bastante exacta.

Estoy acostumbrado a recibir reconocimientos de índole muy variada con respecto a mi trabajo y, por lo tanto, no respondí. No es muy digno defender los propios esfuerzos creativos. Y también tuve en cuenta que Mosiah había sido uno de los participantes más destacados.

—En cuanto a mi abandono del campamento de adaptación —dijo Saryon, reanudando la conversación—, hice lo que en mi opinión era lo mejor para todo el mundo.

La mano que sostenía la taza de té empezó a temblar. Me levanté, me acerqué a él, y cogí su taza, depositándola sobre la mesilla de noche.

—Esta casa es muy bonita —dijo Mosiah, echando una ojeada, con cierta frialdad—. Vuestro trabajo en el campo de las matemáticas y el trabajo literario de Reuven os han concedido una vida cómoda. Nuestra gente de los campamentos de adaptación no vive tan bien...

—Podrían hacerlo si quisieran —repuso el catalista, recuperando parte de su antiguo espíritu combativo.

Conociéndole como le conozco, y puesto que sabía su historia, imaginé que ese carácter enérgico lo había empujado a buscar los libros prohibidos en la biblioteca de El Manantial. El mismo carácter que había ayudado a Joram a forjar la Espada Arcana, y que se había enfrentado a la Transformación con tanta valentía y mantenido con vida su espíritu, a pesar de que su carne había sido transformada en piedra.

—Ninguna alambrada de espinos rodea esos campamentos —siguió Saryon, hablando con creciente pasión—. Los guardas de las puertas fueron puestos allí para mantener alejados a los curiosos, no para impedir que nuestra gente saliera. Esos guardas debieran haber desaparecido hace tiempo, pero nuestra gente pidió que se quedaran. Todas las personas del campamento deberían haberse marchado para integrarse en este nuevo mundo y buscar en él su puesto.

«Pero ¿lo hacen? ¡No! Se aferran al sueño imposible de que regresarán a Thimhallan, de que regresarán allí para encontrar... ¿qué? Una tierra que está muerta y arrasada. Thimhallan no ha cambiado desde que marchamos, no importa lo mucho que lo deseemos. ¡La magia ha desaparecido! —dijo Saryon, y su voz era dulce, quejumbrosa y electrizante—. Ha desaparecido y debemos aceptarlo y seguir adelante.

—No gustamos a la gente de la Tierra —dijo Mosiah en voz baja.

—¡Yo les gusto! —replicó él tajante—. Claro que no les gustáis. Os negáis a mezclaros con los «mundanos», como los llamáis, a pesar de que muchos poseen tanta magia en sus cuerpos como vosotros en los vuestros. Aun así, rehuís su presencia, así que no es extraño que os miren con desconfianza y recelo. Este mismo orgullo y arrogancia es lo que acabó con nuestro mundo y nos llevó a esos campamentos de adaptación, ¡y es nuestro orgullo y arrogancia lo que nos mantiene allí!

Mosiah habría replicado, creo, pero no podía hacerlo sin levantar la voz para interrumpir a mi señor, quien, conversando ahora sobre su tema favorito, se encontraba como pez en el agua, una curiosa expresión que usan los nativos de este mundo.

Lo cierto era que Mosiah parecía impresionado por el discurso. Al principio no contestó, limitándose a permanecer sentado, pensativo, durante unos instantes.

—Lo que decís es cierto, Padre —admitió—. O, mejor dicho, era cierto al principio. Deberíamos haber dejado los campamentos, salido al mundo. Pero no fue orgullo lo que nos mantuvo tras esas barricadas. Fue el miedo. ¡Es un mundo tan extraño y aterrador! Es cierto que los terrícolas trajeron a sus sociólogos y psicólogos, a sus consejeros y profesores para intentar ayudarnos a «encajar». Pero me temo que hicieron más daño que bien. Cuanto más se empeñaban en mostrarnos las maravillas de este mundo, mayor horror causaban en nuestra gente.

«Orgullo, sí, también hubo parte de eso —prosiguió—. Y no inmerecido. Nuestro mundo era hermoso. Había cosas buenas en él. —Mosiah se inclinó hacia adelante, con los codos apoyados en las rodillas y la mirada clavada en Saryon—. Los terrícolas no podían creerlo, Padre. ¡Incluso los soldados que habían estado allí tenían dificultades para creer lo que habían visto con sus propios ojos! A su regreso se los ridiculizó, y de este modo empezaron a dudar de sus propios sentidos, diciendo que los habíamos drogado, que les habíamos hecho ver cosas que no existían.

»Los "ólogos" eran amables e intentaron comprender —prosiguió Mosiah, encogiéndose de hombros—, pero superaba su capacidad. ¡Era una existencia tan diferente de la suya! Cuando vieron a una joven de veinte años, en apariencia sana y normal, que se pasaba todo el día en la cama, eran incapaces de comprender lo que le sucedía. Y cuando se les dijo que permanecía en cama porque estaba acostumbrada a flotar en alas de la magia, y que no había andado un solo paso en toda su vida y no tenía ni idea de cómo se caminaba, ni deseo de hacerlo, ahora que su magia había desaparecido, no podían creerlo.

»Sí, claro, ya sé que aparentemente lo aceptaron. Todos sus exámenes médicos confirmaron que la muchacha no había caminado jamás. Pero en su interior, en lo más profundo de su ser, no lo creyeron. Era como pedirles que creyeran en las hadas de las que hablabas en tu libro, Reuven.

«¿Habéis contado a vuestros vecinos vuestra visita a las hadas, Padre? ¿Habéis contado a la mujer que vive al lado, que es la secretaria de un agente inmobiliario, que estuvo a punto de seduciros la reina de las hadas?

El rostro de Saryon se había ruborizado intensamente. El catalista clavó la mirada en las sábanas y apartó distraídamente unas migas de galleta antes de responder:

—Claro que no. No sería justo por mi parte esperar que lo comprendiera. Su mundo es tan... diferente...

—Tus libros —la penetrante mirada del Ejecutor se desvió hacia mí—. La gente los lee y le gustan. Pero en realidad no creen esas historias, ¿verdad? No creen que haya existido un mundo de esas características o que alguien como Joram viviera alguna vez. Incluso he oído decir que finges tener este problema físico para evitar las entrevistas, puesto que temes que se descubra que eres un fraude y un impostor.

Saryon me dirigió una mirada ansiosa, porque no sabía si ya había escuchado estas acusaciones. Se había tomado muchas molestias para que no me viera involucrado y, por lo tanto, le indiqué que no me preocupaban lo más mínimo, lo cual, en realidad, era la verdad, pues mientras mi trabajo complaciera a una persona, mi señor, no me importaba lo que pensaran los demás.

—Así es como se ha creado una curiosa dicotomía —dijo Mosiah—. Ellos no nos creen, no nos comprenden, pero nos temen. Temen que recuperemos unos poderes que no han creído jamás que poseyéramos. Intentan demostrarnos y demostrarse a sí mismos que tales poderes nunca existieron. Lo que temen, lo destruyen. O lo intentan.

Se produjo un incómodo silencio. Saryon parpadeó e intentó reprimir un bostezo.

—Es la hora de retirarnos a descansar —dijo nuestro visitante, regresando de repente al momento actual—. Hacedlo. Seguid vuestra rutina.

Era mi costumbre desear las buenas noches a mi señor e irme a mi dormitorio, para pasar algún tiempo escribiendo antes de meterme en la cama. Subí las escaleras y encendí la luz, luego volví a bajar los peldaños en la oscuridad. A Mosiah no pareció complacerle mi regreso, pero creo que sabía que nada excepto la muerte me apartaría del lado de mi amo.

La habitación de Saryon estaba a oscuras. Nos sentamos en la oscuridad, que no era, después de todo, muy intensa, debido a una farola situada justo frente a la ventana. Mosiah acercó su silla un poco más a la cama de mi señor, mientras el reproductor de discos compactos seguía funcionando, porque Saryon tenía por costumbre quedarse dormido escuchando música. En aquel momento, hacía mucho tiempo que había pasado su hora de retirarse a dormir, pero se negaba con tozudez a admitir que estaba cansado; la curiosidad lo mantenía despierto y combatiendo la necesidad que tenía su cuerpo de descansar. Lo sé porque yo sentía lo mismo.

—Perdonadme, Padre —dijo por fin Mosiah—, no era mi intención verme arrastrado por ese viejo sendero, que, en realidad, hace tiempo que ha quedado cubierto de maleza y ahora no lleva a ninguna parte. Han pasado veinte años. Aquella muchacha de veinte es ahora una matrona de cuarenta, que aprendió a andar, aprendió a hacer por sí misma lo que antes habían hecho por ella mediante la magia, e incluso puede que haya llegado a creer algo de lo que los mundanos le cuentan. Thimhallan no es otra cosa que un agradable recuerdo para ella, un mundo más real en sus sueños que en su vida vigil. Y si en un principio eligió aferrarse a la esperanza de que regresaría a aquel mundo encantado de tan milagrosa belleza, ¿quién puede culparla por ello?

—Un mundo de belleza, sí —asintió Saryon—, pero también existía la fealdad. Fealdad que resultaba más repugnante por el simple hecho de negarse su existencia.

—La fealdad se encontraba en los corazones de los hombres y las mujeres, ¿no era así, Padre? No en el mundo en sí.

—Cierto, muy cierto —concedió él, y suspiró.

—Y la fealdad sigue viva —prosiguió nuestro visitante, y se produjo un cambio en su voz, una tensión que hizo que tanto mi señor como yo intercambiásemos una mirada y nos pusiéramos en guardia, pues los dos presentimos que íbamos a recibir un duro golpe.

—Hace yo muchos años que dejasteis los campamentos —arguyó el Ejecutor con dureza.

Saryon hizo un gesto de asentimiento.

—¿No habéis estado en contacto con el príncipe Garald ni con ningún otro? ¿Realmente no sabéis nada de lo que está sucediendo con nuestra gente?

Mi señor se sintió avergonzado, pero se vio obligado a hacer un gesto negativo. En ese instante, yo habría dado todo lo que poseo por poder hablar, pues me parecía que había un matiz acusatorio en la voz de Mosiah, y habría hablado con la mayor vehemencia en defensa de mi señor. Lo cierto es que Saryon me oyó removerme en desasosegada cólera, y puso su mano sobre la mía, dándome unas palmaditas suaves para aconsejarme paciencia.

Mosiah permaneció callado, preguntándose cómo empezar. Finalmente dijo:

—Sostenéis que nuestra gente podría abandonar los campamentos por su voluntad, como hicisteis vos. Al principio, eso tal vez fuera cierto, pero ahora ya no lo es.

»Los guardas de los mundanos nos dejaron hace años. Hay que reconocer, no obstante, que lucharon por protegernos, como se les había ordenado, pero no estuvieron a la altura de las circunstancias. Después de que muchos murieran y otros muchos desertaran, el ejército se marchó. Los guardas de los mundanos fueron reemplazados por... los nuestros.

—¿Contra quién lucharon? ¿Quién os atacó? ¡No he oído nada! —protestó Saryon—. Perdona que dude de ti, Mosiah, pero si hubieran sucedido unas cosas tan espantosas, habrían caído sobre el campamento los periodistas de todo mundo.

—Lo hicieron, Padre. Los Sabios Khandicos hablaron con ellos. Los periodistas se creyeron la mentira... no pudieron evitarlo, ya que los Sabios Khandicos revisten todas sus amargas mentiras con la dulce miel de su magia.

—¡Sabios Khandicos! ¿Quiénes son? —Mi señor estaba perplejo, tan aturdido que era incapaz de expresarse con coherencia—. Y el príncipe Garald... Cómo puede él... Él jamás habría permitido...

—El príncipe Garald, rey Garald en la actualidad, es un prisionero, retenido como rehén por el amor que siente hacia su pueblo.

—¡Un prisionero, el prín... el rey! —Saryon se quedó boquiabierto—. ¿De... de los mundanos?

—No, no de los mundanos. Y tampoco de los Ejecutores —añadió él, con otra leve sonrisa—, pues ya leo esa pregunta en vuestra mente.

—Entonces, ¿de quién? ¿O de qué?

—Se llaman a sí mismos T'kon-Duuk. En el idioma de los mundanos: Tecnomantes. Otorgan Vida a lo que está Muerto. Lo que es más horrible —Mosiah bajó la voz—: extraen Vida de lo que está muerto. El poder de su magia proviene no de cosas vivas, como sucedía en Thimhallan, sino de la muerte de los vivos. ¿Recordáis al hombre que se llamaba a sí mismo Menju el Hechicero? ¿El hombre que quería matar a Joram?

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