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Authors: Margaret Weis & Tracy Hickman

Tags: #Fantástico

El legado de la Espada Arcana (7 page)

BOOK: El legado de la Espada Arcana
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—Los Cuatro Cultos se enteraron de su creación —prosiguió Mosiah—. Algunos afirman que fueron conscientes de su existencia desde el mismo momento de su creación.

—Pero ¿cómo es eso posible? —preguntó Saryon, perplejo—. Se encontraban tan lejos...

—No tan lejos —le interrumpió Mosiah, haciendo un gesto negativo—. Nos guste o no, nos unen hilillos de magia, como hebras finísimas de una telaraña. Si se rompe una hebra, la conmoción se percibe en toda la telaraña. Ellos no tenían ni idea de lo que había sucedido, pero sintieron su arcana energía. Tuvieron extraños sueños y augurios. Algunos vieron la sombra de una espada negra, con la forma de un hombre, que se alzaba de entre las llamas. Otros vieron la misma imagen de la negra espada haciendo añicos una frágil esfera de cristal. Lo interpretaron como un símbolo de esperanza, y se dijeron que su creación les devolvería la magia. Tenían razón.

»Hace veinte años, según el cómputo de tiempo terrestre, Joram utilizó la Espada Arcana para destruir el Pozo de la Vida, y la magia fue arrojada de vuelta al universo. Esta magia había quedado diluida cuando llegó a la Tierra, pero para los agostados miembros de los Cultos Arcanos, la magia cayó sobre ellos como una lluvia vivificadora.

—Pero no entiendo para qué quieren la espada —arguyó Saryon—. La Espada Arcana anula la magia. Fue algo inestimable para Joram en Thimhallan, porque él era la única persona viva que carecía de poderes mágicos. Era su único medio de defensa contra un mundo de magos. Pero ¿qué pueden hacer los Tecnomantes con la Espada Arcana aquí en la Tierra? Su poder no es nada, comparado con el de... de... una bomba nuclear.

—Al contrario, Padre. Los Tecnomantes creen que la espada les concederá un poder inmenso. Un poder similar al de un arma nuclear, porque les permitirá controlar poblaciones enteras. Y la Espada Arcana facilitaría ese poder de modo individual de un modo manejable, compacto y económico. Mucho más cómodo de usar que una bomba nuclear y sin unos resultados tan deprimentes.

—Me temo que sigo sin comprender...

—La Espada Arcana absorbe Vida, Padre. Lo habéis dicho vos mismo, y vuestro joven amigo ha escrito cómo la espada absorbió de vos la magia que ibais extrayendo del mundo. «La magia lo atravesaba con una fuerza tal que llevaba con ella su propia Energía Vital», es la descripción, creo recordar, hecha por Reuven.

Saryon palideció. Había levantado la taza, para beber, y la volvió a dejar sobre la mesa. Su mano temblaba. Miró al Ejecutor con pesadumbre.

—Eso me temo, Padre —respondió Mosiah a su mirada, a su muda protesta—. Los Tecnomantes saben que la Espada Arcana tiene el poder de absorber Vida. En cuanto tengan el arma en su poder, planean estudiarla, decidir cómo fabricarla en serie, y luego distribuir Espadas Arcanas a sus seguidores. Las espadas absorberán magia, luego cederán esa Vida, de un modo muy parecido a como un ser vivo deja escapar la Vida cuando el ser muere. Y puesto que los Tecnomantes están acostumbrados a tomar magia de los muertos, creen que pueden usar las Espadas Arcanas para alimentar su poder... de un modo mucho más barato y eficaz que el que usan ahora.

Una especie de batería mágica
, escribí yo en el ordenador.

—¿Con qué alimentan ahora su poder? —preguntó Saryon, con voz apenas audible. Su mirada estaba posada en el medallón, que ahora se había oscurecido casi por completo... con un verde negruzco, amarronado.

Mosiah levantó el objeto, y lo sostuvo en dirección a la luz.

—Imaginaos estos organismos cultivados en cubas inmensas; cubas siete veces más grandes que esta casa, cuya circunferencia podría abarcar esta manzana. Se inyectan varios gases en las cubas, y se hace pasar una corriente eléctrica a través de los gases. El resultado es esta sencilla forma de vida. Se fabrican cantidades enormes. La masa viva borbotea y se agita en el recipiente a medida que crece y se reproduce. Ahora imaginad muchas más cubas, dedicadas a la muerte de estos organismos. De nuevo, vuelve a pasar la corriente eléctrica; pero esta vez destruye, no crea.

»Igual que los catalistas nos dan Vida... —Mosiah hizo una pausa para mirar a Saryon—. Como vos acostumbrabais a darme Vida, Padre. ¿Lo recordáis? Luchábamos contra los secuaces de Blachloch y me transformé en un tigre gigantesco... yo era muy joven —añadió, con una leve sonrisa—, y dispuesto a hacer ostentación de mi poder.

—Lo recuerdo —sonrió mi señor—. Y recuerdo que me sentí muy satisfecho de ver ese tigre en ese momento.

—En cualquier caso —Mosiah apartó a un lado el recuerdo con un cabeceo—, del mismo modo que los catalistas nos dan Vida, extrayendo la magia de todos los seres vivos y vertiéndola en el interior de aquellos que la utilizan, también los Tecnomantes reciben su poder de la muerte, y no sólo de estos organismos manufacturados, sino de la muerte de todas las criaturas del universo. La guerra con los hch'nyv ha sido una bendición para ellos —agregó, con voz llena de amargura.

—Jamás conduciré a los Tecnomantes hasta Joram —dijo Saryon—. Jamás. Al igual que tú. —Clavó la mirada en Mosiah—. Antes moriré. No tienes por qué preocuparte.

—Al contrario, Padre —repuso él—. Queremos que los conduzcáis hasta Joram.

Saryon miró boquiabierto a Mosiah, y así permaneció un buen rato, en silencio. Su dolor era tal que me apenaba mirarlo.


Vosotros
queréis la Espada Arcanas... —afirmó, y las cejas se le unieron con expresión ceñuda—. ¿Quién te envió?

Nuestro visitante se inclinó al frente, con las manos unidas.

—Los Tecnomantes son muy poderosos, Padre. Han seducido a muchos de nosotros, y ahora les resulta más fácil y rápido obtener lo que desean en este mundo intercambiando magia por tecnomancia. El rey Garald...

—¡Ah! —exclamó mi señor, y asintió.

—Garald no se atreve a desafiarlos abiertamente —prosiguió Mosiah en tono resuelto—. No ahora, no todavía. Pero en secreto, nos vamos haciendo fuertes, preparamos nuestros recursos. Cuando llegue el día, tomaremos medidas y...

—Y ¿qué? —gritó Saryon—. ¿Los mataréis? ¿Más muertes?

—Si no conseguís la Espada Arcana de Joram, ¿qué creéis que le harán a él y a su familia? —inquirió Mosiah con frialdad—. El único motivo por el que lo han dejado en paz hasta el momento es porque las leyes de los mundanos prohíben que nadie pise Thimhallan. Los Tecnomantes todavía no están preparados para darse a conocer a los mundanos.

»Sin embargo, todo esto está a punto de cambiar. Su cabecilla, ese hombre llamado Kevon Smythe, ha conseguido un gran poder político entre los mundanos, que no saben qué es un Tecnomante y tampoco creerían que lo es si alguien se lo dijera. Smythe ha convencido a los jefes de la Fuerza Terrestre de que, usando el poder de la Espada Arcana, los Tecnomantes pueden derrotar a los hch'nyv. En esta coyuntura de la guerra el ejército está tan desesperado que probaría cualquier cosa. Mañana os visitarán Kevon Smythe, el rey Garald y el general Boris, Padre Saryon. Os pedirán que vayáis a ver a Joram y, en nombre de los habitantes de la Tierra, le roguéis que nos entregue la espada.

—No lo hará —respondió Saryon, haciendo un gesto negativo—. Lo sabes muy bien, Mosiah. Tú le conoces.

Su interlocutor vaciló un instante, luego dijo:

—Sí, le conozco. Y también le conoce nuestro monarca. Precisamente contamos con que no entregará la Espada Arcana. No queremos que caiga en poder de los Tecnomantes.

Mi señor parpadeó, confundido.

—¿Queréis que le pida que me dé la espada que no queréis que entregue?

—En cierto modo sí, Padre. Simplemente pedid a Joram que os muestre dónde está escondida. Una vez que sepamos dónde está, nosotros nos haremos cargo. La recuperaremos y la guardaremos. La mantendremos oculta y a salvo, la custodiaremos con nuestras propias vidas, lo mismo que haremos con Joram y su familia. De eso podéis estar seguro.

Los cabellos de Saryon eran bastante grises y muy finos y caían sobre sus hombros, suaves como los de un niño; también se había vuelto algo cargado de hombros, y de vez en cuando una ligera perlesía hacía que sus manos temblaran. Estos rasgos, combinados con una expresión por lo general benévola, provocaban que la gente lo tomara por un anciano débil y afable; sin embargo, no había nada de afable en él ahora, sentado muy erguido, con el cuerpo tieso como un palo y los ojos llameantes.

—Ya habéis intentado apoderaros de la Espada Arcana en otra ocasión, ¿no es así? ¡Lo intentasteis y fracasasteis!

Mosiah miró fijamente a Saryon.

—Habría sido mejor para Joram si hubiéramos podido descubrir la localización de la espada y nos la hubiéramos llevado sin problemas. Los Tecnomantes no se habrían interesado por él. Podéis estar seguro, Padre, de que si vos no conseguís la Espada Arcana por medios pacíficos, ellos utilizarán los medios que consideren necesarios para hacerse con ella.

—¿Y qué hay de los
Duuk-tsarith
? —inquirió Saryon, consumido por su fuego interior—. ¿Qué medios usaréis vosotros para conseguir la espada?

Mosiah se levantó, y sus negros ropajes cayeron a su alrededor formando pliegues. Unió las manos y dijo:

—Padre, no permitiremos que la Espada Arcana caiga en manos de los Tecnomantes.

—¿Por qué no? —pregunté yo con mi lenguaje de signos—. ¿Y si la pueden usar para derrotar a los hch'nyv? ¿No valdría la pena?

—Los hch'nyv planean exterminar a la humanidad; los Tecnomantes, esclavizarnos. Una difícil elección ¿no lo dirías tú así, Reuven? Y desde luego, para mí y para los que piensan como yo, no habría elección. Pero, hay algunos entre los
Duuk-tsarith
que piensan que podríamos usar la espada en el combate contra los hch'nyv.

»¿Y bien? —El Ejecutor, evidentemente, esperaba una respuesta—. Mediante la intercesión del rey Garald, os concedemos esta oportunidad de conseguir la espada por medios pacíficos. Si no lo hacéis, los Tecnomantes se la arrebatarán a Joram por la fuerza. Sin duda vuestra elección es clara.

—¿Y qué hay de Joram? —Saryon se irguió para mirarlo cara a cara—. ¿Qué hay de su esposa e hija? Es el hombre más odiado del universo. Los
Duuk-tsarith
juraron en una ocasión que lo matarían. ¡Tal vez la única razón de que no lo hayáis matado hasta ahora sea porque no sabéis dónde ha escondido el arma!

—Protegeremos a Joram... —El rostro de Mosiah estaba sombrío y pálido.

—¿Lo haréis? —Saryon clavó sus ojos en el Ejecutor—. ¿Y qué hará el resto de los nuestros? ¿Cuántos miles y miles de ellos han jurado matar a Joram y a su esposa e hija nada más verlos?

—¿A cuánta gente matarán los hch'nyv? —replicó él—. Vos habláis de la hija de Joram. ¿Y los millones de criaturas inocentes que morirán si perdemos la batalla contra los invasores? ¡Y la estamos perdiendo, Padre! Cada día se acercan más a la Tierra. ¡Debemos conseguir la espada! ¡Tenemos que conseguirla!

Saryon dio un suspiro e hizo un gesto de impotencia. El fuego se apagó en su interior. De improviso parecía muy anciano, muy frágil y muy débil. Volvió a hundirse en su silla y apoyó la cabeza en las manos.

—No lo sé. No puedo prometer nada.

Nuestro visitante arrugó el ceño, y pareció dispuesto a seguir argumentando su postura, pero yo me levanté de mi asiento y me enfrenté a él.

—Mi amo está muy cansado, señor —dije por señas—. Es hora de que se vaya.

Mosiah paseó la mirada del uno al otro. Si no comprendía mi lenguaje de signos —y yo sospechaba que sí lo hacía, limitándose a fingir ignorancia—, al menos sí comprendió lo que quería decirle.

—Ésta ha sido una experiencia muy turbadora para vosotros dos —dijo—. No pensáis con claridad. Id a dormir, Padre. Consultad vuestra decisión con la almohada. Que Almin os ayude a tomar la correcta.

Ante nuestra sorpresa, dos
Duuk-tsarith
se materializaron entonces. Con capuchas y ropajes negros, los rostros ocultos, aparecieron uno a cada lado de Mosiah.

Guardaespaldas, refuerzos, testigos... Puede que todas las cosas a la vez. Desde luego habían estado allí todo el tiempo, observando, custodiando, protegiendo, espiando. Los tres formaron un triángulo. Levantaron las manos, cada uno colocó la palma de una mano en la palma del que estaba a su lado y, unidos de este modo, su poder se fusionó, y desaparecieron.

Saryon y yo nos quedamos mirando perplejos al lugar donde habían estado, los dos estremecidos y alterados.

—¡Planearon esto! —dije por señas, una vez superada la conmoción para poder expresar mis pensamientos—. Sabían de antemano que los Tecnomantes iban a venir esta noche. El rey Garald podría habernos advertido, nos podría haber dicho que huyéramos.

—Pero no lo hizo. Sí, Reuven —asintió Saryon—. Lo organizaron todo en nuestro honor, para que temiéramos a los Tecnomantes y nos uniéramos a los
Duuk-tsarith
.

«¿Sabes, Reuven? —añadió, echando una ojeada a la silla donde había estado sentado Mosiah—. Siento pena por él. Fue amigo de Joram, cuando no era fácil ser amigo de Joram. Era leal a Joram, incluso hasta la muerte. Ahora se ha vuelto como todos los demás. Joram se ha quedado solo. Muy solo.

—Os tiene a vos —contesté, tocando a mi señor con suavidad en el pecho.

Saryon me miró. La pena y la angustia reflejadas en su rostro pálido y demacrado hicieron que las lágrimas afloraran a mis ojos.

—¿Es eso cierto, Reuven? ¿Cómo puedo decirles que no a ellos? ¿Cómo puedo rechazarlos? —Se incorporó, apoyándose con fuerza en la silla—. Me voy a la cama.

Le deseé buenas noches, si bien sabía que era imposible. Luego cogí mi ordenador, subí a mi dormitorio e introduje en él todo lo que había sucedido mientras los incidentes seguían frescos en mi mente. Por fin me tumbé en la cama, pero no pude dormir.

Cada vez que me adormecía, volvía a ver cómo mi espíritu abandonaba mi cuerpo. Y tuve miedo de que la próxima vez, éste no supiera cómo regresar.

5

—¡Hiciste lo correcto, hijo! ¡No lo dudes jamás! ¡Y ten siempre por seguro que te quiero! ¡Te quiero y te respeto!

Despedida de Saryon a Joram
, El Triunfo

A la mañana siguiente, bastante temprano, un ejército de policías entró en nuestro barrio y ocupó nuestra tranquila hilera de casas. Casi pisando los talones a la policía apareció una formación de periodistas en enormes camionetas, que lucían diferentes artilugios, todos ellos dirigidos hacia el cielo.

Imaginé lo que pensarían los vecinos. Una vez más me sorprendió el modo tan curioso en que la mente humana se fija en las cuestiones más insignificantes en momentos de crisis. Mientras me encontraba muy atareado preparando nuestra morada para recibir a tres dignatarios tan notables —los tres hombres más poderosos del mundo—, mi mayor preocupación era cómo íbamos a explicar esto a la señora Mumford, que vivía al otro lado de la calle.

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