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Authors: Margaret Weis & Tracy Hickman

Tags: #Fantástico

El legado de la Espada Arcana (29 page)

BOOK: El legado de la Espada Arcana
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La espada desapareció como si se hubiera fundido con la oscuridad.

Gwendolyn alargó las manos...

Mosiah se abalanzó sobre la mujer, derribándola al suelo con violencia.

Eliza lanzó un chillido, chillido que terminó en una exclamación ahogada.

Gwendolyn desapareció. Mosiah luchaba ahora con un ser vestido con una corta túnica blanca, botas blancas, guantes blancos y una sonriente máscara de calavera bajo una capucha blanca.

—¡Un Interrogador! —Scylla contuvo la respiración.

—¡Corred! —gritó Mosiah, inmovilizando a aquella persona vestida de blanco contra el suelo—. ¡Vendrán más!

Así era. Vimos cómo el plateado resplandor de los D'karn-darah nos rodeaba a medida que éstos surgían de la crecida maleza y se disponían a lanzarse sobre nosotros.

—Correr, ¿adónde? —preguntó Scylla.

Los D'karn-darah se encontraban entre nosotros y el vehículo aéreo, y cada vez estaban más cerca. Mosiah golpeó la cabeza del Interrogador contra el suelo, y la máscara con rostro de calavera se inclinó a un lado, inerte. El Ejecutor se incorporó de un salto y se precipitó tambaleante hacia nosotros.

—¡La puerta! —jadeó—. ¡Id hacia ella!

Los D'karn-darah habían formado un semicírculo y empezaban a rodearnos, aunque no muy deprisa. Parecía que nos empujaran hacia la puerta, que era el único lugar de retirada posible.

Eliza permanecía paralizada por la conmoción, con los ojos fijos en la repugnante criatura que había adoptado la forma de su madre. La cogí de la mano, tiré de ella y casi la arrastré en volandas. Scylla la sujetó por el otro lado.

—Majestad, debemos poneros a salvo de esos hombres malvados —indicó Scylla con firmeza—. ¡Por aquí! ¡A través de la puerta de acceso!

Eliza asintió y empezó a correr, pero se enredó con las largas faldas. Scylla y yo la ayudamos a levantar y la empujamos en dirección a la entrada. Mosiah se había unido ya a nosotros, y nos encontrábamos a medio metro o más de la puerta, cuando lanzó un potente grito y extendió los brazos a los lados, para impedirnos seguir adelante. Señaló lo que parecía una moneda de plata, que brillaba en el suelo.

—¡Cuidado! ¡Es una mina de estasis! ¡Rodeadla! ¡No la piséis!

Eché una rápida mirada atrás, y vi que los D'karn-darah aumentaban su velocidad. Habían esperado que la mina nos detendría, pero al ver que su estratagema había fracasado, empezaron a acercarse. Pero ya habíamos llegado a la entrada.

¿Qué me haría pensar que una vez cruzada la Puerta, estaríamos a salvo de nuestros perseguidores? Por lo que sabía, ellos nos seguirían. Lo máximo que podíamos esperar era perderlos en la oscuridad del bosque, pero estaban tan cerca de nosotros que tal esperanza parecía vana.

Desde luego, ahora sé lo que me impulsó a seguir adelante. Me alegro de no haberlo sabido entonces, jamás lo habría creído. De todas formas, no tuve oportunidad de creer o no creer; atravesé la Puerta de la Carretera del Este, penetré en la ciudad de Zith-el, y supe de inmediato que la teoría de Scylla era correcta.

La magia seguía estando muy viva en Thimhallan.

19

La magia es la sustancia y la esencia de la Vida; ésa es la filosofía de esta tierra y de todos los que la habitan. Vida y magia son la misma cosa. Son inseparables e indistinguibles la una de la otra.

Aventuras de la Espada Arcana

No recuerdo haber perdido el conocimiento, pero me pareció que despertaba de un sueño. A continuación se apoderó de mí una aterradora sensación de estar comprimido, de que me extraían el aire de los pulmones, como si una fuerza intentara aplastarme; pero la sensación desapareció casi antes de que fuera plenamente consciente de ella. Todo lo que podía ver a mi alrededor era un nebuloso resplandor de color; sólo oía sonidos confusos.

Experimenté la mareante sensación de que caía, como cuando uno sueña que cae al vacío; aunque en éste casi fue una caída suave, y corrí nada más llegar al suelo, por temor a que me persiguieran. Casi al instante di un traspié con el repulgo de una larga túnica.

Me caí hacia adelante y aterricé violentamente sobre las manos y las rodillas, arañándome éstas contra la tela de la túnica y cortándome la mano derecha en una raíz que sobresalía.

La caída me dejó desconcertado. El paso por la puerta me dejó aún más desconcertado. Me senté sobre los talones, aspiré con fuerza temblando y miré alrededor. Mi primer pensamiento fue para Eliza: ¿estaba a salvo? Mi segundo pensamiento fue acompañado de signos de interrogación y exclamación: Por Almin bendito, ¿qué me había sucedido?

Mis vaqueros azules y el suéter habían desaparecido. En su lugar, llevaba una larga túnica, hecha de tela de color blanco; la tela era de terciopelo, y muy fina y suave, y si bien estaba muy bien hecha, la túnica era sencilla, sin adorno alguno excepto un reborde rojo alrededor del dobladillo de las mangas y la falda, que me llegaba hasta los tobillos.

Sentía un frío desacostumbrado en la cabeza, de modo que acerqué mi mano y descubrí que mi larga melena había desaparecido, ¡y que ahora mis cabellos eran muy cortos y lucían una tonsura! Con cautela, y con cierto horror, palpé el liso espacio pelado de mi coronilla, del que me habían afeitado los cabellos que ahora crecían en un redondel que enmarcaba mi rostro y apenas llegaba a cubrir mis orejas.

La magia de la puerta debía de haberlo hecho, pensé confuso, aunque la información que acababa de leer sobre Zith-el indicaba que la puerta nos transformaría en criaturas del zoo. Nunca había leído que las gentes de Zith-el tuvieran catalistas en el zoológico, pero eso era de lo que yo iba vestido: de un catalista de Thimhallan.

¡Un catalista de un Thimhallan que ya no existía!

Reflexioné sobre tan sorprendente y confuso acontecimiento y me pregunté qué debía hacer a continuación. Por lo que podía ver, me encontraba solo en un espeso y oscuro bosque, y de no haber tropezado con mis vestiduras me habría dado de bruces contra un enorme roble. Los árboles me rodeaban por todas partes... robles, en su mayoría, aunque aquí y allá crecían algunas coníferas y helechos, que competían por conseguir un poco de la exigua luz solar que se filtraba por el verde follaje de los robles. Me estaba diciendo con alivio que no se veían las hojas en forma de corazón de la enredadera Kij, cuando me di cuenta de que lo que veía, lo veía a la luz del sol.

Había sido casi de noche cuando atravesamos corriendo la puerta.

Me incorporé despacio, con la nívea túnica cayendo en suaves pliegues a mi alrededor. No podía llamar a mis compañeros para informarles de dónde estaba, lo que —bien pensado— sin duda era lo mejor, pues podía ser descubierto por nuestros perseguidores. Miré a mi alrededor, intentando descubrir alguna pista de mis compañeros. Apenas me había movido, cuando escuché una voz baja.

—¿Reuven? ¿Eres tú? Por aquí.

Casi al mismo instante escuché otra voz que preguntaba con preocupación:

—¡Majestad! ¿Estáis bien?

Avancé dando tumbos por entre la maleza en dirección a la primera voz, que había reconocido como la de Mosiah, y salí a un pequeño claro. El Ejecutor estaba de espaldas, pues se había girado al oír la otra voz, que se parecía a la de Scylla, aunque su acento era extraño.

Escuchamos el tintineo del metal y el ruido metálico de una cadena junto con un revuelo entre los arbustos y la voz de Scylla que volvía a llamar a Su Majestad.

—Mosiah. —Le toqué en el brazo para atraer su atención.

Se volvió y me miró y sus cejas se enarcaron, en tanto que su boca se desencajaba y sus ojos parecían a punto de saltar de sus órbitas. Aquello me indicó que las ropas y el cabello tonsurado no eran ilusión mía, como había deseado desesperadamente.

—¿Reuven? —Jadeó el nombre, y sonó más a pregunta que a reconocimiento.

—Eso creo —respondí por señas, y no sé por qué, pero estaba seguro de que me comprendería—. No estoy muy seguro. ¿Sabes qué sucede?

—¡No tengo ni idea! —respondió, y sus palabras sonaron tan sinceras que le creí. Lo primero que pensé era que él o los otros
Duuk-tsarith
habían sido responsables de esta transformación. Ahora sabía que no era así.

Un destello de luz solar reflejándose sobre metal algo más allá llamó mi atención.

Un caballero vestido con una armadura plateada que cubría una cota de mallas se abría paso por el bosque, con la espada desenvainada. El caballero se inclinó sobre algo caído en el suelo y envainó rápidamente el arma.

—¡Majestad! —gritó el caballero—. ¿Estáis herida?

—Estoy bien, sir Caballero. Tan sólo unas magulladuras aquí y allá, pero en realidad afectan más a mi dignidad que a mi persona.

—Permitid que os ayude, Majestad.

El caballero extendió una mano enguantada.

Una mano delgada y delicada en la que relucían innumerables joyas se alzó del suelo del bosque y sujetó la mano del caballero. Una figura ataviada con la falda recta y con aberturas de un traje de montar se puso en pie; era Eliza, o más bien había sido Eliza, no estoy seguro de quién era ahora, del mismo modo que no estaba muy seguro de quién era yo. El caballero con la armadura y la cota de mallas era sin duda Scylla.

—Almin bendito —musitó Mosiah, y yo habría repetido su plegaria de haber tenido la voz para hacerlo.

—¿Qué sucede? —pregunté a Mosiah por señas.

Él no respondió, pero miró fijamente a Scylla.

—¿Los Tecnomantes? —intenté de nuevo—. ¿Nos han seguido?

El Ejecutor miró a su alrededor, se encogió de hombros y luego hizo un gesto negativo.

—Si nos han seguido, no se los ve por ninguna parte y eso no es normal en ellos. Los D'karn-darah no son amigos de sutilezas.

Por lo que llegué a la conclusión de que si nos hubieran seguido ahora seríamos sus prisioneros. Respiré con alivio. Al menos algo bueno había salido de esto, aunque me vino a la memoria el antiguo refrán sobre el fuego y las brasas.

El caballero se dedicaba a sacudir respetuosamente el polvo del vestido de Eliza, que era de terciopelo azul, bordado en negro. Una corona de oro centelleaba en sus negros cabellos e innumerables joyas brillaban en sus manos, y comprendí con desconcertada sorpresa y una sensación de creciente asombro que la reconocía. Ésa era la Eliza que había visto en aquel breve atisbo de otra vida. El vestido era distinto, pero todo lo demás era idéntico: los cabellos, ahora peinados y trenzados de un modo muy complejo, la postura, el porte, las joyas de los dedos. Eliza, pesarosa, se dedicaba a quitarse ramitas de los cabellos y a limpiarse las manchas de barro y hierba de las manos, con movimientos elegantes y regios.

—¿Dónde están nuestro Ejecutor y nuestro clérigo? —preguntó mirando en derredor—. Espero que consiguieran escapar del populacho.

—Confío en que así sea. Majestad. El catalista estaba a mi izquierda cuando cruzamos la entrada y el
Duuk-tsarith
nos seguía. El populacho no estaba tan cerca. La mayoría se encontraba en la Puerta Norte, intentando atacar el carruaje. Nuestra treta funcionó a la perfección. Todo el mundo creyó que estabais en el carruaje, Majestad. Ni se les ocurrió que pudierais atreveros a entrar por la Puerta de la Carretera del Este a pie.

—Mis valientes caballeros —suspiró Eliza—; me temo que muchos habrán sufrido graves daños por mi culpa.

—Han jurado serviros con sus vidas, Majestad, igual que yo.

Mosiah empezó a avanzar, deslizándose en silencio por entre la maleza. Lo seguí, intentando emular su sigilo, pero al primer paso mi pie partió una ramita con un estrépito que sonó como un disparo.

Scylla levantó la espada y se puso ante su protegida. Eliza miró con curiosidad y sin miedo hacia nosotros mientras Mosiah y yo salíamos a la luz que se filtraba por entre las hojas de roble. Esperaba ver en sus rostros el mismo asombro que había visto en los de Mosiah, incluso carcajadas a mi costa, a la vista de mi curioso corte de pelo.

Pero la expresión que apareció en sus rostros fue de alivio y alegría, emociones que encontraron expresión en la voz de Scylla.

—¡Demos gracias a Almin! ¡Estáis bien! —El tono de su voz cambió para convertirse en autoritario—. ¿Se atrevió algún miembro del populacho a seguirnos a través de la puerta, Ejecutor?

—¿Por qué me lo preguntas a mí? —Mosiah miró en derredor—. Lo puedes ver tan bien como yo.

—Perdona, Ejecutor —replicó ella con frialdad—, pero vosotros los
Duuk-tsarith
tenéis a vuestra disposición medios mágicos, de los que yo carezco.

—Perdona, sir Caballero —el tono de Mosiah era sarcástico—, pero ¿has olvidado que me he quedado sin Vida y no puedo utilizar mi magia?

Scylla me señaló con la cabeza.

—¡Pero te acompaña un catalista! Tal vez sea un catalista doméstico y no esté adiestrado para cubrir las necesidades específicas de vosotros, Señores de la Guerra, pero supongo que serviría en una emergencia.

Todos me miraban a mí ahora.

—¡Padre Reuven, estáis herido! —Eliza señaló mi mano y me di cuenta entonces de que sangraba. Antes de que pudiera indicar por señas que no era más que un arañazo, ella ya había cogido mi mano y restañaba la sangre que manaba con un pañuelo que sacó del puño de su larga manga. El pañuelo era de encaje y parecía hecho de la más delicada de las telas. Aparté la mano.

—No seáis ridículo, Padre —me regañó en un tono imperioso que indicaba que estaba acostumbrada a ser obedecida. Agarró mi mano con fuerza y limpió la sangre y el barro con el pañuelo.

—Enviaremos a buscar al
Theldara
cuando nuestra reunión haya concluido y estemos a salvo dentro de las murallas de la ciudad —prosiguió.

Me tocaba con suavidad, para no hacerme daño. Pero el contacto de su mano

me producía dolor, un dolor que no era de la carne sino que estremecía todo mi cuerpo como si hubiera sido atravesado por una espada.

—El corte no es profundo —prosiguió—, pero está lleno de tierra y es posible que se infecte si no se cura.

Incliné la cabeza en humilde aceptación de sus órdenes y gratitud por la amabilidad que me demostraba. Observé que ella mantenía los ojos bajos para no mirar a los míos, y que la mano que sostenía la mía temblaba levemente.


Padre
Reuven —dijo Mosiah con brusquedad—. ¿Por qué le llamas así?

Eliza miró a Mosiah asombrada.

—¿Habláis, Ejecutor, aunque nadie os haya preguntado? ¡Realmente debemos haber corrido un grave peligro, para que vuestra lengua se haya soltado! Pero, tenéis razón. —Sus mejillas se sonrojaron atractivamente y alzó los ojos hacia mí por debajo de sus largas pestañas—. Deberíamos decir «lord Padre» ahora que Reuven ha sido ascendido de categoría. Debéis perdonarme, lord Padre —añadió solemne—, pero esta promoción es tan reciente que no estamos acostumbrados al nuevo título.

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