El legado de la Espada Arcana (30 page)

Read El legado de la Espada Arcana Online

Authors: Margaret Weis & Tracy Hickman

Tags: #Fantástico

BOOK: El legado de la Espada Arcana
9.76Mb size Format: txt, pdf, ePub

—Lo debo todo a la intercesión de Vuestra Graciosa Majestad en mi favor ante el Patriarca Radisovik —respondí por señas.

Ella me dedicó una serena y leve sonrisa con los labios y una sonrisa centelleante con los ojos. ¡Me entendía! ¡Entendía el lenguaje mímico como si lo hubiéramos estado hablando durante años, no tan sólo unas pocas horas para pasar el rato en el vehículo aéreo. Y yo sabía antes de empezar a gesticular con las manos que ella me entendería, como también había sucedido con Mosiah.

¡Sólo deseaba poderme entender a mí mismo! ¿Quién era ese Patriarca Radisovik que yo había mencionado? El único Radisovik que conocía estaba con el rey Garald en la Tierra. Una parte de mí estaba al tanto de lo que decía, y otra parte de mí había guiado mi mano para hacer los signos. Si miraba a lo más profundo de mi ser, estaba seguro de que vería y comprendería.

Pero cobarde como era, desvié la mirada. Aún no estaba preparado para conocer la verdad. Aún no.

Volviendo a medias su cuerpo, con los gestos ocultos por las negras ropas, Mosiah articuló en silencio las palabras: ¿Sabes lo que está sucediendo?

Respondí con un lento gesto negativo.

Scylla volvió el rostro hacia el cielo azul, apenas visible por entre las hojas de los robles.

—Es media mañana, la hora fijada para el encuentro. Debemos dirigirnos al punto de encuentro a toda prisa. Los centauros todavía vagan por este bosque, o eso al menos he oído. Pero primero —su mirada se dirigió a Mosiah— debemos asegurarnos de que nadie nos sigue.

Mosiah se volvió hacia mí y extendió el enlutado brazo.

—Abre el Conducto. Dame Vida, Catalista —ordenó, con tono burlón, como si hubiera querido añadir: «¡Ahora se acabará esta charada!».

Deseé salir corriendo. Nada de lo que me había encontrado hasta ahora, ni siquiera los Tecnomantes, me había asustado tanto como esta orden. No era el temor de que no pudiera conceder Vida lo que me intimidaba; era saber que
podía
hacerlo lo que me impulsaba a salir huyendo aterrado.

Creo que habría huido si los ojos de Eliza no hubieran estado fijos en mí. Me observaba con orgullo y afecto. Extendí una mano trémula y sujeté el brazo de Mosiah, luego retrocedí un paso y permití que el otro Reuven se hiciera cargo de la situación.

—Almin —suplicó éste en mi pensamiento—, otorgadme Vida.

El Conducto se abrió, y la magia de Thimhallan fluyó a través de mí.

Sentí cómo la Vida tamborileaba bajo mis pies y ascendía desde los organismos vivos del subsuelo. Fui consciente del modo en que las raíces de los robles se enterraban en el suelo para extraer el alimento y el agua, y como el roble, yo extraía alimento, extraía magia.

La respiré. Oí su ronroneo. La olí y la paladeé mientras fluía por mi cuerpo. La concentré en mi interior y a continuación se la entregué, como un regalo maravilloso, a Mosiah.

Sus ojos se abrieron de par en par asombrados al sentir cómo la Vida penetraba en su cuerpo. Dio un tirón a su brazo para soltarse, deseando al principio romper la conexión, pues no deseaba creer en aquello como tampoco lo deseaba yo. Pero prevaleció el sentido común. Estábamos en peligro. Él necesitaba Vida y yo se la proporcionaba. Dejó el brazo muy quieto en mi mano.

Y luego todo terminó; la Vida desapareció de mi interior. Como catalista no podía ni usar la magia ni retenerla; sólo podía actuar como intermediario. Estaba agotado. Necesitaría muchas horas de descanso para recuperarme, y muchas más para poder abrir de nuevo el Conducto. Sin embargo, supe que había sido bendecido, pues sentía en mi interior el contacto de este mundo y de todos sus seres, un contacto que jamás me abandonaría.

Empapado de Vida, con una expresión perpleja ante todo aquello, Mosiah nos miró de uno en uno... su mirada pasó de mi persona, exhausta, pero imbuida por una sensación de serenidad, a Scylla, que nos miraba impaciente con el ceño fruncido mientras tamborileaba con los dedos sobre la empuñadura de la espada; y a continuación a Eliza, tranquila y reservada, que se mantenía algo aparte de nosotros, bajo un haz de luz que hacía centellear la diadema de oro que lucía sobre los negros cabellos.

—Quisiera saber qué demonios está pasando —murmuró, y luego, encogiéndose de hombros, apoyó una mano en el roble más próximo e inclinó la cabeza cerca de él como si conversara con el árbol.

Las ramas extendidas sobre mi cabeza empezaron a crujir y susurrar entre ellas como movidas por un fuerte viento, para restregarse contra las ramas entremezcladas de su vecino, que a su vez se agitó e inició una conversación con su otro vecino. Muy pronto todos los árboles que nos rodeaban agitaron sus ramas y dejaron caer ramitas y extendieron sus largos brazos para tocar a otros árboles.

Las hojas susurraron y las sombras se movían, mientras Mosiah permanecía junto al roble, con la mejilla apretada contra el tronco. Finalmente, los susurros y crujidos parecieron apagarse levemente.

—Por el momento, se puede deambular tranquilamente por esta parte del zoológico —dijo el Ejecutor—. Una banda de centauros vive cerca de aquí, pero están de cacería y no regresarán hasta el anochecer. Debido a su presencia, nadie más se atreve a entrar. Eso incluye al populacho, Majestad —dijo, con un leve tono de cínica incredulidad presente aún en su voz—. Vuestros caballeros entraron por la Puerta Norte sin bajas, aunque me temo que vuestro carruaje fue destruido.

Eliza recibió la información con dignidad, inclinando la cabeza con reconocimiento y una sonrisa al enterarse de que quienes habían arriesgado sus vidas para protegerla no habían sufrido daños.

—Además —añadió, estudiando la reacción de los otros dos—, la Espada Arcana no aparece por ninguna parte. Los árboles no han visto tal arma.

—Bien, eso espero —dijo Scylla—. ¡No esperarás que esté en el suelo a la vista de todos!

—Pues sí, es lo que esperaba, porque yo la arrojé aquí dentro —replicó él, pero en voz baja. Yo fui el único que lo oí.

—Hay otra persona en esta parte del zoo —prosiguió Mosiah—. Un catalista, por su atuendo. Se encuentra en un claro, a unos veinte pasos al este de nuestra posición actual.

—¡Excelente! —exclamó Scylla, esbozando una amplia sonrisa y haciendo un gesto de asentimiento—. Sin duda el Padre Saryon.

Lancé una exclamación ahogada y habría dicho algo por señas, si Mosiah no me lo hubiera impedido.

—¿A qué te refieres? —Los ojos del Ejecutor se estrecharon llenos de suspicacia y disgusto—. Has hablado de una cita. ¿Es con Saryon? ¿Cómo consiguió huir? ¿Está Joram con él?

Ahora fue Scylla quien se mostró asombrada, en tanto que Eliza se erguía muy tiesa y contemplaba a Mosiah con una fría mirada.

—¿Qué clase de broma cruel nos estás gastando, Ejecutor? —preguntó Scylla, colérica—. ¡Preguntando por Joram!

—No es ninguna broma, créeme —replicó él—. Dime... ¿qué hay de Joram?

—Conoces muy bien la respuesta, Ejecutor —respondió Scylla—. El Emperador de Merilon está muerto. Murió hace veinte años, en el Templo de los Nigromantes.

—¿Cómo murió? —preguntó Mosiah, con voz serena.

—A manos del Verdugo.

—Ah —repuso Mosiah, y dio un suspiro de alivio—. ¡Ahora ya sé qué sucede!

20

—Por haber regresado a este reino y hacer caer sobre él incontables peligros, se ha sentenciado a muerte al hombre llamado Joram.

El Patriarca Vanya
, El Triunfo

—Me temo que estás gravemente herido, Ejecutor —dijo Scylla frunciendo el entrecejo, y unas profundas arrugas se dibujaron en su frente—. ¿Un golpe en la cabeza, tal vez?

—Sí, durante un instante me sentí desorientado —respondió Mosiah, llevándose una mano a la frente—. No quería decirlo, para no preocupar a Su Majestad. —Hizo una reverencia con las manos unidas; su tono era respetuoso; el sarcasmo había desaparecido por completo.

Eliza, que se había mostrado fría y distante, se animó ante esta declaración y se acercó a él, con expresión preocupada.

—¿Estáis bien ahora, Ejecutor?

—Gracias, Majestad. Me estoy recuperando. Sin embargo, me temo que tendré lapsos de memoria. Si cualquier cosa que diga o haga os parece curioso, debéis achacarlo a ello. Os suplico que seáis paciente ante cualquier pregunta que pueda hacer.

¡Qué listo!, pensé. Ahora podrá hacer todas las preguntas que desee y ellas creerán que se deben al golpe de su cabeza.

—Desde luego, Ejecutor. —La reina se mostró indulgente—. Y ahora deberíamos ir al encuentro del Padre Saryon. Ya vamos retrasados y se preocupará. Sir Caballero, ¿queréis ir delante?

—Sí, Majestad.

Scylla, con la espada desenvainada, tardó un instante en orientarse, pero lo consiguió mirando al sol; luego buscó en el suelo indicios de algún sendero. Halló uno, no muy lejos, que —por las marcas de pezuñas— había sido abierto por algún animal salvaje.

—Es un sendero de centauros —dijo Mosiah—. ¿No será peligroso?

—Tú mismo dijiste que estaban de cacería —replicó la mujer—. Debemos darnos prisa y esto es más rápido y fácil que avanzar a trompicones por entre la maleza. Además, los centauros prefieren emboscar a viajeros solitarios e indefensos... como el Padre Saryon.

—Cierto —admitió él—. Id vos delante, sir Caballero. Yo protegeré la retaguardia.

Mientras pasaba por su lado, para ocupar su puesto a la cabeza de nuestro pequeño grupo, Scylla se detuvo y miró a Mosiah a los ojos.

—¿Estás seguro de que te encuentras bien, Ejecutor? —preguntó; había auténtico interés y preocupación en su voz, y dulzura en su mirada.

—Sí, señora —respondió él, perplejo—. Gracias.

Ella le dedicó una amplia sonrisa y le dio una palmada en el antebrazo con tal entusiasmo que lo acusó con una mueca de dolor, luego se dio la vuelta e inició la marcha por el sendero con paso cauteloso y atento. Eliza se arremangó las largas faldas y la siguió.

Mosiah permaneció unos instantes mirando a Scylla con expresión confundida, una expresión de perplejidad que no emanaba de la extraña e inexplicable situación en la que nos encontrábamos, sino que era la confusión que experimentaría cualquier hombre en cualquier lugar y en cualquier momento al verse enfrentado a los extraños e inexplicables designios de una mujer.

Tras hacer sendos signos de impotencia y resignación, me hizo un gesto para que me reuniera con él.

El sendero era lo bastante ancho para que dos personas pudieran caminar juntas, aunque, a juzgar por las huellas, los centauros lo recorrían en fila india.

—Parece que tienes alguna idea de lo que nos está sucediendo —le pregunté por señas.

—También tú, creo —respondió él, mirándome de reojo.

Me sentí obligado a explicarme.

—He tenido imágenes de mí mismo en... otra vida —fue el mejor modo en que pude describirlo—. Y también he visto en ella a Eliza y a Scylla. No dije nada antes, porque no estaba seguro.

—Cuéntame lo que viste.

—No tenía ningún sentido —dije, pero se lo conté añadiendo que no era demasiado y que sin duda no nos serviría de ninguna ayuda.

—No tiene ningún sentido ahora —fue su respuesta, y su rostro estaba sombrío—. Hemos sido enviados a otro tiempo, un tiempo alterno. Pero ¿por qué? ¿Cómo hemos llegado hasta aquí? ¿Por qué recuerdas tú otro tiempo y yo recuerdo otro tiempo, y sin embargo ni Scylla ni Eliza parecen hacerlo? ¿Cómo regresaremos a nuestro tiempo?

—¿Los Tecnomantes? —sugerí—. A lo mejor son los responsables. ¿Qué era esa... cosa... a la que atacaste fuera del Muro? La cosa con la máscara blanca que se parecía a Gwendolyn.

—Ésa era un miembro de la orden kylanistica de los Tecnomantes —respondió Mosiah—. Se los conoce como los Interrogadores. Poseen la habilidad de adoptar el rostro, la forma y la voz de otra persona para inducir a la víctima a hacer exactamente lo que Eliza estaba a punto de hacer... entregar sus cosas de valor, sus secretos. Pueden infiltrarse en cualquier organización usando tales disfraces.

—¿Cómo supiste que no era Gwendolyn? ¿Pudiste verlo a través de su disfraz?

—Sus disfraces no son fáciles de descubrir. Pero exageraron al hacer que la mujer usara la magia. En todo el tiempo que hemos vigilado a Joram, nunca Gwen hizo uso de la Vida. Ni siquiera cuando estaba sola. Eliza se dio cuenta y le pareció extraño, pero estaba demasiado dispuesta a creer que era su madre para dudar. Además vi la herida de Joram. Sé que era más grave de lo que nos dijeron.

—¿Por qué abandonó su disfraz?

—Hace falta una gran cantidad de energía mágica para mantener la ilusión, y no podía gastar la energía necesaria y luchar conmigo al mismo tiempo; por ese motivo la ataqué.

—¿Y si te hubieras equivocado? —insinué.

—Pero no lo hice. De haberme equivocado, y de haberse tratado realmente de Gwen, entonces habría tenido una posibilidad de rescatarla.

—¿Crees que los Tecnomantes la tienen prisionera?

—Yo diría que sí, puesto que fueron capaces de crear una ilusión tan real. Por otra parte, diría que no, puesto que Smythe no dijo que fuera uno de sus rehenes.

—¿Qué puede haberle sucedido?

Mosiah hizo un gesto negativo. O bien no lo sabía o no lo quería decir.

—Esa cosa que llamaste una mina paralizadora. ¿Qué era? —inquirí, intentando dar un giro a nuestra conversación.

—Si uno de nosotros la hubiera pisado, nos habría atrapado a todos en un campo de estasis, y no nos podríamos haber movido hasta que nos hubieran liberado los Tecnomantes.

Vacilé en hacer la siguiente pregunta, porque temía la respuesta; pero finalmente, me aventuré:

—Y si esta experiencia no es real... es una alucinación. Tal vez controlan nuestras mentes.

—Si eso es cierto —respondió con una sonrisa irónica—, y ellos controlan nuestras mentes, dudo que permitieran a tu cerebro considerar tal posibilidad. Los Tecnomantes tal vez sean responsables de esto, aunque no puedo imaginar por qué querrían enviarnos a otro tiempo cuando tan claramente nos tenían donde nos querían en el anterior. —Permaneció en silencio un instante, antes de continuar en voz baja—: Hubo algunos que en el pasado practicaron el Misterio del Tiempo en Thimhallan. Los Adivinos.

—Sí, pero perecieron durante las Guerras de Hierro —dije por señas—. A los de su estirpe no se los ha visto ni oído desde entonces.

—Cierto. Bueno, debemos mantener los ojos y oídos bien abiertos y ver si podemos resolver el misterio. Joram está muerto —reflexionó Mosiah—. ¿Cómo habría sido Thimhallan si Joram hubiera muerto a manos del Verdugo? ¿Si Joram hubiera muerto antes de destruir el Pozo de la Vida y liberar la magia? Quisiera saber...

Other books

The View From the Cart by Rebecca Tope
The Limit by Kristen Landon
Crimson Eve by Brandilyn Collins
Winning Dawn by Thayer King
Friend Is Not a Verb by Daniel Ehrenhaft
Millionaire's Last Stand by Elle Kennedy
Blind Assassin by Margaret Atwood
Vengeful Shadows by Bronwyn Green