El legado de la Espada Arcana (40 page)

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Authors: Margaret Weis & Tracy Hickman

Tags: #Fantástico

BOOK: El legado de la Espada Arcana
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Se acercó al hombre, observando con atención sus movimientos, y de improviso lanzó la pierna con fuerza en la trayectoria de la balanceante guadaña. Eliza se tapó los ojos, pero yo mantuve la mirada, horrorizado, esperando ver cómo la afilada hoja arrancaba la pierna a nuestra amiga.

La hoja chocó contra su bota de combate y se hizo añicos, saliendo despedida por los aires en diminutos y centelleantes fragmentos como si se hubiera tratado de algo frágil y quebradizo como el hielo. No pude ver la expresión del encapuchado, pero me dije que estaría mirando su arma atónito. No obstante, el hombre se recuperó con rapidez, movió las manos para usar ahora el mango de la guadaña como garrote, e intentó golpear a Scylla.

Ésta lanzó una patada con la bota de combate, que alcanzó al Tecnomante justo en la nariz de su plateada capucha. Escuché un repugnante chasquido, que al principio supuse procedía de la armadura plateada. Una mancha de sangre floreció en la capucha. El sonido lo había producido la nariz del hombre al partirse. El adversario de Scylla se desplomó de espaldas, y una patada en la cabeza mientras estaba en el suelo acabó con él.

—¿Qué sucede ahí? —gritó una voz desde el exterior de la caverna—. ¿Va todo bien?

—Más Tecnos —dijo Mosiah, que mantenía su aspecto de merodeador, con los ojos brillando enrojecidos—. Deben ser los que custodian el transportador. No tardarán en llegar. ¡Tienen una barcaza aerodeslizadora! ¡Marchad! —les instó, agitando las ensangrentadas zarpas—. ¡Coged al Padre Saryon y a Joram y marchad! Yo me ocuparé de ellos.

Saryon estaba de rodillas, inclinado sobre el inconsciente Joram. Eliza estaba junto a su padre, sujetando su mano. Yo me pregunté cómo nos las arreglaríamos para llevarlo con nosotros, ya que era un hombre alto y fornido.

—No pienso dejar a Joram —declaró Saryon con firmeza.

—Ni yo —dijo Eliza. Las lágrimas corrían veloces por sus mejillas, pero ella no advertía su presencia.

—Smythe posee el antídoto del veneno. —La mirada de Saryon se volvió hacia la muchacha—. ¿Sabes dónde está la Espada Arcana?

—Sí, Padre.

—Entonces debemos ir a buscarla y dársela a él. Es el único modo de salvar la vida de tu padre.

—Probablemente no cumpla su parte del trato —advirtió Scylla.

—Tal vez sí —repuso Saryon sombrío—. Debe hacerlo.

—No llevaremos a Joram muy lejos —instó Scylla—, pero no debemos dejarlo aquí para que lo encuentren. Podrían descargar en él su cólera tras nuestra huida.

Posó los dedos sobre la frente de Joram. Sus hábiles manos se deslizaron con suavidad sobre la carne desgarrada, limpiando la sangre.

El herido abrió los ojos y parpadeó como si contemplara una luz deslumbrante.

—Los guardas no responden. Algo sucede —se escuchó decir fuera—. Voy a echar un vistazo.

—¡Marchad! —rugió Mosiah. Saltó a un lado para ocultarse en la oscuridad cerca de la entrada.

—Puedo hacerlo —anunció Joram, repeliendo todas las ofertas de auxilio—. No necesito ayuda.

De todos modos se tambaleó cuando intentó incorporarse, pero Scylla estaba allí, sosteniéndolo con su fuerte brazo y su hombro.

—Reuven —dijo—, sujétalo por el otro lado.

Hice lo que me ordenaba, y corrí junto a Joram para sujetarlo por la cintura. Él nos miró irritado a Scylla y a mí, y pensé que iba a desafiarnos.

—Si no permite que le ayudemos, señor —dijo Scylla con calma—, no se alejará ni diez pasos de este lugar. Cuando caiga, su hija permanecerá a su lado, igual que el Padre Saryon. Los Tecnomantes los cogerán y ése será el fin de todo lo que ha luchado por proteger. ¿Es eso lo que quiere?

La severa expresión de Joram se transformó en una sonrisa cansada, e hizo un gesto negativo.

—No; aceptaré vuestra ayuda. —Me dirigió una rápida mirada—. Y la de Reuven.

—Eliza, tú irás delante —indicó Scylla—. Deprisa.

—¡Esperad! —La muchacha se volvió hacia el Padre Saryon—. ¿Dónde está mi madre? ¿Estaba en la prisión con vosotros?

—No, criatura —respondió él, con expresión preocupada—. No lo estaba. Yo creía que vosotros sabríais...

Eliza hizo un gesto negativo.

—No está aquí —siguió Saryon—. Y ésa es una señal esperanzadora. Si los Tecnomantes la tuvieran prisionera, ya la habrían utilizado. Creo que consiguió huir.

—Entonces, ¿dónde está? —preguntó Eliza.

—Puede que yo tenga una idea —siguió Saryon—. No te preocupes. Creo que donde esté, se halla a salvo, más a salvo que nosotros.

Eliza dio a su padre un dulce beso en la mejilla ensangrentada, luego agarró la mano de Saryon e inició el descenso por el túnel en espiral. Scylla y yo, medio sosteniendo a Joram, nos apresuramos a seguirlos. El herido lanzó un gemido de dolor cuando empezamos a moverlo, luego apretó los dientes y cerró los labios para contener el dolor.

A nuestra espalda, oímos un alarido salvaje y un grito.

Se me ocurrió entonces preguntarme, justo mientras abandonábamos el lugar, qué habría sido de Simkin.

Eché una ojeada a mi espalda. Allí, tumbado sobre un montón de ropas plateadas, había un oso de trapo. Le faltaban la cabeza y los dos brazos. El pañuelo naranja que había estado atado en un garboso lazo alrededor del cuello de Teddy descansaba sobre el cuerpo.

Seguí adelante a buen paso, dando gracias de que Eliza hubiera estado tan preocupada con su padre para darse cuenta.

—Es muy extraño —observó Saryon, cuando hubimos recorrido casi dos kilómetros del túnel en forma de tirabuzón—, pero este lugar me resulta conocido, aunque nunca he estado aquí.

—No en esta vida, tal vez, Padre —dijo Scylla—, pero ¿quién sabe por dónde ha estado usted correteando en otras vidas?

Saryon volvió la cabeza para dirigirle una débil sonrisa, pensando que la mujer bromeaba y fingiendo educadamente encontrarlo divertido, aunque sin duda pensaba que no era aquél momento para ligerezas. Eliza se esforzaba por encontrar el camino usando la linterna de Scylla como guía, y no prestaba atención a lo que se decía; Joram estaba demasiado ocupado luchando contra su dolor para buscar significados ocultos.

Sólo yo comprendí que podría haber algo más en la declaración de la mujer de lo que parecía a simple vista. Le dirigí una mirada de reojo, con Joram situado entre ambos, y vi que me miraba, con una sonrisa en los labios. No pude hacerle preguntas; mis manos estaban ocupadas sosteniendo a Joram.

No se me ocurrió, entonces, la verdad. Tampoco estoy seguro de que lo hubiera llegado a descubrir, pero empecé a ver cómo varias piezas pequeñas del rompecabezas empezaban a encajar. Deseé que Mosiah estuviera aquí, para ver qué interpretación daba él a la peculiar declaración de la mujer.

Pero por lo que sabíamos, el Ejecutor podía estar muerto. No habíamos vuelto a saber nada de él desde que lo habíamos dejado, y la única señal de que había vivido lo suficiente para llevar a cabo su tarea era que no nos habían alcanzado los guardas.

Seguimos adelante. Joram se fue haciendo cada vez más pesado a medida que sus fuerzas flaqueaban y confiaba más en nosotros para que lo sostuviéramos. Scylla soportaba la mayor parte del peso, pero yo también tenía mi parte y mis hombros ardían y se quejaban por el esfuerzo. Pensé en el dolor que él debía estar soportando, en silencio, sin quejas, y me sentí avergonzado. Lleno de determinación, aparté de mi mente cualquier pensamiento sobre mi propia incomodidad y seguí avanzando con decisión.

—Esto no me gusta —dijo Saryon, deteniéndose de improviso—. Algo vive ahí abajo. ¿No lo oléis? Un dragón —añadió, arrugando la frente—. Un Dragón de la Noche.

—Algo había vivido aquí, Padre —le respondió Eliza, paseando la luz de la linterna por el túnel de paredes y el suelo completamente lisos—. No estoy segura de lo que era, pero ahora no está. Sin duda murió cuando murió la magia. ¿Por qué creéis que fue un dragón?

—No lo sé. —El catalista parecía perplejo—. Me ha venido esa idea a la cabeza, eso es todo. —Era perspicaz y había vivido casi toda su vida en la mágica Thimhallan. Miró a Scylla, con expresión desconcertada e inquieta; empezaba a tomar su chiste con más seriedad—. Quizá deberíamos esperar aquí a Mosiah, y no seguir adelante hasta que averigüemos lo que ha sucedido. ¿Estáis seguros de que hemos de seguir descendiendo por este horrible lugar?

—Sí, Padre —dijo Eliza—. Lo siento, pero debemos seguir. La Espada Arcana está ahí abajo.

Al oír aquello, Joram levantó la cabeza. Su palidez era aterradora, la sangre formaba listas rojas sobre su rostro, y había vuelto a perder el conocimiento; arrastraba los pies por el suelo y tenía los ojos cerrados. De no ser porque oía el latir de su corazón bajo el brazo, le habría creído muerto. La palabra
Espada Arcana
en labios de su hija era tal vez la única cosa que podría haberlo sacado de su inconsciencia.

—¿Dónde está? —jadeó, con su voz que apenas era un suspiro—. ¿Está a salvo?

—Sí, padre —respondió Eliza, y el sufrimiento por sus padecimientos hizo que se atragantara—. Está a salvo. ¡Oh, padre, lo lamento tanto! No tenía ningún derecho a...

—Era yo quien no tenía ningún derecho —repuso él, sacudiendo la cabeza, y a continuación la dejó caer sobre el pecho. Sus ojos se cerraron y se desplomó en nuestros brazos.

—¡Suceda lo que suceda, tengo que descansar! —dije moviendo los dedos, pues temía dejarlo caer.

Scylla asintió y lo dejamos sobre el suelo de la cueva.

Un calor doloroso inundó mis entumecidos hombros, y me mordí los labios para no gritar.

—¿Se pondrá bien? —preguntó Eliza, asustada, agachándose a su lado. Le apartó con la mano los negros rizos del rostro, un cabello que, a excepción de las hebras plateadas de sus sienes, era idéntico al de ella—. Parece tan enfermo...

—No tenemos mucho tiempo —dijo Scylla—. Ni lo tiene Joram, ni nosotros, ni el resto de los que cuentan con nosotros.

—Estoy confundido —dije por señas—. He perdido la noción del tiempo... ¡de cualquier tiempo! ¿Cuánto tiempo nos queda?

—Hasta medianoche de hoy —respondió Scylla, consultando la refulgente esfera verde de un reloj que llevaba en la muñeca.

—¿Es la hora en que la última nave abandonará el puesto avanzado? —preguntó Saryon.

—La última nave ha partido —respondió ella con frialdad, dedicándole una extraña mirada—. A medianoche llegarán los hch'nyv.

—¿Qué? —Mi frenética gesticulación con los dedos reveló mi miedo y alarma—. ¿Cómo devolveremos la Espada Arcana a la Tierra? ¿De qué serviría? ¿Por qué insistimos en esta locura? ¡Vamos a morir de todas maneras!

Ella iba a contestar, cuando el sonido de unas pisadas que avanzaban con rapidez resonó por el túnel. El ruido nos hizo callar a todos. Scylla se incorporó al instante, colocándose entre nosotros y quien fuera el que descendía por la galería.

—¡Apaga la luz! —susurró.

Eliza apagó la linterna, y nos sentamos en la oscuridad; nuestro miedo era algo vivo que parecía tomar forma y cuerpo a nuestro alrededor. Entonces oí una voz, una voz apagada, la voz de Saryon hablando a Almin en una plegaria; su mano, fuerte y cálida, se cerró sobre la mía. Me ofrecía consuelo y me recordaba que nuestras vidas estaban siendo guiadas, que alguien más poderoso que nosotros velaba por ellas y las protegía, y que aunque aquello terminara de forma trágica, no estaríamos solos. Pronuncié yo también una oración, pidiendo perdón por mi falta de fe y energía para seguir adelante.

Una figura surgió bruscamente de las tinieblas, chocando casi contra Scylla.

—Qué de... —dijo una voz.

—¡Mosiah! —suspiró la mujer, aliviada.

Eliza encendió la luz.

—¿Qué demonios estáis haciendo todos aquí? —preguntó Mosiah enojado, dirigiéndonos una furiosa mirada—. ¿Estáis de excursión? ¿Por qué...?

Vio a Joram, que yacía sin sentido en el corredor.

—¡Oh! —dijo, y sacudió la cabeza. Sus ojos se desviaron de nuevo hacia Scylla—. ¿Está muerto?

—No, pero no está muy bien —respondió ella con cautela, dirigiendo una rápida mirada a Eliza.

—No podemos esperar. Me he ocupado de los Tecnomantes, pero vendrán más en el transportador en cualquier momento. No pude impedir que dieran la voz de alarma. ¡Hemos de recuperar la Espada Arcana y salir de aquí! Tú y yo lo llevaremos.

—No tienes aspecto de poder sostenerte a ti mismo —observó Scylla mientras se inclinaban para levantar a Joram—. ¿Te queda todavía Vida?

—No demasiada —respondió él, gruñendo por el esfuerzo. Había vuelto a adoptar su forma normal, pero la transformación debió resultar extenuante. Parecía a punto de desplomarse de agotamiento.

—A lo mejor podría volver a darte Vida —dije, sintiéndome culpable por haberle fallado.

—¿Le diste Vida a Mosiah, Reuven? —Saryon me contempló asombrado—. ¿Cómo? ¿Cuándo?

—Haría falta mucho tiempo para explicarlo, Padre —dijo Mosiah; cargando con Joram, Scylla y él empezaron a descender por el túnel. Rechazó mi ofrecimiento, indicando que debía conservar mis energías, pues todavía no habíamos salido de la cueva.

Los hch'nyv atacarían Thimhallan a medianoche. Smythe y sus Tecnomantes estarían desesperados por localizar la Espada Arcana. ¿Adónde podíamos ir para que no nos encontraran? ¿Cómo podríamos luchar contra los inmensos ejércitos de los hch'nyv con una única espada, por poderosa que fuera? A un nivel más mundano, la palabra
excursión
me recordó que no habíamos comido y que nuestras reservas de agua empezaban a agotarse. Todos estábamos sedientos y hambrientos, y ¿quién sabía el tiempo que tardaríamos en encontrar comida y agua? Joram estaba a las puertas de la muerte. Puede que él fuera el más afortunado de nosotros, pensé.

Desde luego, debía mantener mi fe, como Saryon me había aconsejado; pero me resultaba muy difícil confiar en Almin cuando la razón y la lógica se mostraban de forma tan aplastante contra nosotros.

Intentaba alimentar la llama de la esperanza, cuando oí un sonido que la extinguió por completo.

Era un sonido que había oído antes en estos túneles, un sonido que había escuchado en esa otra vida, una vida que había llegado a tan horrible final.

Una respiración estentórea retumbó en la caverna que se encontraba debajo de nosotros.

27

—¡Un brindis por la locura! —anunció Simkin, y juntos avanzaron tambaleantes por entre las llameantes imágenes, mientras las copas de champán tintineaban alegremente detrás de ellos.

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