El libro de Marco Polo (5 page)

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Authors: Marco Polo

Tags: #Aventuras, Histórico

BOOK: El libro de Marco Polo
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CAPÍTULO 44
Sobre la ciudad de Lop y el gran desierto

Lop es una gran ciudad a la entrada del gran desierto que está entre el oriente y el aquilón. Todos sus vecinos observan la ley del miserable Mahoma. En ella se prepara cuanto han menester los comerciantes que desean atravesar el desierto; allí descansan muchos días los mercaderes antes de ponerse en marcha; allí cargan asnos resistentes y camellos de vituallas y de mercancías. Así emprenden el camino a través del yermo. Cuando han vaciado a los asnos y camellos de su carga de comida, los matan y los dejan en el desierto, ya que no los pueden proveer de víveres hasta el término del viaje, y se llevan consigo los cueros, si quieren; con todo, conservan preferentemente los camellos, ya que son de poco comer y transportan gran peso. En el desierto se encuentra agua amarga; en tres lugares y en unas XXVIII millas se halla agua dulce; no obstante, entre uno y otro pozo media por lo general un día de distancia y el agua no basta para todos: unas veces da para cinco hombres, otras para cincuenta, en ocasiones para cien. En XXX días se llega al término del desierto, atravesándolo a lo ancho. En cuanto a su longitud, refieren los de la región que apenas se puede llegar en un año desde su comienzo hasta su fin. Es aquel desierto montuoso por lo general, y su llanura arenosa; todo él está completamente pelado y no hay animales en absoluto por la falta de alimento. Se ven y se oyen allí de día y de noche muchos embelecos; por tanto, es preciso que los que lo cruzan se cuiden muy mucho de no separarse de sus camaradas y de que nadie duerma en el camino sin compañía, ya que, si dejan atrás a un compañero de suerte que no los pueda ver a causa de los montes y los oteros, es difícil que el que ha quedado muy a la zaga les dé alcance, pues se escuchan allí voces de los demonios que los llaman por sus nombres e imitan las voces de los hombres que van delante, y al seguirlas los conducen al camino errado. De resultas de este engaño han perecido muchos en aquel paso, ya que no acertaron a reunirse con sus compañeros. Alguna vez se oyen en el aire sonidos o se escucha el son de instrumentos músicos, pero sobre todo de tambores. De esta suerte su tránsito es muy laborioso y aventurado.

CAPÍTULO 45
De la ciudad de Sachion y la costumbre de los paganos en la incineración de los cadáveres

Terminada la travesía del desierto susodicho se llega a la ciudad de Sachion, que está a la entrada de la gran provincia de Tanguth donde viven pocos cristianos nestorianos; otros habitantes guardan la ley del miserable Mahoma, y los restantes son idólatras. Los vecinos gentiles tienen su propia lengua. Todos los moradores de esta ciudad no se aplican a la contratación, sino que viven sólo de los frutos de la tierra. En Sachion hay muchos monasterios dedicados a diversos ídolos, a los que se hacen grandes sacrificios y a los que el pueblo muestra grandísima devoción. Cuando a un hombre le nace un hijo, inmediatamente lo consagra a algún ídolo, en cuyo honor tiene un camero en su casa aquel año; cumplido el año desde el nacimiento de su hijo, en la primera fiesta de ese dios que se celebra después del curso del año, ofrece al ídolo el hijo y el camero con suma devoción. Después cuece la carne del carnero y la ofrenda al ídolo, y la deja en su presencia hasta que terminan las oraciones que se profieren ante él según la costumbre de la ciudad. El padre le ruega suplicante que se digne conservar la vida de su hijo, y creen que entre tanto el dios come el caldo de la carne * * * y conservan sus huesos con unción en un hermoso recipiente. Cuando muere alguien, aquéllos a cuyo cargo están los cuerpos de los muertos lo hacen quemar. En la incineración se sigue el siguiente ritual: * * * debe ser ofrecido a la pira su cadáver; aquéllos les preguntan el mes, el día y la hora de su nacimiento, y una vez averiguada la constelación de su horóscopo indican el día en que se ha de quemar. Algunas veces hacen que se retenga el cadáver por siete días, otras por un mes, en ocasiones por seis meses; mientras tanto lo guardan en casa de la siguiente manera: tienen un ataúd de tablas muy gruesas y acopladas con tal maña que no puede exhalar hedor alguno, antes bien, está pintado por fuera primorosamente. Allí colocan el cadáver embalsamado con muchas especias y cubren el sarcófago con un hermoso paño. Todos los días, mientras permanece el cuerpo en casa, preparan a la hora de yantar una mesa junto a la caja con vino y delicados manjares, que queda puesta el tiempo que podría tardar un hombre vivo en comerlos, pues dicen que el alma del difunto prueba las viandas que están servidas en su nombre. También se consulta a los astrólogos susodichos por qué puerta se ha de sacar de casa el cuerpo del difunto, pues dicen que algunas veces esta o aquella puerta careció en su construcción de buenas obras, por lo cual no la consideran adecuada para sacar por ella los restos mortales, y así mandan que se lleve el cadáver a la pira por otra puerta o abriendo un nuevo orificio en la pared. Cuando es llevado a quemar fuera de la ciudad o de la villa, erigen por el camino cabañas de madera en muchos lugares, cubiertas de paños de seda y oro; cuando llegan ante una de ellas, depositan la caja con el cadáver ante la choza y esparcen en tierra ante el ataúd vino y finos manjares, diciendo que aquel muerto va a ser recibido en la otra vida con tal festín. A la hora de las exequias preceden al sarcófago todos los instrumentos de los músicos de la ciudad, cuyo sonido produce gran deleite. Al llegar al lugar de la pira, tienen cortadas en hojas de papel figuras de hombres, mujeres, caballos, camellos y muchos dineros, todo lo cual arde juntamente con el cadáver, pues dicen que va a tener en la otra vida tantos siervos y criadas, animales y dineros como imágenes se quemaron con él, y que así vivirá con riquezas y honra. Esta superstición la observa por doquier en las partes de oriente la ceguera de los gentiles a la hora de incinerar los cadáveres humanos.

CAPÍTULO 46
De la provincia de Camul y de una muy mala costumbre de ella

Camul es una gran tierra en la provincia de Tanguth, que está sometida al Gran Kan, poblada de ciudades y muchas villas. Está situada Camul entre dos desiertos, a saber, el gran desierto antedicho y otro que tiene de longitud tres jornadas. Hay en esta comarca alimentos en abundancia, tanto para sus habitantes como para todos los viajeros. Los hombres de aquella región tienen su propia lengua y son muy regocijados, pues parece que no hacen otra cosa sino divertirse y solazarse. Son idólatras, y están tan trastornados desde antiguo por sus ídolos que, cuando un viajero de paso por allí se hospeda en casa de alguien de Camul, éste lo recibe con júbilo y ordena a su mujer y a toda su familia que le obedezcan sin rechistar todo el tiempo que quiera alojarse en su mansión. Dicho lo cual, se va el señor de la casa para no volver mientras el huésped quiera morar en su domicilio, y la desdichada esposa de aquel hombre debe acatarlo en todo como a su marido. Las mujeres de aquella comarca son hermosas en extremo, pero todos sus maridos están cegados por sus dioses con la locura de considerar un honor y un provecho que sus cónyuges se prostituyan a los viandantes. En el tiempo en que reinó Monghu, el Gran Kan universal de todos los tártaros, al oír tan gran desvarío de los hombres de Camul, les ordenó que en adelante no se atreviesen a consentir cosa tan detestable, sino que velasen más bien por el honor de sus mujeres y proveyesen a todos los viandantes de posadas públicas, para que en el futuro el pueblo de aquella región no quedase mancillado por tamaña deshonra. Los hombres de la provincia de Camul, enterados del mandato del monarca, se entristecieron sobremanera y le enviaron embajadores de nota con dineros, pidiéndole acuciantemente que revocase ese edicto tan grave, ya que habían recibido de sus antepasados la tradición de que, mientras dispensasen semejantes mercedes a sus huéspedes, obtendrían el favor de sus dioses y la tierra produciría siempre abundosos frutos. El rey Monghu, cediendo a su insistencia, revocó la orden diciendo: «Procuré mandaros lo que me cumple; pero desde el momento que tan vitando y execrable oprobio lo recibís como un honor, quedaos con esa deshonra que deseáis». Los enviados, al regresar con la carta de revocación, devolvieron la alegría a todo el pueblo, que se había sumido en la tristeza. Así, pues, guardan hasta el día de hoy esa costumbre detestable.

CAPÍTULO 47
De la provincia de Chinchinculas

Después de la región de Camul se encuentra la provincia que se llama Chinchinculas, que confina con el desierto al aquilón. Tiene dieciséis jornadas de longitud y está bajo el dominio del Gran Kan. Hay allí muchas ciudades y aldeas. Viven también en ella cristianos nestorianos y algunos que adoran a Mahoma; el resto del pueblo de la región venera los ídolos. En esta comarca se eleva un monte donde hay minas de acero, de andánico y de salamandra, de la que se hace un paño, si se arroja al fuego, no sufre combustión. Se hace el paño de la tierra, según aprendí de un compañero mío turco, un hombre muy sabio que se llamaba Turficar, que por mandato del Gran Kan dirigió en aquella provincia el laboreo de las minas; contaba, en efecto, que en aquel monte había una vena de tierra que tenía hilos semejantes a la lana; esos hilos se secan al sol, después se maceran en un mortero de bronce y a continuación se lavan con agua y se separan de la tierra gruesa; la tierra se desecha y se hilan los hilos de lana, de los cuales después se confeccionan los paños. Estos paños no los sacan blancos del telar, sino que los arrojan al fuego y los dejan durante una hora en la llama: entonces se tornan blancos como la nieve y no se chamuscan por el fuego. Otro tanto se hace asimismo a la hora de limpiarlos, pues no se les da otro lavado para quitarles las manchas. Sobre la serpiente salamandra no oí nada en las partes de Oriente, pero he escrito fielmente cuanto escuché al respecto. Se cuenta que hay en Roma un paño de salamandra en el que está envuelto el sudario del Señor, que mandó al Sumo Pontífice un rey de los tártaros.

CAPÍTULO 48
De la provincia de Succuir

Dejando la provincia de Chinchinculas al oriente, no se encuentra durante diez jornadas seguidas ningún poblado salvo en pocos lugares; al cabo de ellas se halla la provincia de Succuir, que tiene muchas ciudades y villas, la mayor de las cuales se llama Succuir. En esta región hay algunos cristianos; los demás habitantes son idólatras y están sometidos al Gran Kan. No son comerciantes, sino que viven de los frutos de la tierra. En todos los montes de esta provincia se encuentra ruibarbo en grandísima abundancia, y de allí es transportado por los mercaderes a todas las partes del mundo.

CAPÍTULO 49
De la ciudad de Campion

Campion es una ciudad muy grande y famosa que es la principal en la región de Tanguth, donde moran algunos cristianos y otros que observan la ley de Mahoma; los demás vecinos son idólatras. Hay en esta ciudad muchos monasterios en los cuales se adora multitud de ídolos, de los cuales unos son de piedra, otros de madera y otros de barro, pero todos sobredorados; algunos de ellos miden diez pasos y parecen yacer en tierra, y en torno suyo están puestos otros ídolos pequeños que semeja que le hacen reverencia. Hay también algunos religiosos gentiles, que viven con mayor virtud que los demás paganos; algunos de ellos guardan castidad, y se cuidan muy mucho de no trasgredir la ley de sus dioses. Computan todo el curso del año por lunaciones, y no existen entre ellos otros meses ni semanas. En algunas lunaciones celebran cinco días seguidos en los que no matan ave ni bestia ni comen carne mortecina en ese plazo; se comportan también durante cinco días con más decencia que durante el resto del año. En esta ciudad un idólatra puede tener XXX mujeres o más, si se lo permite su hacienda; sin embargo, la primera esposa es tenida por más honrada y legítima. El marido no recibe dote de la esposa, sino que él se la ajusta en animales, esclavos o dinero, según su estado, sus posibilidades y su conveniencia. Si la mujer resulta enojosa al marido, a éste le está permitido dejarla según le plazca. Los hombres toman como esposas a parientes de segundo grado, e igualmente a sus madrastras. Muchas cosas que entre nosotros son graves pecados ellos las consideran lícitas, pues en muchos aspectos viven como bestias. Mi padre, micer Nicolás, su hermano y yo, Marco, residimos a causa de ciertos negocios en esta ciudad de Campion durante un año.

CAPÍTULO 50
De la ciudad de Ecima y de otro gran desierto

Avanzando más allá de la ciudad de Campion se marcha durante XII jornadas y después se encuentra la ciudad llamada Ecima, que linda también al aquilón con un desierto de arena. Hay en ella numerosos camellos muchos animales de diversas especies; hay allí herodii o halcones laneros muy buenos y también sacres en grandísima cantidad. Los hombres de Ecima son idólatras. No se ocupan del comercio, sino que viven de los frutos de la tierra. En esta ciudad los viandantes y los mercaderes preparan vituallas para XL días, si quieren ir por el desierto que está al aquilón, que se tarda en cruzar XL días; en efecto, no hay allí poblado sino en las montañas y en determinados valles, donde habitan algunos hombres durante el verano. En aquel desierto rara vez se encuentra hierba, aunque en ciertos lugares hay muchos animales salvajes, sobre todo onagros en gran número; abundan también en aquel desierto los pinos. Todas las provincias y ciudades susodichas, es decir, la ciudad de Sachion, la provincia de Camul, la provincia de Chinchinculas, la provincia de Succuir, la ciudad de Campion y la ciudad de Ecima pertenecen a la gran provincia de Tanguth.

CAPÍTULO 51
De la ciudad de Carocoran y del comienzo del dominio de los tártaros

Acabada la travesía del desierto susodicho se llega a la ciudad de Carocoran, que está al aquilón, donde tuvo comienzo el señorío de los tártaros, pues antes habitaban en las grandes llanuras de aquella región, en las que no había ciudades ni aldeas, sino sólo pastos y grandes ríos, ni tenían rey de su pueblo, sino que eran tributarios del gran rey de nombre Onchan, que los latinos llaman Preste Juan, del cual habla todo el mundo. Una vez que creció el pueblo de los tártaros y se multiplicó, receló aquel monarca, que tamaña multitud le pudiera hacer daño si quisiese alzarse en rebeldía. Por tanto, pensó dividirlos en partes y deportarlos a diversas regiones, para mermar su poderío. Ellos, negándose a separarse unos de otros, cruzaron todos juntos el desierto al aquilón y llegaron a un lugar donde no podían temer ya al rey susodicho, al que rehusaron en adelante pagar tributo.

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