El mazo de Kharas (24 page)

Read El mazo de Kharas Online

Authors: Margaret Weis & Tracy Hickman

Tags: #Fantástico

BOOK: El mazo de Kharas
12.42Mb size Format: txt, pdf, ePub

—Préstame
Mataconejos
—pidió Tika.

Tas dio una palmadita afectuosa a la daga que llevaba al cinto antes de pasársela a Tika.

—No la pierdas. ¿Dónde vas? —preguntó el kender.

—Vuelvo al campamento para advertir a los otros.

—¡Voy contigo! —Tas se levantó de un salto.

—No. —Tika sacudió los pelirrojos rizos—. Estás de guardia, ¿recuerdas? No puedes marcharte.

—Ah, sí, tienes razón —convino el kender y Tika, que esperaba más oposición, se sorprendió. Había temido que surgiría una discusión por ese asunto.

—Iré si realmente me necesitas —le dijo Tas—. Pero si no, prefiero quedarme. No me quiero perder lo de Sturm siendo un enano. Es algo que no se ve todos los días. Despertaré a Caramon.

—No, ni hablar —se negó la joven, muy seria—. Intentaría detenerme.

Se metió la daga en el cinturón y se colgó la mochila al hombro.

—¿De verdad vas a ir sola? —preguntó el kender, impresionado.

—Sí. Y no le digas nada a nadie, ¿entendido? Hasta mañana, ni media palabra. ¿Lo prometes?

—Lo prometo —contestó Tas, rápido y locuaz.

Tika conocía a Tasslehoff y sabía que para el kender las promesas eran como pelusas, fáciles de quitar sacudiéndolas con la mano. Lo miró muy seria.

—Tienes que jurarlo por todos los objetos que guardas en los saquillos —dijo—. Que todos se vuelvan cucarachas y se escapen de noche si rompes tu juramento.

A Tas se le abrieron los ojos como platos ante una posibilidad tan espantosa.

—¿Tengo que hacerlo? —preguntó mientras se retorcía—. Ya lo he prometido...

—¡Júralo! —espetó Tika con voz terrible.

—Lo juro. —Tas tragó saliva.

Bastante segura de que aquel juramento tremendo lo mantendría al menos durante unas horas, las suficientes para darle una buena ventaja, Tika echó a anclar túnel adelante. Sin embargo, sólo había recorrido unos pasos cuando se acordó de algo y dio media vuelta.

—Tas, dale un recado a Caramon de mi parte, ¿quieres?

Tasslehoff asintió con la cabeza.

—Dile que lo entiendo. En serio.

—Se lo diré. Adiós, Tika. —Tas agitó la mano.

El kender tenía la impresión de que ese asunto de irse ella sola no estaba bien. Debería despertar a alguien; entonces pensó en todas las cosas maravillosas que guardaba en sus saquillos y las imaginó convirtiéndose en cucarachas y escabullándose, y ya no supo qué hacer. Volvió a sentarse al lado de Sturm e intentó encontrar un modo de soslayar el juramento. La luz que llevaba Tika fue disminuyendo en la distancia más y más hasta que el kender dejó de verla y él aún no había discurrido una forma de salir del apuro.

Siguió pensando y pensó con tanta fuerza que las horas pasaron sin que se diese cuenta.

* * *

Resultó que Raistlin se equivocaba al suponer que los draconianos no conocían la existencia del túnel. Deambulando por la biblioteca en busca de botín, un baaz había descubierto el túnel secreto. Se encontraba dentro cuando oyó regresar a los humanos. Los tuvo encima antes de darse cuenta y se quedó atrapado. El baaz se planteó atacarlos, ya que sólo eran cinco y uno era un kender renacuajo y otro, una hembra.

Al verla, el baaz tuvo una idea mejor. Mataría al resto, la capturaría viva a ella, se divertiría un poco y luego la llevaría a rastras hasta sus compañeros para cambiársela por aguardiente enano. El baaz se retiró a una distancia segura por el oscuro túnel y espió al grupo.

Dos de los humanos eran guerreros que llevaban la espada con segura facilidad. Otro era un despreciable hechicero que se apoyaba en un bastón que arrojaba luz, y el brillo le hacía daño en los ojos al baaz. El draconiano odiaba y desconfiaba de todos los que hacían magia; decepcionado, decidió dejar en paz al grupo, al menos de momento. Tal vez alguno se quedaba dormido mientras hacía guardia y entonces se acercaría a hurtadillas y los mataría mientras dormían.

Al parecer, el baaz iba a seguir sufriendo decepciones, porque el guerrero grande hizo la primera guardia y permaneció alerta todo el tiempo. El draconiano no se atrevió a mover una sola garra por miedo a que lo oyera. Entonces el hombretón despertó al kender y las esperanzas del draconiano renacieron, porque hasta los de su raza sabían que los kenders, aunque de sabor delicioso, no eran de fiar. También sabía que los kenders tenían un oído muy fino y una vista incluso mejor, y ése parecía estar más alerta de lo habitual. También permaneció totalmente despierto.

El baaz se había acomodado para pasar una larga noche de aburrimiento cuando su suerte sufrió un inesperado cambio. La hembra humana encendió una antorcha, habló algo con el kender y después echó a andar túnel adelante, sola. Pasó justo por delante de él, que se había agazapado en las sombras y sin mover un solo músculo. Si hubiese vuelto la cabeza habría visto el brillo de la luz de la antorcha reflejado en sus escamas de latón y sus ojos rebosantes de lujuria. Pero ella caminaba con la cabeza gacha, fija la mirada en los pies. No lo vio.

El draconiano esperó en tensión a que el kender o alguno de los otros fuera en pos de ella, pero ninguno lo hizo.

Moviéndose muy despacio y con cuidado para evitar que las garras de las patas sonaran en el suelo de piedra, el baaz se deslizó sigilosamente detrás de la hembra humana.

Tendría que dejarla llegar lo bastante lejos de los demás antes de abordarla, para que nadie la oyera gritar.

15

Caramon toma una decisión

Tika echa de menos su sartén

Raistlin echa de menos un hechizo

—¿Que hizo qué? —Caramon se erguía, imponente, frente a Tasslehoff. El hombretón tenía el rostro congestionado y los ojos le echaban chispas. El kender no lo había visto tan enfadado nunca—. ¿Por qué no me despertaste?

—¡Me obligó a que lo jurara! —se lamentó Tas.

—¿Y desde cuándo cumples tú un juramento? —bramó el guerrero—. ¡Enciéndeme esa antorcha y date prisa!

—Me hizo jurar que si te lo decía todas las cosas de mis saquillos se convertirían en cucarachas —informó el kender.

La luz se encendió y Raistlin se sentó mientras se frotaba los ojos.

—¿Qué os pasa a vosotros dos? Deja de dar voces, Caramon. ¡Haces tanto ruido que despertarías a un muerto!

—Tika se ha marchado —contestó su hermano al tiempo que se abrochaba la hebilla del talabarte—. Se fue en mitad de la noche, de vuelta para poner sobre aviso a los otros.

—Bien hecho por ella —dijo Raistlin, que observó a su hermano unos segundos en silencio antes de añadir:— ¿Dónde diablos vas?

—Tras ella.

—No seas idiota —contestó fríamente Raistlin—. Hace horas que se marchó, no la alcanzarás.

—A lo mejor ha hecho un alto para descansar. —Caramon agarró la antorcha—. Espérame aquí. Y vuelve a dormirte. No tardaré mucho... —Hizo una pausa antes de añadir en tono alterado:— ¿Dónde está Sturm?

—Por amor de... —Raistlin se incorporó con precipitación—.
¡Shirak!
—dijo y la luz del bastón empezó a brillar—. ¡Esto es lo que pasa cuando se deja a un kender haciendo la guardia!

—Entró ahí. —Tas señaló la biblioteca—. Creí que iba a hacer pis.

—¿Dijo algo? —Los ojos del mago tenían un brillo febril.

—Le pregunté si podía ponerme el yelmo que lleva puesto y dijo «no» —informó el kender, malhumorado.

Raistlin empezó a recoger sus pertenencias.

—Hemos de ir tras Sturm. No tiene ni idea de lo que está haciendo. ¡Es capaz de darse de cara con el ejército draconiano!

—No es justo —opinó Tasslehoff mientras recogía sus saquillos—. Sturm tuvo puesto el yelmo toda la noche. Le dije que me tocaba a mí.

—¿Qué pasa con Tika? —demandó Caramon—. Está sola.

—Vuelve al campamento, así que no corre peligro. Sturm sí.

—No sé... —El guerrero estaba angustiado.

—Haz lo que quieras. Yo voy tras Sturm. —Raistlin recogió la mochila y echó a andar.

—Yo también —dijo Tas—. A lo mejor me toca ponerme el yelmo esta noche. Le dejé
Mataconejos
a Tika, Caramon —añadió, porque le daba pena su amigo—. Se dejó la espada en el corredor. ¡Ah, y me dio un mensaje para ti! Casi se me olvida. Me encargó que te dijera que lo entiende.

Caramon gimió suavemente y negó con la cabeza.

—Me quedaría para charlar un poco más, pero he de marcharme. Raistlin me necesita —se disculpó el kender.

Tas esperó un momento para ver si Caramon iba con él, pero el hombretón no se movió. Temeroso de que los otros dos lo dejaran atrás, Tas se dio la vuelta y salió a toda carrera. El guerrero oyó la voz del kender que hablaba en la biblioteca:

—¡Puedo llevarte la mochila, Raistlin!

—Tócala y te corto la mano —oyó responder a su hermano.

Caramon tomó una decisión. Tika lo entendía. Lo había dicho. Alcanzó a su gemelo en la puerta que conducía a la fortaleza.

—Deja que lleve yo eso. Pesa demasiado para ti —dijo el guerrero, que se cargó la mochila al hombro.

* * *

Tika caminó durante horas; sentía la rabia, la frustración y el amor arder como brasas en su interior. Primero, el amor llameaba y después moría sólo para que la rabia se avivara, candente. El fuego de sus sentimientos parecía prestarle fuerzas y avanzó a buen paso, o eso le parecía a ella. Era difícil calcular cuánto trecho había recorrido, porque el túnel parecía interminable. Hablaba consigo misma mientras andaba, sostenía conversaciones imaginarias con Caramon y le decía a Raistlin lo que pensaba exactamente de él.

En cierto momento le pareció oír algo a su espalda y se paró; el corazón le latió desbocado, pero no de miedo, sino de esperanza.

—¡Caramon! —llamó, anhelante—. ¡Me has seguido! Me alegro tanto...

Esperó, pero no hubo respuesta. No volvió a oír el ruido y llegó a la conclusión de que se lo había imaginado.

—Me había hecho ilusiones —masculló entre dientes y le pegó una patada a una piedra que salió rodando por el suelo—. No va a venir.

En ese momento afrontó la verdad. Le había dado un ultimátum: ella o su hermano. Y había elegido a Raistlin.

«Siempre elegirá a Raistlin
—se dijo para sus adentros—.
Sé que me ama, pero siempre elegirá a Raistlin.»

No tenía ni idea de por qué estaba tan convencida de ello. Sólo sabía que seguiría siendo así hasta que ocurriera algo que los separara a los dos y puede que ni siquiera entonces.

De nuevo sonó el ruido y esta vez Tika estaba segura de no haberlo imaginado.

—¿Tasslehoff? ¿Eres tú?

Sería muy propio del kender dejar su puesto e ir tras ella. Seguramente planeaba acercarse con sigilo, saltar sobre ella desde las sombras y partirse de risa por el susto que le había dado.

Si era Tas, el kender no contestó a su llamada.

Volvió a oír el ruido. Sonaba como una respiración áspera y pisadas que raspaban el suelo. Y, quienquiera que fuese, ya no se molestaba en ocultar su presencia.

—Tasslehoff, esto no tiene gracia... —Le falló la voz.

Mientras hablaba, supo que no era el kender. El miedo le provocó retortijones en el estómago y le hizo un nudo en la garganta. Era incapaz de tragar ni de respirar. Se cambió la antorcha a la mano izquierda y casi la dejó caer. La mano derecha se le cerró, temblorosa, sobre la daga que llevaba al cinto. No quería morir sola, en la oscuridad. La idea hizo que se le escapara un débil gimoteo de terror.

No veía nada, pero oía ruido de garras al desplazarse por el suelo de piedra y comprendió de inmediato que su perseguidor era un draconiano. El primer pensamiento, producto del pánico, fue echar a correr, pero aunque el cerebro le gritaba que huyera, las piernas se negaban a obedecer. Además, no tenía dónde ir. Ni dónde huir. Ni dónde ocultarse.

Los ásperos jadeos y los gruñidos se acercaron más y más. El draconiano había abandonado todo sigilo.

Entró en la zona alumbrada por la antorcha delante de ella, corriendo directamente en su dirección. Al verla, la horrenda cara escamosa se desfiguró con una mueca repulsiva. Gorgoteó y le resbaló saliva de las fauces. Llevaba una espada de hoja curva, pero no la había desenvainado. No quería matar a su presa; antes quería divertirse un poco.

Tika dejó que el bestial ser se acercara y no como parte de una estrategia pensada, sino porque estaba demasiado aterrada para moverse. Los ojos rojos del draconiano relucían; las manos, más bien garras, se abrían y se cerraban. Extendió las alas y saltó sobre ella con intención de derribarla al suelo con él encima.

La determinación cobró firmeza en Tika y, trocando el miedo en fortaleza, prestó firmeza a su mano. Moviendo la antorcha en un violento revés, la estrelló contra el lascivo rostro del draconiano. Aunque por casualidad, fue un golpe asestado en el momento justo y alcanzó al baaz en pleno vuelo.

El estacazo torció la cabeza del draconiano hacia un lado mientras los pies seguían hacia el contrario llevados por el impulso, con el resultado de caer patas arriba. Se dio un buen porrazo en el suelo de piedra, con las alas chafadas debajo del cuerpo. Tika arrojó a un lado la antorcha y, sosteniendo la daga con las dos manos, se abalanzó sobre el baaz al instante. Gritando de rabia, lo apuñaló y acuchilló una y otra y otra vez.

El draconiano aulló e intentó sujetarla. La joven no sabía en qué parte del cuerpo le estaba clavando la daga; no veía bien porque un velo rojo le nublaba los ojos. Golpeaba todo lo que se movía. Asestaba patadas, pisotones, cuchilladas y tajos donde fuera, le daba igual; lo único que sabía era que tenía que seguir luchando hasta que la criatura dejara de moverse.

Entonces la hoja del arma chocó contra la piedra y el impacto le ocasionó una dolorosa sacudida en los brazos; la daga se le resbaló de las manos, empapadas de sangre. Aterrada, Tika gateó en busca del arma. La encontró, la asió y la enarboló al tiempo que se giraba; entonces vio a su enemigo muerto a sus pies. La daga no había chocado contra el suelo, sino en el cadáver del draconiano, convertido en piedra.

Temblorosa, jadeante y sacudida por los sollozos, Tika saboreó un líquido repulsivo en la boca. Vomitó y se sintió mejor. Los enloquecidos latidos del corazón empezaron a normalizarse. Ahora respiraba un poco mejor y sólo sentía la quemazón y el escozor de los arañazos que tenía en los brazos y en las piernas. Recogió la antorcha y, sosteniéndola sobre el cadáver del draconiano, esperó a que se deshiciese en polvo. Sólo entonces, cuando por fin se desintegró, la joven se convenció de que estaba muerto.

Other books

Fatal Decree by Griffin, H. Terrell
And Then There Were Three by Renee Lindemann
Pyramid Quest by Robert M. Schoch
Victoria's Cross by Gary Mead
Feelers by Wiprud, Brian M
Unlikely Lover by Diana Palmer
Base Camp by H. I. Larry
The Art of War: A Novel by Stephen Coonts
The Puzzle by Peggy A. Edelheit
Where Bluebirds Fly by Brynn Chapman