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Authors: Margaret Weis & Tracy Hickman

Tags: #Fantástico

El mazo de Kharas (48 page)

BOOK: El mazo de Kharas
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—¡Pero así se resolverían todos nuestros problemas! —insistió el mago, que posó la mano en el brazo del caballero. Sturm dio un respingo a su contacto, pero siguió escuchándolo—. Damos a los enanos lo que quieren. Nosotros tenemos lo que queremos. Una vez que las Dragonlances se hayan forjado, podrás traérselo de vuelta. No se habrá perjudicado a nadie... y se habrá beneficiado a muchos.

—No es... honorable —adujo Sturm.

—Bueno, si lo que quieres es honor, entonces, por supuesto, eleva una plegaria honrosa por los niños pequeños mientras los dragones de la Reina Oscura les calcinan la carne y se la arrancan de los huesos. —Los dedos de Raistlin presionaron el brazo del caballero—. Puede que tú tengas derecho a elegir el honor antes que la vida, pero piensa en quienes no tienen elección, en los que padecerán y morirán bajo el dominio de la Reina Oscura. Y tendrá el dominio, Sturm. Sabes tan bien como yo que las fuerzas del bien, las insignificantes fuerzas del bien que existen, no pueden hacer nada para detenerla.

Sturm se quedó callado. Raistlin veía y percibía el conflicto en el que se debatía el caballero. Los músculos del brazo estaban tensos, los ojos le brillaban, tenía los puños apretados. No sólo pensaba en los inocentes, sino también en sí mismo. Podría llevar el Mazo a los caballeros, sería el elegido para forjar las legendarias Dragonlances. Sería el salvador de las gentes de Solamnia, de las del mundo entero.

Raistlin adivinaba mucho de lo que pasaba por la mente de Sturm y casi no erró en sus suposiciones. El mago imaginaba que a Sturm lo había seducido un sueño de gloria cuando, en realidad, la idea de todos los inocentes que sufrirían con la inminente guerra afectaba profundamente al caballero. En su imaginación volvía a ver las ruinas calcinadas y los niños masacrados de Que-shu.

—¿Qué quieres que haga? —preguntó el caballero, que pronunció las palabras como si hablara con renuencia. Jamás había imaginado que accedería a ayudar a Raistlin a tejer uno de sus enredos. Se recordó a sí mismo los inocentes.

—Tienes que hablar con Flint —instruyó Raistlin—. Cuéntale el plan. A mí no querrá escucharme.

—No estoy seguro de que me escuche a mí —dijo Sturm.

—¡Al menos tenemos que intentarlo! Métele la idea en la cabeza. —Raistlin hizo una pausa y después añadió suavemente:— No le digas nada a Tanis.

Sturm comprendió. Tanis se opondría a un plan así. No sólo era deshonesto, sino también peligroso. Si los enanos lo descubrían, podría significar la muerte para todos ellos, pero las Dragonlances era su mayor esperanza de ganar la guerra... Algo que el semielfo se negaba, obcecado, a comprender.

El caballero hizo un breve asentimiento con la cabeza. Raistlin sonrió para sí desde las sombras de la capucha. Había obtenido una victoria sobre el virtuoso caballero, derribándolo de su pedestal de altivez. En el futuro, cuando los sermones moralizadores de Sturm resultaran tediosos, lo único que tendría que hacer sería musitar las palabras: «El Mazo de Kharas.»

—Me llevaré a Tanis aparte para que puedas hablar con Flint.

El semielfo había recuperado el cuchillo de tallar de Flint y había enviado a Tasslehoff a investigar un ruido extraño que afirmaba haber oído en la parte trasera del edificio. Flint y él hablaban del viaje —es decir, Tanis hablaba y Flint no decía palabra— cuando Raistlin se acercó y le preguntó al semielfo si podía hablar con él.

—Me preocupa la salud de Caramon —dijo Raistlin con gesto grave—. No se siente bien esta mañana.

—Lo que pasa es que bebió demasiado, nada más —contestó Tanis—. Tiene resaca. No es la primera vez que lo vemos así. Habría dicho que estarías acostumbrado a eso a estas alturas.

—Creo que es algo más serio que una resaca —insistió el mago—. Algún tipo de enfermedad. Ven a echarle un vistazo, por favor.

—Tú sabes de enfermedades más que yo, Raistlin...

—Querría que me dieras tu opinión, semielfo. Sabes lo mucho que te respeto.

Tanis no lo sabía, en absoluto; pero, por si acaso se daba la remota posibilidad de que Caramon se hubiera puesto enfermo realmente, el semielfo acompañó a Raistlin hasta la cama donde el guerrero yacía con un paño húmedo sobre los ojos.

Raistlin aguardó, solícito, junto a su hermano mientras Tanis le echaba una ojeada a Caramon. La mirada del mago estaba pendiente de Sturm y de Flint. No oía su conversación, pero no le hacía falta. Supo exactamente cuándo el caballero le habló al enano del cambio de mazos, porque Flint se quedó boquiabierto y contempló a Sturm mudo de asombro. Luego, fruncido el entrecejo, sacudió la cabeza con fuerza.

Sturm siguió hablando con él, presionándolo. El caballero se mostraba vehemente, serio. Ahora se refería a los inocentes. Flint sacudió la cabeza otra vez, pero con menos fuerza. Sturm siguió hablando y Flint empezó a prestar atención a lo que le decía. Lo estaba pensando. El enano echó una ojeada a Arman y luego al mazo falso. Tenía un profundo ceño. Sus ojos buscaron a Raistlin, que le sostuvo la mirada sin pestañear, firmemente. Flint desvió los ojos. Le dijo algo a Sturm, que giró sobre sus talones y se encaminó con premeditada indiferencia hacia Raistlin.

—¿Cómo se encuentra el pobre Caramon? —preguntó el caballero en tono sombrío, como quien vela junto a un lecho de muerte.

Raistlin negó con la cabeza y suspiró.

—Bebió demasiado, eso es todo —dijo Tanis, exasperado.

—A lo mejor fue la carne de gusano —sugirió Raistlin.

—¡Oh, dioses! —gimió Caramon, que se apretó el estómago, rodó en la cama para levantarse, corrió hacia un rincón y vomitó en el cubo de aguas sucias.

—¿Ves, Tanis? —dijo Raistlin en tono de reproche—. ¡Mi hermano está muy enfermo! Lo dejo a tu cuidado. He de hablar un momento con Flint antes de que se vaya.

—Y yo querría decirte algo, Raistlin —intervino Sturm—. Si puedes dedicarme unos instantes.

Los dos echaron a andar y dejaron a Tanis, que los siguió con la mirada, asombrado y rascándose la barba.

—¿Qué se traerán entre manos esos dos? Hacer frente común para presionar a Flint, supongo. Allá ellos, que tengan suerte.

Se acercó a Caramon para tranquilizar al guerrero asegurándole que no había comido carne de gusano.

—Flint ha prometido que al menos se lo planteará —dijo Sturm.

—Entonces tendrá que planteárselo pronto —contestó Raistlin—. Necesito tiempo para ejecutar el hechizo y nuestro joven amigo está impaciente por emprender la marcha.

Arman se hallaba junto a la puerta, cruzado de brazos. Cada dos por tres fruncía el entrecejo, soltaba un suspiro y daba golpecitos con la puntera de la bota en el suelo.

—Cuando lo hayamos encontrado hemos de llevar el Mazo al Templo de las Estrellas —informó Arman—. Le dije a mi padre que estaríamos allí al ocaso, si no antes.

Flint se quedó mirándolo fijamente.

—Pero ¿qué crees tú? ¿Que sólo tenemos que entrar tranquilamente en la tumba, coger el Mazo y salir tan campantes?

—No lo sé —repuso fríamente Arman—. Tú eres el que sabe cómo encontrarlo.

Flint gruñó algo y sacudió la cabeza. Cerró el petate, lo alzó del suelo y se lo echó al hombro. Los ojos del enano se encontraron con los de Raistlin, y Flint hizo un leve gesto de asentimiento con la cabeza.

—¡Lo hará! —le dijo el mago a Sturm, exultante—. Pero hay un problema. El hechizo que tengo que lanzar es uno de transmutación, pensado para reducir un objeto.

—¿Reducir? —repitió el caballero, espantado—. ¡No queremos que el mazo sea más pequeño!

—Soy consciente de ello —repuso Raistlin, irritado—. Mi plan es modificar el conjuro de forma que reduzca el peso del martillo, no el tamaño. Hay una mínima posibilidad de que cometa un error. De ser así, nuestro plan se descubriría.

—En tal caso no deberíamos continuar —opinó Sturm, enfadado.

—Es una mínima posibilidad —señaló el mago—. Minúscula.

Se inclinó hacia Flint, que le dirigió una mirada hosca bajo las pobladas cejas.

—Esta réplica es una obra de excelente manufactura —dijo Raistlin—. ¿Podrías dejármela un momento para examinarla más de cerca?

Flint miró a su alrededor. Arman había dejado de guardar la puerta y había salido para intentar calmar su creciente frustración con paseos arriba y abajo. Tanis se encontraba al otro extremo de la sala y hablaba con Caramon. Despacio, el enano alargó la mano hacia el martillo, lo sacó del correaje con torpeza y se lo tendió.

—Pesa bastante —advirtió.

Raistlin lo tomó, lo sopesó y después fingió que examinaba las runas.

—Resultaría más fácil de llevar si fuera menos pesado —dijo Flint, que jugueteó con las correas de la armadura, nervioso.

—¿Nos mira alguien? —susurró el mago.

—No —contestó Sturm mientras se atusaba el bigote—. Arman ha salido y Tanis está con tu hermano.

Raistlin cerró los ojos. Asió el martillo con una mano mientras que la otra la pasaba sobre el metal cincelado con runas. Inhaló ligeramente y a continuación pronunció palabras extrañas que a Flint le hicieron sentir la misma sensación que cuando un insecto le subía por la pierna. Lamentó su decisión y ya alargaba la mano hacia el martillo para asirlo, cuando Raistlin exhaló un suspiro y abrió los ojos.

—Sí que pesa —dijo mientras se lo tendía—. Acuérdate de ir con cuidado cuando lo manejes.

Obviamente, el hechizo había fallado. Flint sintió alivio. Aferró el mazo y casi se cayó de espaldas por el impulso. El martillo era tan ligero como la pluma de gallina que guardaba el kender en un saquillo.

Los ojos de Raistlin relucieron. El mago metió las manos en las bocamangas de la túnica.

Flint miró el mazo de arriba abajo, pero no veía ningún cambio. Iba a ponerlo de nuevo en el correaje cuando su mirada se encontró con la de Raistlin y recordó justo a tiempo que se suponía que el mazo pesaba mucho. Al enano no se le daba muy bien fingir y lamentó por partida doble haber accedido a tomar parte en el plan, pero ya era demasiado tarde.

—Bueno, pues me voy —anunció. Iba un poco encorvado hacia adelante, como doblado por el peso del mazo; en realidad lo sentía como un peso en su conciencia.

—Ojalá reconsideraras tu decisión —dijo Tanis, que se acercó para despedirse de él—. Aún estás a tiempo de cambiar de opinión.

—Aja
,
lo sé. —Flint se frotó la nariz. Hizo una pausa, carraspeó y luego añadió con voz gruñona:— ¿Querrás hacer un favor a este viejo enano, Tanis? Dame una oportunidad de hallar la gloria al menos una vez en mi aburrida vida. Sé que suena ridículo, pero...

—No —lo interrumpió el semielfo, que puso las manos en los hombros de su amigo—. No es ridículo en absoluto. Que Reorx te acompañe.

—No invoques a dioses en los que no crees, semielfo —repuso Flint iracundo—. Trae mala suerte.

Irguiendo los hombros, Flint salió para reunirse con Arman Kharas, que le dijo en un tono que no admitía discusión que era hora de emprender la marcha. Los dos echaron a andar, escoltados por soldados hylars. Dos de los guardias hylars se quedaron y ocuparon sus puestos a uno y otro lado de la puerta de la posada.

—Espero que no hayan olvidado el desayuno —suspiró Caramon mientras se sentaba en la cama.

—Creía que te sentías mal —increpó Raistlin en tono hiriente.

—Me siento mejor ahora que he vomitado. ¡Eh! —Caramon cruzó la sala, abrió la puerta y asomó la cabeza fuera—. ¿Cuándo comemos?

Tasslehoff se quedó mirando por la ventana hasta que Flint desapareció al girar en la esquina de un edificio. Entonces el kender se sentó pesadamente en una silla.

—Flint me prometió que podría ir con él a la tumba flotante —dijo Tas al tiempo que daba pataditas a los travesaños de la silla.

Tanis sabía que sería inútil intentar convencer al kender de que Flint no había hecho semejante promesa, así que lo dejó en paz, seguro de que habría olvidado todo al cabo de cinco minutos, cuando hubiera encontrado alguna otra cosa interesante. Sturm también miraba por la ventana.

—Podríamos ocuparnos de los guardias de la entrada, Tanis. Sólo son dos.

—Y luego ¿qué? —demandó Raistlin, mordaz—. ¿Cómo recorremos Thorbardin sin llamar la atención? ¿Nos hacemos pasar por enanos? Puede que el kender lo consiguiera, pero el resto de nosotros tendríamos que ponernos barbas falsas y caminar de rodillas.

El rostro de Sturm enrojeció por el sarcasmo del mago.

—Al menos podríamos intentar hablar con Hornfel, decirle lo preocupados que estamos por nuestro amigo. A lo mejor cambiaba de opinión.

—Bueno, supongo que podríamos pedir audiencia, pero dudo que tengamos éxito —comentó Tanis—. Dejó bien claro que sólo podían entrar enanos en la tumba sagrada.

Sturm siguió mirando por la ventana con aire sombrío.

—Flint va camino del Valle de los Thanes, el reino de los muertos, con un enano chiflado para protegerle las espaldas y el espíritu de un príncipe muerto para guiarlo —dijo el semielfo—. Preocuparse por él no servirá de nada.

—Pero rezar por él sí —repuso el caballero y acto seguido se arrodilló en el suelo.

—Me vuelvo a la cama —dijo Raistlin tras encogerse de hombros. No había nada más que hacer. Tanis también se metió en su cama y se quedó tendido boca arriba, mirando el techo. Mientras Sturm rezaba para sus adentros.

«Sé que lo que hice estuvo mal, pero lo hice por el bien de muchos
—oró a Paladine. Entrelazó las manos con fuerza ante sí—.
Como siempre he hecho...»

Tasslehoff dejó de dar pataditas a los travesaños de la silla. Esperó hasta que Sturm se quedó absorto en su comunión con el dios, hasta que Tanis cerró los ojos y su respiración se tornó regular y acompasada, hasta que oyó los ronquidos de Caramon y cesó la tos rasposa de Raistlin.

—Flint prometió que yo podría ir —murmuró Tas—. «Antes me llevaría al kender.» Eso fue lo que dijo. Tanis está preocupado por él y no lo estaría ni la mitad si yo lo acompañara y cuidara de él.

Tasslehoff se despojó de sus saquillos. Separarse de ellos le causaba un gran dolor, pues sin ellos se sentía como si estuviese desnudo, pero haría ese sacrificio por su amigo. Se bajó de la silla y, moviéndose tan en silencio como sólo un kender era capaz cuando se lo proponía, abrió la puerta y salió sigilosamente.

Los dos soldados le daban la espalda. Estaban charlando y no lo habían oído.

—¡Hola! —dijo en voz alta.

Los guardias desenvainaron las espadas y giraron sobre sus talones más de prisa de lo que Tasslehoff habría creído capaces a unos enanos. No sabía que los enanos fueran tan ágiles, sobre todo si iban cargados con tanto metal.

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