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Authors: Margaret Weis & Tracy Hickman

Tags: #Fantástico

El mazo de Kharas (59 page)

BOOK: El mazo de Kharas
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Al menos, pensó con cierta sombría satisfacción, Arman Kharas tampoco podría hacerse con el Mazo.

Flint se disponía a volver hacia la escalera cuando al mirar a su alrededor se dio cuenta de que se había quedado solo. Sintió una punzada de pánico. Había olvidado las dos reglas principales para viajar con un kender. Regla número uno: evitar que un kender se aburra; regla número dos: no perder de vista a un kender aburrido.

El enano gimió de nuevo. Sólo le faltaba eso. ¡Un kender suelto en una tumba plagada de magia!

—¡Tasslehoff Burrfoot! —bramó—. ¡Ah, ahí estás!

El kender se asomó por la esquina de la rorreta achaparrada.

—¡No vuelvas a desaparecer así! —lo regañó Flint—. Vamos a bajar para buscar a Arman.

—Te has quedado en el sitio equivocado, Flint —anunció el kender.

—¿Qué? —El enano lo miró sin comprender.

—Dijiste que desde tu punto de vista no se podía llegar al Mazo y tenías razón. Desde donde estás, no puedes llegar a él. Porque te has quedado en el sitio equivocado. Pero si das la vuelta al otro lado de esta torre, hay una forma. Ven y vuelve a mirar dentro.

Tas pegó la nariz al cristal y, a regañadientes pero aun así experimentando un atisbo de emoción, Flint hizo lo mismo.

—Fíjate en esa plataforma de allí, la que sobresale de la pared, por encima de los gongs.

El enano estrechó los ojos. Creía distinguir a lo que se refería el kender. Una plataforma de piedra se prolongaba hacia el interior de la cámara, sobre el pozo que se abría en el centro.

—Si es lo que dices, como plataforma no es gran cosa —rezongó.

Tas fingió no haber oído. ¡Flint era un gran pesimista!

—Supuse que si había esa plataforma también tenía que haber alguna forma de llegar a ella, y la he encontrado. ¡Ven conmigo!

El kender rodeó la torreta cuadrada a toda prisa. Flint lo siguió más despacio, todavía buscando un modo de abandonar la tumba. Se asomó por las almenas, pero lo único que vio abajo eran volutas y espirales de niebla rojiza.

—¡Por ahí no, Flint, es por aquí! —llamó Tas.

El kender estaba parado delante de una puerta doble de madera reforzada con bandas de hierro.

—Está cerrada —informó Tas, que asestó a las hojas de madera una mirada severa.

Flint se acercó, empujó una de las dos hojas y ésta se abrió en silencio.

—¡Has vuelto a hacerlo! ¿Cómo te las arreglas? —gimió Tas.

La luz del sol entró a raudales por el umbral, como si hubiese pasado todos esos siglos esperando a iluminar la oscuridad.

Flint se internó unos pasos y se frenó de golpe. Tasslehoff, que venía pisándole los talones, tropezó con él.

—¿Qué pasa? —preguntó el kender mientras intentaba asomarse por detrás, en el angosto vestíbulo.

—Hay un cadáver —contestó Flint, conmocionado. Había estado a punto de pisarlo.

—¿El cadáver de quién? —preguntó Tas en un ahogado susurro. A Flint se le atragantaron las palabras unos instantes.

—Creo que es Kharas —dijo luego.

El cuerpo había permanecido encerrado en un vestíbulo sin ventanas y clausurado por dos puertas de doble hoja, por lo que se había conservado bien. Estaba intacto, con la piel —semejante a pergamino o cuero viejo— estirada sobre el esqueleto. Era de un enano inusitadamente alto, con el cabello largo pero la barba muy corta y descuidada. Flint recordó haber oído contar que Kharas se la había afeitado en señal de duelo por la Guerra de Dwarfgate y que después no se la había dejado crecer. El cadáver estaba vestido con armadura ceremonial, como correspondía al guerrero que había llevado al rey a su reposo final. No empuñaba arma alguna ni en el cuerpo había señales de heridas, pero aun así daba la impresión de haber tenido una muerte angustiosa a juzgar por la mano crispada sobre la garganta y la boca momificada abierta de par en par.

—Aquí está el asesino —dijo Tas, que se agachó junto al cadáver y señaló los restos de un escorpión—. Lo mató con su aguijón.

—No es forma de que muera un héroe —manifestó Flint, enfadado—. Kharas habría tenido que morir combatiendo ogros, gigantes, dragones o algo así.

No abatido por un bicho.

No abatido por un corazón debilitado...

—Pero si éste es Kharas y está muerto, ¿quién es el otro Kharas? —planteó Tas—. El que le dijo a Arman que le mostraría cómo encontrar el Mazo.

—Es lo mismo que me estoy preguntando yo —contestó Flint, sombrío.

Al final del vestíbulo había otra puerta doble. Detrás de esa puerta se encontraba la Cámara Rubí y dentro de la cámara se hallaba el Mazo de Kharas. Flint sabía que esas hojas estaban cerradas y también sabía que las puertas cerradas se abrirían para él, como había ocurrido con las anteriores. Habiendo visto la plataforma había ideado una forma de obtener el Mazo.

Bajó la vista al cadáver de Kharas, el gran héroe que había tenido una muerte tan indigna y sin sentido.

—Que Reorx acoja su alma —musitó Flint—. Aunque imagino que el dios se la llevó consigo hace mucho, mucho tiempo.

Con la vista fija en el cadáver tomó una repentina decisión.

«Por Reorx que yo no me iré así»,
juró para sus adentros.

—¡Eh, qué haces! —llamó en voz alta—. ¿Dónde crees que vas?

Tasslehoff se encontraba parado delante de la puerta doble al fondo del vestíbulo, esperando con aire impaciente que Flint la abriera.

—Voy a ayudarte a conseguir el Mazo.

—De eso nada —gruñó el enano—. Tú vas a ir a buscar a Arman.

—¿Sí? —Tas estaba complacido, pero asombrado—. Hallar a Arman es muy importante, Flint. Nadie me deja hacer algo muy importante nunca.

—Pues yo voy a dejarte esta vez. No tengo otra opción. Vas a ir a buscar a Arman, vas a advertirle que esa cosa que cree que es Kharas no es Kharas y le vas a decir que sabes dónde está el Mazo. Y luego lo traes aquí.

—Pero si hago eso, encontrará el Mazo —argumentó Tas—. Creía que querías ser tú el que lo encontrara.

—Lo he encontrado —contestó Flint, imperturbable—. No discutas más, que no tenemos tiempo. Márchate ya.

—Advertir a Arman es muy importante —reflexionó Tas—, pero me parece que lo dejaré pasar. En realidad tampoco me cae muy bien. Prefiero quedarme aquí contigo.

—Vas a ir —dijo Flint con firmeza—. De un modo u otro.

Tas sacudió la cabeza, asió la manija de la puerta y se sujetó a ella con todas sus fuerzas. Tras un breve forcejeo, Flint consiguió soltar los dedos del kender. Después lo aferró por el cuello de la camisa y, mientras Tas forcejeaba y protestaba, lo llevó a rastras hasta la otra puerta y lo sacó de un empujón.

—Y esto voy a necesitarlo —añadió el enano.

Arrebató al kender la jupak con un giro hábil y a continuación le cerró la puerta en las narices.

—¡Flint! —sonó la voz del kender amortiguada y lejana a través de las hojas de madera—. ¡Abre! ¡Déjame entrar!

Flint le oyó sacudir la manija, dar patadas a la puerta y después alejarse. Tas acabaría aburriéndose en seguida y, a falta de otra cosa mejor, iría a buscar a Arman.

Flint sintió remordimiento por haber enviado al kender al encuentro de ese fantasma, demonio o lo que quiera que fuera que afirmaba ser Kharas. No tardó en desechar la sensación de culpabilidad al recordar que el kender tenía un talento extraordinario para sobrevivir.

—Lo que consigue es que otros mueran. Si acaso —masculló Flint—, tendría que preocuparme por el fantasma.

La verdad era que Flint no podía tener al kender como testigo de lo que pensaba hacer. Tasslehoff Burrfoot jamás había sabido guardar un secreto. Juraría solemnemente por su copete que nunca lo contaría y, en menos de una hora, estaría parloteando y contándoselo a todo el mundo y al perro. Y ese secreto tenía que guardarse. De ello dependían vidas. Vidas a millares...

Flint empujó la puerta doble con la mano, que se abrió con un sonoro portazo, y entró en la Cámara Rubí.

40

El secreto de Flint

El Mazo

Tas hace un descubrimiento asombroso

Dentro de la Cámara Rubí la luz del sol brillaba roja a través del techo de cristales color carmesí e inundaba la estancia de un cálido fulgor. Flint caminó por la plataforma de piedra y se maravilló de encontrarse allí. Se sentía humilde, abrumado, triunfante.

Contempló cómo el Mazo se mecía atrás y adelante en un lento arco, igual que lo había venido haciendo durante trescientos años. ¿Lo habría colgado Kharas del techo? Flint echó la cabeza hacia atrás para mirar. La cuerda de la que pendía el Mazo colgaba de un sencillo gancho de hierro. Flint tenía la impresión de que tal vez Kharas hubiese colocado el Mazo allí, pero que habían sido otras manos las que habían añadido la magia. Otras manos habían creado los gongs que daban las horas y habían construido el maravilloso techo rubí. Las mismas que habían arrancado la tumba del suelo del Valle de los Thanes y la habían dejado flotando en el aire, manos que aún seguían por allí, en alguna parte, tal vez esperando para cerrarse alrededor de su garganta.

Flint vio al Mazo contar los minutos a la par que transcurrían del mismo modo que había contado todos los minutos de su vida mientras pasaban, desde el nacimiento hasta ese instante; igual que contaba los latidos de su viejo y débil corazón.

Todos los enanos soñaban con ser el que hallara el legendario Mazo de Kharas. Hablaban de ello mientras se tomaban una cerveza. Les contaban la historia a sus hijos, que hacían mazos de madera y jugaban a ser el héroe de los enanos. Flint había soñado con ello, pero había sido lo bastante pragmático para saber que no era más que un sueño. ¿Cómo alguien como él, un simple orfebre, juguetero y trotamundos distanciado de sus semejantes iba a ser el héroe de su raza?

Pero había ocurrido. De algún modo. Por algún milagro, los dioses lo habían conducido allí. Lo habían hecho por una razón, y estaba convencido de que sabía qué razón era.

El Mazo pasó meciéndose por encima de él con un suave sonido que recordaba el murmullo de un regato o el soplo de la brisa. Sentía en la cara el movimiento del aire a su paso y se imaginó que era el aliento de Reorx. Con movimientos agarrotados y un gesto de dolor, el enano se arrodilló con torpeza en la plataforma. Sus viejas rodillas soltaron crujidos de protesta. Flint esperaba ser capaz de volver a levantarse.

—Reorx —empezó, puesta la mirada en el fulgor rojizo—, no eres uno de los dioses de la luz, como Paladine y Mishakal. Eres un dios que ve por igual la luz y la oscuridad en el alma de un hombre. Imagino que sabes por qué estoy aquí. Sabes lo que me propongo hacer. Paladine frunciría el entrecejo y Mishakal alzaría sus bonitas manos con espanto.

»
Supongo que estoy siendo deshonesto —añadió y rebulló al sentirse incómodo—, y que lo que me dispongo a hacer no es honorable, a pesar de que Sturm estaba de acuerdo con ello y es la persona más honorable que conozco.

»
Verás, Reorx —explicó Flint—, sólo voy a tomar prestado el Mazo. Eso no es robarlo. Me aseguraré de que los enanos lo recuperen. Sólo quiero usarlo para forjar las Dragonlances y, una vez que eso esté hecho y hayamos ganado la batalla contra la Reina de la Oscuridad, devolveré el Mazo, cambiaré el verdadero por el falso. Los enanos no notarán la diferencia y como creerán que tienen el verdadero Mazo elegirán un Rey Supremo, abrirán las puertas de Thorbardin al mundo, dejarán entrar a los refugiados y todo estará bien. No se hará mal a nadie y en cambio sí se hará mucho bien.

»
Ése es mi plan —concluyó Flint mientras se esforzaba por ponerse de pie. Lo consiguió, aunque fue gracias a apoyarse en la jupak del kender—. Supongo que si no te gusta me tirarás de esta plataforma o me mandarás algún otro castigo semejante.

Flint esperó, pero no pasó nada. La puerta doble se cerró a su espalda, pero tan despacio y con tanta suavidad que el enano ni siquiera se dio cuenta.

Interpretando el silencio como una señal de que podía ponerse manos a la obra con la aprobación del dios, ya que no con su bendición, Flint caminó hasta el mismo borde de la plataforma de piedra. Bajó la vista hacia el foso que se abría a sus pies. Lo único que vio fue luz roja. Se preguntó si sería muy profundo y luego, encogiéndose de hombros, apartó la idea de su mente. Alzó los ojos hacia el Mazo y calculó la distancia que separaba el Mazo de la plataforma. Observó la jupak, después miró de nuevo el Mazo y pensó que el plan podría funcionar.

Flint se tendió boca abajo en la plataforma, asió la jupak por la punta y alargó el brazo todo lo posible para trabar la cuerda con el extremo ahorquillado de la jupak cuando el Mazo pasaba silbando.

Falló, pero por poco. Tenía que deslizarse otros tres o cuatro dedos más sobre el extremo de la plataforma. Se aferró al borde de piedra con la otra mano y esperó a que el Mazo pasara de nuevo por su posición.

Flint balanceó el brazo con todas sus fuerzas y el impulso casi lo sacó de la plataforma. Durante una fracción de segundo, temió que iba a caer al hueco del fuste, pero la jupak se enredó en la cuerda y, como un pescador con un pez enganchado al sedal, Flint dio un seco tirón con la jupak.

La honda de cuero que colgaba del extremo ahorquillado se enredó en la cuerda y Flint, con el corazón palpitándole desbocado, atrajo hacia sí, despacio y con mucho cuidado, la jupak y la cuerda de la que pendía el Mazo.

Soltando la jupak, Flint asió el Mazo y lo subió a la plataforma. En ese momento tuvo que hacer una pausa porque le costaba trabajo respirar. Estaba mareado y unas extrañas motitas de luz giraban delante de sus ojos. No obstante, la sensación pasó en seguida y pudo sentarse y apoyar el bendito Mazo en su regazo para contemplarlo con reverencia y admiración.

—Gracias, Reorx —musitó—. Lo usaré para hacer el bien y para honrar tu nombre. Lo juro por tu barba y por la mía.

El Mazo era un prodigio y una maravilla. Flint era incapaz de apartar los ojos de él. El mazo falso era igual que el de verdad, pero no transmitía la misma sensación. Al posar la mano en el Mazo de Kharas lo sintió vibrante de vida a la par que él se sentía conectado a una inteligencia que era justa, sabia y benevolente, apenada por la debilidad de los seres humanos pero aun así comprensiva y misericordiosa con ellos. Algunos enanos juraban que Kharas había llevado el Mazo durante tanto tiempo que estaba imbuido de su espíritu, y Flint casi podía creerlo.

Entonces se dio cuenta de que cualquier enano que hubiese tocado alguna vez el Mazo de Kharas jamás confundiría el falso con el verdadero. Por suerte, ningún enano que estuviera vivo en la actualidad había tocado el Mazo real. Ni siquiera Hornfel notaría la diferencia. El falso tenía el mismo aspecto y pesaba más o menos lo mismo, merced al encantamiento de Raistlin. Los dos mazos eran ligeros, fáciles de manejar. Las runas eran idénticas en ambos. Hasta el color era casi igual. El verdadero Mazo tenía una pátina dorada inexistente en el otro. Lo único que tenía que hacer era mantener el verdadero dentro del correaje.

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