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Authors: Margaret Weis & Tracy Hickman

Tags: #Fantástico

El mazo de Kharas (58 page)

BOOK: El mazo de Kharas
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—Porque nunca los había habido en Ansalon —respondió el semielfo mientras sacudía la cabeza—. No sabemos qué ha engendrado esa perversión. Lo único cierto es que son muy numerosos, además de inteligentes, guerreros feroces e igualmente peligrosos al morir como estando vivos.

—¿Y crees que han invadido Thorbardin? A lo mejor sólo hay ése...

—Son como las ratas —intervino Sturm—. Si ves una, hay otras veinte escondidas detrás de las paredes.

—Estás sangrando —dijo Tanis.

—¿Sí? —Sturm se llevó la mano a la cara y la retiró manchada de sangre—. La cola de ese ser me golpeó. —Sacudió la cabeza, pesaroso—. Lamento que se escapara, Tanis. Nos engañó por completo.

—¿Cómo están Raistlin y Caramon? —se interesó el semielfo mientras echaba un vistazo a su alrededor, preocupado.

—Raistlin se llevó la peor parte. Recibió un codazo en el bajo vientre. Va a estar dolorido un tiempo, pero se pondrá bien. El draconiano casi tiró a Caramon del elevador. Más que herido está conmocionado, creo.

Tanis se volvió para ver a los gemelos, que se dirigían hacia él. Raistlin caminaba un poco encorvado y respiraba de forma entrecortada, pero en su rostro había una expresión de sombría determinación.

—¿Te encuentras bien? —le preguntó Tanis con preocupación.

—Eso es lo de menos —contestó el mago, impaciente—. ¿Qué vamos a hacer con Flint y con el Mazo?

Tanis sacudió la cabeza. Había visto a Raistlin marearse y casi perder el sentido por aplastarse un dedo del pie y sin embargo, tras sufrir un golpe que habría mandado al lecho a hombres más fuertes, le quitaba importancia como si no hubiese pasado nada.

Caramon caminaba detrás de su hermano con gesto de agobio. Miró a Tanis y pareció que se encogía.

—Siento que se nos escapara —dijo, mortificado.

—No ha ocurrido nada irremediable y quizá sea beneficioso. Hemos logrado lo que salimos a hacer. Los enanos han descubierto la verdad por sí mismos. Pero ahora tenemos nuevos problemas.

Mientras Tanis les contaba a sus amigos lo ocurrido con Riverwind y Gilthanas, Hornfel discutía con los thanes daewar y kiar. Al Gran Bulp no se lo veía por ningún sitio. Por desgracia, el draconiano había saltado directamente hacia él cuando huyó, lo que indujo a creer al aterrorizado aghar que estaba a punto de morir. Había dado media vuelta y había puesto pies en polvorosa para esconderse en el agujero más oscuro y más profundo que pudiera encontrar y se quedaría allí hasta que el aprovisionamiento de ratas menguara y no le quedara más remedio que salir de su escondrijo.

La ausencia del thane aghar no preocupaba a nadie. Probablemente ni se habían dado cuenta. Pero sí notaron la de Ranee, el thane de los daergars.

Ninguno lo había visto marcharse, y a Hornfel no le cabía duda de que sus peores temores se habían cumplido. Sus esperanzas de unificar los clanes bajo la montaña se habían hecho pedazos. La alianza entre theiwars y daergars ya habría sido adversa por sí misma, pero ahora había pruebas de que los enanos renegados habían abierto en secreto las puertas de Thorbardin a fuerzas de la oscuridad. La tragedia que tanto se había esforzado por evitar —una guerra civil— parecía irremediable.

El thane daewar, que había sido el más reacio a pensar mal de sus congéneres, ahora era el más combativo y estaba dispuesto a convocar a su ejército y emprender la lucha en ese mismo instante. El kiar de mirada demente seguiría el liderazgo de Hornfel y haría todo lo que éste le ordenara hacer. Sin embargo, las fuerzas militares kiars no eran del todo fiables. Luchaban con ferocidad, pero eran indisciplinadas y caóticas.

Los theiwars no eran guerreros, pero los oscuros daergars sí. También eran numerosos, además de fieros y leales, y los consumía el odio hacia los otros clanes, en especial el hylar. Si estaban aliados con un ejército de criaturas monstruosas, Hornfel preveía la perdición y el desastre.

Tras discutir la situación con los thanes y hacer los planes que estaba en su mano hacer, Hornfel se dirigió hacia Tanis para hablar con él y ofrecerle disculpas por el trato que se les había dado antes.

—Ofrecería asilo de buen grado a los refugiados que están a tu cuidado, semielfo —dijo el hylar, que añadió en tono sombrío—: Pero me temo que no habrá cobijo seguro para nadie bajo la montaña, ni humanos ni enanos.

—Tal vez las cosas no sean tan terribles como piensas, thane —dijo Tanis—. ¿Y si los daergars no estuviesen aliados con los theiwars? Me fijé en la expresión de Ranee cuando vio al draconiano y no parecía satisfecho. Parecía tan impresionado y horrorizado como los demás.

—Lo observé y se notaba que estaba furioso —abundó Raistlin—. Pasó a nuestro lado de camino al elevador y tenía una expresión borrascosa, iracunda. Llevaba fruncido el entrecejo y los puños apretados y mascullaba entre dientes. Imagino que no sabía que los theiwars habían traído a esos nuevos aliados tan terribles y no se lo veía contento por ello.

—Me dais esperanza, amigos, y cosas en las que pensar. —Hornfel parecía agradecido—. Ahora es mucho lo que depende de la recuperación del Mazo de Kharas. Si nos es devuelto y hay pruebas de que Reorx ha regresado también, creo que los daergars rehusarían ponerse de parte de los theiwars. Su clan sufrió mucho con el cierre de las minas y muchos se hundieron en el crimen, pero en su fuero interno son leales a Thorbardin. Se los podría convencer y hacerlos entrar en razón y se alegrarían tanto como cualquiera de nosotros de dar la bienvenida a Reorx a sus santuarios. ¡El resurgimiento del Mazo verdadero sería ahora el mejor golpe de suerte que pudiéramos imaginar!

—No es cuestión de suerte —lo contradijo Sturm—, sino intervención divina. Los dioses nos trajeron aquí por ese motivo.

«¿Lo hicieron?
—se sorprendió Tanis preguntándose—.
¿O vinimos a través de tropiezos y pasos en falso, giros equivocados y elecciones acertadas, accidentes y fracasos y algún que otro triunfo? Ojalá lo supiera.»

—Tenemos que encontrar a Flint y Arman por esas mismas razones que tú has expuesto, thane —dijo.

—Me temo que es imposible —contestó Hornfel, serio—. Los míos me han informado que las puertas de bronce al Valle de los Thanes se han cerrado y es imposible abrirlas por mucho que lo han intentado.

39

La muerte de un héroe

Flínt toma una decisión

Flint se había sentado en la escalera, envuelto en la oscuridad, y se daba masajes en los muslos y en sus pobres rodillas, que crujían como un mecanismo viejo. Las piernas se habían negado a sostenerlo más y a subir más escalones. Los últimos los había remontado medio cegado por lágrimas de dolor y con un humor de perros, así que se tomó como una afrenta personal que Tasslehoff estuviera tan alegre. El kender bajó los peldaños al trote.

—La escalera acaba justo ahí arriba... ¿Qué haces sentado? —preguntó el kender, sorprendido—. ¡Date prisa! Casi hemos llegado al final.

En ese momento tocó el gong y el sonido fue mucho más alto que antes. El tono musical retumbó en el hueco de la escalera y pareció resonar dentro de la cabeza de Flint como si se la hubiese atravesado.

—No pienso moverme —rezongó—. Arman puede quedarse con el Mazo. No voy a dar un solo paso más.

—Sólo quedan unos veinte peldaños y entonces ya estarás allí —lo apremió Tasslehoff, que trató de meter los brazos por debajo de las axilas de Flint con intención de arrastrarlo—. Si haces un esfuerzo y vas deslizándote sobre el trasero...

—¡No haré tal cosa! —gritó el enano, ofendido. Forcejeó para desasirse del kender—. ¡Suéltame!

—Bueno, entonces, si no quieres subir, bajemos —sugirió Tas, exasperado—. El mapa señala otros caminos para llegar arriba...

—Tampoco pienso bajar. No voy a moverme.

Para sus adentros, Flint temía ser incapaz de hacerlo. No tenía fuerzas y ese sordo dolor en el pecho le había vuelto.

Tas lo miró intensamente y luego se sentó en un peldaño.

—Supongo que quedarse aquí para siempre tampoco está tan mal —dijo el kender—. Así tendré ocasión de contarte todas mis mejores aventuras. ¿Te he hablado de esa vez en la que encontré un mamut lanudo? Un día, caminaba por una calzada cuando oí un feroz barrito procedente del bosque. Fui a ver qué pasaba y resultó que era...

—¡Me largo! —dijo Flint. Apretando los dientes, apoyó la mano en el hombro del kender y, entre gruñidos y gemidos, se puso de pie. La cabeza le dio vueltas y se tambaleó, por lo que tuvo que apoyarse en Tasslehoff.

—Échame el brazo por encima de los hombros —sugirió Tas—. No, así. Eso es. Te apoyas en mí y subimos juntos los peldaños, de uno en uno.

Aquello era denigrante y Flint se habría negado a hacerlo, pero temía ser incapaz de mover un pie sin ayuda. Más que encontrar el Mazo, fue la terrible perspectiva de tener que oír la historia del mamut por enésima vez lo que lo indujo a intentarlo. Ayudado por el kender, Flint empezó a subir la escalera poco a poco.

—No me importa que te apoyes en mí, Flint —aseguró el kender al cabo de un instante—, pero ¿te importaría hacerlo sin cargar tanto el peso? ¡Prácticamente voy de rodillas!

—¡Creía que habías dicho que sólo quedaban veinte peldaños más! —gruñó el irascible enano, aunque procuró apoyarse menos en su amigo—. Ya he contado treinta y no veo el final.

—¿Y qué importancia tienen unos peldaños más o menos? —preguntó Tas a la ligera, pero luego, al sentir el brazo de Flint que se cerraba alrededor de su cuello, a punto de ahogarlo, se apresuró a añadir—: ¡Veo luz! ¿Tú no, Flint? Estamos llegando al final.

El enano alzó la cabeza y tuvo que admitir que en el hueco de la escalera no estaba tan oscuro como antes. Casi podían prescindir del farol. Faltó poco para que Flint tuviera que subir a gatas los últimos peldaños, pero lo consiguió.

Al final de la escalera había una puerta en arco, de madera y reforzada con bandas de hierro. La luz del sol que se colaba por las aspilleras les alumbraba el camino. Tas empujó la puerta, pero ésta no cedió. Sacudió la manija y después negó con la cabeza.

—Está cerrada con llave —informó—. ¡Qué rabia! ¡Eso me enseñará a no dejarme nunca más los saquillos! —El kender se sentó pesadamente en la escalera—. ¡Tanto subir escaleras para nada!

Flint no podía creerlo. Las doloridas piernas no querían creerlo. Dio a la puerta un empellón, enfadado, y se abrió de par en par.

—Así que cerrada —dijo con una mirada desdeñosa al kender.

—¡Te digo que lo estaba! —insistió Tas—. Puede que no sepa mucho de luchas o de política o del regreso de los dioses o de ese tipo de cosas, pero sé de cerraduras y ésa estaba cerrada.

—No, no lo estaba —le llevó la contraria el enano—. Lo que pasa es que no sabes cómo hacer funcionar la manija de un pestillo, nada más.

—De eso también sé —replicó Tas, indignado—. Soy un experto en manijas, pomos de puerta y cerraduras. Esa puerta estaba cerrada a cal y canto, te lo repito.

—¡No lo estaba! —gritó Flint, enfadado.

Porque si esa puerta había estado cerrada significaba que alguien —o algo— la había abierto cuando la empujó él y Flint no quería planteárselo siquiera.

Flint salió al sol seguido por Tasslehoff, que además de dirigir una mirada ofendida a la puerta le lanzó una patada al pasar, irritado.

Habían llegado a la parte alta de la tumba. Enfrente había una muralla de piedra almenada. Una torre jalonada de hileras de ventanas se alzaba a la izquierda de Flint. Otra torreta, ésta baja y cuadrada, se alzaba a su derecha. Más allá de las torres y de la muralla sólo se veía el azul del cielo. Giró para mirar hacia el otro lado y...

—Ni una palabra más sobre... ¡Por las barbas de Reorx! —exclamó.

—¡Oh, Flint! —Tas soltó un suave suspiro.

El sol rutilaba en un tejado con forma de cono hecho con cristales facetados de un vivo color rubí. Flint olvidó el dolor de las piernas y el pinchazo en el pecho, llevado por el asombro y la admiración.

Pegó la nariz al cristal, al igual que el kender, ambos intentando atisbar lo que había dentro.

—¿Es eso? —preguntó Tas en un susurro.

—Lo es —contestó el enano con la voz estrangulada por la emoción.

Un mazo de bronce atado a lo que parecía una cuerda fina colgaba suspendido del ápice del cono del tejado. El mazo se balanceaba muy despacio de un lado a otro de la cámara. Alrededor del techo había veinticuatro gongs enormes de bronce. Cada uno llevaba inscrita una runa y cada runa representaba las horas del día, desde la Hora del Despertar a la Primera Hora de Comer; de la Primera Hora de Labor a la Segunda Hora de Comer; y así sucesivamente hasta la Hora del Sueño. El Mazo se mecía atrás y adelante y cambiaba de posición con cada oscilación, regulado de forma que golpeaba en un gong al empezar una de las horas y después seguía desplazándose en un círculo interminable.

Flint no había visto algo tan maravilloso en toda su vida.

—Es en verdad impresionante —dijo Tasslehoff con un suspiro. Apartó la cabeza y se frotó la nariz, que había tenido aplastada contra el cristal—. ¿Los enanos pusieron el Mazo en movimiento para que oscilara así?

—No —contestó Flint, que añadió con voz enronquecida— ... Es magia. Una magia poderosa. —Aunque el sol le calentaba la nuca hasta casi resultar incómodo, esa idea le produjo un escalofrío.

—¡Magia! —Tas estaba entusiasmado— Eso lo hace mejor incluso. No sabía que los enanos pudieran hacer una magia así.

—¡Pues claro que no pueden! —replicó Flint malhumorado. Señaló con un gesto el Mazo oscilante—. Ningún enano que se precie imaginaría algo semejante, cuanto menos hacerlo. La misma magia que arrancó la tumba del suelo y la dejó flotando en el aire ha convertido el Mazo de Kharas en un reloj de cuco palanthino y... —Suspiró, abatido, y volvió a mirar el Mazo—. Quienquiera que desee el Mazo ha de hallar la forma de entrar ahí, luego pararlo y después bajarlo del techo. Desde mi punto de vista, es imposible. Tantos esfuerzos para nada.

En el momento en el que dijo aquello experimentó un alivio repentino, inmenso e inconfesable.

La decisión de cambiar los mazos o no hacerlo ya no dependía de él. Podía volver con Sturm, Raistlin y Tanis y decirles que el Mazo estaba fuera del alcance. Lo había intentado. Había hecho todo cuanto estaba en su mano. No lo quería el destino. Sturm tendría que arreglárselas sin sus Dragonlances. Tanis tendría que encontrar otra forma de persuadir a los enanos de que permitieran a los refugiados entrar en la montaña. Y él, Flint Fireforge, no estaba hecho para ser un héroe.

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