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Authors: Margaret Weis & Tracy Hickman

Tags: #Fantástico

El mazo de Kharas (60 page)

BOOK: El mazo de Kharas
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En cuanto a otras diferencias, el mazo falso seguramente no golpearía en el blanco con la fuerza ni con el tino del Mazo real. Flint anhelaba probarlo, ya que había oído contar que el Mazo de Kharas se fusionaba con el enano que lo blandía y reaccionaba al impulso de su mente más que al acto en sí de manejarlo. Sin embargo, Flint tendría que esperar a que sus amigos y él hubieran dejado bien atrás el reino enano antes de poder probarlo.

Al recordar que Arman podía aparecer en cualquier momento, Flint sacó el mazo falso del correaje y no pudo evitar pensar la apariencia barata y de mala calidad que tenía en comparación con el real. Metió el Mazo de Kharas en el correaje, ató el falso en la punta de la cuerda y después, echando la cuerda hacia atrás todo lo posible, lo soltó, y el mazo empezó a mecerse como había estado haciendo hasta entonces el verdadero.

El mazo falso se balanceó atrás y adelante llevado por el impulso, pero luego, poco a poco, perdió fuerza hasta pararse y quedó suspendido sobre el foso, inmóvil. Flint experimentó un instante de pánico. ¡Ahora que había dejado de mecerse, el mazo no se podría alcanzar!

Se tendió en la plataforma y alargó la jupak. No llegaba y, por un momento, al viejo enano lo embargó la desesperación. Entonces recordó que los brazos de Arman eran bastante más largos que los suyos y respiró un poco más tranquilo. De hecho, era bueno que hubiera pasado eso, ya que le proporcionaba una excusa por haber fracasado.

Flint se dirigió a la puerta doble, abrió una de las hojas y se asomó al vestíbulo. Ni rastro de Arman. Sólo estaba el cadáver de Kharas. Los ojos vacíos parecían mirarlo con gesto acusador y a Flint eso no le gustó, de modo que cerró la puerta y fue a sentarse en la plataforma. El Mazo de Kharas se apretaba contra su columna vertebral e irradiaba una calidez por todo su cuerpo que alivió dolores y achaques.

El viejo enano esperó.

* * *

Después de que Flint lo echó sin miramientos de la Cámara Rubí, Tasslehoff pasó unos instantes probando todos los trucos que sabía para abrir puertas, pero fue en vano. Entonces pasó unos segundos lamentándose por la pérdida de su jupak, por la irritabilidad de los enanos y por la injusticia de la vida en general. Después, viendo que las puertas no iban a abrirse, Tas decidió que haría lo que Flint le había dicho: ir a buscar a Arman.

El kender no tuvo que ir muy lejos para encontrarlo. Sólo girar sobre sí mismo y, sorpresa, allí estaba Arman, saliendo de una torre que había a la derecha del kender.

—¡Arman! —lo saludó Tas con alegría.

—Kender —dijo el príncipe enano.

Tas suspiró. No era nada fácil conseguir que Arman le cayera bien.

—¿Dónde está Flint? —demandó.

—Ahí dentro —señaló Tas la puerta—. ¡Hemos hecho un descubrimiento maravilloso! El Mazo de Kharas está en esa cámara.

—¿Y Flint está ahí? —preguntó el enano joven, alarmado.

—Sí, pero...

—¡Quítate de en medio! —Arman pegó un empujón al kender que lo tiró al suelo, despatarrado—. ¡No puede tener el Mazo! ¡Es mío!

Tas se levantó enfurruñado y se frotó un codo en el que se había hecho una magulladura.

—También hay algo más ahí dentro —dijo—. ¡El cadáver de Kharas! —Eso último lo dijo con énfasis—. Kharas está muerto. Del todo. Lleva muerto mucho tiempo, diría yo.

Arman no le estaba prestando atención ni captó la conexión ni, quizá, le importaba haber estado haciendo migas con un Kharas que yacía momificado en el vestíbulo. El enano fue hacia la puerta doble y puso la mano en la manija.

—Está cerrada —empezó a decirle Tas.

Arman la abrió de par en par y entró.

—¿Cómo pueden hacer eso una y otra vez? —se preguntó Tas, frustrado. Corrió hacia la puerta justo cuando Arman Kharas se la cerraba en las narices.

Tasslehoff soltó un gemido quejumbroso, asió la manija y empujó la doble hoja. La puerta no cedió. Se dejó caer pesadamente frente a la puerta, desconsolado y mohíno. Los enanos abrían puertas al derecho y al revés y a él, un kender, se lo dejaba fuera. Tas juró que a partir de ese momento llevaría encima sus ganzúas siempre, aunque tuviera que guardárselas en los paños menores.

Al cabo de unos segundos cayó en la cuenta de que aunque no pudiera estar presente, al menos podía ver lo que pasaba dentro de la cámara. Corrió hacia el tejado y pegó la nariz al cristal rubí. Allí estaba Arman y allí estaba Flint, de pie a un lado; también estaba el mazo colgando de la cuerda, aunque había dejado de balancearse. Arman tenía algo en la mano.

—¡Mi jupak! —gritó el kender, indignado. Se puso a aporrear los cristales—. ¡Eh! ¡Deja eso!

—No creo que te oiga —dijo Kharas.

Los kenders no son dados a sentir miedo, así que no hay que achacar al miedo el hecho de que Tasslehoff saltara varios palmos en el aire. Debió de ser porque tenía ganas de saltar. Dio unos cuantos brincos más para dejarlo bien claro.

Después se volvió para enfrentarse al enano de barba y cabello canos y hombros cargados. El kender alzó el índice en un gesto de reproche.

—Lo siento si hiero tus sentimientos al decir esto, pero no creo que seas Kharas. Él está muerto en ese vestíbulo. Vi el cadáver. Lo mató la picadura de un escorpión y por experiencia sé que una persona no puede estar viva aquí y muerta ahí al mismo tiempo.

—A lo mejor soy el fantasma de Kharas —sugirió el enano.

—Es lo que creí yo al principio —contestó el kender, a la vez que le daba golpecitos con el dedo en el brazo—, pero los fantasmas son incorpóreos y a ti no te falta corporeidad.

Se sintió bastante orgulloso de esas palabras tan complejas. Estaban a la altura de «Ramificación» y «Especulación».

Eso le dio una idea. ¡Sus espejuelos! Las lentes rubí le habían permitido leer escritura que él desconocía y ver a través de una pared que no existía aunque lo pareciera. A lo mejor le revelaban la verdad sobre el misterioso enano.

—¡Eh! ¡Mira detrás de ti! ¿Qué es eso? —gritó al tiempo que señalaba por encima del hombro del enano. Éste se giró para mirar.

Tas sacó los anteojos, se los puso en la nariz y atisbo a través de los cristales rojos.

Se quedó tan sorprendido por lo que vio que olvidó quitárselos. Se quedó petrificado, con el cuerpo laxo y la mente aturdida por el pasmo.

—Eres... —balbució débilmente—. Eres... —Tragó saliva con esfuerzo y por fin consiguió pronunciar la palabra—. Dragón.

El dragón era un dragón enorme, el más grande que Tasslehoff había visto en su vida, más grande que el horrible Dragón Rojo de Pax Tharkas. Este dragón era también el más hermoso. Las escamas brillaban como oro al sol. Mantenía erguida la cabeza con gesto orgulloso, su cuerpo era poderoso y, sin embargo, se movía con estudiada gracilidad. No parecía ser un dragón feroz, de ésos que consideraban a un kender un apetitoso bocado de media mañana. No obstante, Tas tenía la impresión de que ese dragón podía mostrarse muy fiero cuando quisiera serlo. En ese momento el dragón sólo parecía estar preocupado y molesto.

—Ah —dijo, fija la mirada en los espejuelos rubí colocados en la nariz del kender—. Me preguntaba dónde los habría puesto.

—Los encontré —repuso de inmediato Tas—. Creo que debiste dejarlos caer. ¿Vas a matarme?

Tas no estaba realmente asustado. Sólo necesitaba que se le informara de lo que iba a pasarle. Aunque no quería que el dragón lo matara, si iba a pasar entonces no quería perdérselo.

—Debería matarte, ¿sabes? —dijo el Dragón Dorado con voz severa—. Has visto lo que no debías. Supongo que esto traerá cola y seguramente tendrá graves consecuencias. —La expresión del dragón se endureció.

»
Con todo, me importa poco. La reina Takhisis y sus viles lacayos han vuelto al mundo, ¿no es cierto?

—¿Quieres decir que tú no eres un «vil lacayo»? —preguntó Tas.

—Eso puedes jurarlo —contestó el dragón con un atisbo de sonrisa en los sabios y brillantes ojos.

—Entonces te contestaré. —Tas se sentía aliviado—. Sí, la Reina Oscura ha vuelto y está causando un montón de problemas. Ha echado a los pobres elfos de su maravillosa tierra y ha matado a un montón. Y ella y sus dragones mataron a la familia de Goldmoon y a todo su pueblo, incluso a los niños. Eso sí que fue realmente triste. —Al kender se le llenaron los ojos de lágrimas—. Y hay criaturas a las que llaman draconianos que parecen dragones, sólo que no lo son porque andan a dos patas, erguidos como la gente, pero tienen alas, colas y escamas como los dragones y son malos de verdad. Hay Dragones Rojos que escupen fuego a la gente y la queman y Dragones Negros que abrasan la carne hasta que se desprende de los huesos y no sé de cuántas clases más.

—Pero no dragones como yo —dijo el reptil—. No has visto Dragones Dorados ni Plateados...

Tasslehoff experimentó una extraña sensación. Había visto Dragones Dorados y Plateados en alguna parte, pero no se acordaba dónde. Tenía algo que ver con un tapiz y con Fizban... Parecía a punto de recordarlo, pero al instante se esfumó, hizo «puf» como las esporas del bejín al pisarlo.

—Lo siento, pero nunca he visto a ninguno como tú. —La expresión de Tas se animó—. Pero vi un mamut lanudo una vez. ¿Te gustaría que te contara lo que pasó?

—Quizás en otro momento —se disculpó el dragón con cortesía. Parecía aún más preocupado que antes y tenía un gesto muy severo.

—Soy Tasslehoff Burrfoot, por cierto —se presentó el kender.

—Yo me llamo Lucero de la Tarde —dijo el dragón.

—¿Qué haces aquí? —preguntó Tas con curiosidad.

—Soy el guardián del Mazo de Kharas. Lo he guardado a salvo hasta que los dioses vuelvan y un héroe enano con honor y rectitud venga a reclamarlo. Ahora mi cometido se cumplió y mi castigo ha acabado. No pueden retenerme más aquí.

—Hablas como si esto fuera una prisión —dijo Tas.

—Lo ha sido —repuso seriamente Lucero de la Tarde.

—Pero —Tas abrió los brazos y alzó los ojos al vasto cielo azul— ¡podrías volar donde quisieras!

—Estaba atado a mi promesa, una promesa que he guardado durante trescientos años. Ahora soy libre de partir.

—Podrías luchar con nosotros —sugirió Tas, anhelante—. ¡Caray, apuesto a que podrías hacer un nudo a uno de esos Dragones Rojos y obligarlo a tragarse la cola!

Lucero de la Tarde sonrió.

—Ojalá pudiera ayudaros, amiguito. Nada me gustaría más, pero no puedo. Los dragones hicimos un juramento y, aunque me oponía y aconsejé no prestarlo, no lo quebrantaré. No obstante, aunque no pueda combatir a vuestro lado, haré cuanto pueda por ayudaros. Esas criaturas, esos draconianos que me has descrito, me preocupan muchísimo.

—¿Qué vas a hacer? ¿Obligarlos a tragarse la cola?

—Eso echaría a perder mi sorpresa. Adiós, Tasslehoff Burrfoot —se despidió Lucero de la Tarde—. Te pediría que guardaras mi secreto, pues el mundo todavía no puede saber que mi raza existe, pero entiendo que los secretos pueden ser un gran peso para alguien con un corazón tan ligero y tan alegre. Por ello, es un peso con el que no te cargaré.

Tas no lo entendía. Le costaba trabajo oír. Luchaba contra un nudo en la garganta que no se le pasaba aunque tragara. El dragón era tan bello, tan maravilloso y parecía tan triste que Tasslehoff se quitó los anteojos rubí y se los tendió posados en la palma de su pequeña mano.

—Creo que son tuyos.

El dragón acercó una enorme garra, una garra que habría podido envolver completamente al kender, y enganchó los anteojos con un toquecito.

—Oh, antes de que se me olvide —dijo Tas mientras veía con tristeza cómo los anteojos desaparecían en la garra del dragón—. ¿Cómo salimos de la tumba? No es que no me divierta estar aquí —se apresuró a añadir por si su comentario ofendía al dragón—, pero dejamos solos a Tanis y a Caramon y a los otros, y tienen la mala costumbre de meterse en problemas si no estoy para impedirlo.

—Oh, sí, entiendo —contestó Lucero de la Tarde seriamente.

El dragón dibujó una gran runa en las baldosas del suelo, la sopló y la runa empezó a brillar con una fulgente luz dorada.

—Cuando estéis listos para partir, pisad en esta runa y os conducirá al Templo de las Estrellas, donde los thanes enanos se han reunido a esperar el regreso del Mazo.

—Gracias, Lucero de la Tarde —dijo Tas—. ¿Volveremos a vernos?

—¿Quién sabe? Los dioses tienen el destino de todos nosotros en sus manos.

El cuerpo de Lucero de la Tarde empezó a brillar con la misma luz dorada. El fulgor perdió intensidad, se volvió tenue y, por último, desapareció en una bruma radiante. Tas tuvo que parpadear varias veces y resoplar mucho para quitarse el picorcillo que tenía en la nariz y en los ojos. Todavía no veía muy bien cuando sintió unos golpecitos en el hombro.

Ante él había un enano de barba blanca y cargado de hombros. El enano sostenía en la mano unos anteojos con cristales de color rubí.

—Toma —dijo el enano—, los dejaste caer. ¡Y ten cuidado de no perderlos! Anteojos como ésos no crecen en los árboles, ¿sabes?

Tas empezó a decir que los conservaría siempre como un tesoro, pero no habló porque el enano no estaba para decírselo. No se lo veía por ninguna parte.

—En fin —suspiró Tas, recobrando el ánimo—. ¡He recuperado los anteojos! Tendré muchísimo cuidado con ellos. Muchísimo.

Se los guardó en el bolsillo, bien seguros y a salvo, tras lo cual volvió a pegar la nariz en el tejado de cristal.

Flint y Arman no estaban y tampoco el Mazo. Tas se preguntaba qué habría pasado y empezaba a plantearse seriamente romper el cristal para meterse en la cámara y enterarse, cuando la puerta doble se abrió de par en par. Arman salió a la luz del sol.

—¡Tengo el Mazo de Kharas! —proclamó su triunfo. Se sentía tan complacido consigo mismo que hasta le sonrió a Tas—. ¡Mira, kender! Tengo el sagrado Mazo.

—Me alegro por ti —dijo Tas, educado; y en cierto modo era verdad. Arman parecía sentirse muy orgulloso y feliz. Se alegraba por Arman, pero le daba pena Flint, que salió detrás del enano joven. Flint parecía cabizbajo, aunque no deprimido ni desilusionado, como Tas había temido.

—Lo siento, Flint —dijo Tas, que posó la mano en el hombro del enano en un gesto de ánimo, una mano que Flint se quitó de encima en seguida—. Creo que tendrías que haber sido tú el que hubiera cogido el Mazo. Ah, por cierto, ¿puedes devolverme mi jupak?

Flint se la tendió.

—Los dioses lo decidieron así —dijo.

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