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Authors: Margaret Weis & Tracy Hickman

Tags: #Fantástico

El mazo de Kharas (61 page)

BOOK: El mazo de Kharas
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Tas no acababa de entender qué tenían que ver los dioses con encontrar el Mazo, pero no le gustaba discutir con Flint cuando pasaba por un mal momento, así que cambió de tema.

—¡Vi un mamut lanudo de color dorado, Flint! Me enseñó la salida.

Flint le asestó una mirada fulminante.

—Basta ya de mamuts lanudos. Ahora no. Ni nunca.

—¿Qué? —Tas estaba confuso—. No dije nada de un mamut lanudo. No hay ningún mamut lanudo de color dorado. Me encontré con un... mamut lanudo dorado.

Tasslehoff se tapó la boca con la mano.

—¿Por qué digo eso? No vi ningún mamut lanudo. Vi un... mamut lanudo dorado.

Por mucho que lo intentó, no consiguió decir la palabra... mamut lanudo.

Tas soltó un profundo suspiro. Con lo mucho que había deseado poderles contar a Flint, a Tanis y a los demás que él, Tasslehoff Burrfoot, había hablado con un... mamut lanudo dorado, y ahora no podía. Su cerebro sabía lo que quería decir. Era la lengua la que no dejaba de confundir las cosas.

Flint se apartó de él, irritado. Arman Kharas recorría las almenas con el mazo en alto y gritándole al mundo que él, Arman Kharas, lo había descubierto. Tas fue en pos de Flint.

—Encontré la salida —dijo—. Me encontré con... eh... alguien que me la enseñó. Lo único que tenemos que hacer es pisar esa runa dorada que hay allí y nos conducirá a... no sé qué sitio. Lo he olvidado. —Señaló la runa dorada que resplandecía en las losas del suelo.

»
¡Ah, sí! El Templo de las Estrellas. Tu padre se encuentra allí, esperando el retorno del Mazo —le dijo a Arman.

La expresión de Flint era una mezcla de estupefacción e incredulidad. La de Arman estaba entre la tentación de darle crédito y la desconfianza.

—¿De dónde ha salido esa runa? —demandó.

—Ya te lo he dicho. Me encontré con alguien, el guardián de la tumba. Era un... —Tas trató con todas sus fuerzas de decirlo. Tenía la palabra «dragón» en la garganta, pero sabía perfectamente bien que al querer pronunciarla le saldría «mamut lanudo», de modo que se la tragó—. Me encontré con Kharas. Él me enseñó la runa.

El semblante de Arman se ensombreció, al igual que el de Flint.

—Kharas está muerto —dijo Arman—. Le rendí homenaje a su espíritu. Volveré cuando pueda y me encargaré de que sea enterrado con los honores debidos. No sé quién o qué sería esa aparición, pero...

—Era su espíritu errante y sin reposo —lo atajó Tas, que ahora se divertía—, condenado a vagar por la tumba de su rey, atormentado, doliente y retorciéndose las manos, sin poder marcharse hasta que apareciera un verdadero héroe enano que lo liberara. Ese héroe eres tú —le dijo a Arman—. El espíritu de Kharas es libre ahora. Se marchó dándome su bendición, ascendió en el aire como una burbuja de jabón y luego, «¡puf!», desapareció.

Flint sabía que el kender estaba mintiendo como un bellaco, pero no osó decir ni pío porque Arman escuchaba la descabellada explicación del kender con reverente atención.

—¿De dónde salió realmente esta runa? —inquirió Flint en un ronco susurro y añadió, indignado:— ¡Ningún enano hace «¡puf!» y desaparece!

—Te contaría la verdad, Flint —contestó Tas con un suspiro—, pero me es imposible. La lengua no me deja.

Flint lo fulminó con la mirada.

—¿Y esperas que me plante encima de una runa desconocida y que me traslade mágicamente Reorx sabe dónde?

—Al Templo de las Estrellas, donde esperan el retorno del Mazo.

—¡Daos prisa! —llamó Arman, impaciente—. Éste es mi momento de gloria.

—Tengo la sensación de que voy a lamentar esto —masculló Flint, pero echó a andar y se situó al lado de Arman, sobre la runa dorada.

Tasslehoff se les unió. Era el guardián de un secreto maravilloso, uno de los secretos más grandes del último par de centurias, un secreto que asombraría y sorprendería a todo el mundo... Y no se lo podía contar a nadie. La vida era muy injusta.

La runa empezó a brillar. La mano de Tas fue hacia el bolsillo y se cerró sobre los anteojos rubí y sintió que algo le hacía cosquillas en los dedos. Sacó los anteojos. El fulgor de la runa se hizo de un intenso color dorado; entonces la neblina rojiza se cerró alrededor de ellos y Tas ya no vio la tumba. Sólo vio a Flint, Arman y una pluma blanca de gallina. Entonces Tas lo entendió.

Esperanza. Ése era el secreto y era un secreto que podría compartir. Aun cuando no pudiera decir a nadie que existían los... mamuts lanudos dorados.

* * *

Cuando se corrió la voz por el reino enano de que las puertas que conducían al Valle de los Thanes se habían cerrado y no se podían abrir, los enanos de Thorbardin por fin creyeron que un acontecimiento trascendental estaba a punto de acaecer. La Calzada Octava se reabrió y los enanos se trasladaron en los vagones o a pie para montar guardia ante las puertas.

El día casi llegaba a su fin cuando las grandes hojas de bronce se abrieron. Un enano apareció; era anciano, con el largo cabello blanco y la luenga barba nívea. No era Arman Kharas ni era el enano neidar, así que los enanos agrupados a las puertas lo observaron con suspicacia.

El enano anciano se paró frente a ellos. Alzó las manos pidiendo silencio y el silencio se hizo.

—El Mazo de Kharas se ha hallado —anunció el anciano—. Lo llevan al Templo de las Estrellas para dedicárselo a Reorx, que ha regresado y ahora camina entre nosotros.

Los enanos lo miraron con desconfianza y con sorpresa. Algunos sacudieron la cabeza. El anciano alzó la voz y habló en tono severo:

—El Mazo pendía suspendido de un fino trozo de cuerda. Se balanceaba atrás y adelante contando los minutos de nuestras vidas. La cuerda se ha cortado y el Mazo se ha soltado. Sois vosotros, enanos de los clanes de Thorbardin, los que ahora colgáis suspendidos de esa frágil cuerda de salvamento y os mecéis entre la oscuridad y la luz. Se os ofrece una oportunidad. Quiera Reorx que elijáis bien.

El extraño enano se volvió hacia las grandes puertas de bronce. Algunos de los enanos más osados lo siguieron al Valle de los Thanes con la esperanza de poder hablar con él, hacerle preguntas, demandar respuestas. Pero nada más cruzar las puertas, los enanos quedaron momentáneamente cegados por la luz del sol que brillaba al otro lado y perdieron de vista al enano en aquel fulgor.

Fue entonces cuando vieron el milagro.

La Tumba de Duncan ya no flotaba entre las nubes, sino que se alzaba en el lugar donde se había construido trescientos años antes. El sol brillaba en las blancas torres y resplandecía en una torrecilla construida de cristales de color rubí. El lago había desaparecido, como si nunca hubiese existido.

Los enanos supieron entonces la identidad del extraño enano que se les había aparecido y se quitaron los yelmos e hincaron la rodilla para alzar sus preces a Reorx para pedirle su perdón y su bendición.

La estatua de Grallen montaba guardia ante la tumba, dentro de la cual encontrarían la última morada del rey Duncan y los restos del héroe, Kharas. Un yelmo de piedra cubría la cabeza de piedra de la estatua y una expresión de paz infinita se reflejaba en el pétreo semblante.

41

El Templo de las Estrellas

El Mazo retorna

Los muertos caminan

Tanis y sus compañeros estaban con Riverwind y con Gilthanas en la Casa de Salud cuando Hornfel les llevó la noticia de que se había hallado el Mazo.

Riverwind y Gilthanas estaban conscientes ya y se sentían un poco mejor. Raistlin había estudiado las artes curativas en su adolescencia y, como no se fiaba mucho de los médicos enanos, les examinó las heridas y comprobó que ninguna era grave. Les aconsejó a los dos que guardaran cama y que no se tomaran ninguna de las pociones que los sanadores enanos querían darles.

—Bebed sólo este agua —los previno Raistlin—. Caramon en persona la sacó del pozo y puedo garantizar su pureza.

Hornfel estaba impaciente por ir al Templo de las Estrellas, pero tuvo la atención —y quizá se sentía culpable— de perder unos minutos en interesarse por la salud de los cautivos y en ofrecer sus disculpas por el trato brutal que habían sufrido. Apostó a miembros de su propio personal junto a los lechos con órdenes de guardar al humano y al elfo con el mismo cuidado con el que lo guardarían a él. Sólo entonces Tanis se sintió tranquilo de dejar solos a sus amigos.

—¿Crees que Flint ha encontrado realmente el Mazo de Kharas? —le preguntó Gilthanas.

—Ya no sé qué pensar —contestó Tanis—. Ya no sé qué esperar, si que haya encontrado el Mazo o que no lo haya encontrado. Tengo la impresión de que el hallazgo de ese objeto ocasionará más problemas que los que pueda resolver.

—Caminas en tinieblas, semielfo. Mira hacia la luz —intervino Riverwind en voz queda.

—Lo he intentado —musitó Tanis—. Me hace daño en los ojos.

Dejó a sus amigos, no sin cierta aprensión, pero no podía estar en dos sitios al mismo tiempo, y los otros y él tenían que estar presentes en el Templo de las Estrellas para ser testigos del regreso de Flint y quizá defenderlo. Si había encontrado el Mazo de Kharas, habría muchos que intentarían arrebatárselo.

El Templo de las Estrellas era el lugar más sagrado de todo Thorbardin —que para los enanos era como decir del mundo entero— porque se creía que en ese templo se encontraba el pozo que conducía a la ciudad en la que moraba Reorx.

El pozo era una formación natural descubierta durante la construcción de Thorbardin. Nadie sabía con exactitud qué profundidad tenía ni hasta dónde llegaba bajo tierra. Las piedras que se arrojaban por él nunca llegaban al fondo. Al imaginar que simplemente no alcanzaban a oírlas llegar, los enanos había tirado al foso un yunque, convencidos de que cuando tocara fondo oirían el atronador golpe.

Los enanos escucharon atentos. Escucharon durante horas. Escucharon durante días. Pasaron semanas, a las que siguieron meses y siguieron sin oír nada. Fue entonces cuando los clérigos enanos decretaron que el pozo era un lugar sagrado porque, obviamente, conectaba el mundo físico con el reino de Reorx. También se decía que si uno tenía suficiente valor para mirar directamente al agujero, se podían ver las luces de la espléndida ciudad de Reorx, que resplandecían como estrellas allá abajo. Los enanos construyeron un magnífico templo alrededor del pozo y lo llamaron Templo de las Estrellas.

Una plataforma se extendía más allá del borde del pozo y en ella fue donde los enanos situaron un altar dedicado a Reorx. Alrededor del agujero construyeron un muro a la altura de la cintura, a pesar de que a ningún enano se le pasaría siquiera por la cabeza cometer el sacrilegio de trepar por él o saltar a él. Los clérigos enanos celebraban los más sagrados rituales allí, incluidas las ceremonias del matrimonio y de poner nombre. Allí era donde se coronaba a los reyes.

Los enanos sentían una gran veneración por el templo y desde el principio habían ido allí para ofrecer sus humildes plegarias a Reorx, para pedirle su bendición y para alabarlo. Pero, a medida que el tiempo transcurría y el poderío de Thorbardin aumentaba, también crecía la opinión que los enanos tenían de sí mismos. ¿Por qué iban ellos, poderosos e importantes, a suplicar a un dios? Comenzaron a exigir, en lugar de pedir, y a menudo ponían por escrito sus demandas en piedras que luego arrojaban al pozo. Algunos clérigos enanos consideraron tal práctica reprensible y alzaron sus voces contra ella. Los enanos se negaron a hacerles caso, y así fue que a Reorx le llovieron piedras con demandas para conceder a su pueblo de todo, desde riqueza a eterna juventud, pasando por un suministro constante de aguardiente enano.

Al parecer Reorx se hartó de aquello, porque cuando sobrevino el Cataclismo, el techo del templo se desplomó y cegó todas las entradas. Los enanos intentaron quitar los escombros, pero cada vez que movían una roca o una viga, otras se venían abajo y, al final, se dieron por vencidos.

Fue Duncan, el Rey Supremo, quien reabrió el templo. Confiaba en encontrar a Reorx al hacer eso y desarrolló un plan para abrirse paso en los escombros utilizando los gusanos urkhan. Sus detractores argumentaron que los gusanos no se detendrían una vez despejados los accesos y que seguirían triturando piedras a través de las paredes del templo, cosa que en efecto hicieron los gusanos en algunos sitios antes de que los vaqueros urkhan pudieran frenarlos. Sin embargo, los desperfectos se repararon con facilidad y los enanos pudieron entrar de nuevo en el templo.

El rey Duncan no encontró allí a Reorx, como había confiado en que ocurriría. Cuenta la leyenda que el monarca se tumbó boca abajo al borde del pozo y se asomó al vacío con la esperanza de divisar las legendarias estrellas, pero lo único que vio fue oscuridad. Con todo, siguió sosteniendo que el templo era un lugar sagrado y que el recuerdo del dios perduraba allí aunque el propio dios se hubiese marchado. Prohibió arrojar piedras al pozo y, una vez más, se celebraron ceremonias y actos importantes en el Templo de las Estrellas. De ahí que se considerara el lugar más adecuado para que los thanes presenciaran la recuperación del Mazo de Kharas. Hornfel rogó para que eso ocurriera pronto, pues el reino bajo la montaña estaba sumido en el caos.

Se había corrido la voz rápidamente sobre el monstruoso hombre-dragón alado por todos los territorios de los clanes, noticia que había causado sensación. De natural lacónico, los enanos no eran dados a propagar rumores. No adornaban las historias ni exageraban los hechos, cosa más propia de humanos. Un enano al que se pillaba hinchando una noticia no era digno de confianza. Un único draconiano saltando del elevador en una comunidad humana habría terminado siendo seiscientos dragones escupiendo fuego e invadiendo el reino. Los enanos que habían visto saltar al draconiano del Árbol de la Vida y planear sobre el lago relataron el sorprendente acontecimiento a sus vecinos y familiares y lo hicieron de manera precisa.

Ninguno de los enanos sabía qué pensar de la criatura, excepto que sin duda era de naturaleza maligna, y cada cual tenía su propia opinión de lo que era y cómo había llegado a Thorbardin. Todos coincidían en una cosa: ningún monstruo así se había visto en Thorbardin mientras las puertas habían estado cerradas. Eso era lo que pasaba al abrir las puertas al mundo de la superficie. A Tanis y a los otros «Altos» se los miraba ahora incluso con más desconfianza que antes.

Cientos de enanos empezaban a congregarse en la Calzada Novena para llegar hasta el Templo de las Estrellas. Ya había habido varias peleas a puñetazos, y Hornfel temía que pasaran cosas peores. Estallarían disturbios y los enanos saldrían heridos si se les permitía apiñarse en el templo y los alrededores. El thane hylar decidió cerrar el templo al público. Sólo los thanes y sus guardias estarían allí para presenciar el retorno del Mazo.

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