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Authors: Margaret Weis & Tracy Hickman

Tags: #Fantástico

El mazo de Kharas (50 page)

BOOK: El mazo de Kharas
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Una nota musical grave resonó en la tumba y levantó ecos en el valle. La nota sonó una vez y luego la música se perdió en la distancia.

—¿Qué ha sido eso? —preguntó Flint, atónito.

Arman Kharas miraba hacia arriba, al milagro de la tumba flotante.

—Algunos cuentan que es Kharas manejando el mazo. Nadie lo sabe con certeza.

La nota sonó de nuevo y Flint no tuvo más remedio que admitir que el sonido era muy parecido al de un martillo golpeando metal. Pensó en lo que podría estar aguardándoles en esa tumba —si es que conseguían llegar hasta ella— y deseó haber hecho caso del consejo de Sturm e insistir a Hornfel para que permitiera que sus amigos lo acompañaran.

—La tumba del rey Duncan se empezó a construir cuando él aún vivía —indicó Arman—. Tenía que ser un gran monumento donde sus hijos y los hijos de sus hijos y todos los que vinieran después de él fueran enterrados. Pero ¡ay!, su visión de una dinastía hylar no se cumpliría. Mandó enterrar a sus dos hijos en un túmulo sencillo, sin nombres. La tumba de su tercer hijo permanecerá vacía para siempre.

»
Cuando el rey murió, Kharas, asqueado de la lucha entre clanes, llevó personalmente el cadáver a la tumba. Temiendo que el funeral del rey se malograra por el comportamiento impropio de los thanes enemistados, prohibió a todos que asistieran a la ceremonia. Se dice que intentaron entrar, pero las grandes puertas de bronce se cerraron ante ellos. Kharas no regresó jamás. Los thanes aporrearon las puertas en un intento de abrirlas a la fuerza. La tierra empezó a sacudirse con tal violencia que se derrumbaron edificios, se abrió una grieta en el Árbol de la Vida y el lago se desbordó e inundó la tierra que lo rodeaba.

»
Cuando la montaña dejó de moverse, las puertas de bronce se abrieron. Deseosos todos ellos de hallar el mazo y reclamarlo como suyo, los thanes lucharon para ver quién entraba antes en el valle. Sangrantes y vapuleados, irrumpieron en tropel por las puertas y entonces, para su horror, descubrieron que la tumba del rey había sido desgajada de la tierra por alguna fuerza pavorosa y flotaba a gran altura sobre sus cabezas.

»
A lo largo de los años, muchos buscaron los medios para tener acceso a ella, pero hasta el día de hoy nadie ha encontrado la forma de entrar y ahora... —Arman desvió la vista de la tumba para dirigir una mirada sombría a Flint—. Ahora, tú, un neidar, afirma conocer el secreto. —Arman se atusó la larga y negra barba—. Yo, al menos, lo dudo.

Flint picó en el anzuelo.

—¿Dónde está la tumba del príncipe Grallen? —De repente tenía ganas de acabar de una vez con todo aquello.

—No muy lejos. —Arman señaló—. Aquel obelisco de mármol negro que se ve junto al lago. Hubo un tiempo en el que se encontraba delante de la Tumba de Duncan, pero eso fue antes de que fuera arrancada de la tierra. Allí hay una estatua del príncipe y detrás se hallan las ruinas de un arco de mármol que se desmoronó cuando la montaña tembló. —Arman miró a Flint de soslayo.

»
¿Qué haremos cuando lleguemos a la tumba del príncipe? A no ser que prefieras no decírmelo —añadió con aire estirado.

Flint creyó que al menos le debía eso al joven enano. Después de todo, Arman le había entregado su mazo.

—He de llevar el yelmo a su tumba —contestó.

Arman se quedó mirándolo de hito en hito, estupefacto.

—¿Eso es todo? ¿Nada sobre el Mazo?

—No exactamente —repuso Flint, evasivo.

Había habido una sensación, una impresión, pero nada específico. Ésa era la principal razón por la que no les había dicho nada más a sus amigos y, al mismo tiempo, una razón más para que decidiera ir solo.

—Pero accediste a hacer la apuesta con Realgar...

—Ah, eso —dijo Flint mientras sorteaba montículos y túmulos—. ¿Y qué enano que se tenga por tal ha rechazado nunca una apuesta?

* * *

Tasslehoff observó las puertas de bronce y después se acercó y dio una patada a una de las hojas, no porque creyera que podría abrirla de esa forma, sino porque estaba muy enfadado con ella. Le entró un hormigueo por los dedos del pie que le fue subiendo por el cuerpo hasta los hombros y se enfadó aún más.

Tas tiró la jupak al suelo, apoyó las dos manos en una de las puertas y empujó. Empujó y empujó y no ocurrió nada. Hizo un alto para limpiarse el sudor de la cara mientras pensaba que no se tomaría tantas molestias por nadie excepto por Flint. También pensó que había notado como si la puerta cediera un poco, así que volvió a empujar y esta vez cargando con todo su peso contra la hoja.

«¿Sabes quién te vendría ahora muy bien?
—se dijo para sus adentros al tiempo que empujaba con todas sus fuerzas—.
Fizban. Si estuviera aquí, lanzaría una de sus bolas de fuego a la puerta y así se abriría de golpe.»

Que fue exactamente lo que hizo la puerta en ese momento.

Abrirse de golpe. Con el resultado de que Tas se encontró empujando aire y luz del sol y acabó de bruces en el suelo. Caer de bruces le recordó a Tas otra cosa que Fizban habría hecho, dada la ausencia de llamas, humo y destrucción general que por lo general iban de la mano de los hechizos del viejo mago chiflado. Tas se quedó un instante tendido en la hierba y suspiró tristemente por la muerte de su amigo. Entonces, al recordar su Misión, con mayúsculas, se levantó de un salto y miró a su alrededor.

Fue en ese momento cuando se dio cuenta que la puerta de bronce se cerraba tras él. El kender saltó hacia su jupak y se las arregló para recogerla en el último instante antes de que la puerta se cerrara con estruendo. Dando media vuelta alzó los ojos al cielo y vio la tumba flotante y oyó lo que sonaba como el golpe de un mazo contra un gong. El kender se quedó embelesado.

Tas perdió unos segundos contemplando la tumba, mudo de asombro. El mazo estaba allí arriba, en esa tumba que flotaba en el aire, y Flint iba a subir para tomarlo. Tas soltó un suspiro.

—Espero que al decir esto no hiera tus sentimientos, reina Takhisis —manifestó con solemnidad—, y quiero asegurarte que aún tengo intención de visitar el Abismo algún día, pero ahora mismo el sitio donde más deseo estar de todo el mundo es ahí arriba, en la Tumba de Duncan.

Tasslehoff echó a andar en busca de su amigo.

* * *

La del príncipe Grallen era una más de las tumbas, montículos y túmulos funerarios que se habían construido alrededor del lago en el centro del valle. Allí, en torno al lago, los thanes y sus familias habían recibido sepultura durante siglos. La tumba de Grallen era la única que estaba vacía, sin embargo; no se había cerrado, a la espera de acoger un cuerpo que jamás se encontraría. Un obelisco negro y una estatua del príncipe de tamaño natural señalaban la tumba. La estatua representaba a Grallen con el uniforme de gala, pero iba sin armas. Las manos estaban tan vacías como la tumba, y la cabeza descubierta.

Kharas se detuvo delante de la estatua del príncipe, inclinada la cabeza en señal de respeto, y con el yelmo en la mano. Flint, que tenía seca la boca, se acercó despacio con el Yelmo de Grallen. No sabía qué tenía que hacer. ¿Se suponía que debía poner el yelmo dentro de la tumba vacía? Iba a dar media vuelta cuando notó un helado roce en la piel. Las manos de piedra de la estatua descansaban sobre las suyas.

A Flint le dio un vuelco el corazón. Le temblaban las manos y casi dejó caer el yelmo. Intentó moverse, pero las manos de piedra sujetaban las suyas con firmeza. Miró el rostro de la estatua, a los ojos, y vio que no era piedra inerte, sino que en ellos brillaba la vida. Los labios de la estatua se movieron.

—He tenido la cabeza descubierta, expuesta al sol y al viento, a la lluvia y la nieve, todos estos largos años.

Flint se estremeció y deseó no haber ido allí nunca. Vaciló, tratando de darse ánimo, y después, tembloroso de miedo, colocó el yelmo en la cabeza de piedra, de forma que le cubrió los ojos. La gema roja destelló.

—Voy a unirme con mis hermanos. Llevan mucho tiempo esperando para hacer juntos este tránsito.

Una sensación de paz inundó a Flint y ya no tuvo miedo. Lo embargó un sentimiento de amor abrumador, un amor que lo perdonaba todo. Soltó el yelmo casi de mala gana e inclinó la cabeza. Oyó que Arman daba un respingo y, cuando consiguió ver a través del velo de lágrimas que le empañaba los ojos, se encontró con que la estatua del príncipe llevaba ahora un yelmo de piedra.

Se obligó a tragar el nudo que tenía en la garganta, se frotó los ojos para quitarse las lágrimas que los humedecían y miró a su alrededor. Tras hallar lo que buscaba, rodeó el obelisco.

—¿Qué hacemos ahora? —preguntó Arman, que lo seguía—. ¿Dónde vas?

—A ese arco de ahí —contestó Flint al tiempo que señalaba.

—El arco era un monumento a Kharas —comentó Arman—. Se desmoronó cuando la tumba fue arrancada de la tierra. Estuvo en ruinas mucho tiempo. Mi padre lo hizo reconstruir y volvió a dedicarlo con la esperanza de que nos condujera hasta el Mazo, pero no sirvió de nada.

Flint asintió con la cabeza.

—Tenemos que caminar a través del arco.

—¡Bah! —El escepticismo de Arman era obvio—. He caminado a través del arco incontables veces y no ha ocurrido nada.

Flint no contestó nada y reservó el aliento para dedicarlo a caminar. Como Raistlin le había recordado con tan poco tacto, no era precisamente joven. La gresca con la multitud, la caminata por el valle y el encuentro con la estatua le habían menguado mucho las fuerzas. Que él supiera, había una larga distancia hasta el Mazo.

El arco estaba hecho del mismo mármol negro del obelisco. Era muy sencillo, sin tallas, y sólo llevaba cinceladas unas palabras:
«Espero y vigilo. Él no regresará. ¡Ay, lloro a Kharas!»

Flint se paró. Se meció atrás y adelante sobre los pies mientras se decidía y luego, haciendo una profunda inhalación y cerrando los ojos, echó a correr a través del arco.

—¡Lloro a Kharas! —gritó mientras lo hacía.

La carrera de Flint tendría que haberlo conducido a la hierba marchita del otro lado del arco. En cambio, las botas repicaron en un suelo de tablas de madera desvencijadas. Sobresaltado, abrió los ojos y se encontró en una estancia en penumbra con la única iluminación de un rayo de sol que se colaba a través de una aspillera en el muro de piedra.

Flint dio un respingo y soltó el aire con sobrecogimiento. Se dio la vuelta y allí estaba el arco, lejos, muy lejos de él. Oyó una voz lejana gritar «¡Lloro a Kharas!», y Arman apareció en el arco. El enano joven miró en derredor con asombro.

—¡Estamos aquí! —gritó—. ¡Dentro de la tumba! —Se puso de rodillas—. Mi destino está a punto de cumplirse.

Flint se dirigió hacia la saetera y se asomó. Allá abajo se extendía la hierba marchita, un lago iluminado por el sol y un pequeño obelisco. Abrió los ojos de par en par y retrocedió un paso con rapidez.

—¡Aprisa! ¡Cierra la entrada! —bramó, pero ya era demasiado tarde.

—¡Lloro a Kharas! —gritó una voz aguda.

Tasslehoff Burrfoot, jupak en mano, irrumpió a través del arco.

—¡Un kender! —exclamó Arman con espanto—. ¡En la tumba del Rey Supremo! ¡Esto no puede permitirse! Debe volver.

Corrió hacia Tasslehoff, que estaba tan asombrado que se le olvidó correr. Arman lo asió y se disponía a lanzarlo hacia atrás por el arco cuando de repente lo soltó.

—¡El arco ha desaparecido! —exclamó.

—Oye, si el arco ha desaparecido, ¿cómo vamos a volver abajo, al valle? —inquirió Tas mientras se levantaba del suelo.

—Quizá no volvamos —contestó Flint en tono sombrío.

33

Lagartos

Pulgas

Sabandijas

—Cuéntame más cosas sobre ese mazo —pidió Dray-yan.

—Es una vieja y mohosa reliquia enana —contestó Realgar. Observó al hombre-lagarto con desconfianza—. Nada que sea de interés para ti.

—Según lo que ha llegado a oídos de su señoría, el enano que encuentre el mazo decidirá quién ha de ser Rey Supremo —añadió Dray-yan—. Y ahora nos enteramos de que dos enanos han partido en busca de ese objeto. No le mencionaste nada de eso a lord Verminaard.

—No pensé que eso pudiera interesarle a su señoría. —Realgar estaba ceñudo.

—Todo lo contrario —dijo Dray-yan, cuya larga lengua asomó entre los dientes y volvió a meterse en la boca con rapidez—. A su señoría le interesa todo lo que ocurre aquí, en Thorbardin.

El draconiano aurak y su comandante, Grag, se encontraban a gran profundidad debajo de la montaña, reunidos con el thane theiwar. Uno de los informadores a sueldo de Dray-yan le había comunicado la noticia sobre el mazo a un mensajero draconiano, el cual la consideró lo bastante importante para recorrer los túneles secretos lo más rápido posible y despertar a Grag en mitad de la noche. Grag también lo había considerado tan importante como para despertar a Dray-yan. El mismo mensajero también tenía información respecto a los esclavos huidos y la banda de asesinos que los encabezaba.

Dray-yan y Grag viajaron rápidamente a Thorbardin para discutir esos asuntos con Realgar. El aurak se había reunido con el cabecilla theiwar en otras ocasiones, pero lo había hecho con la apariencia de lord Verminaard. Ese día Dray-yan había decidido presentarse con su verdadero aspecto.

Lord Verminaard iba de camino a Thorbardin, le había dicho a Realgar, y que su señoría estaría presente cuando el mazo se encontrara.

—En cuanto a decidir quién será el Rey Supremo, serán las hachas, las espadas y las lanzas las que decidan eso, no un pedazo de metal oxidado. —El thane se rascó la nuca, atrapó una pulga, la aplastó entre los dedos y luego la tiró a un lado.

Dray-yan era paciente y continuó con el interrogatorio. El emperador Ariakas estaba muy interesado en obtener el mazo. El aurak dudaba que al emperador le importara quién era rey de los enanos.

—Pero el mazo tiene fama de ser mágico.

Realgar lanzó al draconiano una mirada penetrante. Creía saber a qué venía aquello.

—Las Dragonlances. Te refieres a eso, ¿verdad? —Soltó una risita—. Entiendo la razón de que eso le interese a Verminaard.

Dray-yan y Grag intercambiaron una mirada. El bozak sacudió la cabeza.

—Su señoría no sabe nada de esas Dragonlances —contestó Dray-yan.

—Eran unas lanzas que mataban dragones... Y otros reptiles —añadió Realgar con una mueca desagradable.

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