Authors: Desmond Morris
Aquellos individuos que son vegetarianos por su libre elección procuran hacerse una dieta equilibrada, utilizando una gran variedad de sustancias vegetales, a semejanza de los típicos primates. En cambio, para algunas comunidades, la dieta en que predomina la ausencia de carne se ha convertido más en una triste necesidad práctica que en una preferencia ética de minoría. Con los progresos de las técnicas de cultivo de vegetales y su concentración en unas cuantas clases de cereales de primera necesidad, ha proliferado, en ciertas civilizaciones, una especie de eficiencia de baja graduación. Las operaciones agrícolas en gran escala han permitido el desarrollo de enormes poblaciones, pero el hecho de que éstas tengan que depender de unos pocos cereales básicos ha acarreado una gran insuficiencia de nutrición. Las personas afectadas pueden procrear abundantemente, pero producen ejemplares físicamente mezquinos. Cierto que sobreviven, pero sólo lo justo. De la misma manera que el abuso de las armas técnicamente perfeccionadas puede conducir al desastre agresivo, así el abuso de las técnicas de alimentación culturalmente desarrolladas puede llevar a un desastre por falta de nutrición. Las sociedades que de este modo han perdido el esencial equilibrio alimenticio pueden ser capaces de sobrevivir, pero tendrán que vencer los extendidos y perniciosos efectos de la deficiencia en proteínas, en minerales y en vitaminas si quieren progresar y desarrollarse cualitativamente. En las sociedades más sanas y adelantadas de hoy día, se mantiene perfectamente el equilibrio de la dieta a base de plantas y de carne, y a pesar de los dramáticos cambios producidos en los métodos de obtención de suministros alimenticios, el progresivo mono desnudo de hoy en día sigue alimentándose, en parte, según la misma dieta fundamental de sus remotos antepasados cazadores. Una vez más la transformación es más aparente que real.
El sitio en que el medio entra en contacto directo con un animal —la superficie del cuerpo de éste— recibe una gran cantidad de malos tratos durante el curso de su vida. Es sorprendente que sobreviva al uso y al deterioro y que se conserve tan bien. Si esto se consigue, es gracias a su maravilloso sistema de sustitución de tejidos, y también porque los animales han desarrollado una variedad especial de comodidad que contribuye a mantenerlo limpio. Cuando pensamos en cosas tales como la alimentación, la lucha, la fuga y el apareamiento, nos sentimos inclinados a considerar relativamente triviales las acciones de limpieza; pero, sin éstas, el cuerpo no podría funcionar con eficacia. Para algunas criaturas, como por ejemplo los pajaritos, la conservación del plumaje es cuestión de vida o muerte. Si el pájaro deja que se ensucien sus plumas será incapaz de volar lo bastante de prisa para escapar a las aves de rapiña y no podrá conservar la elevada temperatura de su cuerpo si el tiempo se pone frío. Los pájaros se pasan muchas horas bañándose, limpiándose las plumas, lubricándolas y rascándose, y realizan todas estas operaciones en larga y complicada sucesión. Los mamíferos son ligeramente menos complejos en estos hábitos, pero, no obstante, se asean prolijamente, se lamen, se mordisquean, se rascan y se frotan. Lo mismo que ocurre con las plumas, sus pelos tienen que conservar el calor de su dueño. Si la pelambre se enloda y se ensucia, aumentará también el riesgo de contraer alguna enfermedad. Los parásitos de la piel tienen que ser atacados y eliminados lo más rápidamente posible. Los primates no constituyen una excepción a esta regla.
En estado salvaje, podemos observar frecuentemente el aseo de los monos y cuadrumanos, los cuales prestan sistemática atención a su pelambre, limpiándola de trocitos de piel seca o de cuerpos extraños. En general, se los llevan a la boca y se los comen, o, al menos, los prueban. Estas acciones de aseo pueden durar muchos minutos, y el animal da la impresión de concentrarse en su tarea. Los turnos de aseo pueden alternar con súbitas rascaduras o mordisqueos, aplicados directamente a específicas zonas irritadas. La mayoría de los mamíferos se rascan únicamente con las patas traseras, pero los monos pueden emplear también las delanteras. Sus miembros anteriores poseen excelentes condiciones para las tareas de limpieza. Los ágiles dedos pueden hurgar entre los pelos y localizar con gran exactitud los puntos concretos en que se produce la desazón. Comparadas con las garras y las pezuñas, las manos del primate son «aparatos de limpieza» de precisión. Pero, aun así, dos manos son mejor que una, lo que crea un pequeño problema. El mono puede poner en juego ambas manos para manipular en sus patas traseras, en sus flancos o en la parte anterior de su cuerpo, pero no puede hacerlo cuando se trata de la espalda o de las propias patas delateras. De la misma manera, si no tiene un espejo, no puede ver lo que hace cuando se concentra en la región de la cabeza. Aquí puede emplear ambas manos, pero tiene que trabajar a ciegas. Evidentemente, la cabeza, la espalda y los brazos están menos acicalados que el pecho, los costados y las patas traseras, a menos que puede hacerse algo especial en su provecho.
La solución radica en el aseo social, en la creación de un amistoso sistema de ayuda mutua. Podemos observar muchos ejemplos de esto, tanto entre las aves como entre los mamíferos, pero alcanza su expresión culminante entre los primates superiores. Estos han inventado señales especiales de invitación al aseo, y las actividades sociales «cosméticas» son prolijas e intensas. Cuando un mono pretende asear a otro, le manifiesta sus intenciones con una expresión facial característica. Produce unos rápidos chasquidos con los labios y, con frecuencia, saca la lengua entre cada dos chasquidos. El otro puede indicar su aceptación indicando una postura de relajamiento, y acaso presentando una región determinada de su cuerpo para ser aseada. Como expliqué en un capítulo anterior, la acción de chascar los labios evolucionó como un rito especial, partiendo de los repetidos movimientos producidos con la boca durante el aseo de la piel. Acelerándolos y haciéndolos más exagerados y rítmicos, fue posible convertirlos en una señal visual ostensible e inconfundible.
Como quiera que el aseo social es una actividad cooperativa y no agresiva, el hábito del chasquido de labios se ha convertido en una señal amistosa. Si dos animales quieren estrechar sus lazos de amistad, pueden hacerlo mediante el reiterado aseo mutuo, aunque las condiciones de su pelambre no sean las más convenientes. En efecto, parece que existe poca relación entre la cantidad de suciedad acumulada en la pelambre y la cantidad de aseo mutuo que se practica. Las actividades de aseo social han llegado a ser casi independientes de sus estímulos primitivos. Aunque siguen teniendo la función vital de mantener limpia la piel, su motivación parece ser ahora más social que cosmética. Al contribuir a que dos animales permanezcan juntos, con ánimo colaborador y no agresivo, ayudan a estrechar los lazos interpersonales entre los individuos del grupo o la colonia.
Este sistema de señales amistosas ha dado origen a dos procedimientos remotivadores que se refieren, respectivamente, al apaciguamiento y al alejamiento del temor. Si un animal débil tiene miedo de otro más fuerte, puede apaciguarlo mediante la invitación del chasquido de labios y el subsiguiente aseo de su piel. Esto reduce la agresión del animal dominante y ayuda al subordinado a que el otro lo acepte. Se le permite estar «presente», por los servicios que presta. A la inversa, si un animal dominante quiere calmar los temores de otro más débil puede lograrlo valiéndose del mismo modo. Con el chasquido de sus labios, da a entender que su ánimo no es agresivo. A pesar de su aureola dominante, puede mostrar que no pretende causar daño. Este hábito particular —exhibición tranquilizadora— es menos frecuente que la variedad de apaciguamiento, por la sencilla razón de que es menos necesario en la vida social de los primates. El animal débil posee pocas cosas que el dominante pueda apetecer y no pueda lograr con la agresión directa. Caso excepcional es el de la hembra dominante, pero estéril, que quiere acunar al hijo de otro miembro de la comunidad. Naturalmente, el monito se asusta de la presencia de la desconocida y trata de escabullirse. En tales ocasiones, podemos observar los grandes esfuerzos de la hembra adulta para tranquilizar al pequeño mediante chasquidos de labios. Si con esto se calman los temores del jovencito, la hembra lo mima y sigue tranquilizándole por medio de un delicado aseo.
Es natural que si fijamos la atención en nuestra propia especie esperemos ver alguna manifestación de esta tendencia básica de los primates al aseo, no sólo como simple método de limpieza, sino también como hábito social. La gran diferencia consiste en que nosotros carecemos de la abundosa capa de pelo a limpiar. Cuando se encuentran dos monos desnudos y desean reforzar sus relaciones de amistad, tienen que buscar algo que remplace el aseo social. Si estudiamos las situaciones en que, tratándose de otros primates, cabría esperar el mutuo aseo, nos intriga sobremanera lo que ocurre. En primer lugar, es evidente que la sonrisa ha remplazado al chasquido de labios. Hemos estudiado ya su origen, como señal infantil especial, y hemos visto cómo, a falta de la reacción consistente en agarrarse, el niño necesita otra manera de atraer y de apaciguar a la madre. Al extenderse a la vida adulta, salta a la vista que la sonrisa es un excelente sucedáneo de la «invitación al aseo». Pero, ¿qué ocurre después de invitar al contacto amistoso? Este tiene que mantenerse de algún modo. El chasquido de labios se refuerza con el aseo; pero, ¿cómo se refuerza la sonrisa? Claro que la reacción sonriente puede repetirse y prolongarse hasta mucho después del contacto inicial; pero se necesita algo más «ocupacional». Hay que adoptar y transformar alguna clase de actividad, como lo era la del aseo. Las más sencillas observaciones nos revelan que el medio adoptado es la vocalización verbalizada.
El hábito de comportamiento consistente en hablar deriva, en principio, de la creciente necesidad de intercambio cooperativo de información. Procede del común y extendido fenómeno animal de la vocalización no verbal. Partiendo del típico e innato repertorio de gruñidos y rugidos de los mamíferos, se desarrolló una serie más compleja de señales sonoras aprendidas. Estas unidades vocales y sus múltiples combinaciones constituyeron la base de lo que llamamos
lenguaje de información
. A diferencia de los más primitivos sistemas de señales no verbales, este nuevo método de comunicación permitió a nuestros antepasados referirse a objetos del medio y, también de pasada, al futuro y al presente. Hasta hoy día, el lenguaje de información ha sido la forma más importante de comunicación vocal de nuestra especie. Pero al evolucionar no se detuvo aquí, sino que adquirió funciones adicionales. Una de éstas tomó la forma de
lenguaje de sentimiento
. Estrictamente hablando, éste era innecesario, porque las señales no verbales del estado de ánimo no se habían perdido. Aún podemos expresar y expresamos nuestros estados emocionales valiéndonos de los gritos y gruñidos de los antiguos primates, pero lo cierto es que reforzamos estos mensajes con la confirmación verbal de nuestros sentimientos. El gemido de dolor es seguido de cerca por una señal verbal de «me duele». El rugido iracundo va acompañado del mensaje «estoy furioso». En ocasiones, la seña inarticulada no se emite en su estado puro, sino que se expresa en el tono de la voz. Las palabras «me duele», son pronunciadas en un gemido o en un grito. Las palabras «estoy furioso» suenan como un rugido o un bramido. En tales casos, el tono de la voz ha sido tan poco modificado por la instrucción y está tan cerca del antiguo sistema de señales no verbales de los mamíferos que incluso un perro puede comprender el mensaje, y mucho más un desconocido de otra raza de nuestra propia especie. Las verdaderas palabras empleadas en tales casos resultan casi superfluas. (Díganle «bonito» a su perro, en tono de enfado, o «malo», en tono de mimo, y comprenderán lo que quiero decir.) En su grado más tosco y más intenso, este lenguaje es poco más que un «despilfarro» de sonidos verbalizados en una zona de comunicación ya atendida de otro modo. Su valor reside en las mayores posibilidades que proporciona para una señalización más sutil y más sensible del estado de ánimo.
Una tercera forma de verbalización es el
lenguaje exploratorio
. Es el hablar por hablar, el lenguaje estético o, si lo prefieren, el lenguaje de juego. Ya hemos visto cómo otra forma de información-transmisión, la pintura, llegó a ser empleada como medio de exploración estética; pues bien, lo mismo ocurrió con el lenguaje. El poeta imitó al pintor. Pero lo que más nos interesa en este capítulo es el cuarto tipo de verbalización, al cual se ha dado recientemente el adecuado nombre de
lenguaje de cortesía
. Es la charla vana y cortés de las ocasiones sociales, el «hoy hace buen día» o el «¿ha leído usted últimamente algún buen libro?». No se realiza con él ningún intercambio de ideas o informaciones importantes, ni revela el verdadero estado de ánimo del que habla, ni es estéticamente agradable. Su función consiste en reforzar la sonrisa de saludo y mantener la unión social. Es nuestro sucedáneo del aseo social. Al suministrarnos una preocupación social no agresiva, nos da la manera de manifestarnos unos a otros durante períodos de tiempo relativamente largos, creando y reforzando valiosos lazos de grupo y amistades.
Desde este punto de vista, resulta divertido seguir el curso de la charla de cortesía durante un encuentro social. Representa su papel dominante inmediatamente después del inicial saludo ritual. Luego, pierde terreno, pero vuelve a recuperarlo en el momento en que el grupo se separa. Si éste se ha reunido por motivos puramente sociales, la charla de cortesía puede persistir durante todo el tiempo, con exclusión total del lenguaje de información, de sentimiento o de exploración. Las reuniones para tomar el aperitivo nos dan un buen ejemplo de esto; en tales ocasiones, el anfitrión o la anfitriona suelen impedir la conversación «seria», interrumpiendo las largas peroratas y procurando que intervengan todos los presentes, a fin de lograr un máximo contacto social. De esta manera, cada miembro del grupo es reiteradamente devuelto al estado de «contacto inicial», donde es más fuerte el estímulo de la charla de cortesía. Para que estas sesiones de ininterrumpida cortesía social sean eficaces, hay que invitar a un número considerable de personas, evitando así que se agoten los nuevos contactos antes de que la fiesta termine. Esto explica que en reuniones de esta clase se exija automáticamente un misterioso número mínimo de invitados. Las cenas con pocos comensales y de confianza dan lugar a una situación un poco diferente. La charla insustancial va decayendo a medida que transcurre la velada, y, con el paso del tiempo, ganan terreno los intercambios de ideas y de información seria. Sin embargo, antes de que la fiesta llegue a su fin, se produce un breve resurgimiento de aquella charla, previamente al último ritual de despedida. Reaparece la sonrisa, y el lazo social recibe un último apretón que hará que se mantenga sólido hasta el próximo encuentro.