... déjaselo a las llamas...
Alberto se quedó sentado mirando la mesa. Una vez se volvió para mirar por la ventana.
—Se está nublando —dijo Sofía.
—Sí, hace bochorno.
—¿Vas a hablarme ahora de Berkeley?
—Él fue el siguiente de los tres empiristas británicos. Pero ya que en muchos sentidos pertenece a una categoría aparte, nos centraremos antes en David Hume, que vivió de 1711 a 1776. Su filosofía ha pasado a ser la más importante entre los empiristas. Su importancia se debe también en parte al hecho de que fue él quien inspiró al gran filósofo Immanuel Kant.
—¿No importa que me interese más la filosofía de Berkeley, verdad?
—No, no importa. Hume se crió en Escocia, en las afueras de Edimburgo. Su familia quería que fuera abogado, pero él mismo dijo que sentía «una resistencia infranqueable hacia todo lo que no era filosofía y enseñanza». Vivió en la época de la Ilustración, al mismo tiempo que grandes pensadores franceses como Voltaire y Rousseau, y viajó mucho por Europa antes de establecerse de nuevo en Edimburgo. Su obra más importante, Tratado acerca de la naturaleza humana, se publicó cuando Hume tenía veintiocho años. Pero él mismo dijo que a los quince años ya tenía la idea del libro.
—Entonces debo darme prisa.
—Tú ya estás en marcha.
—Pero si yo fuera a hacer mi propia filosofía sería bastante diferente a todo lo que he oído hasta ahora.
—¿Hay algo que hayas echado especialmente de menos?
—En primer lugar, todos los filósofos de los que he oído hablar son hombres. Creo que los hombres viven en su propio mundo. A mí me interesa más el mundo de verdad. El mundo de flores y animales y niños que nacen y crecen. Esos filósofos tuyos hablan constantemente del «ser humano» y ahora me hablas otra vez de un tratado sobre la «naturaleza humana». Pero tengo la sensación de que ese «ser humano» es un hombre de mediana edad. Al fin y al cabo, la vida empieza con el embarazo y el parto. Me parece que ha habido demasiado pocos pañales y llanto de niños hasta ahora. Quizás también haya habido demasiado poco amor y amistad.
—Evidentemente tienes toda la razón. Pero quizás precisamente Hume fuera un filósofo que pensaba de otra manera. Él, más que ningún otro, parte del mundo cotidiano. Creo además que Hume tiene fuertes sentimientos sobre cómo los niños perciben el mundo.
—Haré un esfuerzo para escuchar
—Como empirista, Hume consideró una obligación el ordenar todos los conceptos y pensamientos confusos que habían inventado todos aquellos hombres. Se hablaba y se escribía con palabras muy viejas y anticuadas, procedentes de la Edad Media. Y de los filósofos racionalistas del siglo XVII. Hume desea volver a la percepción inmediata del mundo de los hombres. Ningún filósofo podrá jamás llevamos detrás de las experiencias cotidianas o damos reglas de conducta distintas a las que elaboremos meditando sobre la «vida cotidiana», decía él.
—Hasta aquí suena muy bien. ¿Puedes ponerme algún ejemplo?
—En la época de Hume estaba muy extendida la creencia de que había ángeles. Al decir «ángel», nos referimos a una figura de hombre con alas. ¿Has visto alguna vez un ángel, Sofía?
—No.
—¿Pero habrás visto una figura de hombre?
—Qué pregunta más tonta.
—¿También has visto alas?
—Claro que sí, pero nunca en una persona.
—Según Hume, «ángel» es un concepto compuesto. Consta de dos experiencias diferentes que no están unidas en la realidad, pero que, de todos modos, en la imaginación del hombre han sido conectadas. Se trata pues de una idea falsa que inmediatamente debe ser rechazada. De la misma manera tenemos que ordenar nuestros pensamientos e ideas. Hume djjo. «Cuando tenemos un libro en la mano, preguntémonos: ¿Contiene algún razonamiento abstracto referente a tamaños y cifras? No. ¿Contiene algún razonamiento de experiencia referente a hechos y existencia? No. Entonces déjaselo a las llamas, pues no contiene nada más que pedantería y quimeras».
—Me parece muy drástico.
—Pero después queda el mundo, Sofía. Con más frescor y con contornos más nítidos que antes. Hume quiere volver a la percepción infantil del mundo, antes de que todos los pensamientos y reflexiones hayan ocupado sitio en la conciencia.
—¿No acabas de decir que muchos de esos filósofos de los que has oído hablar vivían en su propio mundo, y que a ti te interesaba más el mundo real?
—Algo así, sí.
—Hume podría haber dicho exactamente lo mismo. Pero sigamos su propio razonamiento un poco más a fondo.
—Aquí estoy.
—Hume empieza por constatar que el hombre tiene dos tipos diferentes de percepciones, que son impresiones e ideas. Con «impresiones» quiere decir la inmediata percepción de la realidad externa. Con «ideas» quiere decir el recuerdo de una impresión de este tipo.
—¡Ejemplos, por favor!
—Si te quemas en una estufa caliente, recibes una «impresión» inmediata. Más adelante puedes pensar en aquella vez que te quemaste. Es a esto a lo que Hume llama «idea». La diferencia es que la «impresión» es más fuerte y más viva que el recuerdo de la reflexión sobre el recuerdo. Podrías decir que la sensación es el original, y que la «idea» o el recuerdo de la sensación sólo es una pálida copia. Porque la «impresión» es la causa directa de la «idea» que se esconde en la conciencia.
—Hasta ahora te sigo.
—Además Hume subraya que tanto una «impresión» como una «idea» pueden ser o simples o compuestas. Te acordarás de que hablamos de una manzana en relación con Locke. La experiencia directa de una manzana es una «impresión compuesta» de ese tipo. Asimismo también la idea de la conciencia de la manzana es una «idea compuesta».
—Perdona que te interrumpa pero ¿es esto muy importante?
—¿Que si es muy importante? Aunque sea verdad que los filósofos a veces se ocupan de problemas muy artificiales, no debes rechazar el participar en un razonamiento. Hume daría la razón a Descartes en que es importante construir un razonamiento desde abajo.
—Me resigno.
Lo que quiere decir Hume es que algunas veces podemos componer esas «ideas» sin que estén compuestas así en la realidad, De ese modo surgen las ideas y conceptos falsos que no se encuentran en la naturaleza. Ya hemos mencionado a los ángeles. Y hablamos en una ocasión de los «cocofantes». Otro ejemplo es el «pegasus», es decir, un caballo con alas. En todos casos tenemos que reconocer que la conciencia ha jugado su propio juego. Ha cogido las alas de una impresión y el caballo de otra. Todos esos conceptos han sido percibidos en alguna ocasión y han entrado en el teatro de la conciencia como «impresiones» auténticas. Nada ha sido inventado por la propia conciencia. La conciencia ha utilizado tijeras y pegamento y de esa manera ha construido «ideas» y conceptos falsos.
—Entiendo. Ahora comprendo que esto pueda ser importante.
—Bien. Por tanto, Hume quiere investigar cada concepto con el fin de averiguar si está compuesto de una manera que no encontramos en la realidad. Él pregunta: ¿de qué impresión tiene este concepto? Ante todo tiene que encontrar cuáles son las «ideas simples» de las que consta un concepto compuesto. Dispone, así, de un método crítico para analizar las ideas o conceptos de los hombres. De este modo quiere ordenar nuestros pensamientos y conceptos.
—¿Tienes algunos ejemplos?
—En la época de Hume había mucha gente con ideas muy claras sobre el «Cielo» o «la Nueva Jerusalén». A lo mejor recuerdas que Descartes había señalado que «ideas claras y nítidas» en sí podían ser una garantía de que correspondiesen a algo que realmente existía.
—Como ya te he dicho antes, no suelo olvidarme de las cosas.
—Nos damos cuenta de que «Cielo» es una idea tremendamente compuesta. Mencionemos algunos elementos. En el Cielo hay un «portal de perlas», hay «calles de oro», «ángeles» a montones, etc., etc. Pero aún no hemos descompuesto todo en sus distintos componentes. Porque también «portal de perlas», «calles de oro» y «ángeles» son conceptos compuestos. Cuando finalmente podamos constatar que nuestra idea de Cielo consta de ideas simples como «perla», «portal», «calle», «oro», «figura vestida de blanco» y «alas», podremos preguntarnos si realmente hemos tenido las correspondientes «impresiones simples».
—Las hemos tenido. Pero mediante las tijeras y el pega hemos hecho de todas las «impresiones simples» una soñada.
Pues sí, así es. Porque precisamente cuando dormimos es cuando más tijeras y pegamento usamos. Pero Hume subrayó que todos esos materiales que usamos para componer imágenes soñadas tienen que haber entrado en la conciencia alguna vez como «impresiones simples». El que nunca haya visto oro tampoco podrá imaginarse una calle de oro.
—Era bastante listo. ¿Qué pasa con Descartes que tenía una idea clara y nítida de Dios?
—También a esta pregunta Hume te ofrece una respuesta. Digamos que nos imaginamos a Dios corno un ser infinitamente «inteligente, sabio y bueno». Tenemos, pues, una idea «compuesta» que consta de algo infinitamente inteligente, algo infinitamente sabio y algo infinitamente bueno. Si nunca hubiéramos conocido la inteligencia, la sabiduría y la bondad, nunca podríamos haber tenido tal concepto de Dios. Quizás también esté en nuestra idea de Dios el que sea un «padre severo pero justo», es decir, una idea compuesta por «padre», «severo» y «justo». Después de Hume, muchos críticos de la religión han señalado que el origen de esa idea de Dios puede encontrarse en cómo percibíamos a nuestro propio padre cuando éramos pequeños. La idea de un padre ha conducido a la idea de un «padre en el Cielo», se ha dicho.
—A lo mejor es verdad. Pero yo nunca he aceptado que Dios tenga que ser necesariamente un hombre. A veces mamá, para conservar el equilibrio, llama Diosa a Dios.
—Como ves, Hume quiere atacar todas aquellas ideas y pensamientos que no tienen su origen en su correspondiente sensación. Quiere «ahuyentar toda esa palabrería que durante tanto tiempo ha dominado el pensamiento metafísico y lo ha desprestigiado», dice. También a diario utilizamos conceptos compuestos sin pensar si son válidos. Esto se refiere por ejemplo a la idea de un «yo» o de un núcleo de personalidad. Pues esta idea constituía la mismísima base de la filosofía de Descartes: la clara y nítida idea sobre la que estaba edificada toda su filosofía.
—Espero que Hume no pretenda negar que yo soy yo. En ese caso se convierte en un mero charlatán.
—Sofía, hay una sola cosa que quiero que aprendas mediante este curso de filosofía, y es que no debes precipitarte en sacar conclusiones,
—Sigue.
—No, tú misma puedes emplear el método de Hume para analizar lo que consideras tu «yo».
—Entonces debo, ante todo, preguntarme si la idea del «yo» es una idea simple o compuesta.
—¿A qué respuesta llegas?
—Tengo que admitir que me siento bastante «compuesta». Por ejemplo, tengo muy mal genio. Y a veces me resulta difícil decidirme por algo. Además puede gustarme o disgustarme una misma persona.
—Entonces el concepto «yo» es una «idea compuesta».
—Vale. Ahora he de preguntarme si tengo una «impresión compuesta» correspondiente a mi propio «yo». La tendré. Supongo que la tengo constantemente.
—¿Hay algo que te hace dudar sobre este aspecto?
—Voy cambiando constantemente. No soy la misma hoy que cuando tenía cuatro años. Tanto mi humor como mi juicio sobre mí misma cambian de minuto en minuto. De vez en cuando ocurre que me siento como una «nueva persona».
—De modo que esa sensación de tener un núcleo inalterable de personalidad es falsa. La idea del «yo» es en realidad una larga cadena de impresiones simples que nunca has percibido simultáneamente. No es más que «un manojo o un montón de juicios diferentes que se suceden el uno al otro con una rapidez increíble, y que estan constantemente en cambio y movimiento». dice Hume: La conciencia es «una especie de teatro donde aparecen los distintos juicios sucediéndose los unos a los otros; pasan, vuelven, se marchan y se mezclan en una infinidad de posturas situaciones. Lo que quiere decir Hume es que no tenemos ninguna «personalidad» que este detrás o debajo de tales juicios y estados de ánimo que van y vienen. Pasa como con las imágenes sobre la pantalla de cine. Como cambian tan deprisa, no notamos que la película está «compuesta por imágenes simples». Pero en realidad las «imágenes» no están conectadas la una con la otra. La película es realmente una suma de momentos.
—Creo que me resigno.
—¿Significa eso que renuncias a la idea de tener un núcleo de personalidad inalterable?
—Supongo que sí.
—Hace un momentito pensabas otra cosa. Debo añadir que el análisis de Hume de la conciencia humana y su negación de admitir que los hombres tengan un núcleo de personalidad inalterable, fue introducida casi 2. 500 años antes en un lugar del planeta muy lejano.
—¿Por quién?
—Por Buda. Casi resulta escalofriante ver lo parecidas que son las formulaciones de los dos. Buda consideró la vida humana como una línea ininterrumpida de procesos mentales y físicos que cambian a cada momento El bebé no es igual que el adulto, y yo no soy igual que ayer. De nada puedo decir «esto es mío», dijo Buda y de nada puedo decir «esto soy yo» No existe, pues, ningún núcleo inalterable de personalidad
—Si, se parece muchísimo a Hume
—En la extensión de la idea de un yo inalterable muchos racionalistas también habían dado por sentado que el hombre tiene un «alma» inmortal.
¿Pero también eso es una idea falsa?
—Según Hume y Buda, sí. ¿Sabes lo que dijo Buda a sus discípulos justo antes de morir?
—No, ¿cómo quieres que lo sepa?
—«Todo lo que es perecedero es compuesto», dijo. Quizás Hume hubiera podido decir lo mismo. Y también Demócrito. A menos sabemos que Hume rechazó cualquier intento de probar la inmortalidad del alma o la existencia de Dios. No significa que excluyera la posibilidad de ninguna de las dos cosas, pero creer que se puede probar la fe religiosa con la razón humana, es un disparate para él. Hume no era cristiano, pero tampoco era un ateo convencido. Era lo que llamamos un agnóstico.
—¿Y eso qué significa?
—Un agnóstico es alguien que no sabe si existe un Dios. Cuando Hume recibió en su lecho de muerte la visita de un amigo, el amigo le preguntó si no creía en una vida después de la muerte. Se dice que Hume contestó: «También es posible que un trozo de carbón puesto al fuego no arda».