—¿Ah sí?
—La respuesta es típica de su falta total de prejuicios. Sólo aceptó como verdadero aquello sobre lo que tenía sensaciones seguras. Y mantuvo abiertas todas las demás posibilidades. No rechazó ni la fe en el cristianismo ni la fe en los milagros. Pero esas dos cosas tratan precisamente de fe y no de conocimiento o razón. Podríamos decir que la última conexión entre fe y razón fue disuelta mediante la filosofía de Hume.
—¿Has dicho que no rechazó los milagros?
—Pero eso no significa que creyera en los milagros, más bien al contrario. Suele señalar que la gente aparentemente tiene una gran necesidad de cosas que hoy en día llamaríamos sucesos «sobrenaturales» y que es curioso que todos los milagros de los que se habla sucedieran siempre en un lugar o tiempo muy lejanos. En ese sentido, Hume rechaza los milagros simplemente porque no los ha experimentado. Pero no rechaza que puedan ocurrir milagros.
—Esto me lo tendrás que explicar más a fondo.
—Un milagro es, según Hume, una ruptura con las leyes de la naturaleza. Pero no tiene sentido decir que hemos percibido las leves de la naturaleza. Percibimos que una piedra cae al suelo cuando la soltamos y, si no hubiera caído, nos habría extrañado.
—Yo diría que, entonces, se habría producido un milagro, o algo sobrenatural.
—Entonces crees que existen dos naturalezas: «una naturaleza» en si y una «sobrenaturaleza». ¿No crees que estás volviendo a las confusiones de los racionalistas?
—Tal vez, pero yo creo que la piedra caerá al suelo cada vez que se suelte.
—¿Porqué?
—¿Por qué tienes que ser tan desagradable?
—No soy desagradable, Sofía. Para un filósofo nunca es malo preguntar. Quizás estemos tocando ahora el aspecto más importante de la filosofía de Hume. Contéstame, ¿cómo puedes estar tan segura de que la piedra caerá siempre al suelo?
—Lo he visto tantas veces que estoy completamente segura.
—Hume diría que has experimentado muchas veces que una piedra cae al suelo. Pero no has experimentado que siempre caerá. Se suele decir que la piedra cae al suelo debido a la ley de la gravedad. Pero nunca hemos experimentado tal ley. Solamente hemos experimentado que las cosas caen.
—¿No es lo mismo?
—No del todo. Dijiste que crees que la piedra caerá al suelo porque lo has visto muchas veces. Y ése es el punto clave de Hume. Estás tan acostumbrada a que una cosa suceda a otra, que siempre esperas que ocurra lo mismo cuando intentas soltar una piedra. Así surgen las ideas sobre lo que llamamos leyes inquebrantables de la naturaleza.
—¿Pero cree él realmente que cabe la posibilidad de que una piedra no caiga al suelo?
—Estaría tan convencido como tú de que caerá al suelo cada vez que la suelte. Pero señaló que no ha percibido por qué cae.
—¿No nos hemos vuelto a alejar un poco de los niños y de las flores?
—No, al contrario. Se puede muy bien utilizar a los niños como testigos de la verdad de Hume. ¿Quién en tu opinión, se sorprendería más al ver una piedra quedarse una hora o dos flotando en el aire, un niño de un año o tú?
—Me sorprendería más yo.
—¿Por qué, Sofía?
—Probablemente porque yo entiendo mejor que el niño lo antinatural que sería.
—¿Y por qué el niño no entendería lo antinatural que seria?
—Porque aún no ha aprendido cómo es la naturaleza.
—O porque aún no ha habido tiempo para que, para que la naturaleza se convierta en un hábito.
—Entiendo lo que quieres decir. Hume quería que la gente agudizara sus sentidos.
—Te pondré el siguiente ejercicio, Sofía. Si un niño pequeño y tú presenciáis el espectáculo de un gran prestidigitador que, por ejemplo, hace volar cosas por el aire, ¿quién se divertiría más durante el rato que dure el espectáculo?
—Creo que yo me divertiría más.
—¿Y por qué?
—Porque yo habría entendido lo improbable que era el que eso sucediese.
—De acuerdo. Porque el niño no encuentra ninguna satisfacción en ver la anulación de las leyes de la naturaleza antes de haberlas aprendido a conocer.
Así se puede expresan sí.
—Y seguimos en el núcleo de la «filosofía de la percepción» de Hume. El habría añadido que el niño no es aún esclavo de las expectativas. El niño es el que tiene menos prejuicios de los dos. También puede ser que el niño sea mejor filósofo. Porque el niño no tiene opiniones preestablecidas. Y eso, Sofía, es la mayor virtud de un filósofo. El niño percibe el mundo tal como es, sin añadir a las cosas más de lo que simplemente percibe.
—Me fastidia mucho cada vez que me siento predispuesta contra algo.
—Cuando Hume discute el poder del hábito, se concentra en la ley causa-efecto. Esa ley dice que todo lo que ocurre tiene que tener una causa. Hume usa como ejemplo dos bolas de billar. Si tiras una bola de billar negra contra una bola de billar blanca que está en reposo, ¿qué ocurre entonces con la bola blanca?
—Si la bola negra toca la blanca, la blanca comienza a moverse.
—De acuerdo, y ¿por qué?
—Porque ha sido golpeada por la bola negra.
—En este caso se suele decir que el golpe de la bola negra es la causa de que la bola blanca se ponga en marcha. Pero hay que recordar que sólo tenemos derecho a expresar algo con seguridad silo hemos percibido.
—De hecho yo lo he percibido un montón de veces. Porque Jorunn tiene una mesa de billar en el sótano.
—Hume dice que lo único que has percibido es que la bola negra toca la blanca y que a continuación la bola blanca empieza a rodar sobre la mesa. No has percibido la causa en si de que la bola blanca empiece a rodar. Has percibido que un suceso sigue a otro en el tiempo pero no has percibido que el segundo suceso ocurra a causa del primero.
—¿No es eso un poco sutil?
—No, es importante. Hume subraya que la expectación de que lo uno siga a lo otro no está en los mismos objetos, sino en nuestra conciencia. Y la expectación tiene que ver con el hábito, como ya hemos visto. De nuevo podemos utilizar el ejemplo del niño pequeño. El no se habría sorprendido si una bola hubiese tocado la otra y las dos bolas se hubiesen quedado quietas. Cuando hablamos de «leyes de la naturaleza» o «causa y efecto», hablamos en realidad del hábito de las personas y no de lo «racional». Las leves de la naturaleza no son ni racionales ni irracionales, simplemente son. Esto significa que la expectación de que la bola blanca de billar se ponga en marcha al ser alcanzada por la negra no es innata. No nacemos con una serie de expectativas sobre cómo es el mundo o cómo se comportan las cosas del mundo. El mundo es como es, esto es algo que vamos percibiendo poco a poco.
—Vuelvo a tener la sensación de que esto no puede ser tan importante.
—Puede ser importante si la expectación creada nos hace sacar conclusiones precipitadas. Hume no niega que haya «leyes inquebrantables de la naturaleza», pero debido a que no somos capaces de percibir las leyes en la naturaleza en sí, corremos el riesgo de sacar conclusiones demasiado rápidamente.
—¿Puedes ponerme algún ejemplo?
—Aunque yo vea una manada entera de caballos negros no significa que todos los caballos sean negros.
—En eso evidentemente tienes razón.
—Y aunque durante toda mi vida sólo haya visto cuervos negros, no significa que no pueda haber un cuervo blanco. Es muy importante tanto para el filósofo como para el científico no rechazar la posibilidad de que exista un cuervo blanco. Casi podríamos decir que la búsqueda del «cuervo blanco» es la tarea más importante de la ciencia.
Entiendo.
—En cuanto a la relación entre causa y efecto puede que muchos piensen que el relámpago es la causa del trueno por que el trueno siempre viene después del relámpago. Este ejemplo no es muy distinto al de las dos bolas de billar. ¿Pero es en realidad así? ¿Es el relámpago la causa del trueno?
—No del todo porque en realidad hay truenos, relámpagos a la vez.
—Porque tanto el relámpago como el trueno se producen debido a una descarga eléctrica. Aunque siempre percibimos que el trueno llega después del relámpago, no significa que el relámpago sea la causa del trueno. En realidad, hay un tercer factor que lo desencadena.
—Comprendo.
—Un empirista de nuestro siglo Bertrand Russell, ha dado un ejemplo muy grotesco. Un pollito que todos los días percibe que el encargado de las gallinas cruza el patio, acabará por sacar la conclusión de que hay una relación causal entre el hecho de que el encargado cruce el patio y que la comida llegue al plato.
—¿Y si un día no dan de comer al pollito?
—Un día el encargado cruza el patio y degolla al pollito.
—¡ Qué horrible!
—El que algo se suceda en el tiempo no significa necesariamente que se trate de una relación causa-efecto. Una de las misiones principales de los filósofos es la de advertir a la gente que no saque conclusiones demasiado precipitadamente. De hecho, algunas de éstas han dado origen a muchas formas de Superstición
—¿Cómo?
—Ves un gato negro que cruza el camino. Un poco mas tarde, ese día, te caes y te rompes el brazo. Pero no significa que haya ninguna relación causal entre esos dos sucesos. Sobre todo es importante no sacar conclusiones precipitadas en un contexto científico. Aunque mucha gente se cure después de haber tomado una determinada medicina, no significa que sea la medicina la que los haya curado. Así pues, es preciso contar con un gran grupo de personas que crean que reciben la misma medicina pero que en realidad sólo están tomando harina y agua. Si también estas personas se curan, tiene que haber un tercer factor, por ejemplo la fe en la medicina que las ha curado.
—Creo que empiezo a entender lo que se quiere decir con empirismo.
—También en lo que se refiere a la ética y la moral, Hume se rebeló contra el pensamiento racionalista. Los racionalistas habían opinado que es inherente a la razón del hombre el saber distinguir entre el bien y el mal. Esta idea del llamado derecho natural está presente en muchos filósofos desde Sócrates hasta Locke. Pero según Hume, no es la razón la que decide lo que decimos y lo que hacemos.
—¿Entonces qué es?
—Son nuestros sentimientos. Si te decides a ayudar a alguien necesitado de ayuda, son tus sentimientos, no tu razón, lo que te pone en marcha.
—¿Y si no me da la gana ayudar?
—También en ese caso son tus sentimientos los que deciden. No es ni sensato ni insensato no ayudar a alguien que necesite ayuda, pero puede ser vil.
—Pero en algún sitio habrá un límite. Todo el mundo sabe que no está bien matar a otra persona.
—Según Hume todo el mundo tiene cierto sentimiento hacia el bien de los demás. Tenemos la capacidad de mostrar compasión. Pero todo esto no tiene nada que ver con la razón
No sé si estoy de acuerdo en eso.
No resulta siempre irrazonable quitar de en medio a una determinada persona, Sofía. Si uno desea conseguir algo, puede resultar incluso bastante útil.
¡Por favor! ¡Protesto!
Entonces intenta explicar por qué no se debe matar a una persona molesta.
—También el otro ama la vida. Por eso no puedes matarle.
—¿Es ésa una prueba lógica?
—No lo sé.
—Partiendo de una frase descriptita, «también el otro ama la vida» has llegado a lo que llamamos una frase normativa, «por eso no debes matarlo». En un sentido racional esto es un disparate. Podrías igualmente decir «hay mucha gente que comete fraude fiscal, por eso yo también debo cometer fraude fiscal». Hume señaló que nunca se debe partir de frases de «es» para llegar a frases de «debe». Y sin embargo esto es muy corriente, sobre todo en artículos periodísticos, programas de partidos políticos y discursos parlamentarios. ¿Quieres que te ponga algún ejemplo?
—Me encantaría.
—«Cada vez hay más gente que desea viajar en avión. Por eso deben construirse más aeropuertos.» ¿Te parece sostenible esta conclusión?
—No, es una tontería. También debemos pensar en el medio ambiente. Yo pienso que deberíamos construir más tramos de ferrocarril.
—O se dice: «La explotación de nuevos campos petrolíferos aumentará el nivel de vida del país en un 10%. Por eso debemos desarrollar cuanto antes nuevos campos petrolíferos».
—Tonterías. También en este tema tenemos que pensar en el medio ambiente. Además el nivel de vida noruego es lo suficientemente alto.
—A veces se dice que «esta ley ha sido aprobada por el Parlamento, por eso todos los ciudadanos deben cumplirla». Pero muchas veces seguir tales «leyes aprobadas» va en contra de las convicciones más íntimas de una persona.
—Entiendo.
—Hemos señalado que no podemos probar con la razón cómo debemos actuar. Actuar responsablemente no equivale a agudizar la razón, sino a agudizar los sentimientos que uno tiene hacia los demás. «No va en contra de la razón el preferir la destrucción del mundo entero a tener un rasguño en un dedo», dijo Hume.
—Qué postulado más odioso.
—Quizás resulte aún más siniestro confundir los conceptos. Sabes que los nazis mataron a millones de judíos. Dirías que algo anduvo mal en la razón de esa gente o en sus emociones.
—Ante todo en sus sentimientos.
—Muchos de ellos también tenían la cabeza muy despejada, lo que demuestra que, en muchos casos, puede haber un cálculo tremendamente frío detrás de las decisiones crueles e insensibles. Después de la guerra, muchos nazis fueron condenados, pero no porque hubieran sido «irracionales», sino porque habían sido «crueles». De hecho, sucede que se absuelve a gente que no ha tenido la mente despejada en el momento de cometer un crimen. Entonces se dice que han actuado en un «momento de enajenación mental». Nunca se absuelve a alguien por haber carecido de sentimientos.
¡Faltaría más!
—Tampoco hace falta ir a los ejemplos más grotescos. Si una catástrofe natural como una inundación, por ejemplo, provoca que mucha gente necesite ayuda, son los sentimientos los que deciden si vamos a acudir o no. Si hubiéramos sido insensibles, dejando la decisión a la «fría razón», quizás habríamos pensado que convendría que se murieran unos cuantos millones de personas en un mundo que está amenazado de sobrepoblación.
—Es terrible que alguien pueda pensar así.
—No es tu razón la que se enfada.
—Basta.
... como un planeta mareado alrededor de un sol en llamas...