El Mundo de Sofía (17 page)

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Authors: Jostein Gaarder

Tags: #narrativa

BOOK: El Mundo de Sofía
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Naturalmente, resulta sorprendente y también lamentable que un hombre tan razonable en otros asuntos se pudiera equivocar tanto en lo que se refería a la relación entre los sexos. No obstante, nos muestra dos cosas: en primer lugar que Aristóteles seguramente no tuvo mucha experiencia práctica con mujeres ni con niños. En segundo lugar muestra lo negativo que puede resultar que los hombres hayan imperado siempre en la filosofía y las ciencias.

Y particularmente negativo resulta el error de Aristóteles en cuanto a su visión de la mujer, porque su visión, y no la de Platón, llegaría a dominar durante la Edad Media. De esta manera, la Iglesia heredó una visión de la mujer que en realidad no tenía ninguna base en la Biblia. ¡Pues Jesús no era anti-mujer!

¡No digo más! ¡Volverás a saber de mí!

Cuando Sofía hubo leído el capítulo sobre Aristóteles una vez y media, volvió a meter las hojas en el sobre amarillo y se quedó mirando fijamente su cuarto. De pronto vio lo desordenado que estaba todo. En el suelo había un montón de libros y carpetas. Por la puerta del armario asomaban en un caos total calcetines y blusas, medias y pantalones vaqueros. En la silla delante del escritorio había ropa sucia en un desorden total.

A Sofía le entraron unas ganas irresistibles de ordenar. Primero vació los estantes del armario ropero, y empujó todo al suelo. Era importante comenzar desde el principio. Se puso a doblar muy concienzudamente todas las prendas y a colocarlas en el armario. El armario tenía siete estantes. Sofía reservó un estante para bragas y camisetas, otro para calcetines y leotardos y otro para pantalones largos. De esa manera llenó de nuevo todos los estantes del armario. No tuvo en ningún momento duda ninguna respecto a donde colocar las prendas. Luego puso la ropa sucia en una bolsa de plástico que había encontrado en el estante de abajo.

Solo tuvo problemas con una prenda. Era un único calcetín blanco y largo, y el problema no era solamente que faltase su pareja, sino que además nunca había sido suyo.

Se quedó de pie, investigando el calcetín durante varios minutos. No llevaba ningún nombre, pero Sofía tenía una fuerte sospecha sobre quién podía ser la dueña. Lo tiró al estante de arriba, junto a una bolsa con piezas de lego, una cinta de video y un pañuelo rojo de seda.

Ahora le tocaba el turno al suelo. Sofía clasificó libros y carpetas, revistas y posters, exactamente de la misma manera que había descrito el profesor de filosofía en el capítulo sobre Aristóteles. Cuando hubo terminado con el suelo, hizo primero la cama y luego se puso con el escritorio.

Por último reunió todas las hojas sobre Aristóteles en un bonito montón. Encontró una carpeta con anillas y una perforadora, perforó las hojas y las colocó en la carpeta. Finalmente la colocó en el último estante del armario, junto al calcetín blanco. Más tarde recogería la caja de galletas del Callejón.

A partir de ahora sería muy ordenada, y no se refería únicamente a las cosas de su habitación. Después de haber leído sobre Aristóteles entendió que era igual de importante tener orden en los conceptos e ideas. Había reservado un estante en la parte superior del arriba para ese fin. Era el único sitio de la habitación que no dominaba completamente.

No había oído a su madre en varias horas. Sofía bajó a la planta baja. Antes de despertar a su madre tendría que dar de comer a sus animales.

En la cocina se inclinó sobre la pecera de los peces dorados. Uno de ellos era negro, el otro era de color naranja y el tercero blanco y rojo. Por ello los había llamado Pedro el Negro, Flequillo de Oro y Caperucita Roja. Echó en el agua comida para peces y dijo:

—Pertenecéis a la parte viva de la naturaleza, por lo tanto podéis tomar alimento, podéis crecer y podéis procrear. Más concretamente pertenecéis al reino animal, lo que significa que sabéis moveros y mirar la habitación. Para ser del todo exacta, sois peces, y por eso podéis respirar con branquias y nadar por las aguas de la vida.

Sofía volvió a enroscar la tapa del bote de cristal que contenía comida para peces. Estaba satisfecha con la colocación de los peces dorados en el orden de la naturaleza, y muy especialmente satisfecha con su expresión «las aguas de la vida». Luego les tocó a los periquitos. Sofía puso algunas semillas para pájaros en el comedero y dijo:

—Queridos Cada y Pizca. Os habéis convertido en unos periquitos muy monos porque os habéis desarrollado de unos huevecitos muy monos de periquitos, y porque «la forma» de esos huevos consistía en la posibilidad de convertirse en periquitos, afortunadamente no os habéis convertido en unos loros charlatanes.

Sofía entró en el cuarto de baño grande, donde estaba en una caja la perezosa tortuga. Cada tres o cuatro duchas que se daba, la madre solía gritar que un día mataría a la tortuga. Pero hasta ahora había sido una amenaza vacía de contenido. Sofía saco una hoja de lechuga de un frasco de cristal y la metió en la caja.

—Querida Govinda —dijo—. No perteneces exactamente a la especie de los animales más rápidos. Pero al menos eres un animal capaz de participar en una pequeñísima fracción de ese gran mundo en el que vivimos. Si te sirve de consuelo, te diré que no eres la única incapaz de superarte a ti misma.

El gato Sherekan estaría probablemente fuera cazando ratones, pues ésa era la naturaleza de los gatos. Sofía atravesó la sala para ir al dormitorio de su madre. En la mesa del sofá había un florero con un ramo de narcisos. Sofía tuvo la sensación de que esas flores amarillas la saludaban solemnemente al pasar a su lado. Sofía se detuvo un momento y tocó con dos dedos las cabecitas lisas.

—También vosotras pertenecéis a la parte viva de la naturaleza —dijo—. En ese sentido le lleváis cierta ventaja al florero en el que estáis. Pero desgraciadamente no sois capaces de daros cuenta de ello.

Sofía entró de puntillas al cuarto de su madre. La madre dormía profundamente, pero Sofía le puso una mano sobre la cabeza.

—Tú eres de los más afortunados en este conjunto —dijo—. No solamente estás viva como los lirios en el campo. Y no eres sólo un ser vivo como Sherekan o Govinda. Eres un ser humano, es decir, que estás equipada con una rara capacidad para pensar.

—¿Qué dices, Sofía?

Se despertó un poco más deprisa que de costumbre.

—Sólo digo que pareces una tortuga perezosa. Por otra parte, te puedo informar de que he ordenado mi cuarto. Me puse a trabajar con meticulosidad filosófica.

La madre se incorporó a medias en la cama.

—Ahora voy —dijo—. ¿Puedes poner el café?

Sofía hizo lo que le pidió y poco rato después estaban sentadas en la cocina con café y chocolate. Finalmente, Sofía dijo:

—¿Has pensado alguna vez en por qué vivimos, mamá?

—Vaya, no paras, por lo que veo.

—Ahora sí, que ya sé la respuesta. En este planeta vive gente para que algunos anden por ahí poniendo nombres a todas las cosas.

—¿De verdad? No se me había ocurrido nunca.

—Entonces tienes un problema serio, porque el ser humano es un ser pensante. Si no piensas no eres un ser humano.

—¡Sofía!

—¡Figúrate que en la Tierra sólo viviesen plantas y animales. Entonces no habría habido nadie capaz de distinguir entre «gatos» y «perros» «lirios» y «frambuesas». También son seres vivos las plantas y los animales, pero solamente nosotros sabemos ordenar la naturaleza en diferentes grupos y clases.

—De verdad que eres la chica más rara que conozco —dijo la madre.

—No faltaría mas —dijo Sofía—. Todos los seres humanos son más o menos raros. Yo soy un ser humano, por lo tanto soy más o menos rara. Tú sólo tienes una hija, por lo tanto soy la más rara.

—Lo que quería decir es que me asustas con todos estos... discursos últimamente.

—En ese caso, eres muy fácil de asustar.

Más avanzada la tarde Sofía volvió al callejón. Logró meter la gran caja de galletas en su habitación sin que la Madre se diera cuenta de nada.

Primero ordenó todas las hojas, luego las perforó y finalmente las colocó en la carpeta de anillas antes del capitulo sobre Aristóteles. Por último escribió el número de las páginas en la esquina de arriba, a la derecha de cada hoja. Tenía ya más de 50 hojas. Sofía estaba en vías de hacer su propio libro de filosofía. No era ella la que lo estaba escribiendo, pero había sido escrito especialmente para ella.

Aún no había tenido tiempo de pensar en los deberes para el lunes. A lo mejor habría control de religión, pero el profesor siempre decía que valoraba el interés personal y las reflexiones propias. Sofía tenía cierta sensación de que estaba adquiriendo una buena base para ambas cosas.

El helenismo

.... una «chispa de la hoguera»...

El profesor de filosofía había empezado a enviar las cartas directamente al viejo seto, pero por costumbre Sofía echó un vistazo al buzón el lunes por la mañana.

Estaba vacío. No podía esperar otra cosa. Empezó a bajar el Camino del Trébol.

De pronto descubrió una fotografía en el suelo. Era una foto de un jeep blanco con una bandera azul. En la bandera ponía «ONU». ¿No era la bandera de las Naciones Unidas?

Sofía miró el dorso de la foto y descubrió por fin que era una postal. A «Hilde Møller Knag c/o Sofía Amundsen.....» Llevaba un sello noruego y un matasellos del batallón de Naciones Unidas, viernes 15 de junio 1990.

¡15 de junio! ¡Ese día era el cumpleaños de Sofía!

En la postal ponía:

Querida Hilde: Supongo que piensas celebrar tu decimoquinto cumpleaños. ¿O lo harás al día siguiente? Bueno, la duración del regalo no tiene ninguna importancia. De alguna manera durará toda la vida. Te vuelvo a felicitar. Ahora habrás entendido por qué envió las postales a Sofía. Estoy seguro de que ella te las enviará a ti.

P. D. Mamá me dijo que habrás perdido tu cartera. Prometo pagar las 150 coronas que perdiste. En el colegio te darán otro carnet escolar, supongo, antes de que cierre por vacaciones.

Mucho cariño de tu papá.

Sofía se quedó como pegada al asfalto. ¿Qué fecha tenía el matasellos de la postal anterior? Algo en su subconsciente le estaba diciendo que también la postal con la foto de una playa tenía fecha del mes de junio, aunque faltaba todavía un mes entero. No había mirado bien...

Miro el reloj y volvió a toda prisa a casa. Hoy tendría que llegar un poco tarde al colegio, no tenía otro remedio.

Abrió con la llave y subió corriendo a su cuarto, donde buscó la primera postal para Hilde debajo del pañuelo rojo de seda. Pues sí, también esta postal llevaba el matasellos de la de junio. ¡El día del cumpleaños de Sofía el día antes de la llegada de las vacaciones de verano!

Pensaba intensamente mientras corría hacia el Centro comercial, donde se encontraría con Jorunn.

¿Quién era Hilde? ¿Cómo era posible que el padre de esa chica diera más o menos por sentado que Sofía conocería a Hilde? En todo caso no parecía lógico que enviara las postales a Sofía, en lugar de enviarlas directamente a su hija. ¿Se trataba de una broma? ¿Quería sorprender a su hija en el día de su cumpleaños utilizando a una chica totalmente desconocida como detective y cartero? ¿Por eso le había dado un mes de ventaja? ¿La razón de utilizarla a ella como intermediaria podría ser que deseaba regalarle a su hija una nueva amiga? ¿Sería ése el regalo que «duraría toda la vida»?

Si ese extraño hombre se encontraba de verdad en el Líbano, ¿como había podido localizar las señas de Sofía? Y había algo más: Sofía y Hilde tenían al menos dos cosas en común. Si también Hilde cumplía años el 15 de junio significaba que las dos habían nacido el mismo día, y las dos tenían un padre que viajaba por el mundo.

Sofía se sintió transportada hacia un mundo mágico. Quizás debería uno creer en el destino a pesar de todo. Bueno, bueno, no debía sacar conclusiones así de rápidamente, todo podía tener una explicación natural. Pero cómo podía Alberto Knox haber encontrado la cartera de Hilde cuando Hilde vivía en Lillesand, que estaba a más de 300 Km. de Oslo? ¿Y por qué había encontrado esa postal en el suelo? ¿Se le habría caído al cartero justo antes de llegar al buzón de Sofía? ¿Pero por qué había perdido justamente esa postal?

—¡Estás loca! —exclamó Jorunn al ver a Sofía junto al Centro Comercial.

—Lo siento.

Jorunn la miró con severidad, como si fuera ella misma una profesora.

—Espero que tengas una buena explicación.

—Tiene algo que ver con la ONU —dijo Sofía—. He sido retenida por una milicia hostil en el Líbano.

—¡Ya! Lo que pasa es que te has enamorado.

Se fueron corriendo al colegio.

El control de religión, para el que Sofía no había tenido tiempo de prepararse, se hizo a tercera hora. En la hoja ponía:

Concepto de la vida y tolerancia

1. Haz una lista de lo que puede saber una persona. Haz a continuación una lista de lo que solamente podemos creer.

2. Señala algunos factores que contribuyan a formar el concepto de la vida de una persona.

3. ¿Qué se pretende decir con «conciencia»? ¿Crees que todos los seres humamos tienen la misma conciencia?

4. ¿Qué significa dar prioridad a determinados valores?

Sofía se quedó mucho rato pensando antes de empezar a escribir. ¿Podría utilizar algo de lo que había aprendido de Alberto Knox? tendría que hacerlo, porque hacía días que no había abierto ni siquiera el libro de religión. Cuando por fin se puso a escribir, las frases le venían como a chorros.

Sofía escribió que podemos saber que la luna no es un queso y también que hay cráteres en la cara posterior de la luna, que tanto Sócrates como Jesús fueron condenados a muerte, y que todos los seres humanos van a morir antes o después, que los grandes templos de la Acrópolis fueron construidos después de las guerras persas, unos 400 años antes de Jesucristo, y que el oráculo mas importante de los griegos fue el de Delfos. Como ejemplo de la pregunta sobre lo que sólo podemos creer mencionó lo de si hay o no hay vida en otros planetas, y si existe o no existe Dios, si hay una vida después de la muerte y si Jesús era el hijo de Dios o simplemente un hombre muy sabio. «Lo que es seguro es que no podemos saber de dónde viene el mundo», escribió al final. «El universo puede compararse con un gran conejo que se saca de un gran sombrero de copa. Los filósofos intentan subirse a uno de los pelos finos de la piel del conejo con el fin de mirar al Gran Mago a los ojos. Aún no sabemos si alguna vez lograran su propósito. Pero si un filosofo se sube a la espalda de otro, y así sucesivamente, saldrán cada vez más de la suave piel del conejo y entonces, y ésta es mi opinión personal, lograrán su propósito.

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