El Mundo de Sofía (19 page)

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Authors: Jostein Gaarder

Tags: #narrativa

BOOK: El Mundo de Sofía
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Pensaban que cada ser humano es como un mundo en miniatura, un «microcosmos», que a su vez es reflejo del «macrocosmos».

Esto condujo a la idea de que existe un derecho universal, el llamado «derecho natural». Debido a que el derecho natural se basa en la eterna razón del ser humano y del universo, no cambia según el lugar o el tiempo. En este punto tomaron partido por Sócrates y contra los sofistas.

El derecho natural es aplicable a todo el mundo, también a los esclavos. Los estoicos consideraron los libros de leyes de los distintos Estados como imitaciones incompletas de un derecho que es inherente a la naturaleza misma.

De la misma manera que los estoicos borraron la diferencia entre el individuo y el universo, también rechazaron la idea de un antagonismo entre espíritu y materia. Según ellos sólo hay una naturaleza. Esto se llama monismo (contrario, por ejemplo, al claro «dualismo» o bipartición de la realidad de Platón).

De acuerdo con el tiempo en el que vivieron, los estoicos eran «cosmopolitas», y por consiguiente más abiertos a la cultura contemporánea que los «filósofos del tonel» (los cínicos). Señalaban como muy importante la comunidad de la humanidad, se interesaron por la política y varios de ellos fueron hombres de Estado en activo, por ejemplo el emperador romano Marco Aurelio (121-180 d. de C.). Contribuyeron a promocionar la cultura y filosofía griegas en Roma y, en particular, lo hizo el orador, filósofo y político Cicerón (106-43 a. de C.). Él fue quien formuló el concepto de humanismo, es decir esa idea que coloca al individuo en el centro. El estoico Séneca (4 a. de C. - 65 d. de C.) dijo unos años más tarde que «el ser humano es para el ser humano algo sagrado». Esta frase ha quedado como una consigna para todo el humanismo posterior.

Los estoicos subrayaron además que todos los procesos naturales, tales como la enfermedad y la muerte, siguen las inquebrantables leyes de la naturaleza. Por tanto, el ser humano ha de conciliarse con su destino. Nada ocurre fortuitamente, decían. Todo ocurre por necesidad y entonces sirve de poco quejarse cuando el destino llama a la puerta. El ser humano también debe reaccionar con tranquilidad ante las circunstancias felices de la vida; en esta idea se nota el parentesco con los cínicos, que decían que todas las cosas externas les eran indiferentes. Incluso hoy en día hablamos de una «tranquilidad estoica» cuando una persona no se deja llevar por sus sentimientos.

Los epicúreos

Como ya hemos visto, a Sócrates le interesaba ver cómo los seres humanos podían vivir una vida feliz. Tanto los cínicos como los estoicos le interpretaron en el sentido de que el ser humano debería librarse de todo lujo material. Pero Sócrates también tenía un alumno, que se llamaba Arístipo, que pensaba que la meta de la vida debería ser conseguir el máximo placer sensual. «El mayor bien es el deseo», dijo, «el mayor mal es el dolor». De esta manera, quiso desarrollar un arte de vivir que consistía en evitar toda clase de dolor. (La meta de los cínicos y estoicos era aguantar toda clase de dolor, lo cual es muy diferente a centrar todos los esfuerzos en evitar el dolor.)

Epicuro (341-270 a. de C.) fundó alrededor del año 300 una escuela filosófica en Atenas (la escuela de los epicúreos). Desarrolló la ética del placer de Arístipo y la combinó con la teoría atomista de Demócrito.

Se dice que los epicúreos se reunían en un jardín, razón por la cual se les llamaba «los filósofos del Jardín».

Se dice que sobre la entrada al jardín colgaba una inscripción con las palabras «Forastero, aquí estarás bien. Aquí el placer es el bien primero».

Epicuro decía que era importante que el resultado placentero de una acción fuera evaluado siempre con sus posibles efectos secundarios. Si alguna vez te has puesto mala por haber comido demasiado chocolate, entenderás lo que quiero decir. Si no, te propongo el siguiente ejercicio: coge tus ahorros y compra chocolate por valor de 200 coronas (4000 Pts.) (suponiendo que te guste el chocolate). Es muy importante para el ejercicio que te comas todo el chocolate de una sola vez. Aproximadamente media hora más tarde entenderás lo que Epicuro quería decir con «efectos secundarios».

Epicuro también decía que un resultado placentero a corto plazo tiene que evaluarse frente a la posibilidad de un placer mayor, más duradero o más intenso a más largo plazo. (Por ejemplo si decides no comer chocolate durante un año entero porque eliges ahorrar todo tu dinero para comprar una bici nueva o para unas carísimas vacaciones en el extranjero.) Al contrario que los animales, los seres humanos tienen la posibilidad de planificar su vida. Tienen la capacidad de realizar un «cálculo de placeres». Un chocolate delicioso es, evidentemente, un valor en sí, pero también lo son la bicicleta y el viaje a Inglaterra.

No obstante, Epicuro señaló que el «placer» no tenía que ser necesariamente un placer sensual, como, por ejemplo, comer chocolate. También pertenecen a esta categoría valores tales como la amistad y la contemplación del arte. Condiciones previas para poder disfrutar de la vida eran los viejos ideales griegos tales como el autodominio, la moderación y el sosiego, pues hay que frenar el deseo. De esta manera también la calma nos ayudará a soportar el dolor.

Personas con angustia religiosa buscaban a menudo ayuda en el jardín de Epicuro. En este aspecto, la teoría atomista de Demócrito fue un recurso contra la religión y la superstición. Para vivir una vida feliz es muy importante superar el miedo a la muerte. Para esta cuestión, Epicuro se apoyó en la formulación de Demócrito de los «átomos del alma». A lo mejor te acuerdas de que él pensaba que no había ninguna vida después de la muerte, porque todos los átomos del alma vuelan hacia todas partes cuando morimos.

«La muerte no nos concierne», dijo Epicuro, así de simple. «Pues, mientras existimos, la muerte no está presente. Y cuando llega la muerte nosotros ya no existimos.» (Mirado así, nadie se ha puesto nunca triste por estar muerto.)

El mismo Epicuro resumió su filosofía liberadora en lo que llamó las «cuatro hierbas curativas»:

A los dioses no hay que temerlos. La muerte no es algo de lo que haya que preocuparse. Es fácil conseguir lo bueno. Lo terrible es fácil de soportar.

No constituía ninguna novedad en la cultura griega comparar la misión de la filosofía con el arte médico. Aquí nos encontramos con la idea de que el ser humano se tiene que equipar con un «botiquín de filosofía» que contenga cuatro medicinas importantes.

Al contrario que los estoicos, los epicúreos muestran poco interés por la política y la vida social. «¡Vive en secreto!», aconsejaba Epicuro. Quizás pudiéramos comparar su «jardín» con las comunas de nuestro tiempo. También en estos días hay mucha gente que ha buscado un refugio dentro de la gran sociedad.

Después de Epicuro muchos epicúreos evolucionan en dirección a una obsesión por el placer. La consigna fue: «Vive el momento». La palabra «epicúreo» se utiliza hoy en el sentido despectivo de vividor.

El neoplatonismo

Hemos visto cómo tanto los cínicos, como los estoicos y los epicúreos tenían sus raíces en Sócrates. También recurrieron a presocráticos como Heráclito y Demócrito. La corriente filosófica más destacable de la Antigüedad estaba inspirada, sobre todo, en la teoría de las Ideas. A esta corriente la llamamos neoplatonismo.

El neoplatónico más importante fue Plotino (205-270 d. de C.), que estudió filosofía en Alejandría, pero que luego se fue a vivir a Roma. Merece la pena tener en cuenta que venía de Alejandría, ciudad que ya durante cien años había sido el gran lugar de encuentro entre la filosofía griega y la mística orientalista. Plotino se llevó a Roma una teoría sobre la salvación que se convertiría en una seria competidora del cristianismo, cuando éste empezara a dejarse notar. Sin embargo, el neoplatonismo también ejercería una fuerte influencia sobre la teología cristiana.

Te acordarás de la teoría de las Ideas de Platón, Sofía. Recuerda que él distinguía entre el mundo de los sentidos y el mundo de las Ideas, introduciendo así una clara distinción entre el alma y el cuerpo del ser humano. El ser humano es, según él, un ser dual. Nuestro cuerpo consta de tierra y polvo como todo lo demás perteneciente al mundo de los sentidos, pero también tenemos un alma inmortal. Esta idea había sido muy conocida y extendida entre muchos griegos bastante antes de Platón. Plotino, por su parte, conocía ideas parecidas provenientes de Asia.

Plotino pensaba que el mundo está en tensión entre dos polos. En un extremo se encuentra la luz divina, que él llama «Uno». Otras veces la llama «Dios». En el otro extremo está la oscuridad total, a donde no llega nada de la luz del Uno. Ahora bien, el punto clave de Plotino es que esta oscuridad, en realidad, no tiene existencia alguna. Se trata simplemente de una ausencia de luz, es algo que no es. Lo único que existe es Dios o el Uno; y de la misma manera que una fuente de luz se va perdiendo gradualmente en la oscuridad, existe en algún sitio un límite donde ya no llegan los rayos de la luz divina.

Según Plotino el alma está iluminada por la luz del Uno, y la materia es la oscuridad, que en realidad no tiene existencia alguna. Pero también las formas de la naturaleza tienen un débil resplandor del Uno.

Imagínate una gran hoguera en la noche, querida Sofía. De esta hoguera saltan chispas en todas las direcciones. La noche queda iluminada en un gran radio alrededor de la hoguera; también a una distancia de varios kilómetros se verá la débil luz de una hoguera en la lejanía. Si nos alejamos aún más sólo veremos un minúsculo puntito luminoso como una tenue linterna en la noche. Y si continuáramos alejándonos de la hoguera, la luz ya no nos llegaría. En algún lugar se pierden los rayos luminosos en la noche, y cuando está totalmente oscuro no vemos nada. Entonces no hay ni sombras ni contornos.

Imagínate que la realidad es una hoguera como la que hemos descrito. Lo que arde es lo Uno, y la oscuridad de fuera es esa materia fría de la que están hechos los seres humanos y los animales. Más cerca de Dios están las Ideas eternas, que son las formas originarias de todas las criaturas. Ante todo, es el alma del ser humano lo que es una «chispa de la hoguera», pero también por todas partes en la naturaleza brilla algo de la luz divina. La vemos en todos los seres vivos, incluso una rosa o una campanilla tienen ese resplandor divino. Más lejos del Dios vivo está la tierra, el agua y la piedra.

Digo que hay algo de misterio divino en todo lo que existe. Lo vemos brillar en un girasol o en una amapola. Y también intuimos algo del inescrutable misterio cuando vemos a una mariposa levantar el vuelo desde una rama, o a un pez dorado que nada en su pecera. Pero donde más cerca de Dios podemos estar es en nuestra propia alma. Sólo allí podemos unirnos con el gran misterio de la vida. En muy raros momentos podemos incluso llegar a sentir que nosotros mismos somos el misterio divino.

Las metáforas utilizadas por Plotino recuerdan al mito de la caverna de Platón. Cuanto más nos acercamos a la entrada de la caverna, más nos acercamos a todo aquello de lo que precede lo que existe. Pero al contrario de la clara bipartición de Platón de la realidad, las ideas de Plotino están caracterizadas por la unidad. Todo es Uno, porque todo es Dios. Incluso las sombras al fondo de la caverna tienen un tenue resplandor del Uno.

Alguna vez en su vida Plotino tuvo la experiencia de ver su alma fundirse con Dios. A eso lo solemos llamar una experiencia mística. Plotino no es el único que ha tenido esa experiencia. En todos los tiempos y en todas las culturas ha habido personas que han relatado tales experiencias. A lo mejor las describen de distinta forma, pero también se repiten muchos rasgos importantes en las descripciones. Veamos algunos de estos rasgos comunes.

Misticismo

Una experiencia mística significa que uno experimenta una unidad con Dios o con «el alma universal». En muchas religiones se subraya la existencia de un abismo entre Dios y la obra de la creación. No obstante, para los místicos no existe este abismo. Él o ella ha tenido la experiencia de haber sido absorbido por Dios, o de haberse «fundido» con él.

La idea es que lo que habitualmente llamamos «yo» no es nuestro verdadero yo. Durante brevísimos momentos podemos llegar a sentirnos fundidos con un yo mayor, por algunos místicos llamado «Dios», por otros «alma universal», «naturaleza universal» o «universo». En el momento de la fusión, el místico tiene la sensación de «perderse a sí mismo», de desaparecer en Dios o desaparecer en Dios de la misma manera que una gota de agua «se pierde en sí misma» cuando se mezcla con el mar. Un místico hindú lo expresó de esta manera: «Cuando yo fui, Dios no fue. Cuando Dios es, yo ya no soy». El místico cristiano Silesius (1624-1677) lo expresó así: «En mar se convierte cada gota cuando llega al mar, y así el alma se convierte en Dios cuando hasta Dios sube». Pensarás que no puede ser muy agradable «perderse a sí mismo»; entiendo lo que quieres decir. Pero lo que pasa es que lo que pierdes es muchísimo menos que lo que ganas. Te pierdes a ti mismo en la forma que tienes en ese momento, pero al mismo tiempo comprendes que en realidad eres algo mucho más grande. Tú eres todo el universo; tú eres el alma universal, querida Sofía. Tú eres Dios. Si tienes que soltar a Sofía Amundsen, puedes consolarte con que ese «yo cotidiano» es algo que de todos modos perderás un día. Tu verdadero yo, que sólo llegarás a conocer si consigues perderte a ti misma, es según los místicos una especie de fuego maravilloso que arde eternamente.

Una experiencia mística no llega siempre por su cuenta. A veces el místico tiene que recorrer «el camino de la purificación y de la iluminación» al encuentro con Dios. Este camino consiste en una vida sencilla y diversas técnicas de meditación. De repente el místico ha alcanzado la meta, y él o ella exclama: «Soy Dios» o «Soy Tú».

En todas las grandes religiones encontramos corrientes místicas. Y las descripciones que da el místico de la experiencia mística presentan un sorprendente parecido a través de las distintas culturas. La herencia cultural del místico no se percibe hasta que da una interpretación religiosa o filosófica de su experiencia mística.

En el misticismo occidental, es decir dentro del judaísmo, cristianismo e Islam, el místico subraya que el Dios con el que se encuentra es un Dios personal. Aunque Dios está presente en la naturaleza y en el alma del ser humano, al mismo tiempo está también muy por encima del mundo. En el misticismo oriental, es decir dentro del hinduismo, budismo y religión china, es más habitual subrayar el encuentro entre el místico y Dios, o «alma universal», como una fusión total). «Yo soy el alma universal», diría este místico, o «yo soy Dios». Porque Dios no solamente está presente en el mundo, es que no está en ninguna otra parte.

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