El mundo perdido (13 page)

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Authors: Michael Crichton

Tags: #Tecno-Thriller

BOOK: El mundo perdido
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—¿Por qué es tan importante?

—Las Cinco Muertes son islas volcánicas muy antiguas —dijo Malcolm—. Y eso significa que poseen una gran riqueza geológica. En los años 20, los alemanes llevaron a cabo prospecciones mineras en esas islas. —Escrutó las ilustraciones con los ojos entornados—. Sí, son éstas: Matanceros, Muerte, Tacaño, Sorna y Pena. Todas tienen nombres relacionados con la muerte y la destrucción. Muy bien. Creo que nos acercamos. ¿Hay alguna fotografía del satélite con análisis espectrográficos de la capa nubosa?

—¿Va a servirnos eso para localizar el Enclave B? —inquirió Arby.

—¿Cómo? —Malcolm giró en redondo—. ¿Qué sabes tú del Enclave B?

Arby seguía ocupado con la computadora.

—Nada. Sólo que el doctor Levine lo buscaba. Y es el nombre que aparece en los archivos.

—¿Qué archivos?

—Recuperé algunos archivos de InGen en esta computadora. Y aplicando la función de búsqueda en documentos antiguos encontré referencias al Enclave B… Pero son bastante confusas. Como esta referencia por ejemplo.

Arby se echó hacia atrás para que Malcolm viese la pantalla.

Sumario: modificaciones al proyecto #35
PRODUCCIÓN
(ENCLAVE B)
REGULADORES DE AIRE
Grado 5 a Grado 7
ESTRUCTURA LAB
400 cmm a 510 cmm
BIOSEGURIDAD
Nivel PK/3 a Nivel PK/5VEL
CINTA TRANSP
3 mpm a 2,5 mpm
CERCADOS
13 hect. a 26 hect.
PERSONAL
17 (4 admin.) a 19 (4 admin.)
PROTOCOLO COM
ET(VX) A RDT(VX)

Malcolm frunció el entrecejo.

—Curioso, pero no muy útil. No nos indica qué isla es, o ni siquiera si es una isla. ¿Qué más encontraste?

—Bueno… —Arby tecleó rápidamente—. Veamos. También está esto.

RED DE LA ISLA
(ENCLAVE B)
PUNTOS NODALES
ZONA 1 (RÍO)
1-8
ZONA 2 (COSTA)
9-16
ZONA 3 (MONTAÑA)
17-24
ZONA 4 (VALLE)
25-32

—Bien, así que es una isla —observó Malcolm—. Y el Enclave B tiene una red, pero ¿qué clase de red? ¿Una red informática?

—No lo sé —admitió Arby—. Quizás una red de radio.

—¿Con qué fin? —preguntó Malcolm—. ¿De qué serviría una red de radio? Esto no es de gran ayuda.

Arby se encogió de hombros. Tomó aquello como un reto. Volvió a teclear con vehemencia.

—¡Un momento! —dijo—. Aquí hay otro. Si consigo darle formato… ¡Ya! ¡Lo tengo!

Se apartó de la pantalla, dejándola a la vista de los demás.

—Muy bien —aprobó Malcolm al ver el nuevo archivo—. ¡Muy bien!

ENCLAVE B
ALA ESTE
ALA OESTE
ÁREA DE CARGA
LABORATORIO
ÁREA DE REUNIÓN
ENTRADA
PERIFERIA
NÚCLEO PRINCIPAL
GEOTURBINA
TIENDA
POBLADO
GEONÚCLEO
ESTACIÓN DE SERVICIO
CANCHA DE TENIS
MINIGOLF
CENTRO ADMINISTRATIVO
RECORRIDO DE AEROBISMO
CONDUCCIÓN DE GAS
SEGURIDAD UNO
SEGURIDAD DOS
LÍNEAS TÉRMICAS
MUELLE FLUVIAL
COBERTIZO PARA BOTES
SOLAR UNO
CARRETERA DEL PANTANO
CARRETERA DEL RÍO
CARRETERA DE MONTAÑA
CARRETERA PANORÁMICA
CARRETERA DEL ACANTILADO
CERCADOS

—Ahora sí vamos por buen camino —afirmó Malcolm, leyendo las listas—. ¿Puedes imprimir una copia?

—Claro. —Arby estaba radiante—. ¿De verdad sirve?

—De verdad —confirmó Malcolm.

Kelly miró a Arby y dijo:

—Arb, ésos son los rótulos de un mapa.

—Sí, eso parece —convino Arby—. No está mal, ¿eh? —Apretó una tecla y el texto de pantalla pasó a la impresora.

Malcolm estudió de nuevo el listado y luego se concentró en las fotografías del satélite, examinándolas detenidamente una por una con la lupa. Casi las rozaba con la nariz.

—Arb, no te quedes ahí parado —reprobó Kelly—. ¡Vamos, recupera el mapa! ¡Eso es lo que necesitamos!

—No sé si será posible —contestó Arby—. Es un archivo protegido en un formato de treinta y dos bits… Quiero decir que va a costarme mucho trabajo…

—Arb, deja de quejarte y manos a la obra —apremió Kelly.

—No te molestes —terció Malcolm. Se apartó de las imágenes del satélite—. Ya no tiene importancia.

—¿No? —dijo Arby, un poco dolido.

—No, Arby. Puedes dejarlo. Con lo que averiguaste estoy seguro de que ya podemos identificar la isla.

James

Ed James bostezó y se ajustó el auricular. Deseaba asegurarse de que no se le escapaba un solo detalle de la conversación. Se revolvió en el asiento de su Taurus gris buscando una posición más cómoda e intentando permanecer despierto. La cinta avanzaba en el pequeño grabador que tenía sobre las rodillas, junto a un bloc y los envoltorios arrugados de dos hamburguesas. James miró hacia el edificio donde vivía Levine, en la otra acera. Las luces del departamento del tercer piso estaban encendidas.

Y el micrófono que había colocado allí la semana anterior funcionaba correctamente. Por el auricular oyó decir a uno de los chicos:

—¿Cómo?

Y Malcolm, el cojo, contestó:

—La esencia de la verificación reside en la convergencia en un único punto de múltiples hilos de razonamiento.

—¿Y eso qué significa? —inquirió el chico.

—Sólo tienen que fijarse en las fotografías del Landsat. En el bloc, James anotó:
LANDSAT
.

—Ya las hemos mirado antes —protestó la chica.

James se avergonzó de no haber descubierto antes que los dos chicos colaboraban con Levine. Los recordaba bien; iban a su clase. Eran un niño negro de corta estatura y una chica blanca desgarbada. Tendría que haberse dado cuenta.

Sin embargo, ya no importaba, pensó. Conseguiría la información de todos modos. James alargó el brazo y sacó las dos últimas papas fritas de la bolsa que había dejado en el tablero; estaban frías pero se las comió.

—Vean —oyó decir a Malcolm—. Es aquí. Ésta es la isla adonde ha ido Levine.

—¿Eso cree? —preguntó la chica, poco convencida—. Ésa es… isla Sorna.

James escribió:
ISLA SORNA
.

—Ésa es nuestra isla —aseguró Malcolm—. ¿Por qué? Por tres razones independientes. Primera, es propiedad privada, y por lo tanto el gobierno de Costa Rica no la ha rastreado a fondo. Segundo, ¿propiedad de quién? De los alemanes, que la alquilaron en los años 20 con la intención de explotar el subsuelo.

—¡Y por eso todos esos libros alemanes!

—Exacto. Tercero, de la lista de Arby, y de otra fuente de información independiente, se desprende que hay gas volcánico en el Enclave B. ¿Y qué islas tienen gas volcánico? Casualmente sólo una. Agarren la lupa y verifíquenlo ustedes mismos.

—¿Se refiere a ésta? —aventuró la chica.

—Precisamente. Eso es humo volcánico.

—¿Cómo lo sabe?

—Por el análisis espectrográfico —explicó Malcolm—. ¿Ven ese pico? Revela la presencia de azufre elemental en la capa nubosa. Las emanaciones de azufre sólo pueden ser de origen volcánico.

—¿Y ese otro pico? —quiso saber la chica.

—Metano —respondió Malcolm—. Al parecer, existe una considerable fuente de gas metano.

—¿También es de origen volcánico? intervino Thorne.

—Podría ser —asintió Malcolm—. La actividad volcánica libera metano, pero generalmente durante las erupciones. La otra posibilidad es que sea orgánico.

—¿Orgánico? ¿Y eso a qué obedecería?

—A la existencia en la isla de grandes herbívoros y…

James no consiguió oír el final de la frase. A continuación el chico dijo con tono enojado:

—¿Termino de recuperar estos archivos o no?

—No —contestó Thorne—. Déjalo, Arby. Ahora ya sabemos lo que debemos hacer. ¡Vámonos, chicos!

James miró hacia el departamento y vio que se apagaban las luces. Momentos después Thorne y los chicos aparecieron en la puerta del edificio. Subieron a un jeep y se alejaron. Malcolm fue a su coche, entró torpemente y se marchó en sentido opuesto.

James pensó en seguir a Malcolm, pero tenía otra tarea pendiente. Encendió el motor, levantó el auricular del teléfono y marcó un número.

Los vehículos

Media hora más tarde, ya de regreso en el taller de Thorne, Kelly miró asombrada alrededor. La mayoría de los mecánicos se habían marchado y habían dejado todo limpio. Los dos tráilers y el Explorer, uno al lado del otro, estaban recién pintados de color verde oscuro y listos para partir.

—¡Terminaron!

—Ya te lo había dicho —recordó Thorne, volviéndose hacia el jefe del taller, Eddie Carr, un joven robusto de poco más de veinte años. Agregó—: ¿Cómo vamos con el trabajo, Eddie?

—Dando los últimos retoques, Doc —respondió Eddie—. La pintura aún está húmeda en algunos sitios, pero mañana ya se habrá secado.

—No podemos esperar hasta mañana. Tenemos que ponernos en marcha ahora mismo.

—¿Tenemos? —preguntó Eddie.

Arby y Kelly cruzaron una mirada. Aquello también era nuevo para ellos.

—Te necesitaré para conducir uno de los vehículos, Eddie —aclaró Thorne—. Debemos estar en el aeropuerto a medianoche.

—Creía que íbamos a probarlos…

—No hay tiempo para pruebas. Iremos directamente al lugar de destino. —Sonó el timbre de la puerta—. Debe de ser Malcolm. —Pulsó el botón del portero automático.

—¿No va a realizarse ninguna prueba sobre el terreno? —insistió Eddie, alarmado—. Creo que necesitarían un buen tanteo, Doc. Hemos introducido modificaciones muy complejas y…

—No queda tiempo —lo interrumpió Malcolm al entrar—. Tenemos que partir inmediatamente. —Volviéndose hacia Thorne, añadió—: Estoy muy preocupado por Levine.

—¿Llegaron los permisos de salida, Eddie? —preguntó Thorne.

—Ah, sí. Los recibimos hace dos semanas.

Entonces tráelos y avisa a Jenkins. Dile que se reúna con nosotros en el aeropuerto y que se ocupe él de los detalles. Quiero despegar dentro de cuatro horas.

—Pero, Doc…

—No discutas.

—¿Van a Costa Rica? —inquirió Kelly.

—Así es. Tenemos que encontrar a Levine. Si ya no es demasiado tarde…

—Los acompañaremos —propuso Kelly.

—Eso —convino Arby—. Nosotros también iremos.

—Ni hablar —atajó Thorne—. Imposible.

—¡Nos lo merecemos!

—¡El doctor Levine habló con nuestros padres!

—¡Nos dieron permiso!

—Les dieron permiso para un viaje de prueba por un bosque que está a doscientos kilómetros de aquí —repuso Thorne severamente—. Pero ahora no se trata de eso. Nos vamos a un lugar que podría ser muy peligroso, y ustedes no van a venir. No se hable más.

—Pero…

—Chicos, no me enloquezcan —advirtió Thorne—. Voy a llamar por teléfono. Váyanse de aquí. Márchense a casa.

Dicho esto, se dio media vuelta y se fue.

—¡Vaya! —exclamó Kelly.

Arby le sacó la lengua a Thorne, que estaba de espaldas, y masculló:

—¡Qué imbécil!

—Obedece, Arby —instó Thorne sin volver la cabeza—. Márchense los dos a casa. Y punto.

Entró en su oficina y cerró de un portazo. Arby se metió las manos en los bolsillos.

—No lo habrían localizado sin nuestra ayuda.

—Lo sé, Arb —dijo Kelly—. Pero no podemos obligarlo a que nos lleve.

Se volvieron hacia Malcolm.

—Doctor Malcolm, si usted…

—Lo siento. No es posible.

—Pero…

—La respuesta es no, chicos —contestó Malcolm—. Es demasiado peligroso.

Cabizbajos, se acercaron a los vehículos, que resplandecían bajo las luces del taller. El Explorer tenía el techo y el capó cubiertos de paneles fotovoltaicos y el interior repleto de reluciente material electrónico. Su sola imagen les transmitía una sensación de aventura, una aventura en la que no participarían.

Arby escudriñó por la ventanilla del tráiler más grande, ahuecando las manos alrededor de los ojos.

—¡Eh, fíjate! —exclamó.

—Voy a entrar —anunció Kelly, y abrió la puerta. Sorprendida por su peso y solidez, se quedó inmóvil durante un momento. A continuación subió por la escalerilla.

Adentro, el tráiler estaba tapizado de color gris y contenía mucho más material electrónico. Se dividía en secciones, cada una correspondiente a un laboratorio de determinada función. El área principal era un laboratorio biológico con bandejas para especímenes, receptáculos de disección y microscopios conectados a monitores. Incluía asimismo equipo bioquímico, espectrómetros y una serie de analizadores de muestras automatizados. El departamento contiguo era una amplia sección informática, con una batería de procesadores y un complejo equipo de comunicaciones. Todo estaba miniaturizado y encajado en mesas corredizas que se introducían en la pared y se plegaban hacia abajo.

—¡Increíble! —dijo Arby.

Kelly guardaba silencio. Sin perderse detalle inspeccionaba el laboratorio que el doctor Levine había diseñado para aquel tráiler, al parecer con una finalidad muy concreta. No estaba pertrechado para investigaciones geológicas, botánicas o químicas, ni de hecho para nada de lo que teóricamente debería estudiarse en una expedición de aquellas características. No era en absoluto un laboratorio de propósito general. En realidad era sólo una unidad de biología asistida por una gran unidad informática.

Biología y computadoras. Nada más.

¿Con qué objeto se había construido ese tráiler?

En la pared había una pequeña estantería empotrada con los libros sujetos mediante una tira de velcro. Leyó los títulos: Modelos de sistemas biológicos adaptativos, Dinámica del comportamiento en los vertebrados, Adaptación en sistemas naturales y artificiales, Los dinosaurios de Norteamérica, Preadaptación y evolución… No era una biblioteca demasiado corriente para una expedición a la selva; si aquello escondía alguna lógica, Kelly no se la veía.

Siguió adelante. A intervalos quedaban a la vista los refuerzos de las paredes: oscuras franjas alveolares de carbono hasta el techo. Había oído decir a Thorne que en los cazas supersónicos empleaban ese mismo material. Muy liviano y resistente. Y advirtió que todas las ventanillas habían sido sustituidas por unos cristales especiales que contenían una fina malla metálica.

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