Finalmente Goebbels encontró el candidato perfecto, un joven y popular dirigente del Sturm 5 de Berlín, al que unos asesinos comunistas presuntamente habían matado de un disparo por la espalda. Se llamaba Horst Wessel, y su biografía era inquietantemente similar a la de Bruno. Había nacido en 1907 y se había afiliado a las SA el mismo año que Bruno, 1926. Al igual que éste, al cabo de unos años de «aventura, promover golpes de Estado, jugar a soldados», su realización había llegado con el «despertar político […] en el NSDAP».
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Fue su muerte, sin embargo, lo que más provecho proporcionó a los nazis. El hecho de que le hubieran asesinado no en una heroica reyerta en sus amadas calles de Berlín, sino en una disputa por una prostituta con su chulo, no supuso un obstáculo para que Goebbels creara el último icono nazi.
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Utilizó todos los medios a su alcance: la poesía, una película biográfica, la música y la ceremonia, entre ellas la celebración de un día conmemorativo nacional que incluía estatuas y monumentos, en suma un culto completo al que hasta Hitler rindió varias veces homenaje. La guinda fue, no obstante, una canción de marcha, una entusiasta pieza kitsch cuya letra había escrito el difunto y que Goebbels elevó al rango de una versión nazi de «
La Marsellesa
». Conocida en adelante como la «
Canción de Horst Wessel
», se convirtió en el himno más poderoso del movimiento.
El funeral de Wessel y sus repercusiones completaron la leyenda. Bruno asistió a una enorme reunión de las SA en el cementerio en la que participaron todos los Sturm de Berlín. Goebbels no podría haber organizado nada mejor. En el camino a la tumba hubo una pelea con comunistas que les abucheaban y el cementerio estaba lleno de grafitis obscenos, obra de «bandidos comunistas degenerados y enfervorizados por el crimen», como los etiquetó Goebbels. Encima del ataúd descansaba la
blaue Mütza
(la gorra azul) de Wessel, idéntica a la que a Bruno le había valido una agresión posterior.
Unos meses más tarde, Goebbels incluso estrenó una película sobre Horst Wessel que representaba el valor ario, los maleantes comunistas y el simbolismo religioso, y que describía Berlín como un antro de «asfalto» judío, decadente y corrupto. El proxeneta muerto aparecía desfilando junto con columnas de las SA desde más allá de la sepultura. «Con su canción, cantada hoy por millones de voces, Horst Wessel ha conquistado un lugar en la historia […] aunque hayan transcurrido siglos, y aunque no quede en Berlín ni una sola piedra en pie, el más grande de los guerreros de la libertad alemanes y su poeta serán recordados.» Quedaba por acabar un elemento del asunto. Los cómplices del hombre que había disparado a Wessel, junto con el agresor, fueron eliminados silenciosamente: al primero le guillotinaron; al pistolero (que ya estaba cumpliendo una condena de seis años) le sacaron de la cárcel, le llevaron a un descampado en las afueras de Berlín y lo mataron brutalmente a tiros.
Las SA siguieron creciendo a lo largo de 1930 y 1931. Se formaron nuevos batallones y algunos antiguos se disolvieron. Pronto el Sturm 33 tuvo que asumir lo inevitable y crear otro cuerpo adicional que absorbiera los excesos. Así surgió el Sturm 31, también con base en Charlottenburg. Bruno y otros sesenta camaradas suyos se incorporaron al nuevo batallón hacia finales de año.
El Sturm 31 nunca igualó las proezas del 33, pero Bruno descubrió que en la vida en su nuevo destino había mucho drama de otro tipo. Semanas después de su incorporación, se vio envuelto en una batalla incluso más significativa, no contra los comunistas, sino contra la propia jefatura nazi. Se había estado cociendo desde el año anterior, pero en 1931 estalló la rebelión más grande que Hitler afrontó nunca, y Bruno se vio atrapado en medio. Fue una batalla que tuvo enormes consecuencias para el futuro de las SA y desempeñó un papel crucial en la trayectoria de Bruno hacia las SS.
Dirigía el Sturm 31 otra personalidad enérgica, el Sturmführer Heinrich Kuhr. Tenía una veta quisquillosa y agresiva que le hacía muy popular entre sus hombres, Bruno incluido. Pero esto era sólo la mitad de la cuestión. La auténtica era la lealtad de Kuhr: ¿era leal al partido o a las SA? Era sólo otra manera de preguntar ante quién respondían las SA, ¿ante Hitler o sólo ante sí mismos? El asunto era una constante desde los tiempos de Röhm y su conflictivo Frontbann. Hitler daba por sentado su subordinación a su liderazgo político, pero muy dentro de las SA acechaba un desasosiego profundo. La fisura abierta en medio del Sturm 31 llegó a amenazar a todo el movimiento nazi.
La lealtad primordial de Kuhr era con el hombre al mando de las SA orientales (incluido Berlín), su jefe, Walter Stennes. Stennes era un SA de la vieja escuela, al estilo de Röhm, y tenía muy claras las ideas sobre cuál era su papel, ideas que no coincidían con las de Hitler. Para Stennes, las SA eran un nuevo ejército modélico, basado en la solidaridad de los trabajadores alemanes liberados de la jerarquía social y la explotación económica. Más preocupante para la jefatura nazi era el hecho de que el hombre que dirigía todas las SA, Franz Pfeffer von Salomon, compartía los valores puritanos prusianos y le apoyaba públicamente. Pfeffer, Stennes y Kuhr se aferraban a la idea de que las tropas de asalto existían para apoderarse del poder por la fuerza y por la vía de los sufragios. Asimismo opinaban que el partido debía lealtad a las SA y no al revés. A pesar de que Röhm no estaba ya en el país, perduraba su visión fundacional de las SA, aunque hubieran tenido que pasar a la clandestinidad.
Las cosas llegaron a su punto crítico unos meses antes, en el verano de 1930, cuando Bruno, todavía en el Sturm 33, se disponía a trasladarse al Sturm 31. La incansable insistencia de Pfeffer para que Hitler concediese plena independencia a las SA agotó la paciencia del Führer hasta tal punto que le despidió. Stennes y sus partidarios, entre ellos el Sturm 31 de Kuhr, reaccionaron de inmediato convocando una huelga. Cesaron todas las actividades de las SA en Berlín y en las ciudades circundantes. Ya nadie protegía de interrupciones a los oradores nazis; no había marchas, octavillas ni agresiones. En agosto de 1930, Stennes y Kuhr llegaron a hacer algo impensable.
Lejos de disculparse por su sorprendente insolencia, Stennes ordenó al Sturm 31 de Kuhr que «tomara la sede del partido en Berlín y las oficinas de
Der Angriff
».
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El que más adelante sería el nuevo batallón de Bruno saqueó a continuación dos de los más importantes edificios nazis de la ciudad, golpearon a los guardias de las SS y se atrincheraron en el interior. Goebbels fue expulsado ignominiosamente de sus propias oficinas por militantes de asalto borrachos que se suponía que estaban a sus órdenes. El Sturm 31 había perpetrado un acto de rebelión abierta. Por suerte el orden fue restaurado enseguida, los ánimos se calmaron y se restableció la situación. Stennes y Kuhr fueron amonestados, pero siguieron al frente de sus tropas.
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En 1931 Bruno dio el paso de abandonar el brutal Sturm 33 y se incorporó al rebelde Sturm 31. Llegué a preguntarme si le habrían transferido intencionalmente, para aligerar su revoltosa disensión con la lealtad asesina del batallón 33. En todo caso, semanas después del traslado, Bruno se vio en apuros. Su fidelidad a Hitler era muy superior a cualquier apego sentimental a las SA. Los documentos demuestran que no sólo no simpatizaba con la campaña de Kuhr, sino que discrepaba abiertamente. Bruno y otros cuatro opositores pro Hitler a la rebelión de Stennes fueron amenazados con la expulsión del regimiento por un Kuhr ultrajado.
El 27 de noviembre de 1930, un miembro del comité berlinés de USCHLA
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envió un informe al Reichs-USCHLA de Múnich declarando que había una serie de hombres en el Sturm 31 que «se habían abierto camino en el batallón y por lo tanto merecían respeto, como por ejemplo Bruno Langbehn, de veinticinco años, “artista dental” (es decir, estudiante de dentista)», al que su Sturmführer (Heinrich Kuhr) intentaba expulsar. Bruno recurrió contra esta decisión, y ganó. Fue reintegrado en el Sturm 31 por orden del cuartel general de las SA de Múnich. Pero el problema aún no estaba resuelto. Stennes y su aliado Kuhr se negaron a volverse atrás. De nuevo crecían las murmuraciones y las quejas en el Sturm 31.
En la primavera de 1931 Stennes ordenó una segunda rebelión. Fue incluso mayor que la primera. «A diferencia de en septiembre, la revuelta se extendió por todo el este de Alemania. De los 25.000 hombres que componían el grupo de Stennes, entre 8.000 y 10.000 se sumaron al motín. La policía de Berlín calculó que las cifras eran 1.500 en Berlín, 2.000 en Brandeburgo, 3.000 en Silesia […] y 2.000 en Pomerania.»
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Se convocó otra huelga de las SA en Berlín y se interrumpieron todos los actos electorales, reparto de octavillas y desfiles. Una vez más, Kuhr envió al Sturm 31 a asaltar la sede del partido, tomar posesión del edificio y poner fuera de combate a todos los guardias de las SS que se negaron a unirse a la protesta. Fue para Hitler un motín más grande aún que el primero en el verano de 1930.
Las repercusiones se extendieron velozmente al resto de las SA. El Obergruppenführer Kurt Kremser ordenó a sus hombres que actuaran en defensa de Stennes. Atacó ferozmente a «los dirigentes políticos que incluso hoy opinan que las SA sólo existen para morir». A la manera tradicional de todos los revolucionarios a regañadientes, justificó su apoyo a Stennes diciendo que era una expresión de solidaridad con los oprimidos, y que compartía su desprecio no por el Führer, sino por los parásitos que le rodeaban. Afirmaba que eran ellos, no el partido, los que mejor personificaban los principios y las esperanzas del nacionalsocialismo. Para las restantes SA, hizo la siguiente declaración desafiante:
Todas las SA son atacadas en la persona del capitán Stennes. Ahora que ya han cumplido su deber, pueden irse. Son hoy una conciencia molesta que recuerda a la gente la traición al programa del partido y exige luchar por los viejos ideales del nacionalsocialismo […] «Con nuestra bandera en alto y nuestras filas muy prietas.» Las SA desfilan. Stennes toma el mando.
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Se acababan las contemplaciones. No era sólo una rencilla de gángsters, un agente hambriento de poder que quiere derribar a otro, sino el mortificante espectáculo de un alto mando de las SA que denunciaba a Hitler como a un capitalista alevoso y rodeado de aduladores que chupaban del bote. El rebelde exigió que se pusiera fin al amiguismo e insistió en que Hitler declarase su oposición tanto al catolicismo como al capitalismo. Ante todo, abogó por que terminara la farsa de que el poder podía conquistarse «legalmente». Era un escrito revolucionario y partió por el eje a las SA de Berlín. Hitler arrostraba el verdadero peligro de que las SA del norte se le escaparan de las manos.
Encerrado en sus oficinas por segunda vez en otros tantos meses, Goebbels huyó de Berlín y suplicó a Hitler que le ayudase a aplastar la insurrección. Hitler se puso en acción, primero con una serie de sonoros y belicosos artículos publicados en el
VölkischerBeobachter
(El observador del pueblo, periódico del partido), jurando que «arrancaría de cuajo aquella conspiración contra el nacionalsocialismo». Las SA tendrían que elegir entre «el sargento de la policía (jubilado) Stennes o el fundador del movimiento nacionalsocialista y líder supremo de las SA, Adolf Hitler».
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Después se fue a Berlín a realizar una gira por los
Sturmlokalen
del norte de la ciudad, entre ellos el Zur Altstadt, y logró un reverencial apoyo de los militantes descontentos en una ofensiva de seducción cara a cara.
La táctica dio resultado y la tentativa de escisión de Stennes se apagó rápidamente. A pesar de toda su indignación por los derechos de los trabajadores y su llamamiento a un celo moral interno, lo que realmente definía al fenómeno nazi era el propio Hitler. Nadie podía rivalizar con él. Bruno lo había comprendido; no así Stennes ni Kuhr. Una rebelión era más o menos tolerable, pero dos constituían una insurrección abierta. Hitler expulsó a Stennes y a Kuhr de las SA.
El episodio había sometido al Führer a otra sublevación más de las SA. Su autoridad era absoluta y había llegado la hora de que los revoltosos lo supieran. Dictó una orden exigiendo que cada oficial de las SA formulara un «juramento de lealtad incondicional»; pronto todos los miembros de la organización tendrían que hacer lo mismo. A Hitler había que darle el tratamiento formal de «Führer», y su liderazgo estaba fuera de toda duda: «Espero que el mundo se inclinará ante esto tan rápidamente como se ha inclinado ante el derecho del Santo Padre.» Pero, en una ironía final, readmitió en el redil nazi al jefe más espinoso de las SA, Ernst Röhm, que había regresado de Bolivia, deseoso de que Hitler le acogiese a su lado. Su recompensa consistió en la restitución del mando de todas las SA, siempre que recordara el lugar que ocupaban y que no se diese ínfulas.
Bruno vio con sus propios ojos el desarrollo de todos estos sucesos. Le habían obligado a elegir un bando y había optado por el de Hitler en contra de la mayoría de sus camaradas de Berlín, que eran partidarios de Stennes. Había sido un desastre para las SA, que de nuevo demostraron ser muy poco fiables. Aún peor, Bruno no pudo por menos de advertir que el episodio había tenido un beneficiado envidiable: no las SA, por supuesto, sino las SS.
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Su lealtad a Hitler había sido inquebrantable. Reducidos en número, pero fanáticos y férreos, sus acciones durante la rebelión de Stennes les habían valido el sentido aplauso de Hitler, y una divisa y consigna nuevas; en lo sucesivo, en todas las dagas y hebillas de los cinturones de los SS figuraban grabadas las palabras «
SS-Mann, deine Ehre heisst Treue
» (Hombre de las SS, tu honor es la lealtad). Más que una simple fórmula, era la esencia de su futuro papel nazi, que posteriormente les daría un poder y un favor que las díscolas SA a lo sumo habrían podido soñar. Bruno tomó nota.
Por el momento, sin embargo, los SS (que apenas contaban trescientos miembros) no sustituyeron a las SA en las tareas a su alcance, es decir, despejar el camino hacia el poder, y Hitler tuvo buen cuidado de comunicar a Bruno y a sus compatriotas camisas pardas el gran aprecio en que les tenía: «No olvidéis que hoy es un sacrificio para muchos cientos de miles de hombres del movimiento nacionalsocialista proteger reuniones, realizar desfiles y pasar una noche tras otra desvelados para regresar al alba […] creedme, ¡esto es ya un signo del poder que ejerce un ideal, un gran ideal!»
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A finales de 1931, el Sturm 31 y el Sturm 33 fueron fundidos en un regimiento nuevo y más amplio, el 1/1 (Standart 1, Sturmbann 1; Batallón 1, regimiento 1); eran formaciones de otro tipo creadas por Röhm para absorber la vasta afluencia de nuevos afiliados a las SA, que ahora contaban con cientos de miles de hombres. Bruno estaba de nuevo en compañía de sus compañeros del
Mörder-sturm 33.