El nazi perfecto (36 page)

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Authors: Martin Davidson

Tags: #Biografía

BOOK: El nazi perfecto
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El 30 de abril, Adolf Hitler, previendo un choque inminente con el Ejército Rojo, optó por una vía de escape alternativa: alrededor de las tres de aquella tarde, en el fondo de su búnker debajo de la cancillería del Reich, se pegó un tiro. Increíblemente, en Praga subsistía una «normalidad» suficiente para que incluso a estas alturas el suceso apareciera con un reborde en negro en la portada de los periódicos checos. Pero la compostura alemana se desmoronaba rápidamente.

Al día siguiente mismo, el 1 de mayo de 1945, el primer frente ucraniano del mariscal Koniev, en las afueras de Berlín, recibió la orden de pasar de largo y dirigirse a Dresde, al oeste, siguiendo el río Vltava en dirección a Praga. El 2 de mayo, el segundo frente ucraniano del mariscal Malinovski, que acababa de tomar Brno, recibió asimismo instrucciones de dirigirse a Praga desde el sureste. La ofensiva soviética comenzaría el 7 de mayo y seis días después tomaría la capital checa. El presidente exiliado, Edvard Beneš, que había abandonado Londres y se encontraba ahora en Eslovaquia, exhortó a la acción a sus compatriotas: «Cuando llegue el día, nuestro país volverá a lanzar el antiguo grito de batalla: ¡Detenedlos! ¡Derrotadlos! ¡Que no se salve nadie! ¡Todo el mundo tiene que agenciarse un arma para golpear al alemán más cercano!»
[238]

Ese día llegó finalmente a las once de la mañana del sábado 5 de mayo. Aquella mañana, como habían hecho todos los días durante seis años, los alemanes recorrían las calles de Praga sin ser molestados, ni siquiera los que llevaban uniforme. El alemán seguía siendo la lengua oficial, el Reichsmark la moneda de curso legal, los checos una población tolerada de ciudadanos de segunda clase. Y de repente todo cambió. Partisanos checos se apoderaron de la emisora de radio y empezaron a transmitir en checo el espeluznante llamamiento a las armas: «Smrt Němcům! Smrt všem Němcům! Smrt všem Okkupantem!» (¡Muerte a los alemanes! ¡Muerte a todos los ocupantes!)
[239]

Protegidos por los soviéticos, cuyos tanques estaban ahora estacionados en las afueras de la ciudad, los checos pudieron por fin alzarse contra sus opresores nazis. Se erigieron barricadas en puntos clave alrededor del centro histórico. Los letreros alemanes fueron derribados. Los bancos dejaron de operar con marcos. Los alemanes tomaron represalias; el sistema de altavoces difundió por la ciudad terribles advertencias. Hubo fusilamientos en el campo de concentración de Terezín (Theresienstadt), y cazabombarderos Messerschmitt 262 bombardearon y machacaron objetivos dentro de Praga y en los alrededores. Pero una vez iniciado, el alzamiento sólo podía crecer. Todo el mundo se preguntaba qué grado de destrucción y venganza alcanzaría la réplica nazi. ¿Harían en Praga lo que habían hecho en Varsovia, dinamitarla calle por calle, edificio por edificio? Fuera de la ciudad estaba la sección del ejército medio de Schörner, compuesto de 80.000 hombres, pero el mariscal deliberaba sobre una retirada segura hacia el oeste, no sobre un ataque suicida, calle por calle, contra Praga. Quedaba en la ciudad el numeroso y fanático contingente de las SS, con sus aliados de la policía, que salió a frenar y a aplastar a los checos, de ser posible, incluso a costa de su propia vida.

Las fuerzas nazis que quedaban en Praga rodearon rápidamente la emisora de radio y emplazaron nidos de ametralladoras delante del museo nacional antes de asaltar la plaza de Wenceslao, obligando a la muchedumbre de manifestantes checos a abandonar la explanada y a dispersarse por las bocacalles. Pero no fue suficiente. Los sublevados ya no sólo tenían la emisora, sino que habían logrado apoderarse del sistema de megafonía que se extendía por toda la ciudad, controlado desde el ayuntamiento, y también de la central telefónica de Žižkov. Para la noche del 5 de mayo, la mayor parte de la Praga situada al este del río estaba en manos de los checos, exceptuando el cuartel general de la Gestapo en el palacio Petshek, la principal estación ferroviaria, el edificio de la escuela de tanques de Žižkov, los barracones de Karlín y la base de las SS en la antigua facultad de derecho, cerca del puente Mendel. El Obergruppenführer de las SS Von Pückler transmitió por radio a su cuartel general un informe desesperado de la situación: «Numerosas bajas en combate, porque nos disparan desde todas las casas […] sólo será posible valorar la situación cuando conozcamos el resultado del avance planeado del 6 de mayo. Los insurgentes se están batiendo con bravura e inesperadamente bien.»
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El jefe de Bruno, el Oberführer Weinmann,
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al mando de la policía de seguridad de Praga, no tuvo más remedio que entablar negociaciones con el mando checo, el CNR, un comité que se había formado a toda prisa pocas semanas antes.

Pero el propósito era ganar tiempo para que Von Pückler organizara la contraofensiva. Los nazis aún estaban muy lejos de rendirse. El plan de las SS era despejar y después dominar el centro de la ciudad vieja. «Nuestras tropas atacarán al alba en la periferia sur y la sureste, desde la dirección de Beneschau [Benešov], a lo largo de la orilla derecha, y desde la dirección de Königsaal [Zbraslav], por la orilla izquierda del Moldava [Vltava] hacia el norte. Fíjense en las esvásticas en las casas y las cruces rojas en edificios y las señales visuales para la fuerza aérea […] Muchas bombas incendiarias. Tiene que arder todo el nido.»
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Incluso en esta etapa final, evaporadas todas las esperanzas realistas de una evacuación hacia el oeste, había nazis que de nuevo empezaron a hablar de combatir hasta el muerte. Praga no iba a caer pacíficamente. ¿Dónde estaban los soviéticos y qué hacían? Para consternación del general Patton, todavía detenido en los límites occidentales del país («No debe —repito, no debe— internarse más allá de ocho kilómetros al noreste de Pilsen [Plzeň]. Ike no quiere complicaciones internacionales en esta fecha tardía…»), tres gruesas columnas de unidades blindadas soviéticas hicieron su entrada en Praga.

El 6, el 7 y el 8 de mayo las cosas se pusieron muy feas. Elementos salvajes de las SS saquearon la ciudad:

Fusilando a rehenes si no retiraban las barricadas, incendiando inmuebles y colocando a checos delante de los tanques. En Pankrač arrastraron a niños fuera de los refugios antiaéreos y los pasaron a la bayoneta […] las SS cometieron sus peores atrocidades en el barrio de Krč. Prendieron fuego a viviendas, desvalijaron comercios, masacraron a civiles indiscriminadamente. Mataron de una forma horrible a hombres, mujeres y niños de uno a tres años de edad. Les habían cortado la cabeza y las orejas, arrancado los ojos y acribillado el cuerpo con bayonetas. Entre las víctimas había embarazadas con el vientre desgarrado.
[243]

La crueldad adquirió tintes surrealistas: además de saquear tiendas y tirotear a transeúntes, un grupo de SS cavó fosas en el cementerio Olšany, aplazando los entierros varios días y obligando a que se hicieran en presencia de una guardia bien armada.

Los checos respondieron con la misma moneda, linchando, fusilando y hasta quemando vivos a los nazis capturados, colgados boca abajo de las farolas. Como más tarde rememoraba un testigo:

Habíamos seguido a un gentío hasta un lugar en el medio de la plaza de Wenceslao, alrededor de un arco (creo que normalmente lo usaban para anuncios) en la entrada de la calle Vodikčová. Allí, varios tanquistas de pie encima de sus tanques manipulaban contenedores de […] gasolina […] Hoy, casi cincuenta años después, no recuerdo exactamente si fueron los soldados del Ejército Rojo que estaban encima de los tanques, o algunos civiles checos que estaban a su lado, los que vertieron combustible líquido sobre dos víctimas con uniforme alemán que se retorcían colgados cabeza abajo del arco y les prendieron fuego. Por suerte había varias filas de gente delante de nosotros y no pudimos distinguir los detalles de la quema, pero Milan observó que algunos degenerados encendían cigarrillos en los cuerpos llameantes.
[244]

Ni siquiera la rendición total del ejército alemán, firmada en Reims el 7 de mayo y que entró en vigor el día 8, cambió las cosas inmediatamente en Praga. Los alemanes siguieron luchando tres días más. Hasta el 11 de mayo los soviéticos no lograron cortar la retirada del principal cuerpo del ejército cuando intentaba huir hacia el oeste y hacer prisioneros a los 800.000 hombres de la tropa. Los alemanes no tuvieron más remedio que firmar un armisticio. 1.694 checos murieron en el alzamiento; más de 3.000 sufrieron graves heridas.

Aunque hubiesen terminado los combates, no cesó la violencia. El contragolpe contra los nazis fue realmente terrible, un torbellino de venganzas y torturas infinitamente más sangriento que cualquier cosa que hubiese ocurrido en otros países ocupados como Francia. Los checos quisieron mostrar al mundo que eran los dueños de la situación y no los lacayos de los aliados. La culpa de las despiadadas represalias la tuvo en parte la desastrosa estrategia nazi de los hombres lobo, cuya sola existencia proporcionó a los checos un argumento indiscutible para luchar encarnizadamente hasta el final.

Por poco exitosos que hubieran sido los esfuerzos de Bruno para organizar y dirigir una unidad de hombres lobo, los checos estaban convencidos de que tales unidades existían y siguieron combatiendo hasta mucho después del armisticio. Un historiador reciente lo explica así:

El recuerdo del poder alemán no se apagó enseguida y muchos checos creían que los hombres lobo nazis se estaban movilizando y se disponían a atacar. Al recordar la lucha feroz que había acompañado la etapa posterior a la derrota alemana en la última guerra, no se imaginaban que el epílogo de ésta pudiese traer la paz […] la histeria de los hombres lobo perduraba precisamente allí porque para los checos, sobre todo los del oeste del país, era muy difícil concebir un mundo en que los alemanes ya no dominaran […] Sólo había una manera de garantizar que «no gobernarán las calles»: liquidar a los hombres lobo.
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Había que expiar seis años de ocupación, represión y humillación nacional. No era suficiente que la familia de Bruno tuviese que afrontar ahora las consecuencias de los años que él había pasado al servicio del SD; sus últimas actividades con respecto a los hombres lobo, no obstante su escaso valor estratégico, contribuían a asegurar que dichas consecuencias iban a ser inclementes.

No era un secreto que Bruno y su familia corrían un mayor peligro ahora que antes del alto el fuego. Que te identificaran como un oficial de las SS, sobre todo si trabajabas para el odiado SD, representaba una sentencia de muerte automática. La única esperanza que tenía Bruno de burlar a los checos residía en no ser un nazi ni un agente de la policía secreta. Tenía que deshacer y ocultar todas las facetas de su identidad adulta, y debía hacerlo rápida y convincentemente. Para salvarse necesitaba emplear toda su astucia y tener mucha suerte. Su mujer y sus hijas tendrían que arreglárselas solas.

Mi madre recuerda que Bruno salió del piso para asistir a una última reunión militar en la que se desmanteló formalmente su unidad (supongo que sería la Amt VI, con sede en el edificio de la calle Washington). En algún momento posterior, despojaron el domicilio de todas las pruebas acusadoras de su pertenencia a las SS, destruyendo uniformes, insignias y documentación. Para que la estratagema diese resultado Bruno tenía que encontrar urgentemente ropa de paisano. ¿Dónde podría conseguirla? Sorprendentemente, en aquel momento crítico apareció un checo y le proporcionó la ropa. Era el hijo de la portera que se había hecho amigo de las niñas el que tuvo la genial iniciativa no sólo de ayudar a Bruno a deshacerse de su uniforme, sino de conseguirle un traje normal. Al menos es como siempre se ha contado esta historia. Siempre me ha parecido fantásticamente favorable para Bruno describirle como una persona digna de que le salvase un checo, sobre todo corriendo un riesgo personal tan enorme. Quizá simplemente demostraba el poder que ejercía su encanto, incluso vestido con uniforme nazi. Sin embargo, existen otros casos de checos que ayudaron a alemanes ocupantes, y de ahí que tal vez Bruno dijera realmente la verdad, por inverosímil que pueda parecer ahora.
[246]

Nada de esto bastaba para garantizar su seguridad. De momento, las dos niñas mayores atisbaban inquietas por la ventana del piso, viendo acuclillarse a soldados alemanes en los portales abiertos del inmueble de enfrente y disparar sus fusiles hasta que los tanques rusos les obligaban a retroceder. Finalmente los checos recobraron el control del centro de la ciudad y una milicia armada empezó a pasar piso por piso. Por suerte para Bruno, cuando llegaron a su puerta estaba vestido de paisano y no de oficial de las SS, lo que le salvó de que le mataran en el acto. Registraron el apartamento cuarto por cuarto. Bruno tuvo la extraordinaria sangre fría de bromear diciendo que ni siquiera la cisterna del cuarto de baño iba a librarse de la inspección. Su buen humor fue efímero; se había olvidado de dos fusiles de caza que guardaba en casa y cuyo descubrimiento sulfuró a los checos. Fue detenido de inmediato y se lo llevaron. La madre y las hijas fueron escoltadas sin miramientos a la calle y separadas por la fuerza del cabeza de familia. A Thusnelda y a las niñas las llevaron a una celda y a Bruno le encerraron en otra. Pasaron muchos meses hasta que volvieron a verse.

Unos 200.000 soldados alemanes vivían en Praga; en la zona en torno a Jihlava, los mandos de la cuarta brigada checa (principalmente eslovacos) dieron rienda suelta a sus hombres para aterrorizar a la población local alemana. En previsión de una visita del presidente Beneš el 12 de mayo, las autoridades checas confinaron a toda la población alemana en el estadio principal de la ciudad. Algo similar ocurrió en Brno. En todas partes reinaba la anarquía. Muchos alemanes prominentes fueron sumariamente pasados por las armas. Las matanzas se intensificaron. La noche del día 5 hubo una masacre de alemanes en la escuela de Scharnhorst: les bajaron a los sótanos en grupos de diez —hombres, mujeres y niños— y les fusilaron. Los excesivamente melindrosos para disparar ellos mismos entregaron a los prisioneros a los soviéticos, que sin ningún escrúpulo les suplantarían para las palizas y las violaciones. Los checos custodiaban los campos instalados para albergar a los detenidos, en un acto de glorioso cambio de papeles. También controlaban la tristemente célebre cárcel de Pankrač, donde tantos compatriotas (hombres y mujeres) habían sido encarcelados, ahorcados o guillotinados.

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