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Authors: Katherine Neville

El ocho (14 page)

BOOK: El ocho
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—¿Qué le apetece? —me preguntó Hermanold cuando me acerqué a la mesa. Apartó una silla para mí. Lily ya había tomado asiento—. Deberíamos beber champán. ¡No todos los días asiste Lily como espectadora a una partida de ajedrez!

—No lo hago nunca —declaró ella malhumorada, mientras ponía su capa de piel en el respaldo de la silla.

Hermanold pidió champán e inició un largo panegírico de sí mismo que dio dentera a Lily.

—El torneo marcha sobre ruedas. Ya no quedan entradas para ninguna jornada. La publicidad ha dado resultado. Ni siquiera yo podía prever que atraeríamos a tantas luminarias. En primer lugar, Fiske abandona su retiro y, a continuación, el bombazo: ¡llega Solarin! Y tú, por supuesto —añadió palmeando la rodilla de Lily.

Yo deseaba interrumpirlo para preguntar quién era el desconocido con el que me había topado arriba, pero no pude intercalar una sola palabra.

—Es una pena que no hayamos podido alquilar el gran salón del Manhattan para la partida de hoy —añadió mientras nos traían el champán—. Se habría llenado hasta la bandera. De todos modos, me preocupa Fiske. Hemos solicitado la presencia de varios médicos por si ocurriera algo. Consideré más oportuno que jugara una de las primeras partidas, para que lo eliminaran en la primera fase. No está en condiciones de llegar a la gran final y su participación ya ha atraído a la prensa.

—¡Qué emocionante! Tener la oportunidad de ver a dos grandes maestros y una crisis nerviosa en una misma partida —comentó Lily.

Hermanold la miró con cierta inquietud mientras servía el champán. No sabía si Lily estaba bromeando, pero yo lo tenía claro. El comentario acerca de que Fiske fuera eliminado en las primeras fases la había molestado.

—Puede que, después de todo, me quede a ver la partida —agregó Lily inocentemente después de beber un sorbito de champán—. Pensaba irme en cuanto encontrara un buen lugar para Cat…

—¡No te vayas! —suplicó Hermanold alarmado—. No quiero que te pierdas este acontecimiento. Es la partida del siglo.

—Y los periodistas a los que has telefoneado se sentirán defraudados si no me encuentran, tal como les prometiste. ¿Me equivoco, querido John?

Lily bebió un buen trago de champán, mientras a Hermanold le subían los colores a la cara. Me dije «esta es la mía» y pregunté:

—¿Era Fiske el hombre que he visto arriba hace unos minutos?

—¿En la sala de juego? —Hermanold parecía preocupado—. Espero que no. Debería descansar antes de la partida.

—Quienquiera que fuese, era muy raro —comenté—. Entró y pidió a los trabajadores que cambiaran de lugar los muebles…

—¡Santo Dios! —exclamó Hermanold—. Entonces era Fiske, no cabe duda. La última vez que lo vi, insistió en que se sacara de la sala a una persona o una silla cada vez que los jugadores comían una pieza. Según dijo, le permitía recuperar el sentido «del equilibrio y la armonía». Por si esto fuera poco, odia a las mujeres; no quiere que asista ninguna a sus partidas…

Hermanold dio unas palmaditas en la mano de Lily, que se apresuró a apartarla.

—Quizá por eso me ha pedido que me vaya —dije.

—¿Le ha pedido que se vaya? —preguntó Hermanold—. Eso está fuera de lugar. Tendré que hablar con él antes de la partida. Debe comprender que no puede actuar como antes, cuando era una estrella. Hace más de quince años que no participa en un torneo de categoría.

—¿Quince años? —repetí—. Pues debió de retirarse cuando solo tenía doce. El hombre que he visto en el primer piso era joven.

—¿Está segura? —Hermanold estaba desconcertado—. ¿Quién puede ser?

—Era alto, delgado y muy pálido. Atractivo pero gélido…

—Ah, claro, era Alexei. —Hermanold rió.

—¿Alexei?

—Alexander Solarin —intervino Lily—. Ya lo conoces, querida; el jugador que tienes tantas ganas de ver, el fuera de serie.

—Hábleme de Solarin —pedí al patrocinador del torneo.

—No sé qué decir —repuso Hermanold—. Ni siquiera sabía qué aspecto tenía hasta que llegó y se inscribió en el torneo. Ese hombre es un verdadero misterio. No se relaciona con nadie ni permite que le tomen fotos, de modo que no podemos autorizar que haya cámaras en la sala de juego. Gracias a mi perseverancia, finalmente accedió a dar una rueda de prensa. Al fin y al cabo, ¿de qué sirve tenerlo si no conseguimos publicidad?

Lily lo miró exasperada y soltó un sonoro suspiro.

—John, gracias por la copa —dijo, y se echó las pieles sobre el hombro.

Me puse en pie al mismo tiempo que ella, cruzamos el salón y subimos por la escalera.

—No he querido hablar delante de Hermanold —susurré, ya en el balcón—, pero el tal Solarin… Aquí pasa algo raro.

—Estoy acostumbrada —dijo Lily—. En el mundo del ajedrez solo conoces a personas idiotas, gilipollas o ambas cosas a la vez. Estoy segura de que Solarin no es una excepción. No soportan la participación de las mujeres…

—No hablo de eso —la interrumpí—. Solarin no me pidió que me marchara porque era una mujer. ¡Me ha dicho que corro un gran peligro!

Había cogido a Lily del brazo y nos habíamos detenido junto a la barandilla. Había cada vez más gente en el salón de la planta baja.

—¿Qué te ha dicho? —preguntó Lily—. Me estás tomando el pelo. ¿Peligro en una partida de ajedrez? En esta en particular el único peligro es quedarse dormido. Fiske es muy dado a las tablas y los ahogados…

—Me ha advertido que corro peligro —repetí, y la llevé hacia la pared para dejar pasar a unas personas. Bajé la voz para añadir—: ¿Te acuerdas de la pitonisa que nos enviaste a Harry y a mí en Nochevieja?

—Oh, no. No me digas que crees en el esoterismo —dijo Lily sonriendo.

La gente pasaba a nuestro lado en dirección a la sala de juego y decidimos sumarnos a ella. Lily eligió unos asientos laterales, cercanos a la primera fila, desde los que veríamos perfectamente la partida sin llamar la atención. Si eso era posible con el atuendo que lucía ella. Una vez sentadas, me incliné hacia su oído para susurrarle:

—Solarin ha utilizado las mismas palabras que la pitonisa. ¿Harry no te comentó lo que me dijo la adivina?

—Jamás la he visto —afirmó Lily. Sacó un ajedrez magnético del bolsillo de la capa y lo dejó sobre su regazo—. Me la recomendó una amiga, pero no creo en esas tonterías.

Los asistentes tomaban asiento y la mayoría miraba con sorpresa a Lily. Entró un grupo de periodistas, uno de los cuales llevaba una cámara colgada del cuello. Al percatarse de la presencia de Lily se encaminaron hacia donde estábamos sentadas. Ella se inclinó sobre el tablero y murmuró:

—Si alguien pregunta, estamos muy concentradas hablando de ajedrez.

Apareció John Hermanold. Corrió hacia los periodistas y abordó al que portaba la cámara justo antes de que llegara a nuestro lado.

—Lo siento mucho, pero tendrá que darme la cámara —le indicó—. El gran maestro Solarin no quiere ver ni una en el salón del torneo. Por favor, ocupen sus asientos para que pueda empezar la partida. Más tarde podrán hacer entrevistas.

El periodista se la entregó de mala gana y se encaminó con sus colegas hacia los asientos que el patrocinador les había asignado. El alboroto que reinaba en la sala fue menguando hasta quedar reducido a un débil murmullo. Los árbitros aparecieron y ocuparon su mesa. A continuación entró Solarin, a quien reconocí, y un hombre mayor de pelo cano que, deduje, era Fiske.

Fiske se mostraba muy nervioso y agitado. Tenía un tic en un ojo y movía su bigote canoso como si quisiera espantar una mosca. Tenía el cabello ralo y un tanto graso, y se lo había peinado hacia atrás, pero sobre la frente le caían algunos mechones. Vestía una chaqueta de terciopelo marrón ceñida con un cinto, como los batines; la prenda había conocido tiempos mejores y necesitaba un buen cepillado. Su holgado pantalón, también de color marrón, estaba arrugado. Me compadecí de Fiske. Parecía fuera de lugar y totalmente descorazonado.

Comparado con él, Solarin semejaba un discóbolo esculpido en alabastro. Sacaba más de una cabeza a Fiske, que estaba encorvado. Se deslizó ágilmente, hacia un lado, retiró de la mesa la silla de su adversario y lo ayudó a tomar asiento.

—Qué cabrón —masculló Lily—. Pretende ganarse la confianza de Fiske, empezar a dominar antes de que empiece la partida.

—¿No eres demasiado severa con él? —pregunté en voz alta.

Los espectadores de la fila de atrás me mandaron callar.

Se acercó un chico con la caja de trebejos y empezó a colocarlos. Las piezas blancas eran para Solarin. Lily me explicó que la ceremonia de sorteo de color se había celebrado el día anterior. Varias personas nos pidieron que cerráramos el pico, de modo que guardamos silencio.

Mientras uno de los árbitros leía el reglamento, Solarin miraba al público. Como dirigía la vista hacia el otro lado, me dediqué a observarlo con atención. Estaba más sereno y relajado que un rato antes. Al encontrarse en su elemento, a punto de iniciar la partida, parecía concentrado, como un atleta minutos antes de la competición. Cuando nos vio a Lily y a mí, su rostro se tensó y me miró fijamente.

—Caray —dijo Lily—. Ahora comprendo a qué te referías al decir que era gélido. Me alegro de haberlo visto antes de enfrentarme con él.

Solarin me miraba como si no pudiera creer que yo siguiera allí, como si deseara levantarse y sacarme a rastras de la sala. De pronto tuve la creciente y deprimente sensación de que había cometido un gravísimo error al quedarme. Como las piezas ya estaban colocadas y su reloj en marcha, desvió la mirada hacia el tablero. Avanzó el peón del rey. Noté que Lily, sentada a mi lado, repetía la jugada en su tablero magnético. Un chico que se encontraba junto a la pizarra anotó con tiza el movimiento: P4R.

Durante un rato la partida transcurrió sin incidentes. Tanto Solarin como Fiske perdieron un peón y un caballo. Solarin avanzó el alfil del rey. Algunos asistentes hablaron en voz baja y dos o tres se levantaron a buscar café.

—Parece giuoco piano —músitó Lily—. Esta partida será interminable. Esa defensa es más vieja que Matusalén y jamás se emplea en los torneos. Por el amor de Dios, si hasta se menciona en el manuscrito de Gotinga. —Pese a que afirmaba no leer jamás una palabra sobre ajedrez, Lily era un pozo de sabiduría—. Permite a las negras desplegar sus piezas, pero es lenta, muy lenta, lentísima. Solarin no quiere ponerse duro con Fiske; le permitirá hacer unas cuantas jugadas antes de eliminarlo. Avísame si en la próxima hora ocurre algo.

—¿Cómo quieres que sepa si ocurre algo? —pregunté.

En ese momento Fiske hizo su jugada y paró el reloj. Un breve murmullo recorrió la sala y los que se habían levantado para salir se detuvieron para mirar la pizarra. Alcé la vista y me encontré con la sonrisa de Solarin. Era una sonrisa extraña.

—¿Qué ha pasado? —pregunté a Lily.

—Fiske es más osado de lo que pensaba. En lugar de mover el alfil, ha recurrido a la «defensa de los dos caballos». A los rusos les encanta. Es mucho más peligrosa. Me sorprende que haya adoptado esta táctica con Solarin, famoso por… —Se mordió el labio.

Desde luego, era evidente que Lily jamás estudiaba el estilo de otros jugadores, ¿verdad?

Solarin adelantó el caballo, y Fiske, el peón de la dama. Solarin lo comió. A continuación Fiske comió el peón de Solarin con el caballo, de modo que quedaron igualados. Al menos eso pensé. Me pareció que Fiske estaba en plena forma; sus piezas se hallaban en el centro del tablero, en tanto que las de Solarin quedaban atrapadas en la retaguardia. Solarin comió el alfil de Fiske con su caballo. Se oyeron murmullos en la sala. Los pocos que habían salido regresaron deprisa, café en mano, y miraron la pizarra mientras el chico anotaba la jugada.

—Fegatello! —exclamó Lily, y esta vez nadie la hizo callar—. Es increíble.

—¿Qué quiere decir fegatello? —En el ajedrez parecían haber más palabras técnicas que en el mundo de la informática.

—Significa «hígado frito». Te aseguro que Fiske se freirá el hígado si utiliza el rey para comer ese caballo. —Se mordió la punta del dedo y miró el ajedrez magnético como si la partida se celebrara allí—. Tendrá que perder alguna pieza, eso está claro. La dama y la torre están en posición de ataque y no puede llegar al caballo con ninguna otra pieza.

Me parecía ilógico que Solarin realizase semejante jugada. ¿Pensaba cambiar alfil por caballo solo para que el rey se moviera un escaque?

—Si Fiske avanza el rey, no podrá enrocar —añadió Lily como si me hubiese adivinado el pensamiento—. El rey quedará situado en el centro del tablero y tendrá que luchar durante el resto de la partida. Sería mejor que moviera la dama y sacrificara la torre.

Fiske comió el caballo con el rey. Solarin adelantó la dama y dio jaque. Fiske protegió el rey detrás de varios peones y Solarin retrocedió la dama para amenazar al caballo negro. Sin duda la partida se animaba, pero yo no sabía adónde conduciría. Lily también parecía desconcertada.

—Aquí hay gato encerrado —susurró—. Ese no es el estilo de juego de Fiske.

En efecto, lo que estaba ocurriendo era muy raro. Observé a Fiske y noté que después de hacer su jugada no levantaba la mirada del tablero. Su nerviosismo había aumentado. Sudaba copiosamente, hasta el punto de que se habían formado grandes círculos oscuros bajo las axilas de su chaqueta marrón. Parecía enfermo y, aunque era el turno de Solarin, se concentraba en el tablero como si en él cifrara la esperanza de conquistar el cielo.

Solarin, por su parte, miraba a Fiske, a pesar de que su reloj ya estaba descontando el tiempo. Estaba tan absorto mirando a su adversario que daba la impresión de que había olvidado la partida. Al cabo de un buen rato Fiske alzó la vista hacia él, pero enseguida volvió a posarla en el tablero. Solarin entrecerró los ojos, tocó un trebejo y lo avanzó.

Yo ya no prestaba atención a las jugadas. Observaba a los dos jugadores e intentaba adivinar qué ocurría entre ambos. Lily estaba boquiabierta y estudiaba el tablero. De pronto Solarin se puso en pie y apartó la silla. Se armó un gran alboroto en la sala mientras los espectadores cuchicheaban con sus vecinos. Solarin accionó los botones que detenían los dos relojes y se inclinó hacia Fiske para decirle algo. Un árbitro se acercó corriendo a la mesa, intercambió unas pocas palabras con Solarin y meneó la cabeza. Fiske seguía cabizbajo, con la mirada clavada en el tablero y las manos sobre el regazo. Solarin volvió a hablarle. El árbitro regresó a la mesa de los jueces. Estos asintieron y el presidente se puso en pie para anunciar:

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