El Oráculo de la Luna (53 page)

Read El Oráculo de la Luna Online

Authors: Frédéric Lenoir

BOOK: El Oráculo de la Luna
6.33Mb size Format: txt, pdf, ePub

—¡Amor mío! ¡Y yo que no dormía pensando que deseabas irte con tu amigo!

Sus labios se buscaron. Se unieron en un abrazo.

—La única preocupación de mi padre es mi felicidad, y siente aprecio y afecto por ti. No se opondrá a nuestra unión. Estoy segura, Giovanni.

—Pero ¿tendré que convertirme al judaísmo o tú a la religión cristiana?

Esther se quedó pensativa, con el entrecejo fruncido.

—Nunca he pensado en esa cuestión. Aunque es judío practicante, mi padre siempre me ha educado en la idea de que todas las religiones confluyen y de que no deben ser un obstáculo entre los hijos de un solo y mismo Dios. ¿Cómo podría oponerse a nuestra unión porque hemos recibido una herencia religiosa distinta, cuando tenemos la misma fe y coincidimos en la búsqueda de lo esencial?

—Verás, Esther, cuando llegué aquí, estaba seguro de haber perdido la fe. Ahora ya no lo sé muy bien. Vuelvo a rezar a veces y a pensar en Jesucristo, pero no soy religioso como lo sois vosotros y temo que tu padre conceda más importancia de lo que tú crees a los rituales y a la práctica. Piensa en nuestros hijos, si Dios nos los da: ¿en qué religión serán educados?

—En la del amor —respondió Esther sin una sombra de vacilación.

Giovanni sonrió.

—Eres maravillosa.

—Solo el amor es digno de fe, ¿no crees?

—Sí, pero la religión implica también unas prácticas, unos símbolos, unos ritos…

—Bueno, pues tú les transmitirás las palabras de Jesús, y yo les enseñaré las oraciones judías. Tú elevarás su inteligencia hasta las cuestiones más altas de la filosofía, y yo educaré su corazón para que acoja a todo ser humano, sea quien sea, como un enviado del Eterno. Tú los iniciarás en el platonismo, y yo en la Cábala. Tú les enseñarás italiano y latín; yo, árabe y hebreo. Por la mañana, tú los encomendarás a la Virgen, y por la noche, yo los acostaré recitando la oración de mis padres:
Schma Israel Adonai eloenou Adonai ehad
.

—Esther, estoy conmovido por lo que dices. Pero ¿qué sacerdote o qué rabino aceptará casarnos sin tener la misma religión?

—Pues me bautizaré…, si no hay ninguna otra solución.

Giovanni la miró con ternura.

—No, amor mío, yo me haré la circuncisión. Tu pueblo ha sufrido demasiado y no quiero que renuncies a la religión de tus padres. Además…, después de todo, Jesús era judío y estaba circuncidado.

Esther se echó a reír y se acurrucó entre sus brazos.

—En cuanto Georges se haya ido, iré a hablar con tu padre y le pediré tu mano, ¿quieres?

—Él te dará la respuesta, pero yo le habré dicho antes cuáles son mis sentimientos.

Tras los últimos adioses, el francés salió de la casa con Malik, quien lo acompañó a la caravana que partía para Orán. Allí embarcaría rumbo a Toulon y Dunkerque. En el plazo de menos de un mes, si no se producía ningún incidente, estaría en su casa. Había prometido a Giovanni que le escribiría a casa de Eleazar para informarle de que se había reunido con su familia.

Nada más irse su amigo, Giovanni se concentró en lo que iba a decirle a Eleazar.

A la mañana siguiente, vio al anciano solo en el jardín, meditando bajo una higuera. Se dijo que era un momento propicio y se acercó.

—¿Puedo hablar con vos de un asunto importante o preferís que lo hagamos más tarde?

—Siéntate, muchacho. Te escucho.

—Eleazar, me acogisteis en esta casa primero como un cautivo al que tuvisteis la bondad de liberar. Me tratáis desde hace más de dos meses como a un verdadero hijo y me siento conmovido y orgulloso por ello.

Logró contener su temblor y prosiguió, casi sin respiración:

—Mi corazón ha aprendido a conoceros y a conocer a vuestra hija. Poco a poco, se ha unido a Esther hasta tal punto que ya no podría concebir vivir lejos de ella. No soy ni judío, ni argelino, ni rico, ni me encuentro tampoco en una buena situación. Lo único que tengo para ofrecerle es la sinceridad de mi corazón y la rectitud de mi inteligencia en busca de la verdad. Eleazar, amo a vuestra hija. La amo más que a mi vida y deseo hacerla feliz. ¿Aceptaríais dármela por esposa?

Giovanni estaba tan emocionado que bajó la mirada. El anciano permaneció en silencio, acariciándose lentamente la barba.

—Esther me ha hablado de vuestro amor —dijo finalmente—, el cual, por cierto, no me había pasado por alto. Como le he dicho a ella, considero que Esther es capaz de tomar esa decisión sola. Del mismo modo que mis sirvientes no son tratados como esclavos, mi amada hija es libre de dirigir su vida como le parezca.

Giovanni se quedó sorprendido por la respuesta del erudito. Tras unos segundos de vacilación, preguntó en un tono más titubeante:

—Pero ¿veis algún obstáculo para este matrimonio?

—He rezado al Señor… y, en la claridad de mi alma, veo ese amor verdadero y fuerte.

Giovanni exhaló un suspiro de alivio.

—Como le he dicho a Esther, se plantea, sin embargo, la cuestión de la diferencia de religión.

El joven contuvo la respiración.

—Como no habéis sido educados en la misma tradición religiosa, es imposible que podáis casaros en la iglesia o en la sinagoga.

—Por desgracia, soy muy consciente de eso. Esa es la razón por la que he propuesto a Esther convertirme al judaismo.

—Me lo ha dicho, pero eso está descartado.

Giovanni se quedó helado.

—No se cambia de religión simplemente para casarse —prosiguió el cabalista con firmeza—. Mi hija nació judía y seguirá siendo judía. Tú naciste cristiano y seguirás siéndolo. Cada tradición religiosa posee su grandeza única y es nefasto querer cambiarla por otra. Hay una imagen cabalística que utilizo a veces para evocar esa diversidad de las religiones. Nosotros decimos que Dios transmitió a los hombres la luz de Su Revelación en un recipiente de tierra. Pero la luz era tan intensa que ese recipiente se rompió. Entonces la Revelación divina se extendió por toda la tierra difractándose en mil destellos de luz. Cada destello es un reflejo de lo divino. Ninguno contiene toda la Verdad. A mi modo de ver, cada religión posee, pues, una parcela de verdad. En su cima, es única e irreemplazable.

»Por ejemplo, nosotros, los judíos, aportamos a la humanidad el conocimiento del Dios único y bueno y debemos ser prueba de ello mediante la santidad de nuestra vida. Vosotros, los cristianos, aportáis las palabras conmovedoras y la presencia de Jesucristo, el hijo de Dios y el más grande de los hijos de los hombres. No hay oposición entre las dos tradiciones, sino una profunda complementariedad. En lugar de enfrentarse y despreciarse, las religiones tendrán que aprender a conocerse, a respetarse y a fecundarse, puesto que todas son portadoras de una misma Verdad divina que ningún pueblo puede llevar solo. Cambiar de religión equivaldría, pues, a negar un destello de la luz divina, a considerarla como tinieblas y a rechazar un don de Dios.

Giovanni comprendía sus palabras. Más aún, se adhería a ellas plenamente. Pero no veía la manera de casarse con Esther. Insistió tímidamente:

—Pero, entonces…, ¿es posible celebrar nuestra unión ante Dios?

—En sí, yo no veo ningún inconveniente. Pero, teniendo en cuenta el peso de las tradiciones y de los prejuicios, es inimaginable. Tú serás siempre un traidor para los cristianos y Esther será considerada como una prostituta por los judíos, puesto que nuestra ley le prohibe casarse con un hombre que no sea judío.

Giovanni sintió que una violenta angustia invadía su alma y se quedó lívido.

—Entonces ¿no hay ninguna salida posible y os negáis a darnos vuestra bendición?

—Yo no he dicho eso. Pues, lo que es impensable y descabellado a los ojos de los hombres, incluso los más religiosos, en ocasiones es bueno y sensato a los ojos de Dios. Mi opinión personal, y ya se la he manifestado a Esther, es que un matrimonio así, en el que cada uno conserva su religión, debe mantenerse en secreto para que no se convierta en fuente de escándalo y de incomprensión en vuestras respectivas comunidades religiosas. Eso será muy difícil, pues tendréis que aparecer los dos como cristianos con los cristianos y como judíos con los judíos. Si estáis dispuestos a asumir esa pesada carga, no veo ningún inconveniente en que viváis juntos y en que vuestra unión sea consagrada ante el Eterno. Incluso diría que me haría muy feliz.

Giovanni recuperó el color.

—Pero ¿quién podría bendecir nuestra unión? Como vos decís acertadamente, ningún sacerdote ni ningún rabino aceptará casar a una judía y un cristiano.

Eleazar esbozó una ligera sonrisa.

—Yo conozco a un rabino que podría aceptar celebrar esa ceremonia en el más absoluto secreto.

—¿Aquí mismo?

—No, en Jerusalén.

—¡Jerusalén!

—Tú querías ir allí en peregrinación, creo, cuando los corsarios de Barbarroja secuestraron tu barco, ¿no?

—Sí…, así es —balbució Giovanni, incómodo.

—Tengo un importante establecimiento y muchos amigos en la Ciudad Santa. Saldremos dentro de tres días y estaremos allí antes de Navidad. ¿No es el mejor lugar para casar a una judía y un cristiano?

82

J
erusalén!

Cuando Eleazar vio a lo lejos las murallas de la Ciudad Santa, descenció precipitadamente de su montura y se arrodilló sobre el suelo pedregoso. Esther y los seis sirvientes judíos y musulmanes que los acompañaban hicieron lo mismo.

A Giovanni le emocionó todavía más esa muestra de amor que el hecho de ver por primera vez la ciudad del rey David, la ciudad en la que Jesús, según la fe cristiana, había muerto y resucitado.

Después de haber entonado un cántico en hebreo, habían reanudado la marcha. Atravesaron las gruesas murallas y, tras haberse internado por estrellas callejas, se detuvieron ante un portal sobre cuya jamba derecha había una
mezuzah
colgada. Un gigante negro de unos treinta años abrió la puerta. Su rostro se iluminó de alegría.

—¡Señor!

—Yusef, mi buen Yusef-dijo Eleazar, abrazando al coloso.

Yusef era un liberto, originario de la misma tribu africana que Malik. Al igual que el intendente, había sido capturado por unos árabes y criado en la religión musulmana, la cual continuaba practicando con fervor. Era el guarda de la casa que tenía Eleazar en Jerusalén.

Exhausto por aquel largo viaje por vía marítima y terrestre, el grupo se instaló en la gran morada situada en el corazón del barrio judío. Esa misma noche, pese al cansancio, Eleazar propuso a su hija y a Giovanni ir al Muro de las Lamentaciones. Acompañados de un sirviente judío llamado Judas, recorrieron algunas callejas desiertas a aquella hora y desembocaron al pie de la antigua explanada del Templo. Allí se alzaba un muro muy antiguo, ante el cual varias decenas de judíos rezaban de pie recitando versículos de la Tora.

Eleazar explicó a Giovanni que se trataba del muro de carga del segundo templo, restaurado por Herodes poco antes del nacimiento de Jesús. El primer templo, construido mil años antes por Salomón, había sido destruido por Nabucodonosor alrededor de seis siglos antes del nacimiento de Jesús. Más tarde, Esdras había construido otro templo cuando los judíos regresaron de su exilio en Babilonia. Ampliado y embellecido por Herodes, este segundo templo había sido totalmente arrasado por el general romano Tito en el año 70 después de Jesucristo, tal como, por lo demás, había anunciado el profeta galileo a sus discípulos: «¿Veis estas grandes construcciones? No quedará de ellas piedra sobre piedra». Solo quedaba el muro de carga occidental.

—Después de la destrucción del templo —continuó explicando Eleazar con una emoción manifiesta en la voz—, el emperador Adriano prohibió a los judíos el acceso a la Ciudad Santa. Pero muchos vinieron en secreto para rezar y llorar ante este muro, único vestigio del templo. A partir de entonces empezaron a llamarlo el Muro de las Lamentaciones. Unos siglos más tarde, viendo que los judíos estaban profundamente unidos a este lugar y encontraban miles de argucias para venir, el emperador Constantino levantó la prohibición. Los califas musulmanes han mantenido la misma tolerancia y desde entonces son miles los judíos que vienen todos los años en peregrinación a visitar estas piedras.

Eleazar y Esther se acercaron al muro. Alargaron un brazo para tocarlo y a Giovanni le impresionó el temblor que se apoderó de la mano de Eleazar. Después entonaron plegarias en hebreo.

Giovanni permanecía un poco retirado, pero sentía también la fuerza de aquel lugar donde los hombres rezaban al Eterno con fervor desde hacía casi veinticinco siglos. Cerró los ojos y dio gracias a Dios por ese encuentro con Esther y Eleazar que había devuelto a su vida una felicidad sencilla y auténtica. De manera casi imperceptible, la fe renacía en su corazón. Al mismo tiempo, no estaba en paz. Una zona de sombra permanecía presente en él e impedía que el amor luminoso de Esther tomara plena posesión de su corazón. Giovanni llegaba a identificar esa oscuridad, pero no a erradicarla: un odio sordo hacia los asesinos de Lucius, que su visita a Jerusalén había hecho resurgir.

Después de haber rezado unos veinte minutos, Eleazar hizo una seña a su hija, a Judas y a Giovanni para indicarles que lo siguieran. Subieron una escalera situada a la derecha del muro y desembocaron en una explanada. Iluminados por una luna plateada, dos espléndidos edificios se ofrecían a los ojos maravillados de Giovanni: un gran edificio blanco rodeado de columnas de mármol y otro azulado, de forma octogonal, coronado por una cúpula totalmente dorada. Eleazar señaló a Giovanni el segundo edificio.

—Esa es la Cúpula de la Roca, también llamada mezquita de Umar, por el nombre del califa que decidió construirla justo en el emplazamiento donde la tradición musulmana sitúa el viaje que hizo el Profeta al paraíso de Alá.

Eleazar se volvió hacia el otro lado de la explanada y señaló el edificio blanco.

—Y esa es la mezquita de al-Aqsa. Fue edificada poco tiempo después de que se acabara de construir la Cúpula de la Roca en la época de al-Walid. Tras la reconquista de la Ciudad Santa por parte de los cruzados, hace cinco siglos, la mezquita fue transformada en residencia de los reyes de Jerusalén, para posteriormente volver a convertirse en un lugar de culto musulmán después de la toma de Jerusalén por Saladino, dos siglos más tarde. Esta ciudad es actualmente el lugar de culto más sagrado de los musulmanes después de La Meca y Medina, las ciudades donde vivió el profeta Mahoma.

Other books

What Remains_Reckoning by Kris Norris
Broken Chord by Margaret Moore
Mystery for Megan by Burlingham , Abi;
Crazy Kisses by Tara Janzen
The House on Sunset Lake by Tasmina Perry