Su idioma es incomprensible para Kepler al principio, pero al cabo de unas semanas lo domina lo suficiente como para defenderse en una conversación sencilla. Empieza adquiriendo los nombres, el esto y el aquello del mundo que le rodea y su discurso no es más sutil que el de un niño pequeño.
Crenepos
es mujer.
Mantoac
son los dioses.
Okeepenauk
es una raíz comestible y
tapisco
significa piedra. Teniendo que asimilar tantas palabras al mismo tiempo, no logra detectar ninguna coherencia estructural en la lengua. Al parecer los pronombres no existen como entidades separadas, por ejemplo, sino que forman parte de un complejo sistema de terminaciones verbales que varía de acuerdo con la edad y el sexo del hablante. Ciertas palabras que se usan con frecuencia tienen dos sentidos diametralmente opuestos —arriba y abajo, mediodía y medianoche, infancia y vejez— y hay muchos casos en los que el significado de las palabras cambia según la expresión facial del hablante. Después de dos o tres meses, la lengua de Kepler se va acostumbrando a reproducir los extraños sonidos de este idioma y a medida que la masa de sílabas indiferenciadas empieza a separarse en unidades de sentido más pequeñas y definibles, su oído se vuelve más agudo, más afinado al matiz y la entonación. Curiosamente, empieza a parecerle que oye vestigios de inglés cuando los Humanos hablan, no del inglés que él conoce, exactamente, sino retazos, restos de palabras inglesas, una especie de inglés metamorfoseado que de alguna manera se ha colado en las grietas del otro idioma. Una frase como Tierra de Poca Agua, por ejemplo, se convierte en una sola palabra: Ti-pogu-a. Hombres Salvajes se transforma en Ho-sal y Mundo Llano en algo así como mulla. Al principio, Kepler tiende a descartar estos paralelismos, considerándolos simples coincidencias. Después de todo, los sonidos coinciden parcialmente en distintas lenguas, y se resiste a dejarse arrastrar por su imaginación. Por otra parte, le parece que aproximadamente una de cada siete u ocho palabras del idioma de los Humanos sigue esta regla y cuando se decide a poner a prueba su teoría inventando palabras y diciéndoselas a los Humanos (palabras que no le han enseñado ellos sino que él forma con el mismo método de emparejarlas y descomponerlas), se encuentra con que los Humanos reconocen varias de ellas como propias. Estimulado por este éxito, Kepler comienza a concebir ciertas ideas respecto a los orígenes de esta extraña tribu. A pesar de la leyenda de la luna, piensa que deben ser producto de alguna antigua mezcla de sangre inglesa e india. “Perdidos en los inmensos bosques del Nuevo Mundo —escribía Barber, siguiendo el hilo del razonamiento de Kepler—, tal vez enfrentados a la amenaza de la extinción, era muy posible que un grupo de los primeros colonizadores hubiese solicitado ser admitido en una tribu india para asegurarse la supervivencia frente a las fuerzas hostiles de la naturaleza. Puede que esos indios fuesen los Otros que aparecían en las leyendas que le habían contado, pensó Kepler. De ser así, quizá una parte de ellos se separó del cuerpo principal y se dirigió al Oeste, asentándose finalmente en Utah. Llevando esta hipótesis un paso más allá, argumentó que la historia de sus orígenes probablemente había sido inventada
después
de la llegada a Utah, como una forma de extraer un consuelo espiritual de su decisión de instalarse en un lugar tan árido. Porque en ningún lugar del mundo, pensó Kepler, se parece tanto la tierra a la luna como aquí.”
Hasta que no llega a dominar su idioma, Kepler no entiende por qué le han salvado. El número de Humanos está disminuyendo, le explican, y a menos que puedan empezar a aumentarlo, toda la nación desaparecerá en la nada. A Pensamiento Silencioso, sabio y jefe de la tribu, que les dejó el invierno anterior para vivir solo en el desierto y orar por su salvación, se le reveló en un sueño que un muerto les salvaría. Encontrarían el cuerpo de ese hombre en algún sitio entre los riscos que rodeaban el asentamiento, les dijo, y si le trataban con las medicinas adecuadas, el cuerpo volvería a la vida. Todas estas cosas sucedieron exactamente como Pensamiento Silencioso dijo que sucederían. Kepler fue encontrado, fue resucitado y ahora tiene que convertirse en el padre de una nueva generación. Es el Padre Salvaje que cayó de la luna, el Progenitor de Almas Humanas, el Hombre Espiritual que rescatará a la Gente del olvido.
En este punto, la novela de Barber empieza a fallar de mala manera. Sin el menor escrúpulo de conciencia, Kepler decide quedarse a vivir con los Humanos, renunciando para siempre a la idea de reunirse con su mujer y su hijo. Abandonando el tono preciso e intelectual de las primeras treinta páginas, Barber da rienda suelta a lascivas fantasías en largos y floridos pasajes, fruto de la desbocada lujuria masturbatoria de un adolescente. Las mujeres no parecen indias norteamericanas sino juguetes sexuales polinesios, hermosas doncellas de senos desnudos que se entregan a Kepler con alegre abandono. Es pura invención: una sociedad de inocencia paradisíaca poblada por nobles salvajes que viven en completa armonía con los demás y con el mundo. Kepler no tarda mucho en comprender que la forma de vida de ellos es muy superior a la suya. Se sacude las ataduras de la civilización decimonónica y entra en la edad de piedra, uniendo su suerte a la de los Humanos alegremente.
El primer capítulo acaba con el nacimiento del primer hijo de Kepler, y cuando comienza el segundo han transcurrido quince años. Estamos de nuevo en Long Island, presenciando el funeral de la esposa de Kepler desde el punto de vista del joven John Kepler, que tiene ahora dieciocho años. Decidido a descubrir el misterio de la desaparición de su padre, el muchacho parte a la mañana siguiente de acuerdo con la más pura tradición épica, resuelto a dedicar el resto de su vida a esta búsqueda. Viaja por Utah, recorriendo los territorios desiertos durante año y medio en busca de pistas. Con milagrosa buena suerte (que Barber no hace verosímil), finalmente tropieza con el asentamiento de los Humanos. Nunca se le había ocurrido que su padre pudiera estar vivo aún, pero hete aquí que cuando le presentan al barbudo jefe y salvador de esta pequeña tribu, que ahora consta de casi cien almas, reconoce en él a John Kepler. Atónito, le suelta que él es el hijo que perdió hace mucho tiempo, pero Kepler, tranquilo e impasible, finge no entenderle.
—Soy un espíritu que vino aquí desde la luna —le dice— y estas personas son la única familia que he tenido. Nos complacerá darle comida y techo por esta noche, pero mañana por la mañana debe marcharse y seguir su viaje.
Destrozado por este rechazo, el hijo piensa en la venganza, y a media noche se levanta de la cama, se acerca subrepticiamente a Kepler mientras éste duerme y le clava un puñal en el corazón. Antes de que puedan dar la alarma, huye en la oscuridad y desaparece.
Hay un único testigo del crimen, un muchacho de doce años llamado Jocomin (Ojos Salvajes), que es el hijo predilecto de Kepler entre los Humanos. Jocomin persigue tres días y tres noches al asesino, pero no lo encuentra. La mañana del cuarto día sube a lo alto de una meseta para dominar el terreno que le rodea y allí, unos minutos después de perder las esperanzas, se encuentra a Pensamiento Silencioso, ni más ni menos, el anciano brujo que dejó la tribu años atrás para vivir como un ermitaño en el desierto. Pensamiento Silencioso adopta a Jocomin y poco a poco le va iniciando en los misterios de su arte, preparando al muchacho durante largos y difíciles años para que adquiera los poderes mágicos de las Doce Transformaciones. Jocomin es un discípulo aplicado y capaz. No sólo aprende a curar a los enfermos y a comunicarse con los dioses, sino que, después de siete años de constante trabajo, finalmente penetra en el secreto de la Primera Transformación y domina las fuerzas de su cuerpo y de su mente hasta tal punto que puede convertirse en un lagarto. Las otras transformaciones se producen en rápida sucesión: se convierte en una golondrina, un halcón, un buitre; se convierte en una piedra y en un cactus; se convierte en un topo, un conejo y un saltamontes; se convierte en mariposa y en serpiente; y luego, por último, logrando la más difícil de las transformaciones, se convierte en un coyote. Han pasado ya nueve años desde que Jocomin vino a vivir con Pensamiento Silencioso. Después de haberle enseñado a su hijo adoptivo todo lo que sabe, el viejo le dice a Jocomin que le ha llegado la hora de morir. Sin pronunciar una palabra más, se envuelve en su capa ceremonial y ayuna durante tres días, en cuyo momento su espíritu sale volando de su cuerpo y viaja a la luna, el lugar donde moran las almas de los Humanos después de su muerte.
Jocomin regresa al asentamiento y vive allí como jefe durante algunos años. Pero han llegado tiempos duros para los Humanos, y cuando la sequía da paso a la peste y la peste da paso a la discordia, Jocomin tiene un sueño en el que se le revela que la felicidad no volverá a la tribu hasta que la muerte de su padre sea vengada. Después de consultar con el consejo de ancianos al día siguiente, Jocomin deja a los Humanos y viaja al Este, adentrándose en el mundo de los Hombres Salvajes para buscar a John Kepler hijo. Adopta el nombre de Jack Moon y atraviesa el país trabajando allí por donde pasa. Al fin llega a Nueva York, donde encuentra trabajo en una empresa constructora especializada en rascacielos. Llega a ser miembro de la cuadrilla que trabaja en los niveles más altos en la construcción del edificio Woolworth, una maravilla arquitectónica que sería la estructura más alta del mundo durante casi veinte años. Jack Moon es un obrero extraordinario, que no teme ni a las más escalofriantes alturas, y enseguida se gana el respeto de sus compañeros. Fuera de su trabajo, sin embargo, está siempre solo y no hace amigos. Dedica todo su tiempo libre a averiguar el paradero de su hermanastro, tarea que le lleva casi dos años. John Kepler se ha convertido en un próspero hombre de negocios. Vive en una mansión en la calle Pierrepont, en Brooklyn Heights, con su esposa y su hijo de seis años, y todas las mañanas va a su trabajo en un largo coche negro conducido por un chófer. Jack Moon vigila la casa durante varias semanas, al principio con la intención de matar a Kepler pura y simplemente, pero luego decide que puede llevar a cabo una venganza más adecuada raptando al hijo de Kepler y llevándoselo a la tierra de los Humanos. Así lo hace sin ser descubierto, arrancando al niño de la mano de su niñera una tarde, a plena luz del día, y en ese punto se cierra el cuarto capitulo de la novela de Barber.
De vuelta en Utah con el chico (que mientras tanto le ha cogido un gran cariño), Jocomin descubre que todo ha cambiado. Los Humanos han desaparecido y en sus casas vacías no hay ni rastro de vida. Los busca por todas partes durante seis meses, pero sin resultado. Al fin, comprendiendo que su sueño le ha traicionado, acepta el hecho de que toda su gente ha muerto. Con el corazón apesadumbrado, decide quedarse allí y cuidar del chico como si fuera su hijo, esperando siempre que se produzca un milagro de regeneración. Le pone al niño el nombre de Numa (Hombre Nuevo) y trata de no desanimarse. Pasan siete años. Le transmite a su hijo adoptivo los secretos que le enseñó Pensamiento Silencioso y luego, pasados otros tres años de constante esfuerzo, logra realizar la Decimotercera Transformación. Jocomm se transforma en mujer, una mujer joven y fértil que seduce al adolescente de dieciséis años. Al cabo de nueve meses nacen gemelos, un niño y una niña, y a partir de esos dos niños, los Humanos volverán a poblar la tierra.
La acción se traslada otra vez a Nueva York, donde encontramos a John Kepler, buscando desesperadamente a su hijo. Una pista tras otra le conducen a un callejón sin salida, hasta que un día, por pura casualidad —todo en la novela de Barber ocurre por casualidad—, descubre el rastro de Jack Moon; poco a poco empieza a juntar las piezas del rompecabezas y comprende que su hijo le fue arrebatado a causa de lo que él le hizo a su padre. No tiene otra elección que volver a Utah. Kepler tiene ya cuarenta años y las penalidades del viaje por el desierto le suponen un gran esfuerzo, pero sigue adelante tenazmente, horrorizado ante la idea de regresar al lugar donde mató a su padre veinte años antes pero sabiendo que no le queda otro remedio, que ése es el lugar donde encontrará a su hijo. Una luna llena acentúa el efecto dramático de la última escena. Kepler ha llegado ya cerca del asentamiento de los Humanos y ha acampado en los riscos para pasar la noche. Sostiene un rifle entre las manos y está alerta a cualquier señal de actividad. En unas rocas próximas, a menos de quince metros de él, ve de repente un coyote cuya silueta se recorta contra la luna. Temeroso de todo en ese remoto y desolado territorio, Kepler apunta con su rifle al animal impulsivamente y aprieta el gatillo.
El coyote muere al primer disparo y Kepler no puede evitar felicitarse de su puntería. Lo que no sabe, naturalmente, es que ha matado a su propio hijo. Antes de que tenga tiempo de levantarse y acercarse al animal derribado, otros tres coyotes saltan sobre él en la oscuridad. Incapaz de defenderse de este ataque, es devorado en cuestión de minutos.
Así acaba
La sangre de Kepler
, el único intento de Barber de escribir un relato de ficción. Teniendo en cuenta la edad que tenía cuando lo escribió, sería injusto juzgar su esfuerzo con demasiada dureza. Pese a sus muchas insuficiencias y excesos, para mí el libro es valioso como documento psicológico y, más que ninguna otra prueba, demuestra cómo manejó Barber los dramas internos de su infancia y adolescencia. No quiere aceptar el hecho de que su padre ha muerto (de ahí que los Humanos salven a Kepler); pero si su padre no ha muerto, entonces no hay disculpa para que no haya regresado con su familia (de ahí el cuchillo que el hijo clava en el corazón de su padre). No obstante, la idea de ese asesinato es demasiado horrible para no inspirar repulsión. Cualquiera que sea capaz de concebir semejante idea debe ser castigado, y eso es exactamente lo que le ocurre a Kepler hijo, cuya muerte es peor que la de ningún otro personaje del libro. Todo el relato es una compleja danza de culpa y deseo. El deseo se transforma en culpa y luego, como la culpa es intolerable, se convierte en un deseo de expiación, de someterse a una forma de justicia cruel e inexorable. No fue casualidad, creo yo, que en su actividad académica Barber se dedicase a explorar muchos de los mismos temas que aparecen en
La sangre de Kepler
. Los colonos perdidos de Roanoke, los relatos de hombres blancos que vivieron entre los indios, la mitología del Oeste americano, ésos eran los temas que Barber trató como historiador y, al margen de lo escrupuloso y profesional que fuese en su tratamiento, siempre hubo una motivación personal en su trabajo, una secreta convicción de que en cierto modo estaba investigando los misterios de su propia vida.