Read El planeta misterioso Online
Authors: Greg Bear
Fue hacia el cuerpo del tallador de sangre, que yacía en un montón desmadejado rodeado de huellas de botas. Había algo en él que le inquietó, pero no disponía de mucho tiempo.
Obi-Wan empezaba a incorporarse cuando un caza estelar cayó del cielo para iluminar el paisaje devastado con sus cañones láser. Obi-Wan desvió dos de los haces con su hoja, pero la potencia del impacto estuvo a punto de arrancarle la espada de luz de las manos. Un tercer haz deslizó su intenso palpitar rojo junto a él y dio de lleno en el cuerpo del tallador de sangre.
Ke Daiv recibió su cremación ritual allí mismo.
El segundo caza estelar se unió al primero, describiendo una gran curva en el cielo.
Surgido de la nada tan súbitamente como si acabara de escurrirse por entre velos de estrellas, el viejo YT-1150 de Charza Kwinn pasó zumbando estridentemente sobre la pista, con sus cañones escupiendo veloces ráfagas que hicieron pedazos a los dos cazas estelares antes de que pudiera ocurrírseles iniciar un viraje. Sus restos humeantes chocaron con la ladera de la montaña e iniciaron una estruendosa avalancha que se derramó sobre las ruinas del palacio. Los peñascos rodaron a través del campo, enormes e implacables, peores que cualquier falange de guerreros.
Obi-Wan alzó su hoja y la hizo girar sobre su cabeza como si fuese un faro.
El
Flor del Mar Estelar
ejecutó un vertiginoso rizo y retrocedió, deslizándose como una hoja caída a escasos metros por encima de la devastadora corriente humeante de roca y polvo. Su rampa de carga bajó como una mandíbula. Obi-Wan saltó por encima del borde de la rampa, y la nave se lo llevó justo cuando la montaña reclamaba los últimos metros de la pista de descenso.
Obi-Wan chapoteó por los corredores empapados hasta llegar a la cabina del piloto. Los parientes-comida se apresuraron a apartarse de su camino entre chasquidos de excitación.
—Tienen a tu padawan —siseó Charza Kwinn, doblándose hacia atrás para mirar al Jedi—. Siéntate y ponte el arnés.
A
nakin tenía la sensación de haber sido engullido vivo. Se acurrucó junto a su nave y, poniendo la mano encima del fuselaje, la sintió temblar debajo del arnés de captura. Encorvando los hombros, controló su respiración entrecortada e intentó trazar un plan, cualquier plan, para recuperar el control de su vida.
No podía quitarse de la cabeza la visión del tallador de sangre agonizante. Disparar haces láser contra unos androides no lo había preparado para su primera aniquilación personal, y la manera en que la había llevado a cabo...
Anakin gimió. Los cuatro guardias del hangar se volvieron hacia él al oír el sonido, se encogieron de hombros y apartaron la mirada. Un muchacho asustado, nada más.
Jabitha apareció junto a él. Anakin alzó los ojos y parpadeó. La imagen volvió a cambiar y Jabitha se convirtió en Vergere primero, y en el magister después. Anakin se levantó y fue lentamente hacia la proa de su nave. No estaba muy seguro de poder soportar nuevas ilusiones de Sekot.
—Están intentando destruir los asentamientos —dijo Sekot, pareciendo arrodillarse junto a él—. No puedo permitir que esto se prolongue mucho más tiempo.
— ¿Qué puedes hacer? —preguntó Anakin sin levantar la voz.
—El magister se preparó para esto, pero nunca hemos... —Sekot pareció quedarse sin palabras—. ¿Practicado? Nunca hemos hecho un ejercicio probándolo todo simultáneamente a la vez.
— ¿Probado qué?
Sekot miró hacia adelante.
—Los motores, los núcleos de hiperimpulsión.
— ¿Me estás diciendo que todos vais a escapar a bordo de grandes naves?
—Haremos lo que sea necesario hacer para sobrevivir. ¿Sabes dónde estás?
—En un sembrador de minas celestes. Me han hecho prisionero —dijo Anakin.
—Estás en órbita a mi alrededor. Formas parte de la flota que quizá no tarde en tener que destruir. Lamentaría hacerte daño.
— ¿Puedes hacer eso? ¿Puedes destruir todas esas naves?
—Es posible que pueda hacerlo. Estoy intentando no ser excesivamente destructivo cuando actúo, pero el magister no tuvo tiempo de enseñarme nada. No sé qué somos capaces de llegar a hacer los colonizadores y yo trabajando juntos.
— ¿Mataste a algún Extranjero Lejano?
—Debo de haberlo hecho —dijo Sekot.
— ¿Y esto sería diferente para ti? —preguntó Anakin.
Sin que supiera por qué, aquello le parecía importante.
—No lo sé. Cada experiencia es nueva. No me conozco muy bien a mí mismo. Acabo de cobrar conciencia de cuánta muerte hay en mis propias partes, de cómo compiten unas con otras y mantienen un equilibrio de ser y terminar, aparecer y esfumarse. La muerte y el nacimiento están presentes simultáneamente en toda mi superficie. Me pregunto si eso me disgusta. Cuando las partes de tu cuerpo matan a organismos invasores, ¿te das cuenta de que los están matando?
—No —dijo Anakin.
Algunos maestros eran plenamente conscientes de la presencia de los diminutos seres vivos que moraban dentro de sus cuerpos. A los padawans rara vez se les enseñaban aquellas habilidades, ya que podían distraerlos.
Un guardia fue hacia él para ver que estaba haciendo.
— ¿Con quién hablas? —preguntó, contemplando a la nave atrapada debajo de su arnés.
—Con el planeta —dijo Anakin—. Se está preparando para borraros del cielo.
El guardia sonrió.
—Zonama Sekot es una jungla, un mundo primitivo —dijo—. He oído comentar que están ofreciendo una buena resistencia, pero no es nada que no podamos aplastar.
Anakin frunció los labios. El guardia no pudo sostener la penetrante mirada del muchacho. Dio un paso atrás y después volvió a su puesto meneando la cabeza.
Sekot volvió a aparecer.
—Ojalá hubiese otra manera. No quiero hacerte ningún daño —dijo.
—Debes defenderte.
—Desearía que hubiera más tiempo.
Anakin se estremeció.
—Yo también —dijo.
Había llegado el momento de aquietar su torbellino interior y prepararse para emprender el último viaje, para la muerte de un aprendiz Jedi.
E
Tarkin irradiaba orgullo.
—Creían que podrían mantener ocultos sus secretos —le dijo a Sienar mientras salían del turboascensor que llevaba al puente.
El capitán del sembrador de minas, un hombre desaliñado de cabellos amarillo sucio y edad ya muy avanzada, recibió una mirada de desdén de Tarkin y se apresuró a buscar refugio en un rincón para no interponerse en el camino del comandante de la flota.
—Las fuerzas de la República necesitan una manicura y un buen corte de pelo —le murmuró Tarkin a Sienar, en una exhibición donde había tanto buen humor como determinación—. Y después de este éxito, yo seré el barbero, Raith.
—Y yo barreré el suelo en cuanto hayas terminado —dijo Raith con voz átona.
Tarkin soltó una risita.
—Mi éxito también beneficiará a todos los que me rodean, incluida esa cutícula que intenta esconderse de sus superiores —dijo—. Estoy impaciente por volver al
Einem
y terminar nuestro trabajo.
—Podríamos irnos después de haberles hecho esta advertencia y permitir que siguieran viviendo, como una especie de recurso a investigar en el futuro —sugirió Sienar sin demasiada convicción—. Dudo que vayan a ir a ningún sitio.
Tarkin no le contestó. Mirando hacia abajo por el gran ventanal del capitán, contempló el hemisferio sur cubierto de nubes y, por encima del ecuador, la batalla que aún se estaba librando entre las defensas del planeta y los cazas estelares androides. Los chispazos y resplandores de las andanadas láser y la jungla en llamas iluminaban el planeta oscurecido por la noche más allá de la banda naranja y gris del terminador.
Tarkin no quedó muy complacido con lo que vio.
—Todavía resisten.
—Estás infligiendo un severo castigo a sus defensas.
Otros resplandores destellaban en la oscuridad y Sienar, menos arrogante y no tan satisfecho de sí mismo, siguió sus contornos con interés. Lo que parecían hileras de rayos ribeteaban rectángulos orientados longitudinalmente de varios centenares de kilómetros de longitud. Algún cambio de grandes dimensiones estaba perturbando la atmósfera.
Y Sienar dudaba de que los cazas estelares pudieran ser considerados responsables de aquello.
— ¿Cuánto falta para que nos reunamos con el
Einem
? —le preguntó Tarkin al capitán, que seguía escondido entre las sombras.
—Quince minutos, comandante —contestó el capitán con un graznido.
—Anticuado —murmuró Tarkin con visible disgusto—. Ya va siendo hora de abrir paso a lo nuevo y lo joven. —Se volvió hacia el turboascensor—. Vayamos a hablar con el muchacho antes de que atraquemos.
N
o sé en qué estado se encuentra —le dijo Obi-Wan a Charza Kwinn mientras el
Flor del Mar Estelar
continuaba ascendiendo a través de la atmósfera. El cielo se oscureció y el tenue sonido de la atmósfera en movimiento fue disminuyendo más allá del ventanal—. Creo que se ha encogido hacía dentro, llevándose consigo todos sus signos a medida que se retiraba.
—Pero estás seguro de que todavía vive, ¿no? —preguntó Charza Kwinn.
—Fue capturado junto con la nave. Lo mantendrán vivo para mantener con vida a la nave.
—No puedo creer que la República haya sido capaz de atacar este planeta—dijo Charza.
Los parientes-comida se desplegaron sobre los instrumentos con los ojos extendidos al máximo, alertas y preparados para entrar en acción.
—Sospecho que ha habido cierta confusión durante el proceso de asimilación —dijo Obi-Wan—. Algunos elementos ambiciosos y carentes de escrúpulos la están aprovechando.
—Has jurado proteger a la República —dijo Charza—. ¿Puedes enfrentarte a ellos?
—He jurado proteger a mi padawan —dijo Obi-Wan.
Era una ley más profunda y una tradición mucho más antigua, pero aun así la pregunta de Charza había dado justo en el blanco. Obi-Wan estaba muy lejos de Coruscant, y no podía saber qué decisiones se habían tomado allí.
Charza se adelantó a sus pensamientos.
—Ellos nunca permitirían la destrucción de un mundo indefenso —dijo—. Ese tipo de decisiones se parecen más a lo que la Federación de Comercio ha estado haciendo últimamente, ¿no? Y si saben que el muchacho es un Jedi...
—No importa —murmuró Obi-Wan—. Estamos siendo objeto de un ataque ilegal. Rescataremos al muchacho.
«Y que el Senado se encargue de aclararlo todo cuando volvamos a Coruscant...»
—Ya he trazado una órbita —dijo Charza, y le mostró a Obi-Wan la órbita proyectada y el punto de cita—. El sembrador de minas será más vulnerable justo antes de atracar. Esos viejos y enormes navíos de control tienen muy mala vista por encima y por debajo. Llegaré por debajo del punto ciego inferior, me pegaré a la parte inferior del sembrador de minas, allí donde su casco es más delgado, y probaré un nuevo juguete.
Charza emitió una especie de ruidoso chapoteo para mostrar su diversión.
— ¿Qué clase de juguete?—preguntó Obi-Wan.
—El juguete ideal para una era de piratas —dijo Charza—. He de hacer planes por si se diera el caso de que los Jedi dejaran de necesitar mis servicios, ¿no?
Obi-Wan se cruzó de brazos. El recuerdo del tallador de sangre y la forma en que había muerto seguía llenándolo de horror. «Anakin ha obtenido su primera victoria en un combate directo. Sé que actuó en defensa propia. Lo hizo sin una espada de luz, contra un enemigo mucho más poderoso. Teniendo en cuenta todo eso, ¿por qué tengo la sensación de que algo ha ido espantosamente mal?»
—
E
stoy muy impresionado —le dijo Tarkin a Anakin Skywalker mientras la nave sekotana era izada sobre las puertas cerradas del hangar, que habían pasado a servir como suelo de éste. Las hileras de bastidores de minas celestes vacíos que se alejaban hacia arriba extendiéndose por los cuatro lados tintineaban con la vibración del viejo navío—. ¿Tú creaste esto?
Anakin permaneció inmóvil con la cabeza inclinada y no dijo nada. Podía sentir la mente de su nave, en silencio, a la expectativa. Como él.
Raith Sienar trepó por el arnés y anduvo lentamente alrededor de la parte superior de la nave, arrodillándose en un momento dado para examinar su casco con un instrumento especial.
—Muy sana —declaró finalmente.
«El más alto, Sienar, es más inteligente —pensó Anakin—. El más bajo es muy poderoso y tiene muchos recursos, y no he conocido hombre más implacable que él.» La voz más anciana había vuelto a hablar. Anakin comprendió que en su situación actual, sin ninguna posibilidad real de rescate, tendría que escuchar con gran atención a esa voz para poder sobrevivir. Y sobreviviría, al precio que fuese. Por mucho que su carrera como Jedi hubiese terminado, aún había demasiados asuntos pendientes en su vida.
No creía que fueran a devolverlo al Templo.
«No creas nada de lo que digan, Para ellos sólo eres una parte más de la nave.»
— ¿Estas naves son tan especiales como afirman los rumores? —preguntó Tarkin tan afablemente como si estuviera conversando con algún amigo.
—No he tenido ocasión de ponerla a prueba —dijo Anakin—. Atacasteis el planeta y faltó poco para que nos matarais a todos.
—Lamento que hayas tenido que pasar por esa experiencia —dijo Tarkin, concentrando su atención en el muchacho—. A veces la estrategia puede ser un amo muy duro, como cualquier Jedi debería entender. Protegemos los intereses más grandes, y a veces debemos hacerlo a expensas de los pequeños.
—Zonama Sekot no
os
había hecho ningún daño —dijo Anakin.
—No respondió a nuestra autoridad, y vivimos tiempos difíciles —dijo Tarkin. El muchacho era interesante. Tenía carácter, y mucha más personalidad de lo que se habría podido esperar en alguien de su edad—. ¿Mataste al tallador de sangre?
—Se llamaba Ke Daiv —dijo Anakin—. Lo maté después de que amenazara a Jabitha.
—Comprendo. O no entendió nuestras órdenes, o las interpretó de una manera muy equivocada. Bueno, nunca se puede confiar en los de su especie, ¿verdad? Prefiero tratar con los humanos. Tú también lo prefieres, ¿no?
Anakin no respondió.
—Háblame de tu nave. En cuanto hayamos regresado a Coruscant dejaremos que sigas al mando de ella, naturalmente, y permitiremos que la pilotes.