El planeta misterioso (39 page)

BOOK: El planeta misterioso
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Cazas estelares surgieron de detrás de una cadena de colinas y se desplegaron en una V detrás de ellos. Anakin aceleró y bajó hasta el nivel del tampasi, tal como había hecho antes cuando Ke Daiv iba sentado junto a él.

Los cazas estelares los siguieron, serpenteando por entre los boras más altos.

—Ahí está —dijo Anakin.

El dosel que ocultaba el valle-fábrica se había encogido bruscamente sobre sí mismo, dejando al descubierto el suelo de basalto y revelando los pilares de piedra que sobresalían de él como enormes clavijas.

Por encima del valle, el cielo continuaba hirviendo con la encarnizada batalla entre las defensas sekotanas y todavía más cazas estelares.

—Desde aquí arriba parece muy angosto —dijo Obi-Wan.

—Lo es —dijo Anakin.

Obi-Wan siguió los movimientos de las naves sekotanas que defendían el planeta. Las había en una asombrosa variedad, ninguna de más de sesenta o setenta metros en cualquier dimensión, y ninguna tan esbelta o veloz como la suya. Pero todas perseguían a los cazas estelares con impresionante determinación, atrapándolos entre mandíbulas implacables para llevarlos hacia el tampasi, o al suelo del valle, donde estallaban en intensos destellos rojos y lluvias de restos metálicos. Naves más pequeñas acababan con las minas celestes por el expeditivo método de embestirlas.

—No tienen piloto —dijo Obi-Wan.

—Creo que Sekot es el piloto. Las está controlando a todas.

Obi-Wan aún estaba intentando digerir la idea de una mente a escala planetaria, pero no dudó de su padawan.

—No va a ser nada fácil —dijo Anakin—. Con cualquier otra nave estaríamos perdidos.

—Se están disponiendo en una gran formación a lo largo del valle —observó Obi-Wan—. Disponemos de unos tres minutos antes de llegar al final.

De pronto se encontró accediendo a toda una serie de ojos distintos, y pareció volar a lo largo de las paredes del valle muy por delante de ellos, viendo las formaciones de las naves enemigas con mucho más detalle. El tampasi le estaba proporcionando sus propios datos sensoriales a su nave, y la nave iba traduciéndolos para sus ocupantes humanos.

— ¿Verdad que es preciosa? —murmuró Anakin.

—Nos está mostrando que no tenemos ninguna posibilidad —observó Obi-Wan—. Más cazas estelares desde la órbita, y más sembradores de minas...

— ¡Nunca te des por vencido! —le recordó Anakin a su maestro.

Columnas de intensa luz se elevaron hacia el ciclo, tres al norte y una al sur. La atmósfera
del
valle palpitó bajo una inmensa ola de presión. Los cazas estelares que tenían encima fueron lanzados a la estratosfera y removidos como por una pala gigante. Su nave logró mantener el curso porque estaba volando a escasos metros del suelo del valle.

El terminador entre el día y la noche estaba yendo hacia ellos, iluminando una pared del valle con lo que, en otras circunstancias, hubiese sido un hermoso amanecer amarillo. Las nubes se apresuraban a llenar el vacío que la ola de presión iba dejando tras de sí a medida que se alejaba, y un instante después ellas también se encontraron bajo el resplandor del alba, que las pintó con una increíble aura dorada y púrpura.

Pero hacia el norte, el amanecer se vio interrumpido por lo que al principio parecían grandes cimas que estaban brotando de la corteza planetaria. No obstante, eran demasiado regulares y lisas para ser montañas.

Eran alguna clase de tubos de escape, y tanto Anakin como Obi-Wan los encontraron extrañamente familiares.

—La nave dice que si no queremos ir con ellos, más vale que salgamos de aquí —dijo Anakin—. Dice que deberíamos encontrar alguna manera de entrar en una órbita solar... y pronto.

Usando todas las nuevas fuentes de visión, Obi-Wan examinó aquellos tubos desde muchos ángulos. «Son guías de campo hiperimpulsor... ¡y miden más de trescientos kilómetros de alto! Y los haces de luz... son los conos plasmáticos de motores. Unos motores realmente inmensos...»

Miró a su padawan por encima de la consola.

Otra ola de presión recorrió el valle e hizo temblar la nave. Los boras que crecían a lo largo del borde estaban siendo arrancados de cuajo y eran lanzados al fondo del valle.

—Esto es una locura —dijo Obi-Wan—. No sabemos adónde irán.

—O si pueden sobrevivir —dijo Anakin.

—Prefiero que nos juguemos la vida ahí arriba.

Los cazas estelares habían quedado sumidos en la confusión, con sus sensores cegados por los súbitos haces de luz que se alzaban más allá del valle. El suelo del valle se llenó de grietas, y el magma rezumó lánguidamente por ellas. La potencia de los nuevos e inmensos motores estaba sometiendo a una dura prueba a toda la corteza planetaria.

—Tendremos que maniobrar a través de un montón de minas —dijo Anakin.

—Hazlo.

Obi-Wan frunció el ceño en un esfuerzo de concentración, tratando de ver hacía dónde se dirigían todos los caminos y cuál era el punto en el que su diminuto sendero podía converger con acontecimientos mucho más importantes en el futuro inmediato. Pero nada estaba claro.

Anakin elevó la nave sekotana por encima de las paredes del valle en el mismo instante en que otro embudo de resplandor insoportable abría un agujero en la atmósfera cien kilómetros al norte de ellos, incinerando todo lo que encontraba en su trayectoria, tanto amigo como enemigo. La luz pareció florecer en su base y después se oscureció hasta volverse de un naranja humeante y se extinguió, y un muro de escombros se extendió hacia fuera. Si aquello era un motor acababa de fallar, pero les había abierto un camino al espacio.

Anakin apretó los dientes, esperando que la muerte le sobreviniese en cualquier momento...

— ¡Nunca te des por vencido! —le recordó Obi-Wan.

...y los llevó a través de una atmósfera en ebullición, a través de fragmentos de motor hecho pedazos y guirnaldas de combustible inflamado.

Las estrellas brillaban en un punto negro al final del túnel de aire ionizado. El punto negro se encogía rápidamente.

La pequeña nave salió de la atmósfera y subió con increíble celeridad por el espacio, alcanzando la velocidad orbital en cuestión de segundos. Los cazas estelares acudieron de todas partes para perseguirla.

El YT-1150 de Charza Kwinn apareció por detrás de ellos. Charza los había seguido hasta el suelo del valle, pero no podía ir tan deprisa como ellos, por lo que se quedó atrás y les quitó de encima a las naves androides, describiendo espirales que lo llevaban cada vez más y más arriba hasta que finalmente entró en órbita. Cuando lo perdieron de vista, se estaba enfrentando a un navío defensivo de escolta.

Y entonces un haz concentrado de fuego turboláser expertamente dirigido surgió del
Mercader Einem del Borde,
apenas visible por encima de la curvatura de Zonama Sekot. El disparo les dio en el flanco y los dejó cegados durante un momento, friendo un lóbulo.

Anakin sintió la estridente señal de dolor de la nave, aquel extraño grito inaudible que hacía vibrar los huesos.

Obi-Wan miró atrás usando los sentidos que todavía les proporcionaba Sekot, y vio cómo los motores cobraban vida entre fogonazos a través del hemisferio norte del planeta y sus intensos conos de plasma empujaban lenta y majestuosamente a Zonama Sekot hasta sacarlo de su órbita. Todas las naves renegadas que flotaban alrededor del planeta tuvieron que huir a toda prisa para apartarse de los fogonazos y del nuevo vector que el planeta había empezado a seguir a través del espacio.

Zonama Sekot nunca había sido más hermoso. Relucía sobre el telón de fondo de la rueda de fuego y los lejanos telones ondulantes de las estrellas. Sus nubes y su vasto tampasi desaparecieron bajo el manto de un amanecer que no podía competir con las energías generadas por Sekot.

— ¡Se está yendo! —gritó Obi-Wan, extendiendo el brazo para agarrarse a algo en una reacción instintiva completamente fútil.

Todas las estrellas que había alrededor de la circunferencia del planeta parecieron ser aspiradas hacia el interior de ella para luego ser bruscamente escupidas. Obi-Wan sintió un enorme vacío en el tiempo y el espacio bajo la forma de una extraña tensión en el estómago, algo que no se parecía a nada de cuanto hubiera experimentado jamás.

Perdió sus sentidos extra, su conexión con Sekot. El único y fugaz vestigio que quedó de ella fue una breve despedida, el último roce de un zarcillo extendido a través de una inmensa distancia, viejo y joven a la vez.

Anakin seguía absorto en el dolor de su nave. Detrás de ellos, la confusa flota de Tarkin se dispersaba como bajo un gran vendaval. Todas las órbitas de las naves habían cambiado inesperadamente, y los sistemas de navegación no podían compensar aquella brusca variación. Las minas chocaron con minas y cazas estelares, las naves de suministro se estrellaron contra los escoltas defensivos y, finalmente, dos escoltas embistieron al
Mercader Einem del Borde.

Aquello no era de su incumbencia. Anakin sabía que disponían de muy poco tiempo para ir adonde necesitaban ir. «Llévanos allí», le dijo a su nave.

El muchacho entró en un estado en el que entendía los misterios de los espacios superiores. La vastedad del universo ya no le asustaba. La nave lo anclaba a su realidad. Incluso en su dolor, le estaba enseñando cómo viajar por las dimensiones más difíciles.

Y Anakin, a su vez, cedió a la nave las considerables habilidades que poseía.

Juntos, nave y muchacho, se transportaron al hiperespacio y huyeron del sistema estelar triple que había contenido la promesa secreta de Zonama Sekot.

Nunca había existido una nave más veloz que aquélla.

66

O
bi-Wan durmió. El agotamiento había acabado pasándole factura, y el sueño llegó sin que se diera cuenta. Despertó unas horas después y vio que Anakin también dormía, los brazos aún hundidos en la consola. Los ojos del muchacho se movían de un lado a otro. Estaba soñando.

Obi-Wan acarició suavemente a la nave.

—Cualquier amigo de Anakin Skywalker es amigo mío —murmuro.

La consola onduló bajo sus dedos. Una lectura de los sistemas vitales de la nave apareció ante él. La nave estaba dando todo aquello de que disponía para llevarlos al sitio al que querían ir, pero eso no iba a bastar. Las heridas que había sufrido eran demasiado graves.

Obi-Wan se inclinó hacia adelante.

—Hay otra estación —dijo.

Era un puesto de emergencia, un estéril mundo rocoso miles de parsecs más próximo que Coruscant, usado ocasionalmente por los Jedi y sólo conocido por ellos, y por lo demás casi desierto. Obi-Wan sólo había estado allí en una ocasión, después de una aventura particularmente extenuante con Qui-Gon.

La nave aceptó sus coordenadas. Una nueva lectura le confirmó que podía llegar a aquel destino.

—Y cuando puedas, envía un mensaje al Templo —dijo Obi-Wan, proporcionándole las frecuencias del transductor—. Alguien debería ir a nuestro encuentro en el puesto avanzado. Mace Windu, o Thracia Cho Leem. O ambos. Es muy importante que mi padawan sea asistido por otro maestro después de su terrible prueba.

Anakin despertó y parpadeó como un búho bajo las suaves luces de la cabina.

—Estabas soñando —dijo Obi-Wan.

—Yo no, la nave —dijo Anakin—. O quizá soñábamos juntos. Recorríamos la galaxia viendo cosas maravillosas. El mero hecho de ser tan libre era tan delicioso... Y tú estabas allí con nosotros. Creo que también lo pasabas bien.

Anakin extendió la mano con los dedos separados y Obi-Wan la recibió con la suya. Unos años más y el muchacho ya habría crecido.

«Y no sólo en estatura...»

—Voy a ponerle nombre —dijo Anakin, desviando la mirada.

— ¿Cuál?

—La llamaré
Jabitha.

Obi-Wan sonrió.

—Es un nombre bonito, ¿verdad?

—Lo es.

— ¿Crees que aún viven?

—No lo sé —dijo Obi-Wan.

—Quizá se han esfumado y nadie volverá a verlos jamás.

—Quizá.

Anakin tuvo que hacer un gran esfuerzo para formular su siguiente pregunta.

—Nuestra nave se está muriendo, ¿verdad?

—Sí.

Anakin miró hacia adelante con el rostro inexpresivo.

«El muchacho pierde todo lo que ama, y aun así sigue siendo fuerte.»

—Vergere... —empezó a decir Anakin.

—Cuéntame algo más sobre lo que dijo Vergere.

—Haré que la... Haré que
Jabitha
te muestre todo el mensaje.

Vergere volvió a aparecer en la cabina, con las plumas de la cabeza en desorden y los ojos rasgados llenos de cauteloso recelo, para comunicar sus descubrimientos a cualquier Jedi que pudiera seguir sus pasos.

67

L
a
Jabitha
yacía en un frío hangar prefabricado en el puesto avanzado del planeta Seline. La piel de la nave sekotana estaba perdiendo rápidamente su color e iridiscencia.

Anakin estaba sentado en un banco delante de la nave, con el mentón apoyado en las manos. Fuera, los vientos aullaban y las espículas de hielo se hacían pedazos contra la delgada piel metálica del hangar con un áspero repiqueteo.

Anakin intentó imaginarse a la
Jabitha
en su lugar de nacimiento lleno de calor, vida y belleza tropical, de vuelta con su familia... dondequiera que pudiesen estar.

Seline no era el sitio más adecuado para que una nave sekotana muriera.

Obi-Wan y Thracia Cho Leem entraron en el hangar. Thracia se quitó la ropa de abrigo. Anakin alzó la cabeza, y después volvió a posar la mirada en la nave.

Thracia fue hacía el muchacho.

— ¿Ya no eres tan joven, Anakin Skywalker? —preguntó, sentándose en el banco junto a él mientras el muchacho se apartaba unos centímetros para hacerle sitio a la pequeña Jedi.

Anakin no respondió.

—Has aprendido algunas verdades muy duras, joven Jedi. No basta con el poder, y ni siquiera la disciplina es suficiente. Llegar a conocerse a uno mismo es el más difícil de nuestros viajes.

—Lo sé —murmuró Anakin.

—Y a veces la sabiduría parece estar imposiblemente lejana.

Anakin asintió.

—Debes permitir que perciba lo que hay dentro de tí ahora —dijo Thracia con dulzura—. Todavía estás siendo juzgado —añadió después, en el tono de advertencia más leve posible.

Anakin torció el gesto, y después se relajó y dejó que lo sondeara.

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