Después de un breve y gracioso preámbulo (pronunciado con mi acento francés) sobre la conveniencia de estar en dos lugares al mismo tiempo, me acerco a la caja más cercana, la primera, y abro la puerta.
Por supuesto, todavía está vacía. Tomo una pelota inflable grande y de colores estridentes de mi mesa de accesorios y la hago rebotar un par de veces para demostrar la fuerza con que se mueve. Entro en la primera caja, dejando por el momento la puerta abierta.
Lanzo la pelota en dirección a la segunda caja.
Desde dentro,
cierro de un portazo
la puerta de la primera caja.
Desde dentro,
abro suavemente
la puerta de la segunda caja, y salgo fuera. Atrapo la pelota cuando viene hacia mí.
Cuando la pelota toca mis manos, la primera caja se desploma, la puerta y tres paredes se despliegan dramáticamente, mostrando que está completamente vacía.
Con la pelota en la mano, me acerco a las luces, y acepto el aplauso del público.
Permítanme repasar brevemente mi vida y mi carrera hasta los últimos años del siglo.
Cuando tenía 18 años, ya había dejado mi casa y estaba trabajando en los teatros de variedades como un mago a tiempo completo. Sin embargo, incluso con la ayuda del señor Maskelyne, era difícil conseguir trabajo, y no me hice ni famoso ni rico, ni gané mi propio lugar en la cartelera hasta después de unos cuantos años. Muchos de los trabajos que realizaba sobre el escenario consistían en ayudar a otros magos en sus actuaciones, pero durante mucho tiempo, pagué el alquiler con el diseño y la construcción de cajas y otros artefactos de magia. El entrenamiento en la construcción de cajas que me había dado mi padre me sirvió de mucho. Tenía una buena reputación como inventor de confianza e
ingénieur
de trucos escénicos.
En 1879 murió mi madre, seguida un año más tarde por mi padre.
A finales de la década de los ochenta, cuando tenía poco más de treinta años, ya había desarrollado mi propia actuación en solitario y adoptado el nombre artístico de
Le Professeur de la Magie
. Presentaba regularmente «El nuevo hombre transportado» en sus versiones más antiguas.
A pesar de que el funcionamiento del truco nunca fue un problema, durante mucho tiempo no estuve satisfecho con el efecto sobre el escenario. Siempre creí que las cajas cerradas no eran lo suficientemente misteriosas como para despertar en el público la idea de peligro e imposibilidad. En el contexto de los números de magia, tales cajas son algo corriente. Gradualmente fui hallando otras formas de elaborar el truco; primero con cajas que parecían apenas suficientemente grandes como para albergarme, más tarde mediante tablas con solapas que me ocultaban y luego finalmente, en un brillante intento por «abrir» la magia, el cual fue muy aplaudido en los círculos de magia en aquel entonces, utilicé banquillos planos sobre los cuales mi cuerpo podía ser visto por todas las personas del público hasta el momento de la transformación.
Sin embargo, en 1892, llegó la idea que había estado buscando. Sucedió indirectamente, y la semilla que sembró tardó mucho tiempo en germinar.
Un inventor balcánico llamado Nikola Tesla vino a Londres en febrero de ese año para promover ciertos nuevos efectos en el campo de la electricidad, de los cuales era pionero en aquel entonces. Croata de ascendencia serbia, con un acento extranjero aparentemente impenetrable, Tesla iba a dar varias conferencias sobre su especialidad a la comunidad científica. Eventos como éste ocurren bastante frecuentemente en Londres, y por lo general no les doy demasiada importancia. Sin embargo, en este caso, resultó que el señor Tesla era una figura polémica en Estados Unidos, pues se había visto envuelto en algunas disputas científicas sobre la naturaleza y la aplicación de la electricidad, y esto le aseguraba extensos reportajes en los periódicos. Precisamente de dichos artículos saqué mis ideas.
Lo que yo siempre había buscado era un resultado escénico espectacular, en parte para destacar el efecto de «El hombre transportado», y en parte para disfrazar su funcionamiento. Llegué a la conclusión, a partir de los artículos publicados en los periódicos, de que el señor Tesla era capaz de generar altos voltajes, los cuales podían brillar y destellar por todas partes, sin ningún peligro y sin provocar quemadura alguna.
Una vez que el señor Tesla se fue para regresar a Estados Unidos, su influencia permaneció conmigo. En poco tiempo Londres y otras ciudades comenzaron a suministrar pequeñas cantidades de electricidad a aquellos que podían costearlo.
Debido a su naturaleza revolucionaria, la electricidad aparecía habitualmente en las noticias, siendo aplicada para un propósito o bien resolviendo otro problema. Un tiempo después, cuando me enteré de que Angier estaba montando una imitación de «El hombre transportado», comprendí que debía desarrollar el truco una vez más.
Me di cuenta de que, sin mucha dificultad, probablemente podría aplicar la electricidad a mis necesidades y comencé una búsqueda a través de las oscuras existencias de los comerciantes científicos de Londres. Con la asistencia de Tommy Elbourne, mi
ingénieur
, me las arreglé para construir el equipamiento de «El
nuevo
hombre transportado». Años después seguiría agregándole cosas y mejorándolo, y en el año 1896 el nuevo efecto pertenecía definitivamente a mi espectáculo. Provocó una conmoción de elogios, el tintineo de las monedas, así como inútiles especulaciones con respecto a mi secreto. Mi truco se realizaba bajo un destello deslumbrante de luz eléctrica.
Daré un poco de marcha atrás. En octubre de 1891, me había casado con Sarah Henderson, a quien había conocido cuando formaba parte de un espectáculo realizado a beneficio de un albergue del Ejército de Salvación en Aldgate. Era uno de los ayudantes voluntarios, y durante el intervalo de presentaciones se había sentado informalmente conmigo mientras los dos tomábamos té. Mis trucos de cartas la habían divertido, y me desafió con coquetería a que realizara algunos más para ella sola, para que pudiera ver cómo los hacía. Lo hice porque era joven y hermosa, y disfruté enormemente de la expresión de desconcierto que veía en sus ojos.
Sin embargo, ésta no fue solamente la primera vez que hacía magia para ella: también fue la última. Mi destreza como prestidigitador se convirtió en algo irrelevante, comparada con lo que sentíamos el uno por el otro. Nos convertimos en compañeros de paseo después de nuestro encuentro, y no tardamos mucho en admitir que estábamos enamorados. Sarah no tiene antecedentes familiares en el teatro, ni en el de variedades, y de hecho era una joven de una familia de cierta clase.
Es un testimonio de su devoción por mí que, a pesar de que su padre la amenazara con desheredarla, cosa que hizo después de un tiempo, siguiera siéndome fiel.
Después de nuestra boda, nos mudamos a unas habitaciones de alquiler en el área Bayswater de Londres, pero no tuvimos que esperar mucho tiempo a que el éxito me sonriera. En 1893 compramos la enorme casa en St. Johns Wood en la que hemos vivido desde entonces. El mismo año nacieron nuestros dos niños gemelos, Graham y Helena.
Siempre he mantenido separada mi vida profesional de mi vida familiar. Durante el período que estoy describiendo, practiqué mi profesión desde mi oficina y taller en la Avenida Elgin, y cuando tenía que irme de gira al exterior o a sitios más alejados de Gran Bretaña, no llevaba a Sarah conmigo. Cuando paraba en Londres, o entre giras, vivía tranquila y felizmente en mi casa con ella.
Hago hincapié en mi feliz vida doméstica, debido a lo que no tardaría en ocurrir.
¿Continúo?
Creo que debo hacerlo; sí. Sospecho que sé a qué me estoy refriendo.
Había estado publicando anuncios en periódicos teatrales, solicitando una nueva asistente, porque la que tenía en aquel entonces, Georgina Harris, planeaba casarse.
Siempre temí el trastorno que causaría la llegada de un nuevo miembro a la plantilla del personal, especialmente uno tan importante como el asistente en el escenario.
Cuando Olive Wenscombe escribió y solicitó una entrevista no parecía lo suficientemente apta, y su carta permaneció sin respuesta durante algún tiempo.
Tenía, decía en su carta, veintiséis años. Era un poco mayor de lo que yo hubiera querido, y proseguía describiéndose a sí misma como una
danseuse
cualificada que se había pasado al trabajo de asistente de magos. Muchos ilusionistas emplean a bailarinas por su aspecto y por la flexibilidad de sus cuerpos, pero yo siempre he preferido a las jóvenes con cierta experiencia en el campo de la magia, en lugar de aquellas que se dedicaban a ello simplemente porque se les había ofrecido un trabajo alguna vez en el pasado. De todas formas, la carta de Olive Wenscombe llegó en uno de esos momentos en que las buenas asistentes eran difíciles de encontrar, así que finalmente concerté una entrevista con ella.
El trabajo de asistente de un mago no es fácil, y no hay mucha gente que esté cualificada. Una joven debe poseer ciertas características físicas. Tiene que ser joven, por supuesto, y si no es naturalmente hermosa, entonces debe tener facciones agradables, capaces de transmitir belleza. Además de esto, su cuerpo debe ser delgado, ágil y fuerte. Tiene que estar dispuesta a estar de pie, agachada, arrodillada o acostada en lugares reducidos, generalmente durante varios minutos, y al ser liberada aparecer perfectamente relajada y sin ninguna marca de su período de encierro. Sobre todo, debe estar dispuesta a soportar las inusuales demandas y las extrañas solicitudes que le hace su jefe, para conseguir realizar sus trucos.
La entrevista de Olive Wenscombe tuvo lugar, como todas las demás, en mi taller de la avenida Elgin. Allí, entre cajas abiertas y cubos de espejos y nichos con cortinas, se encontraban expuestos muchos de los secretos de mi trabajo. A pesar de que nunca puse demasiado empeño en mostrarle a ninguno de mis empleados exactamente cómo se hacía algún truco, a menos que, por supuesto, ese conocimiento fuera esencial para su participación en el mismo, lo cierto es que quería hacerles ver que cada truco tenía una explicación racional y que yo sabía lo que estaba haciendo. En algunos trucos escénicos, y algunos de los que he realizado, se utilizan cuchillos o espadas e incluso armas de fuego, y parecen peligrosos desde el auditorio. «El nuevo hombre transportado», en particular, con sus reacciones eléctricas explosivas y nubes de descargas de carbón, ¡habitualmente les da un susto de muerte a las personas sentadas en las primeras seis filas de cualquier presentación! Pero yo no quería que nadie que trabajara conmigo se sintiera en peligro. El único truco cuyo secreto guardaba maniáticamente era «El nuevo hombre transportado», y su mecanismo permanecía en misterio incluso para la joven que compartía el escenario conmigo hasta un segundo antes de que comenzara el truco.
Así, debe quedar claro que no trabajo completamente solo, al igual que ningún otro ilusionista moderno. Además de mis asistentes en el escenario, tenía trabajando para mí a Thomas Elbourne, mi irreemplazable
ingénieur
, y dos de sus propios jóvenes artesanos, que lo ayudaban a construir y a mantener los artefactos en buenas condiciones. Thomas ha sido mi empleado casi desde que empezó mi carrera, y antes había estado en la Sala Egyptian, con Maskelyne.
(Thomas Elbourne conocía mi más preciado secreto; tenía que saberlo. Pero yo confié en él; tenía que hacerlo. Digo esto de la forma más simple posible, para expresar la simplicidad de mi confianza en él. Thomas había trabajado con magos durante toda su vida, y ya nada le sorprendía. Casi todo lo que yo sé acerca de la magia lo he aprendido de él de una forma u otra. Sin embargo, ni una sola vez, en todos los años que trabajé con él —se retiró hace algunos años—, reveló explícitamente ningún secreto de otro mago, ni a mí ni a nadie. Poner en duda su confianza sería poner en duda mi propia cordura. Thomas era un londinense de Tottenham, un hombre casado y sin hijos. Era varios años mayor que yo, pero nunca descubrí exactamente cuántos. Para cuando Olive Wenscombe comenzó a trabajar para mí debía de tener casi setenta años).
Decidí emplear a Olive Wenscombe casi tan pronto como llegó. No era ni alta ni ancha; tenía un cuerpo delgado y atractivo. Mantenía su cabeza erguida cuando caminaba o cuando estaba de pie, y su rostro tenía rasgos bien definidos. Había nacido en Estados Unidos, y tenía un acento que ella identificaba como de la costa Este, pero había vivido y trabajado en Londres durante varios años. Se la presenté lo más informalmente posible a Thomas Elbourne y a Georgina Harris, y luego le pedí las referencias que traía, cualesquiera que fuesen. Generalmente daba mucha importancia a las referencias al evaluar a un candidato, porque la recomendación de un mago cuyo trabajo yo conocía casi seguramente le garantizaría el puesto al candidato. Olive había traído dos referencias; una era de un mago que trabajaba en los pueblos de veraneo de Sussex y Hampshire, cuyo nombre no reconocí, y la otra era de Joseph Buatier de Kolta, uno de los mejores magos aún vivos. Estaba, lo admito, impresionado. Pasé silenciosamente la carta de De Kolta a Thomas Elbourne, y observé su expresión.
—¿Durante cuánto tiempo trabajó para el señor De Kolta? —le pregunté.
—Solamente durante cinco meses —dijo—. Fui contratada para una gira por Europa, y me dejó ir cuando acabó.
—Ya veo.
Después de eso, emplearla fue una formalidad, pero aun así sentía que debía hacerla pasar por las pruebas acostumbradas. Georgina había venido para eso, y no sería justo pedirle a cualquier candidato, incluso uno tan experimentado como Olive Wenscombe, que demostrara sus habilidades sin la presencia de una acompañante femenina.
—¿Has traído un traje para ensayar? —le pregunté.
—Sí, señor.
—Entonces, si fueses tan amable…
Unos minutos más tarde, llevando un traje ceñido, Olive Wenscombe fue llevada por Thomas hasta una de nuestras cajas, y le pidió que se introdujera en ella. La aparición de una joven viva y saludable de lo que parece ser una caja vacía es uno de los recursos tradicionales de la magia. Para conseguir dicho efecto, la asistente debe introducirse en un compartimento secreto, y cuanto más pequeño sea el compartimento más sorprendente resulta el truco. La cuidadosa elección de un traje voluminoso, de colores llamativos y con cintas brillantes cosidas a la tela para atraer y reflejar la luz de los focos, acrecentará el misterio. Era obvio para nosotros que Olive se mostrara muy versada en compartimentos secretos y paneles. Thomas la llevó primero a nuestro «Palanquín» (que incluso en aquella época raras veces utilizábamos en la actuación, puesto que el truco se había hecho muy conocido); ella sabía exactamente dónde estaba el compartimento secreto y enseguida se metió dentro.