El prestigio (12 page)

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Authors: Christopher Priest

Tags: #Aventuras, Intriga

BOOK: El prestigio
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Sabía que tenía que mudarme, pero cuando alquilé el piso ansiaba tener un lugar fijo donde poder quedarme entre actuación y actuación, y aun si decidía mudarme, sabía que no existía ninguna garantía de no atraer la atención en cualquier otro lugar.

Decidí adoptar un estado fingido de amable neutralidad, e iba y venía discretamente, sin mezclarme demasiado con mis vecinos, ni parecer demasiado reservado en mis movimientos. Con el tiempo creo que me convertí en algo aburrido para ellos. Los ingleses poseen una tradicional tolerancia para con los excéntricos, y mis llegadas a altas horas de la noche, mi presencia solitaria sin servidumbre, y mi desconocido método para ganarme la vida, se convirtieron con el tiempo en inofensivos y familiares.

Dejando todo esto a un lado, la vida en el piso me resultó desagradable durante mucho tiempo después de haberme mudado. Lo había alquilado sin muebles, y debido a que estaba invirtiendo gran parte de mis ganancias en la casa familiar de St. Johns Wood, al principio solamente podía comprar muebles baratos e incómodos. La principal fuente de calefacción era una estufa, y para alimentarla había que traer troncos del jardín de abajo. Dicha estufa proporcionaba un calor asfxiante a su alrededor pero nada apreciable en las restantes partes del piso. No había alfombras dignas de ese nombre.

El piso era un refugio para mí, de modo que era esencial convertirlo en un lugar confortable y apto para vivir tranquilamente, a veces durante largos períodos de tiempo.

Dejando a un lado las incomodidades físicas, que por supuesto se fueron atenuando poco a poco, a medida que pude adquirir los numerosos objetos prácticos que deseaba, lo peor del piso era la soledad y la sensación de estar aislado de mi familia. Nunca ha habido ninguna cura para eso, ni entonces ni ahora. Al principio, cuando era solamente de Sarah de quien estaba separado, ya era suficientemente insoportable, pero durante su difícil hospitalización previa al nacimiento de los gemelos, a menudo me encontraba consumiéndome de preocupación por ella. Se hizo todavía más difícil después de que nacieran Graham y Helena, especialmente cuando uno de ellos enfermaba. Sabía que mi familia era cuidada y vigilada con amor, y que nuestros criados eran dedicados y de confianza, y que en la eventualidad de una enfermedad grave, disponíamos de fondos suficientes como para poder costear el mejor tratamiento, pero no era suficiente, a pesar de que sin duda constituía en cierta medida un consuelo y una tranquilidad.

En los años en que había planeado «El hombre transportado» y su continuación moderna, y durante toda mi carrera de mago, nunca se me había ocurrido que tener una familia, algún día, se convertiría en una amenaza.

Muchas veces había sentido la tentación de renunciar al escenario, de no volver nunca a realizar un truco y abandonar, de hecho, la ejecución de todo tipo de magia, y siempre motivado por el afecto y el deber para con mi encantadora esposa, y el ferviente amor que sentía por mis hijos.

En aquellos largos días en el piso de Hornsey, y a veces durante las semanas en que la temporada teatral no ofrecía oportunidad para mi presentación, tenía tiempo más que suficiente para reflexionar.

Lo importante es, por supuesto, que no me rendí.

Seguí adelante a través de los difíciles primeros años. Seguí adelante cuando mi reputación y mis ganancias comenzaron a alcanzar cotas muy altas. Y sigo avanzando ahora que prácticamente casi lo único que queda de mi famoso truco es el misterio que lo rodea.

Sin embargo, las cosas resultan mucho más fáciles ahora. Durante las primeras dos semanas que Olive Wenscombe trabajó para mí, casualmente descubrí que se hospedaba en un hotel cerca de la Estación Euston, una zona bastante dudosa. El motivo, según dijo, era que el mago de Hampshire ofrecía alojamiento junto con trabajo, y por supuesto había renunciado al mismo cuando dejó su empleo. Para aquel entonces, Olive y yo hacíamos regular uso del sillón que estaba en la parte de atrás de mi taller, y no tardé mucho en darme cuenta de que mi empleo también podía incluir alojamiento permanente.

El Pacto controlaba todas las decisiones de esa naturaleza, pero, en este caso, era solamente una formalidad. Unos días después, Olive se mudó a mi piso en Hornsey.

Allí se quedó, y allí está, desde entonces.

Su revelación, que lo cambiaría todo, vino unas semanas más tarde.

Hacia finales de 1898, la cancelación de un teatro significaba que transcurría más de una semana entre presentación y presentación de «El nuevo hombre transportado». Pasaba este tiempo en el piso de Hornsey, y aunque pasé una vez por el taller, la mayor parte de la semana estaba instalado en una doméstica, feliz y físicamente estimulante rutina con Olive. Empezamos por redecorar el piso, y con algunas de las recientes ganancias de una exitosa temporada en el Teatro Illyria en el West End, compramos varios vistosos muebles.

La noche antes de que terminara el idilio —estaba preparado para presentar mi espectáculo en el Hipódromo de Brighton— soltó su sorpresa. Era tarde, de noche, y estábamos descansando apaciblemente antes de quedarnos dormidos.

—Escucha, cariño —me dijo—. He estado pensando que tal vez debas pensar en buscar una nueva asistente.

Estaba tan atónito que al principio no supe cómo contestarle. Hasta ese momento me parecía que había alcanzado el tipo de estabilidad que había estado buscando durante toda mi carrera. Tenía a mi familia, tenía a mi querida. Vivía en mi casa con mi esposa, y me quedaba en mi piso con mi amante. Adoraba a mis hijos, adoraba a mi esposa, amaba a mi amante. Mi vida estaba en dos mitades distintas, ambas decididamente separadas una de la otra, ninguna de las dos sospechando siquiera de la existencia de la otra. Además, mi amante era mi hermosa y embrujadora asistente sobre el escenario. No sólo era brillante en su trabajo, sino que su encantadora apariencia, estaba seguro, sin duda había ayudado ampliamente a aumentar el público asistente que había acudido a mi espectáculo desde que ella participaba en el número. Hablando sin ambages, había conseguido mi parte del pastel y me la estaba comiendo con avidez. Ahora, con estas palabras, Olive parecía estar alterando el equilibrio, y yo me vi sumido en la consternación.

Al ver mi reacción, Olive dijo: —Hay muchas cosas que me preocupan y de las que quiero hablar, pero no es tan malo como te imaginas.

—No puedo imaginarme cómo podría ser peor.

—Bueno, si sólo escuchas la mitad de lo que diga, será peor de lo que nunca te hayas imaginado. Pero si te quedas hasta el final, creo que terminarás por sentirte mejor.

La miré atentamente y noté, tal como debí haberlo hecho desde el principio, que parecía estar tensa y nerviosa. Obviamente, algo estaba sucediendo.

La historia salió en un torrente de palabras, confirmando rápidamente su advertencia. Lo que dijo me horrorizó.

Dijo que quería dejar de trabajar para mí por dos razones. La primera era que había trabajado en el teatro durante varios años, y simplemente quería un cambio.

Decía que quería vivir en casa, ser mi amante, seguir mi carrera desde ese punto de vista. Dijo que continuaría trabajando como mi asistente mientras yo se lo pidiera, o hasta que pudiera encontrar un reemplazo. Por el momento, bien. Pero, dijo, todavía no había oído la segunda razón: había sido enviada a trabajar conmigo por alguien que quería conocer mis secretos profesionales. Este hombre…

—¡Es Angier! —exclamé—. ¿Fuiste enviada por Rupert Angier para espiarme?

Lo confesó rápidamente, y al ver mi enfado se alejó de mí y luego comenzó a llorar. Las ideas se me agolpaban en la cabeza; trataba de recordar todo lo que le había dicho en las semanas precedentes, qué artefactos había visto o utilizado, qué secretos podría haber descubierto o descifrado ella misma, y los secretos que le habría revelado a mi enemigo.

Durante un tiempo no fui capaz de escucharla, ni de pensar con calma y lógica.

Durante ese tiempo, ella lloraba, implorándome que la escuchara.

Pasaron dos o tres horas angustiosas e improductivas, luego finalmente llegamos a un punto de parálisis emocional. Nuestro
impasse
había durado hasta primeras horas de la madrugada, y la necesidad de dormir se cernía pesadamente sobre los dos.

Apagamos la luz, y nos acostamos juntos, nuestros hábitos de convivencia todavía intactos a pesar de la terrible revelación.

Permanecí despierto acostado en la oscuridad, tratando de pensar en una forma de hacer frente a todo aquello, pero mi mente todavía daba vueltas como loca. Entonces, a mi lado, en la oscuridad, la oía decir tranquila pero insistentemente: —¿No te das cuenta de que si todavía fuera la espía de Rupert Angier no te lo hubiera dicho? Sí, estaba con él, pero estaba
aburrida
con él. Y él había estado tonteando con otra mujer, y eso me molestó un poco. Él estaba obsesionado con atacarte, y yo necesitaba un cambio; yo misma ideé este plan. Pero cuando te conocí… bueno, cambié de opinión. Eres tan distinto a Rupert. Tú sabes lo que sucedió y todo lo que hay de verdad entre nosotros, ¿verdad? Rupert cree que te estoy espiando, pero creo que ya se ha dado cuenta de que no va a obtener nada de mí. Quiero dejar de ser tu asistente porque mientras siga actuando contigo sobre el escenario, Rupert estará esperando a que yo haga lo que él quiere. Sólo quiero dejar atrás todo, vivir aquí en este apartamento, estar contigo, Alfred. Sabes, creo que te amo…

Y así sucesivamente, durante toda la noche. Por la mañana, a la luz gris y deprimente de un amanecer lluvioso, le dije: —He decidido lo que vamos a hacer. ¿Por qué no le llevas un mensaje a Angier? Te diré lo que debes decirle, y tú se lo entregarás, diciéndole que es el secreto que ha estado buscando. Dile lo que quieras para hacerle creer que me robaste el secreto, y que es la información más importante, la que ha estado esperando. Después, si vuelves, y si juras que nunca más tendrás nada que ver con Angier y logras que yo te crea de nuevo, entonces empezaremos de nuevo juntos. ¿Estás de acuerdo?

—Lo haré hoy mismo —me juró—. ¡Quiero borrar a Angier de mi vida para siempre!

—Primero debo ir al taller. Tengo que decidir qué puedo decirle a Angier sin riesgo alguno.

Sin más explicaciones, la dejé en el piso y cogí el autobús hasta la Avenida Elgin.

Sentado tranquilamente en la planta superior, fumando mi pipa, me preguntaba si realmente no era un tonto enamorado, y si no estaba a punto de echar todo a perder.

Se habló del problema a fondo cuando llegué al taller. A pesar de ser potencialmente seria, fue sólo una de las varias crisis que el Pacto tuvo que afrontar a lo largo de los años, y no me pareció que se tratara de ningún problema nuevo o más grave. No fue fácil, pero al final, el Pacto emergió tan fuerte como siempre. De hecho, como un testimonio memorable de mi ininterrumpida fe en el Pacto, se puede decir que permanecí en el taller mientras regresaba al piso.

Allí le dicté a Olive lo que debía escribir con su propia letra. Lo escribió, tensa pero decidida a hacer lo que creía necesario. El mensaje tenía el propósito de enviar a Angier en la dirección equivocada, así que debía ser no sólo plausible, sino algo en lo que no hubiera pensado por su cuenta.

Se fue de Hornsey con el mensaje a las dos y veinticinco de la tarde, y no regresó al piso hasta después de las once de la noche.

—¡Ya está hecho! —gritó—. Tiene la información que le di. Probablemente nunca lo volveré a ver, y desde luego nunca más, mientras viva, diré nada amable acerca de él o dirigido a él.

Nunca pregunté lo que había sucedido durante esas ocho horas y media, ni por qué había tardado tanto tiempo en entregar un mensaje escrito. La explicación que me dio es probablemente cierta por ser la más simple: que se desplazó por Londres con el transporte público, y no encontró a Angier inmediatamente, pues éste se hallaba actuando en otra parte de la ciudad, y así había pasado el tiempo casi sin darse cuenta. Sin embargo, mientras transcurría esa larga tarde, abrigué la desesperanzadora sospecha de que aquel doble agente al que yo había vuelto en contra de su primer amo podría haberse puesto nuevamente en mi contra, y, o bien no debía verla nunca más, o ella regresaría con una nueva misión de perjudicarme.

Sin embargo, esto sucedió a fines de 1898, y yo escribo estas palabras al final del presente mes de enero de 1901. (Los acontecimientos del mundo exterior resuenan en mis oídos. El día antes de escribir estas palabras, falleció finalmente Su Majestad la Reina, y el país emerge por fin de un período de duelo). Olive regresó a mí hace más de dos años, fiel a su palabra, y sigue conmigo, fiel a mis deseos. Mi carrera continúa sin problemas, mi posición en el mundo de las ilusiones es inexpugnable, mi familia está creciendo, mi bienestar está asegurado. Una vez más tengo dos pacíficos hogares. Rupert Angier no me ha atacado desde que Olive le pasó la información falsa. Todo está tranquilo a mi alrededor, y, pasados los años turbulentos, al fin disfruto de una posición estable en mi vida.

11

Escribo, sin desearlo realmente, en el año 1903. Había planeado dejar mi cuaderno cerrado para siempre, pero los acontecimientos han conspirado en mi contra.

Rupert Angier ha muerto súbitamente. Tenía cuarenta y seis años, sólo un año menos que yo. Su muerte, de acuerdo con una noticia en el
Times
, fue producto de las complicaciones de unas heridas sufridas durante la ejecución de un número de magia en el escenario de un teatro en Suffolk.

Separé esta noticia y una más breve que apareció en el
Morning Post
, por si había alguna otra información que pudiera al fin descubrir sobre él, pero pocas cosas eran nuevas para mí.

Yo sospechaba que estaba enfermo. La última vez que lo vi tenía un aspecto frágil, e imaginé que era víctima de una enfermedad crónica que le debilitaba.

Mientras escribo resumiré las notas necrológicas publicadas que tengo frente a mí.

Nació en Derbyshire en 1857, pero a una edad temprana se mudó a Londres, donde trabajó posteriormente durante muchos años como ilusionista y prestidigitador, alcanzando un considerable éxito. Presentó su espectáculo a lo largo y a lo ancho de todas las Islas Británicas y por Europa, y realizó giras por el Nuevo Mundo tres veces, siendo la última de estas ocasiones a principios de este año. Se le adjudicaba la invención de varios notables trucos escénicos, en particular uno llamado «Clara mañana» (que consistía en liberar a una asistente de lo que parecía ser un frasco sellado colocado frente al público), el cual había sido repetidamente imitado. Más recientemente, había desarrollado con mucho éxito un truco llamado «En un abrir y cerrar de ojos», el cual estaba realizando en el momento del accidente mortal.

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