Sin embargo, nada de esto sucedió. Después de un extenso descanso por Navidad, Angier salió de gira por Estados Unidos a finales de enero, dejándome irritado de frustración.
Una semana después de su regreso en abril (anunciado en el
Times
) le llamé por teléfono, decidido a hacer las paces con él, pero no se encontraba allí. La casa, un edificio grande pero modesto en una hilera de casas adosadas no muy lejos de Highgate Fields, tenía las puertas y los postigos cerrados. Hablé con algunos vecinos, pero me dijeron repetidas veces que no sabían nada de la gente que vivía allí. Angier evidentemente mantenía su vida tan protegida del mundo exterior como yo.
Me puse en contacto con Hesketh Unwin, su representante, el cual no quiso darme explicaciones. Le dejé un mensaje a través de Unwin, suplicándole que se pusiera en contacto conmigo urgentemente. A pesar de que el representante me prometió que el mensaje llegaría a Angier en persona, éste nunca me respondió.
Escribí directamente a Angier, personalmente, proponiéndole el final de toda la rivalidad, todo el resentimiento, ofreciéndome a darle cualquier disculpa o explicación que se le ocurriera para aceptar una reconciliación entre nosotros.
No me respondió. Y finalmente sentí que había ido hasta un punto que estaba más allá de la razón.
Mi respuesta a su silencio, me temo, fue insensible.
Durante la tercera semana de mayo cogí un tren desde Londres hasta la ciudad costera y puerto pescador de Lowestoft, en Suffolk. Allí, Angier tendría su espectáculo en cartelera durante una semana. Fui con una única intención: infiltrarme entre bastidores y descubrir el secreto yo mismo.
Normalmente, el acceso a los bastidores de un teatro está controlado por el personal empleado de vigilancia, pero para cualquiera familiarizado ya sea con la vida teatral o con un edificio en particular, siempre hay formas de entrar. Angier estaba actuando en el Pavilion, un teatro sólido y bien equipado situado en el paseo marítimo, uno en el que yo mismo había actuado en el pasado. No preveía ninguna dificultad.
Fui rechazado. Era inútil intentarlo por la entrada de los artistas, porque habían colgado una ostensible nota escrita a mano que anunciaba que todos los que desearan entrar debían obtener una autorización anticipada, antes de ser autorizados para ir incluso hasta la puerta del despacho del director. Como no quería llamar la atención, me retiré sin insistir.
Encontré dificultades similares en la zona de carga y descarga del escenario. Una vez más se confirma que existen formas y medios de entrar si uno sabe cómo, pero Angier estaba tomando muchas precauciones, como no tardé en descubrir.
Me crucé con un joven carpintero en la parte de atrás de la zona de carga y descarga, que estaba preparando una escenografía. Le enseñé mi tarjeta, y me saludó de forma bastante amigable. Tras una breve conversación con él sobre temas generales, le dije: —No me importaría poder ver el espectáculo entre bastidores.
—¡Ni a ninguno de nosotros!
—¿Crees que podrías ayudarme a entrar una noche?
—No se haga ilusiones, señor; tampoco tendría ningún sentido. El número principal no se hará esta semana, y se le ha puesto una caja encima. ¡No se puede ver nada!
—¿Y qué opinas de eso?
—No está mal, ya que me pasó un fajo…
Me retiré una vez más. Poner cajas por el escenario es una medida extrema utilizada por una minoría de magos, nerviosos ante la posibilidad de que sus secretos sean descubiertos por tramoyistas y otros trabajadores que se mueven entre bastidores. Generalmente no es una medida muy popular y, a menos que se paguen sustanciosas propinas, trae consigo una notable falta de cooperación por parte de los colaboradores del artista durante su función. El mero hecho de que Angier se haya tomado tanto trabajo era una evidencia más que clara de que su secreto requería defensas elaboradas.
Sólo quedaban tres posibilidades de infiltrarse en el teatro, todas ellas repletas de dificultades.
La primera consistía en entrar por delante del auditorio y utilizar una de las puertas de acceso para llegar a los bastidores. (Las puertas al auditorio del Pavilion desde el vestíbulo estaban cerradas con llave, y el personal estaba vigilando a todos los visitantes).
La segunda era tratar de obtener un trabajo temporal entre bastidores. (Esa semana no contrataban a nadie).
La tercera sería asistir a una función como público, e intentar subir al escenario desde allí. Como ya no había ninguna alternativa, me dirigí hacia la taquilla y adquirí un asiento en la platea para todas las funciones disponibles de la temporada de Angier. (Fue igualmente indignante descubrir que el espectáculo de Angier tenía tanto éxito que casi todas las funciones estaban agotadas, con listas de espera para posibles cancelaciones, y únicamente quedaban los asientos más caros).
Mi butaca, en el segundo espectáculo de Angier al que asistí, estaba en la primera fila de la platea. Angier me miró brevemente poco después de aparecer en el escenario, pero yo me había disfrazado hábilmente y estaba seguro de que no me había reconocido. Sabía por experiencia propia que a veces es posible sentir de antemano qué miembros del público serán voluntarios para ayudar, y que es muy habitual en los magos echar un vistazo discretamente a la gente en las primeras dos o tres filas.
Cuando Angier comenzó su rutina de juegos de cartas y pidió voluntarios, me puse de pie, dudoso, y por supuesto fui invitado a subir al escenario. Tan pronto como estuve junto a Angier, me di cuenta de lo nervioso que él estaba, y apenas me miró mientras llevábamos a cabo el divertido proceso de la elección y ocultación de las cartas. No hice trampas, ya que no deseaba acabar con su espectáculo.
Cuando terminó, su asistente femenina vino rápidamente tras de mí, me cogió el brazo amable pero firmemente y me condujo entre los bastidores. En la función anterior, el voluntario había bajado por la rampa él solo mientras la asistente regresaba rápidamente al centro del escenario, donde se la necesitaba para el próximo truco.
No dudé en aprovechar mi oportunidad. Entre el ruido de los aplausos, le dije a la asistente con el acento rústico que estaba utilizando como parte de mi disfraz:
—Está bien, querida. Puedo encontrar mi butaca.
Sonrió agradecida, me palmeó el brazo y luego se dirigió nuevamente hacia donde estaba Angier. Él estaba empujando su mesa de accesorios cuando los aplausos cesaron. Ninguno de los dos me miraba a mí y gran parte del público miraba a Angier.
Di un paso hacia atrás y me escabullí entre los bastidores. Tuve que hacerme lugar a empujones por una estrecha portezuela de la pesada pantalla de lona de la caja.
Inmediatamente, un tramoyista se puso delante de mí para bloquear mi camino.
—Lo siento, señor —dijo en voz muy alta—. No puede estar entre los bastidores.
Angier estaba a sólo unos metros de distancia de nosotros, a punto de iniciar su próximo truco. Si discutía con el hombre, Angier sin duda nos oiría y se daría cuenta de que algo estaba sucediendo. En un momento de inspiración, cogí el sombrero y la peluca que había estado utilizando y me los quité.
—Es parte de la actuación, ¡idiota! —dije apresurada pero tranquilamente, utilizando mi voz normal—. ¡Fuera de mi camino!
El tramoyista parecía desconcertado, pero tartamudeó una disculpa y dio un paso hacia atrás. Pasé corriendo a su lado. Había perdido mucho tiempo planeando cuál podría ser el mejor lugar para buscar pistas. Con el escenario lleno de cajas, era más probable encontrar lo que buscaba en el entresuelo. Atravesé un largo pasillo hasta llegar a la escalera que conducía al área de debajo del escenario.
Con su resonante entretecho y sus moscas, el entresuelo es una de las áreas técnicas principales del teatro; aquí había varias trampas y mecanismos de puentes, así como los tornos utilizados para dar corriente eléctrica a los controles del escenario. Había guardados varios bastidores largos, seguramente para una próxima producción. Avancé con soltura y eficacia entre las numerosas piezas de maquinaria.
Si el espectáculo hubiera sido una producción teatral importante, con numerosos cambios de escena y de escenografía, el entresuelo habría estado lleno de varios técnicos que estarían operando la maquinaria, pero puesto que un espectáculo de magia depende mayormente de los accesorios que el propio mago trae consigo, los requerimientos técnicos se reducen principalmente a los telones y a la iluminación.
Me sentí aliviado, pero no sorprendido, al encontrar el área desierta. Cerca de la parte de atrás del entresuelo encontré lo que estaba buscando, casi sin darme cuenta al principio de lo que era. Me encontré con dos cajas de embalaje grandes y fuertes, equipadas con muchos avisos de manejo y claramente etiquetadas: «Privado -
El gran Danton
».
A su lado había un voluminoso convertidor de voltaje, de un tipo que no me era familiar. En mi propia actuación se utilizaba un dispositivo parecido para proporcionar energía a la mesa de controles eléctricos, pero era un aparato pequeño con no muchas complicaciones. Pero el de Angier denotaba la presencia de energía pura. Al acercarme sentí que despedía un notable calor, y desde su interior surgía un zumbido grave y poderoso.
Me incliné sobre el convertidor, tratando de comprender sus mecanismos. Sobre mi cabeza, podía oír los pasos de Angier en el escenario, y el sonido de su voz, proyectándose para ser oída a lo largo de todo el auditorio. Podía imaginármelo andando a zancadas de un lado para otro mientras daba su discurso acerca de las maravillas de la ciencia.
De repente, el convertidor emitió un fuerte ruido parecido a golpes, y me alarmé cuando observé que una tenue nube de humo tóxico de color azul emergía con cierta intensidad de una rejilla que estaba en el panel superior. El zumbido se intensificó. Al principio me eché hacia atrás, pero una creciente sensación de alarma hizo que me adelantara otra vez.
Podía oír las calculadas pisadas de Angier continuar a unos pocos metros por encima de mi cabeza, claramente ajeno a lo que sucedía allí abajo.
Una vez más, sonó el ruido de golpes desde dentro del dispositivo, esta vez acompañado por un chirrido bastante siniestro, como si se estuviera cortando metal fino con una sierra. El humo salía más rápidamente que antes, y cuando di la vuelta para ir hacia el otro lado del objeto, descubrí que había varias gruesas bobinas de metal que brillaban al rojo vivo.
A mi alrededor estaba el desorden de un entresuelo. Había un montón de madera seca, tornos llenos de lubricante, metros de cables, numerosos trozos y montones de papel desechado, inmensas escenografías pintadas con óleos. Todo el lugar podía arder como la yesca en cualquier momento, y en el centro había algo que parecía a punto de estallar en llamas. Me quedé de pie allí, sumido en una terrible indecisión: ¿podían Angier o sus asistentes saber lo que estaba ocurriendo?
El convertidor hacía más ruidos, y una vez más brotó el humo de la rejilla. Se estaba introduciendo en mis pulmones, y empecé a toser. Desesperado, busqué a mi alrededor algún tipo de extintor.
Entonces vi que el convertidor obtenía su energía de un grueso cable aislado que salía desde una gran caja de empalmes eléctricos aferrada a la pared del fondo. Corrí hasta ella. En su interior había una palanca donde ponía «Emergencia encendido/apagado», y sin pensarlo una vez más la cogí y tiré hacia abajo.
La actividad infernal del convertidor cesó instantáneamente. Solamente el ácido humo azul seguía brotando por la rejilla, pero iba perdiendo densidad poco a poco.
Sobre mi cabeza se oyó un pesado ruido sordo, y luego silencio.
Pasaron uno o dos segundos, durante los cuales miraba arrepentido fijamente el suelo del escenario que se encontraba encima de mí.
Oí pasos que iban rápidamente de un lado hacia otro, y la voz de Angier gritando furiosamente. También pude escuchar al público, un ruido confuso, ni de ovaciones ni de aplausos. El barullo de pies apresurados y voces fuertes que provenía de arriba iba en aumento. Lo que fuera que había hecho, había causado estragos en el truco de Angier.
Había venido a este teatro a resolver un misterio, no a interrumpir la actuación, pero había fracasado en lo primero, e inadvertidamente había logrado lo segundo. Lo único que había logrado descubrir era que utilizaba un convertidor de voltaje más potente que el mío, y que corría peligro de incendio.
Me di cuenta de que sería descubierto si me quedaba donde estaba, por lo que me alejé del convertidor, el cual se estaba enfriando con rapidez, y recorrí nuevamente el camino por donde había venido. Comenzaban a dolerme los pulmones a causa del humo que había inhalado, y la cabeza me daba vueltas. Arriba, en el escenario y entre los bastidores, podía oír a mucha gente moviéndose rápidamente de aquí para allá y haciendo mucho ruido, un hecho que pensé jugaría a mi favor. En alguna parte del edificio, no muy lejos de donde yo me encontraba, oí que alguien gritaba. Seguramente podría escaparme en medio de la confusión.
Cuando iba por las escaleras, subiendo los escalones de dos en dos, e intentando no parar en ninguno, sin importar el obstáculo, ¡vi algo sorprendente!
Mi mente estaba trastornada por el humo, o por la agitación de lo que acababa de hacer, o por el miedo a ser atrapado. No podía pensar claramente. Angier en persona se hallaba en lo alto de las escaleras, esperándome, sus brazos furiosamente levantados. ¡Pero a mis ojos había asumido la forma de una aparición! Alcancé a ver luces detrás de él, que gracias a algún truco parecían atravesarlo. Inmediatamente, varios pensamientos se cruzaron por mi mente; ¡ésta debe de ser alguna prenda especial que usa para ayudarle a realizar aquel truco! ¡Un tejido tratado especialmente! ¡Algo que se vuelve transparente! ¡Lo hace invisible! ¿Es
éste
su secreto?
Pero en el preciso instante en el que mi momentánea ascensión por la escalera me conducía hacia él, los dos caímos al suelo. Intentó agarrarme, pero resbaló con lo que fuera que se había untado y no pudo asirme. Logré liberarme y deslizarme, escapándome de él.
—¡Borden! —Su voz estaba afónica de rabia, no era más que un terrible susurro—. ¡Detente!
—¡Fue un accidente! —grité—. ¡Aléjate de mí!
Me puse nuevamente de pie y me alejé de él corriendo, dejándolo allí tirado sobre el duro suelo. Bajé apresurado por un corto pasillo, el ruido de mis zapatos haciendo eco contra los ladrillos desnudos brillantemente pintados, giré en una esquina, bajé con rapidez unos pocos escalones, atravesé otro pasillo vacío, y entonces me topé con la puerta del cubículo del portero. Me miró sorprendido mientras pasaba corriendo, pero no tenía esperanzas de desafiarme o detenerme.