El nombre de mi madre era Jennifer, a pesar de que mi padre siempre la llamaba Jenny en casa. Se conocieron cuando mi padre trabajaba para el Ministerio de Asuntos Exteriores de Gran Bretaña, donde había estado durante el transcurso de la segunda guerra mundial. No era un diplomático de carrera, pero por razones de salud no había ingresado en la milicia, sino que a cambio se había ofrecido como voluntario para un puesto civil. Había estudiado literatura alemana en la universidad, había pasado algún tiempo en Leipzig durante los años treinta, y por lo tanto era alguien capacitado y útil para el gobierno británico en época de guerra.
Aparentemente esto incluía la traducción de mensajes interceptados desde los altos mandos alemanes. Él y mi madre se conocieron en 1946 en un viaje en tren desde Berlín hasta Londres. Ella era una enfermera que había estado trabajando con las fuerzas de ocupación en la capital alemana, y regresaba a Inglaterra al finalizar su período de servicio.
Se casaron en 1947, y casi al mismo tiempo mi padre fue liberado de su puesto en el Ministerio de Asuntos Exteriores. Vinieron a vivir aquí a Caldlow, donde más tarde nacimos mi hermana y yo. No sé mucho acerca de los años que pasaron antes de que nosotras viniéramos al mundo, o por qué mis padres dejaron pasar tanto tiempo antes de tener una familia. Viajaron mucho, pero creo que la fuerza que les impulsaba buscaba evitar el aburrimiento, en lugar de un auténtico deseo de conocer diferentes lugares. Su matrimonio nunca fue del todo tranquilo. Sé que mi madre se fue por un tiempo durante los últimos años de la década del cincuenta, porque un día, muchos años después, oí por casualidad una conversación entre ella y su hermana, mi tía Caroline. Mi hermana Rosalie nació en 1962, y yo la seguí en 1965. Mi padre tenía entonces casi cincuenta años, y a mi madre le faltaban pocos años para cumplir los cuarenta.
Como mucha gente, apenas puedo recordar acerca de los primeros años de mi vida. Recuerdo que la casa siempre parecía estar fría, y que no importaba cuántas mantas apilara mi madre sobre mi cama, o lo caliente que estuviera mi bolsa de agua caliente, siempre se me congelaban hasta los huesos. Probablemente esté recordando solamente un invierno, o un mes o una semana de un invierno, pero aún ahora parece como si siempre hubiera sido así. En invierno es imposible calentar la casa completamente; el viento se enrosca a través del valle desde octubre hasta mediados de abril. La nieve nos cubre durante casi tres meses del año. Siempre quemamos mucha madera de los árboles de la finca, pero la madera no es un combustible eficiente, como el carbón o la electricidad. Vivíamos en el ala más pequeña de la casa, por lo tanto, mientras fui creciendo, no tenía mucha idea de la extensión del lugar.
Cuando tenía ocho años me enviaron a un internado para niñas cerca de Congleton, pero mientras era pequeña pasaba gran parte de mi vida en casa con mi madre. Al cumplir los cuatro años, me envió a un parvulario en el pueblo de Caldlow, y más tarde a la escuela primaria de Baldon, el pueblo más próximo siguiendo la carretera hacia Chapel. Me llevaban y me traían de la escuela en el Standard negro de mi padre, conducido cautelosamente por el señor Stimpson, que junto con su esposa representaban todo nuestro personal doméstico. Antes de la segunda guerra mundial, había habido todo un comité de sirvientes, pero eso cambió durante la guerra. Desde 1939 hasta 1940, la casa fue utilizada en parte para proporcionar alojamiento a los evacuados procedentes de Manchester, Sheffeld y Leeds, y en parte como una escuela para los niños. Fue tomada por las fuerzas aéreas británicas en 1941, y la familia no ha vivido en la parte principal de la casa desde entonces. La parte de la casa en la que yo vivo es el ala en la que crecí.
Si hubo preparaciones para la visita, a Rosalie y a mí no nos dijeron cuáles eran, y lo primero que supimos de ella fue cuando llegó un coche a la puerta principal y Stimpson bajó para dejarlo entrar. Esto sucedía durante la época en la que el Consejo del Condado de Derbyshire estaba utilizando la casa, y siempre querían tener los portones cerrados con candados los fines de semana.
El coche que había sido conducido hasta la casa era un Mini. La pintura había perdido su brillo, el parachoques delantero estaba doblado como consecuencia de una colisión, y había óxido alrededor de las ventanillas. No era en absoluto el tipo de coche que estábamos acostumbrados a ver de visita en la casa. Gran parte de los amigos de mis padres eran supuestamente adinerados o importantes, incluso durante este período, en que nuestra familia estaba pasando por un momento relativamente difícil.
El hombre que conducía estiró las manos hacia el asiento de atrás del Mini, y sacó a un niño pequeño, que justo en aquel momento se estaba despertando. Acunó al niño contra su hombro. Stimpson los condujo amablemente hacia el interior de la casa. Rosalie y yo estábamos observando cuando Stimpson regresó al Mini para descargar el equipaje que habían traído con ellos, pero se nos dijo que bajáramos del cuarto de los niños para conocer a nuestras visitas. Todos estaban en nuestro salón principal. Mis padres estaban ambos vestidos elegantemente, como si se tratara de una ocasión importante, pero las visitas parecían estar ataviadas más informalmente.
Nos presentaron formalmente, tal como estábamos acostumbradas; mi familia se tomaba los modales sociales con mucha seriedad, y Rosalie y yo estábamos versadas en ellos. El hombre era el señor Clive Borden, y el niño, su hijo, se llamaba Nicholas, o Nicky. Nicky tenía alrededor de dos años, tres años más pequeño que yo y cinco años más pequeño que mi hermana. No parecía haber una señora Borden, pero no se nos dio ninguna explicación sobre esto.
Gracias a mis propias investigaciones, posteriormente he descubierto un poco más acerca de esta familia. Sé, por ejemplo, que la esposa de Clive Borden había muerto poco después del nacimiento de su hijo. Su nombre de soltera era Diana Ruth Ellington, y venía de Hatfeld, en Hertfordshire. Nicholas era su único hijo. El propio Clive Borden era el hijo de Graham, el hijo de Alfred Borden, el mago. Clive Borden era por lo tanto el nieto del mayor enemigo de Rupert Angier, y Nicky era su bisnieto, mi contemporáneo.
Obviamente, Rosalie y yo no sabíamos nada de todo esto en aquel entonces, y pasados unos minutos mamá sugirió que podríamos llevar a Nicky al cuarto de los niños y mostrarle algunos de nuestros juguetes. Obedecimos sumisamente, como se nos había educado para hacer, acompañados por la familiar figura de la señora Stimpson para cuidarnos a todos.
Únicamente puedo intentar adivinar lo que pasó entonces entre los tres adultos, pero duró toda la tarde. Clive Borden y su hijo habían llegado poco después de la hora del almuerzo, y nosotros, los tres niños, jugamos juntos, ininterrumpidamente, toda la tarde, hasta que casi se hizo de noche. La señora Stimpson nos mantuvo ocupados, dejándonos jugar juntos cuando nos apetecía, pero leyéndonos o animándonos a que probáramos nuevos juegos cuando mostrábamos signos de decaimiento. Supervisaba las visitas al lavabo, y nos trajo refrescos y bocadillos.
Rosalie y yo crecimos rodeadas de juguetes caros, y para nosotras, incluso siendo pequeñas, estaba claro que Nicky no estaba acostumbrado a tales excesos. Con la mirada vigilante de un adulto, me imagino que los juguetes de dos niñas no eran tan interesantes para un niño de dos años. Sin embargo, sobrevivimos a la larga tarde, y no recuerdo que se produjera ninguna riña.
¿De qué hablaban abajo?
Creo que este encuentro debió comenzar como uno de los intentos ocasionales que nuestras dos familias habían realizado para enmendar la pelea entre nuestros ancestros. Por qué no podíamos, ni ellos ni nosotros, dejar que el pasado se enconara y muriera, no lo sé, pero la necesidad de seguir preocupándose por el tema parece estar muy arraigada en el perfil psicológico de ambas partes. ¿Qué puede importar ahora, o entonces, que dos magos profesionales se atacaran constantemente? Fuera cual fuera el rencor, el odio o la envidia que amargaba la existencia de aquellos dos ancianos, seguramente no podía concernir a los descendientes distantes que tenían sus propias vidas y asuntos. Bueno, esto parecería totalmente lógico, pero las pasiones de la sangre son irracionales.
En el caso de Clive Borden, la irracionalidad parecía formar parte de él, sin importar qué pudo haberle ocurrido a su ancestro. Su vida ha sido difícil de investigar, pero sé que nació en el Oeste de Londres. Tuvo una infancia normal y poseía un considerable talento para los deportes. Fue a la Universidad de Loughborough después de terminar el colegio, pero abandonó después del primer año. En la década siguiente estuvo frecuentemente sin casa, y pareció haberse alojado en las casas de un cierto número de amigos y parientes. Fue arrestado varias veces por embriaguez y disturbios, pero de alguna manera se las arregló para evitar tener antecedentes penales. Se describía a sí mismo como a un actor, y se ganaba precariamente la vida en la industria del cine, realizando trabajos de extra y sustitución cuando podía conseguirlos, intercalándolos con períodos de paro. El único breve período de estabilidad emocional y física en su vida fue cuando conoció y se casó con Diana Ellington. Se instalaron juntos en Twickenham, Middlesex, pero el matrimonio resultó tener una trágica y corta vida. Después de la muerte de Diana, Clive Borden se quedó en el piso en el que vivían de alquiler y se las arregló para convencer a una hermana casada, que vivía en la misma zona, para que le ayudara a educar al niño. Continuó trabajando en películas, y a pesar de que nuevamente comenzó a ir socialmente a la deriva, parece que fue capaz de mantener al niño. Ésta era su situación general cuando vino a visitar a mis padres.
(Después de esta visita dejó su piso de Twickenham, al parecer se mudó una vez más al centro de Londres, y en el invierno de 1971 viajó al exterior. Primero fue a Estados Unidos, y después de eso viajó a Canadá o a Australia. Según su hermana, cambió de nombre, y rompió deliberadamente todos los lazos con su pasado. He realizado todas las investigaciones que he podido, pero ni siquiera he sido capaz de establecer si aún está vivo o no).
Pero ahora regreso a aquella tarde y a la noche de la visita de Clive Borden a la Casa Caldlow, e intento reconstruir lo que sucedió mientras nosotros, los niños, jugábamos arriba.
Mi padre debió de hacer gala de un gran despliegue de hospitalidad, ofreciendo bebidas y abriendo un vino excepcional para celebrar la ocasión. La cena tuvo que ser suntuosa. Astutamente preguntaría acerca del viaje en coche del señor Borden, o acerca de lo que pensaba sobre algún tema que podría estar en las noticias, o tal vez incluso acerca de su bienestar. Ésta era la forma en que mi padre se comportaba invariablemente cuando se encontraba inmerso en una situación social cuyo resultado no podía predecir o controlar. Era la simpática y agradable fachada que levantaba un decente caballero inglés, carente de connotaciones cínicas pero completamente inapropiada para la ocasión. Imagino que incluso hizo más difícil cualquier reconciliación posible.
Mi madre, mientras tanto, estaría desempeñando un papel mucho más sutil. Ella sería más sensible a las tensiones que existieran entre los dos hombres, pero se sentiría coartada por ser, en este asunto, relativamente un tercero. Creo que no debió de hablar mucho, al menos durante la primera hora aproximadamente, pero sería consciente de la necesidad de concentrarse en el único tema que incumbía a todos.
Debió intentar todo el tiempo, sutil y discretamente, dirigir la conversación en esa dirección.
Me resulta más difícil hablar de Clive Borden, porque apenas lo conocí, pero probablemente el encuentro se produjera a petición suya. Estoy segura de que mis padres no hubieran hecho tal cosa. Sin duda debió de existir en un pasado reciente un intercambio de cartas que originaron la invitación. Ahora sé cuál era su situación financiera en aquel momento; tal vez esperaba obtener algún beneficio como resultado de la reconciliación. O tal vez finalmente había encontrado unas memorias de su familia que podrían explicar o excusar el comportamiento de Alfred Borden. (El libro de Borden existía en aquel entonces, por supuesto, pero había pocas personas ajenas al mundo de la magia que lo conocieran). Por otro lado, podría haber descubierto la existencia del diario personal de Rupert Angier. Es casi un hecho que debía tener uno, debido a su obsesión con las fechas y los detalles, pero o bien lo escondió, o lo destruyó antes de morir.
Estoy segura de que detrás del encuentro les animaba la intención de hacer las paces, no importa de quién fuera la sugerencia. Lo que vi en aquel entonces y puedo recordar ahora era bastante cordial, al menos al principio. Después de todo fue un encuentro cara a cara, que fue más de lo que la propia generación de sus padres logró.
Fuera como fuera, detrás de aquel encuentro estaba la vieja disputa. Ningún otro tema unía a nuestras familias tan firmemente, ni las separaba tan inevitablemente. Lo anodino de mi padre y el nerviosismo de Borden se habrían acabado en algún momento. Uno de ellos habría dicho: «Bueno, ¿puedes decirnos algo nuevo acerca de lo que sucedió?».
La idiotez del callejón sin salida me invade al volver la mente atrás. Cualquier vestigio de secreto profesional que coartara alguna vez a nuestros bisabuelos debería de haber muerto con ellos. Ninguno de los que vinieron después de ellos en nuestras dos familias era un mago, ni mostraba ningún interés por la magia. Si existe alguien que tiene un remoto interés por el tema, soy yo, y es simplemente porque estoy llevando a cabo algunas investigaciones acerca de lo que sucedió. He leído varios libros sobre magia escénica y algunas biografías de grandes magos. La mayoría de ellos eran obras modernas, y lo más antiguo que leí era el de Alfred Borden. Sé que el arte de la magia ha progresado desde finales del siglo pasado, y lo que en aquel entonces eran trucos admirados, hace tiempo que ya no están de moda, y han sido reemplazados por trucos más modernos. En la época de nuestro bisabuelo, por ejemplo, nadie había oído hablar del truco en el cual alguien es cortado por la mitad.
Ese truco tan conocido no fue inventado hasta la década de los años veinte, mucho después de que ambos, Danton y el
Professeur
, estuvieran muertos. El hecho de que los ilusionistas tengan que seguir ideando más formas desconcertantes de trabajar con sus trucos es algo que está en la naturaleza de ese arte. La magia de
Le Professeur
hoy en día parecería extraña, sin la más mínima gracia, lenta y sobre todo poco misteriosa. El truco que lo hizo famoso y rico parecería una pieza de museo, y cualquier ilusionista que se precie de ser un rival sería capaz de reproducirlo sin ningún problema y hacerlo parecer más desconcertante.