Authors: Larry Niven
—Tal vez es que no deseas creerlo —dijo Alice.
—¡Puedes apostarlo!
—Pero, ¿por qué aquí? ¿Por qué vienen hacia nosotros?
—¿No te parece lógico ir hacia el único mundo habitable conocido fuera del núcleo galáctico? Además de eso, los de aquí habríamos tenido tiempo para encontrar algunos otros, cosa que de hecho hicimos.
—Sí.
Brennan giró para mirarlos.
—¿Están hambrientos? Yo lo estoy.
Profundamente adentro del mareante laberinto de
Relatividad
había una cocina en miniatura. Desde un punto de vista era un descansillo, pero desde otro era una pared, y la pared tenía armarios con ollas, una pileta, un par de hornos y una plataforma rebatible con quemadores. Varios víveres crudos estaban arrojados cerca de la pared: una calabaza, un melón, dos conejos con los cuellos quebrados, zanahorias, apio, puñados de especias.
—Vamos a ver qué tan rápido podemos hacerlo —dijo Brennan.
Se volvió un borrón con muchos brazos. Roy y Alice se pararon lejos de sus manos relampagueantes. Una tenía un cuchillo, y se movía en destellos plateados: las zanahorias se volveron discos rodantes, y los conejos pareceron simplemente separarse en partes.
Roy se sintió desorientado, separado de la realidad. Aquellas pequeñas luces azules sobre el cuarto de la torre no tenían para él una conexión directa con una flota de superseres buscando exterminar la humanidad. Y esta placentera escena doméstica no lo ayudaba, a pesar del extrahumano manejando un cuchillo para hacerle la cena. Roy Truesdale miró a través de la gran puerta del castillo hacia el paisaje inclinado a un lado.
—Toda esta comida es de ahí afuera, ¿verdad? ¿No dijiste que no querías que comiéramos nada? —dijo Alice.
—Bueno, siempre existe la posibilidad de que el virus del árbol de la vida haya llegado allí. Pero la cocción lo mata, y las probabilidades de que viva en algo son muy pequeñas, de todos modos, a menos de haber espolvoreado el suelo con óxido de talio —Brennan no los miró ni interrumpió su trabajo mientras hablaba—. Me encontré con un enigma de Finagle cuando me alejé de la Tierra. Tenía comida, pero lo que yo necesitaba era el virus que habita las raíces del árbol de la vida. Traté de criarlo en varias cosas: manzanas, granadas… —los miró, para ver si ellos captaban la referencia—. Al fin conseguí una variante que crecía en el ñame. Entonces fue cuando supe que podría sobrevivir aquí afuera.
Brennan había arreglado los conejos y vegetales como en un cuadro. Puso la cazuela en el horno.
—Mi cocina en el monoplaza tenía toda clase de productos desecados-congelados. Me gustaba comer bien, afortunadamente. Más tarde conseguí semillas en la Tierra. Nunca estuve en peligro, en realidad; siempre podía volverme a casa, a la Tierra o al Cinturón. Pero no me gustó lo que le pasaría a la civilización si lo hacía —giró hacia ellos—. Cenamos en quince minutos.
Ella preguntó:
—Pero ¿no te sentías solo?
—Sí, por supuesto —Brennan levantó una mesa desde el suelo. No era plástico con memoria moldeándose a sí mismo, sino un grueso trozo de madera, suficientemente pesado como para exigirle cierto esfuerzo a sus músculos—. Miren, hubiera estado solo de todos modos, ya lo saben.
—No… no lo sé. Hubieras sido bienvenido, imagino.
Brennan pareció tomar una tangente.
—Roy, tú has estado antes aquí. ¿Lo imaginaste?
Roy asintió.
—¿Cómo quité esa sección de tu memoria?
—No lo sé. Nadie lo sabe, de hecho —Roy se tensó en su interior.
—Fue lo más simple del mundo. Justo después de noquearte, tomé una grabación de tu cerebro. Toda tu memoria. Luego, antes de dejarte en los Pináculos borré tu mente por completo y puse la grabación en ella. Bueno, es más que una grabación… el proceso incluye la memoria ARN, y muy complejos campos eléctricos… Pero de esa forma, no tengo que ponerme a seleccionar los recuerdos que deseo remover.
La voz de Roy llegó débil.
—Brennan, eso es horrible.
—¿Por qué? ¿Porque por un rato fuiste un animal sin mente? Yo no iba a dejarte así. Lo he hecho veinte veces hasta ahora, y nunca tuve un accidente.
Roy se estremeció.
—No lo entiendes. Hubo otro yo que pasó cuatro meses contigo. Se ha ido. Tú lo asesinaste.
—Estás empezando a comprender.
Roy lo miró a los ojos.
—Tienes razón. Eres diferente. Estarías solo de todos modos.
Brennan puso la mesa. Trajo sillas para sus huéspedes, moviéndose con la limpia falta de apuro que marca al perfecto anfitrión. Él sirvió, tomando la mitad de la comida para sí mismo; luego se sentó y comió con la eficiencia de un lobo. Era aseado, pero terminó mucho antes que ellos. Había ahora un bulto notable bajo su esternón.
—Las emergencias me dan hambre —dijo—. Y ahora me gustaría excusarme. No es educado, pero hay una guerra que pelear —y se fue, acelerando como un correcaminos.
Durante los siguientes días Roy y Alice se sintieron como los huéspedes indeseados del perfecto anfitrión. No veían mucho a Brennan. Cuando alcanzaban a verlo, siempre se movía a toda carrera cruzando el paisaje de Kobold. Él solía detenerse para preguntarles si se divertían, decirles de algo que podían haberse perdido, y luego se alejaba de nuevo… a toda carrera.
O podían encontrarlo en el laboratorio haciendo ajustes a su «telescopio». Había sólo una nave en el campo ahora, vista contra un fondo de enanas rojas y nubes de polvo interestelar: una llama azul de fusión —en realidad luz amarilla de helio corrida al azul— chispeaba por los bordes.
Él solía hablarles, pero sin interrumpir su trabajo.
—Es la misma configuración de la de Phssthpok —les dijo, con evidente satisfacción—. No se entrometen con un buen diseño. ¿Ven el punto negro en el centro de la llama? La cabina de carga viene delante durante el frenado, protegida de la radiación por el sistema de vida para el Pak. Y es una cabina más grande que la que Phssthpok llevaba, por lo que estas naves se mueven más lento que la de él a esta misma distancia. No están tan cerca de la velocidad de la luz. Estarán aquí en ciento setenta y dos, tal vez ciento setenta y tres años.
—¿Eso es bueno?
—Es bueno para mí, o debería serlo. La cabina de carga primero, y dentro de ella los criadores bajo sueño congelado. Una configuración vulnerable, ¿no les parece?
—No tanto, si te superan doscientos treinta a uno.
—No estoy loco, Roy. No voy a atacarlos yo solo. Voy a ir por ayuda.
—¿Adónde?
—A Wunderland. Está cerca de aquí.
—¿Qué? Pero si la Tierra está aun más cerca…
Brennan miró alrededor.
—¿Estás loco? Ni siquiera voy a advertirles. La Tierra y el Cinturón son el ochenta por ciento de la humanidad, incluyendo a todos mis descendientes. Su mejor oportunidad está en evitar la guerra. Por eso, si consigo que algún otro mundo les arme pelea aunque perdiese, los Pak podrían errarle a la Tierra por mucho.
—Así que usarás a los Wunderlanders como señuelo. ¿Se los vas a decir?
—No seas tonto.
Recorrieron largamente Kobold, tratando de mantenerse fuera del camino de Brennan. Él podía aparecer inesperadamente, corriendo alrededor de un peñasco o saliendo de un bosquecillo, eternamente apurado o eternamente manteniéndose a sí mismo en forma para la pelea, nunca lo aclaró. Siempre llevaba ese chaleco. No lo obligaba la decencia, ni la protección contra los elementos, pero sí los bolsillos. Por lo que Roy sabía, el chaleco brindaba protección también: un traje de presión doblado en uno de los bolsillos mayores.
Una vez lo encontraron cerca de una de las cabañas redondeadas. Él los llevó hasta una escotilla, y les mostró algo a través del grueso vidrio. Flotando en el interior de una gran cavidad de rotundas paredes de roca había una esfera plateada, de dos metros y medio de diámetro, pulida a espejo.
—Requiere un tremendo campo de gravedad mantener eso allí —dijo Brennan—. Es en su mayor parte neutronio.
Roy silbó, y Alice preguntó:
—¿No debería ser inestable? Es demasiado pequeño.
—Seguro que debería, si no estuviera en un campo de éstasis. La hice bajo presión, luego conecté el campo alrededor antes de que me explotara en la cara. Ahora hay más materia aún. ¿Creerían en un campo gravitatorio superficial de ocho millones de ge?
—Pienso que puedo.
El neutronio es tan denso como la materia puede llegar a ser: neutrones empaquetados lado a lado, bajo presiones mayores que las que había en el centro de la mayoría de las estrellas. Sólo una super masa podía ser más densa, y una super masa ya no sería materia en absoluto: sólo una fuente gravitatoria puntual.
—Pensé en dejarlo aquí como un señuelo, en caso de que la nave Pak llegara a vencerme. Pero son demasiadas. No puedo dejar Kobold para que lo descubran. Sería un regalo.
—¿Vas a destruir Kobold?
—Debo hacerlo.
A veces cocían su propia comida… evitando las papas y los ñames, por instrucciones de Brennan. Otras veces él cocinaba para ellos. Su cegadora velocidad nunca parecía apuro, pero jamás se detenía a charlar hasta que terminaba de comer. Había ganado peso, pero parecía ser todo músculo, aunque las grandes articulaciones nudosas aún le daban el aspecto de un esqueleto.
Era infatigablemente cortés. Nunca los rebajaba al hablarles.
—Nos trata como a gatitos —dijo Alice—. Está ocupado, pero controla si estamos bien alimentados y a veces se detiene para rascar nuestras orejas.
—No es su culpa. No podemos hacer nada para ayudarlo. Desearía que hubiese algo…
—Yo también.
Yacían sobre el césped bajo la tibia luz solar, que había tomado un extraño color. Brennan había quitado el componente de dispersión de la lente gravitatoria que mostraba el sol, porque interfería con su visión de larga distancia. El cielo era negro ahora. El sol era mayor pero más débil; no hubiera quemado los ojos aún mirándolo por varios minutos.
También había detenido la rotación de Kobold para hacer más fácil el ajuste de los múltiples campos gravitatorios. Ahora siempre había viento. Silbando desde la noche perpetua alrededor del laboratorio de Brennan, enfriaba el calor del mediodía en este lado de la esfera herbosa. Las plantas aún no habían comenzado a morir, pero pronto lo harían.
—Ciento setenta años. Nunca sabremos cómo terminará —dijo Alice.
—Podríamos vivir todo eso.
—Mmm… supongo.
—Brennan debe tener más árbol de la vida del que necesita.
Cuando ella se estremeció, él se rió. Ella se sentó.
—Deberemos irnos pronto.
—Mira.
Había una cabeza flotando hacia abajo en la cascada. Un brazo emergió y se agitó hacia ellos. Pronto Brennan nadaba cruzando la laguna hacia donde estaban, sus brazos arremolinándose como hélices.
—Tengo que nadar como loco —dijo—. Soy más pesado que el agua. ¿Cómo la están pasando?
—Bien. ¿Cómo va la guerra?
—Tolerablemente —Brennan les mostró un puñado de bobinas en una bolsa de plástico sellada—. Mapas estelares. Estoy casi listo para irme. Si se me ocurre una nueva arma para llevarme, podría demorarme aún un año para hacerla. Pero tal como estoy ahora, sólo resta una inspección final.
—Tenemos algunas armas en la nave. Puedes llevártelas —dijo Roy.
—Acepto, gracias. ¿Qué han traído?
—Láseres de mano y rifles.
—Bien, no han de tener mucha masa —Brennan se volvió hacia la laguna.
—¡Eh!
Brennan giró.
—¿Qué?
—¿Podrías usar otra clase de ayuda? —se sintió tonto preguntándolo.
Brennan lo miró por un largo momento.
—Sí —dijo—. Pero recuerda: tú preguntaste.
—De acuerdo —dijo Roy, firmemente. Para entonces, esa sensación de «¿Qué estoy haciendo de mí mismo ahora?» se le estaba volviendo familiar.
—Me gustaría que vinieras conmigo.
Roy dejó de respirar. Alice habló.
—Brennan… Si realmente necesitas la ayuda, yo soy voluntaria también.
—Lo siento, Alice. No puedo usarte.
Ella se contuvo.
—¿Mencioné que soy una Dorado entrenada? Armas, naves espaciales y persecución.
—También estás embarazada.
Brennan, totalmente adaptable él mismo, tenía el toque de dejar caer bombas en la conversación al parecer sin darse cuenta.
—¿Lo estoy? —ahora le tocó a Alice perder el aliento.
—¿Debí tener más tacto? Mi querida, deberías esperar un alegre suceso…
—¿Cómo lo sabes?
—Tus hormonas han hecho varios cambios obvios. Mira, no puede ser una sorpresa total. Tú debes haber salteado…
—…salteado mi última inyección —terminó ella en su lugar—. Lo sé. Estaba pensando en tener un hijo, pero eso fue antes de que comenzara este asunto de Vandervecken, y luego de eso… Bueno, Roy, sólo fuiste tú. Yo pensaba que todos los Llaneros…
—No, yo puedo tener hijos. ¿De dónde piensas sino que vienen los nuevos Llaneros? Te lo hubiera dicho, pero nunca…
—Bien, deja de mostrarte tan agitado —se puso de pie y arrojó sus brazos alrededor de él—. Estoy orgullosa. ¿Entra eso en tu bruta cabeza?
—Yo también.
Él suspiró, forzándolo un poco. Por supuesto que deseaba ser padre, pero…
—Pero… ¿qué vamos a hacer ahora?
Ella pareció preocupada, pero no contestó. El asunto se salía rápidamente de madre; Brennan había dejado caer demasiadas bombas a la vez. Roy cerró los ojos fuertemente, como si fuera a ayudar. Cuando los abrió, Brennan y Alice estaban aún mirándolo.
—Yo, yo… yo iré —les dijo—. No me escapo de ti, amor —añadió rápida y urgentemente; sus manos se habían cerrado muy fuertemente en los hombros de ella—. Estamos trayendo un hijo al mundo. El mismo mundo que, por una extraña coincidencia, es ahora el blanco de do-doscientos treinta…
—He localizado la segunda ola —dijo Brennan.
Roy lo encaró con furia.
—¡Maldición! ¡No necesitaba oír…!
Alice puso una mano en su boca.
—Lo entiendo, mi leal tripulación. Pienso que tienes razón.
Y el aire estaba lleno del olor de puentes quemándose.
Estaban bajo las ramas del árbol gigante. Brennan estaba ocupado con un control portátil que había tomado de su chaleco. Roy sólo miraba.
El monoplaza de doscientos años de antugüedad se veía como un corto insecto con un gran aguijón. Las redes de carga se abrían como diáfanas alas, el aguijón se encendía con luces actínicas. El sonido era como un grito chillón. Brennan había pasado todo un día enseñando a Alice como usar la nave, cuidar de ella, repararla. Roy no hubiera pensado que un día fuera suficiente, pero si Brennan estaba satisfecho… Y ella lo estaba haciendo bien. Se elevó derecho, luego giró suavemente en medio de lo que había sido el sol.