El protector (18 page)

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Authors: Larry Niven

BOOK: El protector
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—Eso no es lo que quiero decir. Hiciste una conquista —Vinnie hizo una pausa—. Hay un Llanero en tu oficina.

—¿Un Llanero?

Ella había compartido la cama con un hombre en la Tierra para insatisfacción de ambos, por la gravedad y la falta de práctica. Había sido educada acerca de ello, pero no se habían visto de nuevo. Se puso de pie.

—¿Me necesitas para algo más?

—Nop. Que te diviertas —dijo Vinnie.

Él intentó ponerse de pie cuando ella entró. Chapuceó un poco por la baja gravedad, pero se las arregló para mantener sus pies en el suelo, y el resto de su cuerpo sobre ellos.

—Hola. Roy Truesdale —dijo, antes de que ella pudiese recordar su nombre.

—Bienvenido a Vesta —saludó ella—. Así que vino después de todo. ¿Aún busca al Arrebatador?

—Sí.

Ella tomó asiento tras de su escritorio.

—Hábleme de ello. ¿Terminó el viaje de mochilero?

Él asintió.

—Creo que las Rocosas fueron la mejor parte, y no hay problemas para entrar. Debería visitarlas. No es un parque nacional, pero pocas personas desean vivir allí, de todos modos.

—Lo haré, la próxima vez que vaya a la Tierra.

—Vi a los otros Exteriores… Lo sé, no son realmente Exteriores, pero seguro como el infierno que son extraños. Si el verdadero Exterior es como ellos…

—Usted preferiría pensar que Vandervecken es humano.

—Supongo que sí.

—Está poniendo mucho esfuerzo en esta búsqueda…

Ella consideró la idea de que Truesdale hubiera venido buscando a cierta mujer Espacial. Una idea halagadora.

—La policía no parece llegar a ninguna parte —dijo Roy—. Peor aún: parece que han estado cazando a Vandervecken, o alguien como él, por ciento veinte años. Me enojé con ellos, y resolví encontrarlo por mi cuenta. De modo que firmé para una nave a Vesta. Eso es todo un problema, ¿lo sabe?

—Lo sé. Demasiados Llaneros desean ver los asteroides. Debemos restringirlos.

—Tuve que esperar tres meses para conseguir una cucheta. Todavía no estaba seguro de querer partir, pero después de todo, siempre podía cancelar… Entonces algo más pasó —la mandíbula de Truesdale se tensó con furia retrospectiva—. Lawrence St. John McGee. El me robó todo lo que yo poseía, diez años atrás. Una estafa.

—Lo lamento. Esas cosas pasan.

—Bien, resulta que lo atraparon. Se hacía llamar Ellery Jones de San Luis. Estaba preparando un nuevo asunto en Topeka, Kansas, pero alguien llamó a la policía y lo atraparon. Tenía nuevas huellas digitales, nuevas impresiones de retina, un nuevo rostro. Tuvieron que hacer un análisis de sus ondas cerebrales para asegurarse de que era él. Podría recuperar algo de mi dinero, parece.

Ella sonrió.

—Pero… ¡Eso es maravilloso!

—Lo denunció Vandervecken. Era otro soborno.

—¿Está seguro? ¿Él usó ese nombre?

—No. ¡Maldita sea, sigue jugando conmigo! Debe haber supuesto que yo lo estaba cazando por los cuatro meses que me robó. Entonces me entregó a Lawrence St. John McGee, para que dejara de preocuparme por esos cuatro meses.

—Lo que le molesta a usted es ser tan predecible.

—Sí, me molesta.

Él no la miraba. Sus manos estaban fuertemente cerradas en los brazos de su sillón. Los músculos se hinchaban y aflojaban en sus brazos mientras se sujetaba. Algunos Espaciales afectan despreciar los músculos de los Llaneros; Alice no.

—Vandervecken puede ser demasiado para nosotros —dijo ella.

Su respuesta fue interesada:

—Ahora está hablando en serio. ¿Qué han encontrado?

—Bien… He estado cazando a Vandervecken también. Usted sabrá ya que ha habido otras desapariciones.

—Sí.

Su escritorio, como el de Robinson, tenía una terminal de computadora. Ella la usó.

—Media docena de nombres. Y las fechas: 2150, 2191, 2230, 2250, 2270, 2331. Puede ver que nuestros registros llegan más atrás que los de la Tierra. Hablé con este Lawrence Jannifer, el más antiguo, pero él no puede recordar más que usted. Estaba tomando una órbita rápida a los troyanos delanteros con algunos pequeños repuestos para máquinas, cuando… se apagó. Lo siguiente que sabe es que estaba en órbita de Héctor —ella sonrió—. Pero él no lo tomó del mismo modo que usted: está satisfecho de haber vuelto.

—¿Alguno de los otros está vivo y accesible?

—Dandridge Sukarno y Norma Stier, desaparecidos en 2270 y 2230, respectivamente. Ellos no me darían ni la hora. Tomaron sus cuotas, y eso es todo. Hemos rastreado el dinero hasta dos distintos nombres: Jorge Olduval y C. Cretemaster, y no hay caras para esos nombres.

—Ha estado bastante ocupada.

Ella se encogió de hombros.

—Muchos Dorados se han interesado por el Arrebatador en un momento u otro. Vinnie se entusiasma con ello.

—Suena como si tomara una muestra cada diez años, alternando entre la Tierra y el Cinturón —Truesdale silbó incómodamente. Estaba recordando las fechas—. 2150 es casi dos siglos atrás. No me maravilla que se haga llamar Vandervecken.

Ella lo miró agudamente.

—¿Hay algún significado?

—Vandervecken era el capitán del Holandés Volador. Lo busqué. ¿Usted conoce la leyenda del Holandés Volador?

—No.

—Solía haber buques de vela comerciales… navegando en el océano, con la fuerza del viento. Vandervecken estaba tratando de rodear el Cabo de Buena Esperanza durante una fuerte tormenta. Él blasfemó que rodearía el cabo así tuviera que luchar contra el viento hasta el último día. Con tiempo tormentoso los barcos aún pueden verlo, todavía tratando de rodear el Cabo. A veces detiene a los barcos y les pide que lleven cartas a su casa.

La risa de ella era temblorosa.

—¿Cartas para quién?

—El Judío Errante, tal vez. Hay variaciones. Una dice que Vandervecken asesinó a su esposa y se embarcó para huir de la policía. Otra que hubo un asesinato a bordo. Los escritores parecen disfrutar esta leyenda. Aparece en varias novelas, y hay una vieja película plana, y una ópera aún más vieja, y… ¿Ha oído esa vieja canción que cantan los acampantes alrededor de los fuegos de campamento? «Soy el único marinero que alguna vez saltó del barco de Vandervecken».

—La canción del jactancioso.

—Todas esas leyendas tienen algo en común: tratan de un hombre inmortal bajo una maldición.

Los ojos de Alice Jordan se volvieron grandes y redondos.

—¿Qué pasa? —preguntó él.

—Jack Brennan.

—¿Brennan? Sí, lo recuerdo: el hombre que comió las raíces a bordo de la nave Pak. Se supone que ha muerto.

—Supuestamente —ella estaba mirando el escritorio. Gradualmente sus ojos se enfocaron en la salida impresa—. Roy, tengo que acabar con cierto trabajo. ¿Dónde estás parando, en el Palacio?

—Seguro, es el único hotel en Waring.

—Te veré allí, a las dieciocho. Necesitarás un guía para los restaurantes, de todos modos.

Para ser un monopolio, el Palacio era un buen hotel. El servicio humano no era excelente, pero la maquinaria (los baños, sistemas de limpieza, mozos) funcionaba a la perfección. Los Espaciales parecían tratar a sus máquinas como si sus vidas dependieran de ellas.

La pared del este estaba apenas a tres metros de la cúpula de Waring, y tenía grandes ventanas panorámicas guardadas por pantallas rectangulares, que se orientaban para cerrar el paso cuando la luz solar venía cruda. Las pantallas estaban abiertas ahora. Truesdale miraba afuera a través de la pared de cristal, sobre el llano bulto de la cúpula de Ciudad Anderson, hasta un horizonte dentado y serrado. Se sentía como si estuviera en la cumbre de una montaña en la Tierra. Veía el universo tan cercano como para tocarlo.

Y el cuarto le costaba bastante caro. Aún debía aprender de nuevo a gastar dinero sin hacer una mueca de dolor.

Tomó una ducha. Era divertida. La ducha entregaba un grande y lento volumen de agua caliente que tendía a quedarse pegado a su cuerpo como gelatina. Había chorros laterales, y un espray aguja. Un recuerdo de los viejos días, supuso, cuando la profunda cavidad que ahora albergaba a Ciudad Anderson había sido cavada por la extensiva y cara minería de las rocas de hidratos. Pero la fusión era barata, y una vez hecha el agua podía ser destilada indefinidamente.

Cuando dejó la ducha, halló que la terminal de información junto a su escritorio había impreso un material. Había entregado el equivalente a varios libros de información, en un tomo del tamaño de la guía telefónica de San Diego, con páginas que podían ser borradas tras la partida del huésped. Alice Jordan debía haber mandado eso. Hojeó hasta que encontró las memorias de Nicholas Sohl, y comenzó allí. La descripción del navío Pak estaba cerca del final.

Sentía un estremecimiento en él cuando terminó. Nicholas Sohl, una vez Primer Orador del Cinturón, no había sido ningún tonto. «Lo que hay que recordar», había escrito Sohl, «es que él es más brillante que nosotros. Tal vez ha pensado en algo que yo no, pero… ¿cuán brillante ha de ser un hombre para vencer la falta de una fuente de comida?»

Siguió leyendo.

Alice Jordan llegó diez minutos antes de la hora. Cuando le abrió la puerta, ella miró por encima de él hacia la terminal de información.

—Lo has recibido. Bien, ¿qué tan lejos has llegado?

—Las memorias de Nick Sohl. Un libro de texto sobre la fisiología de los Pak. He ojeado el libro de Graves sobre la evolución; dice que una docena de plantas pueden haber sido importadas del mundo Pak.

—Eres un Llanero. ¿Qué piensas?

—No soy biólogo. Y me salteé los procedimientos de la Base Olimpo; realmente no me importa el porqué no pueden hacer funcionar el polarizador de gravedad.

Ella se sentó en el borde de la cama; llevaba pantalones sueltos y una blusa. No estaba vestida para la cena, según le pareció, aunque no se podían esperar faldas bajo la reducida gravedad de Vesta.

—Pienso que es Brennan —dijo ella.

—Lo mismo pienso yo.

—Pero fue dado por muerto. No tenía una fuente de comida.

—Se llevó su propio monoplaza en una línea de remolque. Aún doscientos años atrás, la cocina de un monoplaza lo mantendría por un largo tiempo, ¿verdad? Eran las raíces lo que echaría en falta. Tal vez llevaba algunas de la cabina de carga consigo, y algunas otras habría en la nave Pak. Pero cuando se las comiera todas estaría acabado.

—Sin embargo, piensas que aún está vivo —él asintió—. También yo. A ver tus razones.

Truesdale se tomó un minuto para organizar sus pensamientos.

—El Holandés Volador, Vandervecken: un hombre inmortalizado por una maldición. Encaja muy bien.

Ella asintió.

—¿Qué más?

—Oh, los secuestros… y el hecho de que nos regresó a todos. Aún frente al riesgo de ser capturado, nos devolvió. Es demasiado considerado para ser un Exterior, y demasiado poderoso para ser un humano. ¿Qué queda, entonces?

—Brennan.

—Luego está el duplicado de Stonehenge —tenía algo que decirle acerca de eso—. He estado pensando en ello desde que mencionaste a Brennan. ¿Sabes como suena para mí? Brennan tuvo suficiente tiempo para descifrar el generador de gravedad en la cabina de carga. Debe haber resuelto el principio, y hasta fabricó uno. Entonces ha jugado con él.

—Correcto de nuevo. Esta superinteligencia debe haber sido como un juguete nuevo para él.

—Tiene que haber intentado otras bromas.

—Así es —dijo ella, con demasiado énfasis.

—¿Qué? ¿Te has enterado de alguna otra?

Alice rió.

—¿Has oído hablar del asteroide Mahmed? Estaba en esos extractos que te mandé.

—No llegué a eso.

—Un asteroide de cuatro kilómetros de diámetro, principalmente de hielo. Los telescopios del Cinturón lo notaron bastante pronto, en… 2183, creo, cuando aun estaba fuera de la órbita de Júpiter. Un tal Mahmed fue el primero en llegar a él. También fue quien calculó su órbita y encontró que iba a impactar en Marte.

—¿Lo hizo?

—Sí. Probablemente pudo haber sido detenido, aún con la tecnología de esos días, pero supongo que nadie estaba realmente preocupado. Iba a impactar bien lejos de la Base Olimpo. Le quitaron un gran trozo de hielo antes, al que movieron a una nueva órbita. Casi todo agua pura; un material valioso en órbita.

—No veo que tiene que ver con…

—Luego de caer, mató a los marcianos. A todo marciano en el planeta, tan lejos como podemos decir. El contenido de vapor de agua en la atmósfera se disparó.

—Oh —dijo Truesdale—. Un genocidio. Vaya broma.

—Te lo he dicho: Vandervecken puede ser demasiado para nosotros.

—Sí.

Partiendo de una voz grabada en una cinta de autodestrucción, Vandervecken se había expandido en todas direcciones. Ahora tenía doscientos veinte años al menos, y el alcance de sus operaciones envolvía al Sistema Solar. En fuerza física también había crecido. El monstruo Brennan pudo haber cargado al inconsciente Elroy Truesdale sobre su hombro y llevarlo al trote por los Pináculos.

—Es verdad —prosiguió Truesdale—. Y probablemente tú y yo seamos los únicos que lo sabemos. ¿Qué hacemos ahora?

—Vamos a cenar —dijo ella.

—Tú sabes lo que quiero decir…

—Sé lo que quieres decir —dijo Alice gentilmente—, pero ahora nos vamos a cenar.

La cumbre del Palacio era una cúpula de cuatro lados que mostraba dos vistas de la realidad. Por los cuadrantes del Este y el Oeste mostraba a Vesta, pero los cuadrantes Norte y Sur eran proyecciones holográficas de alguna sección montañosa de la Tierra.

—Es una cinta continua, de varios días de duración —le dijo Alice—. Tomada desde un auto navegando a nivel del suelo. Parece una mañana en Suiza.

—Lo es —coincidió él.

El martini de vodka le estaba golpeando fuerte. Se había salteado el almuerzo, y ahora su estómago era un vacío rugiente.

—Háblame de la comida del Cinturón.

—Bueno, el Palacio ofrece cocina Llanera de Francia.

—Me gustaría probar la comida Espacial. ¿Te parece mañana?

—Honestamente, Roy, fui saqueada en la Tierra. Te llevaré a un lugar Espacial mañana, pero no pienso que encuentres algún nuevo sabor excitante. La comida es demasiado cara aquí para hacer mucha cocina experimental.

—Qué malo —miró el menú en el pecho del mozo, y retrocedió—. ¡Por Dios, qué precios!

—Es tan caro como cuesta. En el otro extremo está el reparto de levadura, que es gratuito…

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