El protector (9 page)

Read El protector Online

Authors: Larry Niven

BOOK: El protector
9.96Mb size Format: txt, pdf, ePub

Y ya no podrían regresar al espacio. Sus escasos remanentes de raíces representaban un inflexible número de horas de trabajo de protector. Debían recargar sus tanques de cesio, debían hasta construir una tecnología productora de plutonio en el tiempo que les quedaba, pero encontrar otro mundo parecido a Pak… no.

Y si lo alcanzaban… ¿qué garantía tendrían de que pudiera crecer allí el árbol de la vida?

Para comunicar lo sucedido al mundo Pak, habían pasado sus últimos años construyendo un láser lo bastante poderoso como para perforar las nubes de polvo que los escondían del núcleo galáctico. Pero no pudieron saber que habían triunfado, y que el mensaje que enviaron había sido recibido.

No sabían qué era lo que estaba mal con la cosecha; sospechaban de la escasez de ciertas longitudes de onda en la luz estelar, aunque sus experimentos en esa dirección no habían conducido a nada. Daban detallada información de las líneas de sangre de sus pasajeros criadores, en la esperanza de que algo de esas líneas pudiera sobrevivir. Y pedían ayuda.

Dos millones y medio de años antes.

Phssthpok se sentó junto a la canasta de raíces, comiendo y leyendo. Hubiera sonreído, si su rostro estuviera construido de ese modo. Ahora veía que su misión podría incluir a todo protector sin hijos en el mundo.

Por dos millones y medio de años esos criadores habían estado viviendo sin el árbol de la vida. Sin ningún medio de hacer el cambio al estado de protector. Animales tontos.

Y sólo Phssthpok sabía ahora como encontrarlos.

Estás volando de Nueva York, USA, a Piquetsburg, Noráfrica. Súbitamente te enteras de que Nueva York está volando en una dirección, Piquetsburg en otra, y un viento huracanado está arrastrando tu aeroplano, por supuesto en una tercera dirección…

¿Pesadilla? Bueno, sí. Pero el viaje por el Sistema Solar es diferente a viajar en un planeta. Cada roca individual se mueve a su propio paso, como burbujas en agua hirviendo.

Marte se mueve en una huella casi circular. Los asteroides se mueven cerca de él en órbitas más elípticas, llegando hasta el planeta rojo, o pasándolo. Algunos portan telescopios. Sus operadores informarían a Ceres si veían actividad intencionada en la superficie.

El abandonado estatorreactor Bussard cruzaba por sobre el sol y se curvaba hacia adentro, siguiendo una plana hipérbola que lo llevaría a través del plano de los planetas.

El Buey Azul seguía una curva de orden superior, acelerando en una J cuya parte recta eventualmente igualaría la posición y velocidad del Buey con las de la nave Exterior.

El U Thant se elevó desde la tierra en un ala-cohete alquilado al Puerto del Valle de la Muerte. Era una adorable vista, elevándose y cruzando el Pacífico. A doscientos cuarenta kilómetros de altura y en órbita —como requería la ley— Nick cambió a potencia de fusión y se dirigió hacia afuera. Dejó el ala-cohete a su propio albedrío, para que volviera a casa.

La Tierra se enrolló sobre sí misma y se alejó. Serían cuatro días de viaje a Marte, a una ge, con Ceres para decirles dónde esquivar asteroides.

Nick puso la nave en autopiloto. No estaba totalmente disgustado con el U Thant. Era un diseño de la marina llanera, con sus funciones comprometidas por la forma aerodinámica, pero el equipamiento parecía adecuado y los controles eran elegantes por lo simples. Y la cocina era excelente.

—¿Está bien si fumo? —dijo Luke.

—¿Por qué no? No puedes estar preocupado por morirte joven.

—¿Ya recibió el dinero la ONU?

—Seguro. Deben haber recibido la transferencia hace horas.

—Hermoso. Llámalos, identifícate, y pide todo lo que tengan acerca de Marte. Diles que lo pongan en la pantalla y que tú pagaras por la comunicación. Eso matará dos pájaros de un tiro.

—¿Qué quieres decir?

—Eso les dirá adónde vamos a ir.

—Entiendo… Luke, ¿realmente piensas que esto los hará moverse? Conozco lo poco manejables son los de la ONU. Está el caso Miller.

—Míralo desde el otro lado, Nick. ¿Cómo has llegado a representar al Cinturón?

—Las pruebas de aptitud demostraron que tenía un alto CI, y que me gustaba mandar a los que tenía alrededor. Desde allí continué mi camino hacia arriba.

—Nosotros lo hacemos por el voto.

—Concursos de popularidad.

—Sí. Funciona, aunque tiene sus inconvenientes. Pero ¿qué gobierno no los tiene? —Garner se encogió de hombros—. Cada orador en la ONU representa a una nación… a un trozo del mundo. Cada uno piensa que la suya es la mejor parte, poblada con la mejor gente; si fuera de otro modo, los suyos no lo habrían elegido. Así, cada uno de los representantes piensa que él tiene la respuesta justa a lo que hay que hacer con el Exterior, y no se someterá a los otros. Es una cuestión de prestigio. Eventualmente llegarían a un compromiso, pero si se enteran de que un civil y un Espacial pueden ganarles de mano con el Exterior, dejarán de dar vueltas en redondo. ¿Lo ves?

—Uf. Haré la llamada.

Un rayo de mensaje los alcanzó algo después. Comenzaron a revisar la información almacenada sobre Marte. Había muchísimo allí. Cubría centurias. En cierto momento, Nick dijo:

—Estoy listo para las vacaciones de verano. ¿Por qué debemos mirar todo esto? De acuerdo con lo que dices, estamos solamente fanfarroneando.

—De acuerdo con lo que digo estamos haciendo una búsqueda, a menos que tengas otra cosa que hacer. El mejor momento para mentir es cuando tienes cuatro ases.

Nick apagó la pantalla. El texto ya estaba grabado en cinta; nada se perdería.

—Veamos, razonemos juntos. He pagado un millón de marcos en fondos del Cinturón por este material, más cargos adicionales por el rayo mensajero. Como soy Sohl el Económico, me siento casi obligado a usarlo. ¡Pero hemos estado estudiando el caso Miller toda la última hora, y eso viene de los archivos del Cinturón!

Once años atrás, un minero del Cinturón llamado Miller había tratado de usar la masa de Marte para hacer un drástico cambio de curso. Pero había pasado demasiado cerca; se había visto forzado a descender. No hubo problemas. Los policías Dorados lo hubieran capturado, tan pronto como tuvieran la autorización de la ONU. No había apuro… hasta que Miller fue asesinado por los marcianos.

Los marcianos habían sido un mito hasta entonces. Miller pudo haberse quedado asombrado. Pero, ahogándose en el casi vacío, se las había arreglado para matar una docena de ellos, usando un tanque de agua para dispersar la muerte en todas direcciones.

—No toda la información viene de ustedes. Nosotros hemos estudiado los cuerpos de los marcianos que ustedes recuperaron —dijo Garner—. Podemos necesitar esa información. Todavía me pregunto por qué el Exterior eligió a Marte. Tal vez él sabía sobre los marcianos. Tal vez desea contactarlos.

—No sacará mucho provecho de ello.

—Usan lanzas; para mí eso los hace inteligentes. No sabemos qué tan inteligentes, porque nadie jamás ha tratado de hablar con un marciano. Pueden tener cualquier clase de civilización allí debajo del polvo.

—¿Gente civilizada, dices? —la voz de Nick se tornó salvaje—. ¡Ellos desgarraron la tienda de Miller! ¡Dejaron escapar su aire! En el Cinturón no hay peor crimen.

—No he dicho que fueran amistosos.

El Buey Azul derivaba. Tras él, el navío extraño era visible a ojo desnudo, y se acercaba. Eso ponía nerviosa a Tina, porque no podía mirarlo desde la cabina del monoplaza. Pero eso servía en ambos sentidos, pues del lado ciego del Exterior, los tres Espaciales trabajaban para liberar el monoplaza de Einar Nilsson de su vasto útero de metal.

—Abrazaderas abiertas aquí —dijo Tina.

Ella estaba sudando. Sentía una brisa en la cara: el sistema de aire del traje trabajaba para limpiar de humedad su placa facial.

La voz de Nate sonó tras su oído.

—Bien, Tina —dijo Einar—. Pudimos haber transportado un cuarto tripulante en el sistema de vida del monoplaza. ¡Maldición! Desearía haber pensado en ello. Hubiera habido dos de nosotros para encontrar al Exterior.

—Probablemente no importará. El Exterior se ha ido. La nave está abandonada.

Aún así, Nate sonaba incómodo.

—¿Y cuántos tripulantes dejó a bordo? Yo nunca me creí eso de que el Exterior llegara de entre las estrellas usando un monoplaza. Demasiado poético. Bien, no importa. Tina, danos cinco segundos de empuje bajo el tubo de fusión.

Tina apoyó sus hombros y disparó sus jets de mochila. Otras llamas surgieron de abajo del casco del sistema de vida. El viejo monoplaza derivó lentamente a través de las grandes puertas.

—Está bien; Nate, ven a bordo primero. Asegúrate de poner al Buey entre tú y el Exterior todo el tiempo. Deberemos asumir que no tiene radar de profundidad.

No había forma de que ninguno de ellos pudiera ver la expresión intrigada de Tina.

Las mujeres Espaciales promediaban un metro ochenta y tendían a ser mimbreñas, esbeltas. Tina Jordan tenía esa altura, pero estaba construida a escala Llanera. Estaba en buena forma, y orgullosa de ello. Pero se sentía molesta de que los Espaciales aún la tomaran por una Llanera.

Había dejado la Tierra a los veintiuno, y pasado cuarenta años en el Cinturón, en Ceres, Juno, Mercurio, en la Estación de Hera en órbita cercana a Júpiter, y en sus troyanos posteriores. Consideraba al Cinturón y el Sistema Solar como su hogar. No importaba que nunca hubiera pilotado un monoplaza. Muchos Espaciales no lo hacían. Los mineros de monoplazas eran sólo un aspecto de las industrias del Cinturón, que incluían químicos, físicos nucleares, astrofísicos, políticos, astrónomos, oficinistas, mercaderes… y programadores de computadoras.

Ella había oído, mucho antes, que en el Cinturón no había prejuicios contra las mujeres. ¡Y era cierto! En la Tierra las mujeres aún recibían trabajos de menor paga. Los empleadores decían que la fuerza física era necesaria para ciertos trabajos, o que una mujer podría renunciar para casarse en el momento más crucial, o que la familia sufría si la mujer trabajaba. Las cosas eran diferentes en el Cinturón, y Tina se había sentido más sorprendida que alegre. Había esperado una desilusión.

Y ahora, una mujer programadora de computadoras era la persona más crucial del Buey. Miedo y alborozo. El miedo era por Nate, que era demasiado joven para tomar tal riesgo; y porque otro Espacial había encontrado al Exterior, y nadie había oído de él desde entonces.

Pero ¿qué hacía Nate a bordo del monoplaza?

Ella ayudó a Einar a salir de su traje (era una montaña de carne; nunca podría haberse alzado a sí mismo contra la gravedad de la Tierra), luego lo dejó hacer lo mismo por ella.

—Pienso que debe ser Nate quien aborde al Exterior.

—¿Qué? No —Einar pareció sorprendido.

Ella buscó palabras para responderle, y las encontró, para su horror: «Pero yo soy una mujer». No las dijo.

—Piénsalo bien —dijo Einar, con forzada paciencia—. La nave puede no estar vacía. Abordarla puede ser peligroso.

—Correcto —dijo ella, con énfasis.

—Así que daremos a quienquiera que la aborde toda la protección que podamos. El Buey es parte de esa protección. Tendrá el impulsor caliente para vaporizar al bastardo si trata de hacer cualquier cosa, y aun el comunicador láser podría hacer unos cuantos agujeros en él a esta distancia.

Tina hizo un gesto de desacuerdo.

—Ya había imaginado eso. Pensaba que…

—No, no seas tonta. Tú nunca volaste un monoplaza en tu vida. No he tenido mucha elección en esto. Había pensado en poner a Nate a volar el Buey, pero… demonios, es mi nave, y él sabe de monoplazas. No podía ponerte en ninguno de ambos puestos.

—Supongo que no.

Ella estaba calma en el exterior, pero una fría bola de miedo crecía en su barriga.

—Tú hubieras sido la mejor elección, de todos modos. Tú eres quien hará contacto con el Exterior, tratarás de aprender su lenguaje. Además, eres una Llanera. Eres físicamente la más fuerte de nosotros —Tina asintió temblorosa—. Pudiste quedarte atrás, ya sabes.

—Oh, no es eso. Espero que no pienses que me estaba acobardando.

—No, sólo que no lo habías pensado correctamente. Te acostumbrarás, viviendo en el Cinturón —dijo Einar amablemente.

Maldito sea.

El polvo de Marte es único.

Su rareza es el resultado del cementado por vacío. En una época, el cementado por vacío era el cuco de las industrias del espacio. Los pequeños componentes de las sondas espaciales, que se deslizan fácilmente uno sobre otro en el aire, se soldarán sólidamente en el vacío, tan pronto como las moléculas de gas adheridas en las superficies se evaporen. El cementado por vacío fusionó gran cantidad de partes en los primeros satélites americanos y las primeras sondas interplanetarias rusas. El cementado por vacío impide que la Luna tenga océanos de polvo meteórico. Las partículas se sueldan en forma de roca crujiente, bajo la misma atracción molecular que suelda bloques Johanssen y convierte el barro de los fondos oceánicos en rocas sedimentarias.

En Marte hay la suficiente atmósfera para detener ese proceso, aunque no la suficiente para frenar un meteoro. El polvo meteórico cubre la mayor parte del planeta. Los meteoros pueden fundir el polvo en los cráteres, pero no cementarlo, y es lo bastante fino para fluir como aceite viscoso.

—Ese polvo llegará a ser nuestro mayor problema —dijo Luke—. El exterior ni siquiera deberá excavar un hoyo por sí mismo. Puede haberse hundido en cualquier parte de Marte —Nick apagó el transmisor láser; estaba caliente por los dos días continuos emitiendo un rayo localizador hacia la Tierra—. Pudo haberse escondido donde quisiera en el Sistema Solar, pero eligió Marte. Debe haber tenido una razón. Ojalá tuviera que hacer algo que no se puede hacer debajo del polvo; eso lo pondría en un cráter, o una colina. Hubiera sido visto.

Luke recuperó una fotografía de la memoria del autopiloto. Era una de la tanda tomada por la trampa de contrabandistas. Mostraba un oscuro huevo de metal con el extremo pequeño en punta. El huevo se movía con el extremo grande hacia delante, y como si estuviera propulsado. Pero no había escapes, al menos ninguno que un instrumento pudiera reconocer.

—Es lo bastante grande para verlo desde el espacio —dijo Luke—, y fácil de reconocer, con ese casco plateado. Sí; está debajo del polvo. Se necesitarán un montón de naves con radar de profundidad para encontrarlo, y aún así no hay garantía.

Other books

Prey for a Miracle by Aimée and David Thurlo
Dangerous Refuge by Elizabeth Lowell
The Naughty Corner by Jasmine Haynes
Supplice by T. Zachary Cotler
A Traveller's Life by Eric Newby
Dear and Glorious Physician by Taylor Caldwell
Dear Mr. Henshaw by Beverly Cleary