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Authors: Antonio Cabanas

Tags: #Histórico

El secreto del Nilo (86 page)

BOOK: El secreto del Nilo
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«Sé cauto con ellos y no te vanaglories nunca de lo que posees», le habían aconsejado los viejos.

Indudablemente, crecer en un escenario como aquel había terminado por dejar impreso un sello indeleble en aquel muchacho. Shuty se ganó su sobrenombre en poco tiempo, y su astucia llegó a ser reconocida, a no mucho tardar, entre los más reputados comerciantes que transitaban por las Dos Tierras. Corrían tiempos de abundancia en los que un hombre podía hacer fortuna con un poco de suerte y buena cabeza, pero esta fue, precisamente, la que perdió al joven al pensar que el mundo le pertenecía. Las rutas de las caravanas se le quedaron pequeñas y empezó a hacer funciones de intermediario entre particulares poderosos e incluso entre los templos.

Shuty no tardó mucho en hacer fortuna, y con ella vino aparejada la vanidad, verdadera perdición del ser humano; él todo lo podía, y los demás debían ser testigos de ello. En cuanto le fue posible compró una magnífica villa en Elefantina, con todas las comodidades que pudiera desear, para que su nombre corriera en boca de sus paisanos como sinónimo de opulencia. Él, que no había tenido padres, era ahora señor de las mejores tierras, y envidia de todos cuantos le despreciaron en su niñez. Sin embargo, faltaba completar su obra con aquello que haría que su triunfo fuera total: una mujer hermosa.

Shuty se desposó con una belleza capaz de templar el ánimo al hombre más alicaído; un verdadero presente de Hathor a la que colmó de atenciones y una vida regalada. Todo se le hacía poco para ella, quien a no mucho tardar se hizo dueña de su voluntad y también de su hacienda. Su esposa hacía y deshacía a su antojo sin que a él le importara en absoluto. ¿Acaso no era la reencarnación de la diosa del amor? Ella merecía verse colmada de riquezas, y Shuty se esforzaba por que nadara en la opulencia. Los dos hijos que le dio no hicieron sino favorecer aún más las atenciones que su esposo le prodigaba, pues se sentía inmensamente feliz. ¿Qué más podía desear?

Pero las sorpresas del destino no tienen parangón y además son inesperadas. Shuty fraguó su desgracia a partir de aquella fortuna que le había deslumbrado. Las riquezas llegaron a introducirle en el ambiente de la aristocracia local, en el que su esposa deseaba encontrarse, y ello le llevó a la perdición.

Su mundo distaba mucho de aquel. Él era hijo de la indigencia, y su fortuna jamás podría cambiar aquel aspecto. Se introdujo en negocios para los que no estaba preparado, que le obligaban a viajar en ocasiones hasta los confines del imperio. Nada parecía ser suficiente para Shuty,Ӏh y su aventura, a la postre, le condujo al desastre.

Un mal día el tratante se encontró con lo inesperado, ya que su esposa lo abandonó para casarse con un juez de Asuán, perteneciente a la nobleza, famoso por su severidad.

El divorcio supuso todo un calvario para Shuty, pues además de perder a su mujer e hijos le llevó a la ruina.

Para el mercader ya nada fue igual, y durante los años que siguieron se dedicó a recorrer el país malviviendo en ocasiones, en busca de una segunda oportunidad. Pero la fortuna le resultó esquiva, y Shuty comprendió que su suerte estaba echada, y que haría bien en procurarse un humilde lugar en el que poder pasar su vejez, aunque fuera solo. Él poco necesitaba para vivir, y mientras hubiese un rayo de luz capaz de alumbrar su corazón, siempre podría engañar a algún incauto capaz de proporcionarle el pan.

Neferhor escuchó con atención el relato de su acompañante, y se hizo cargo de sus penas pues en estas encontró no pocas similitudes con cuanto le había pasado a él mismo.

—Es lo que tiene viajar mucho —apostilló Shuty, con agudeza—. Como tú bien dices, Shai no es el más idóneo para dejarle al cuidado de tu hacienda.

El escriba asintió pensativo. La historia del tratante le había emocionado tanto que se animó a contarle cómo había llegado hasta allí, aunque omitiera determinados detalles que nadie podría conocer jamás. Cuando acabó, Shuty lo miraba perplejo, como si tuviera ante él a una especie de personaje extraído de una irrealidad. Sin embargo, le creyó. Él ya había adivinado que aquel hombre era persona principal desde el primer momento, y se ufanó internamente por su habitual perspicacia.

—Los
medjays
no dejarán de perseguirte nunca —señaló Shuty, en tanto atizaba el fuego.

—Lo sé. Pero confío en el Oculto. Siempre veló por mí.

—Al menos tienes a alguien que se preocupará por tu persona —apuntó el tratante con sarcasmo—. Y si se trata de Amón, tanto mejor. —El escriba hizo un gesto de disgusto—. No es que quiera burlarme —se apresuró a decir Shuty—. Pero con todo cuanto nos ha ocurrido me parece que no somos favoritos de los dioses.

Neferhor le miró distraídamente, como si pensara en otra cosa.

—Mi familia es lo que me preocupa. Debo reunirme con ellos cuanto antes.

—¿Regresar a Akhetatón? Imposible. Hiciste bien en huir para protegerlos, pero ahora no puedes volver. Si, como aseguras, Amón vela por ti, debes confiar en él. —El escriba no pudo ocultar su desasosiego—. Me imagino lo que sientes, pero primero has de escapar de los
medjays.
¡Menudo amigo tienes! Ha alimentado su rencor durante muchos años y no cejará hasta cumplir su venganza. Ahora no piensa en otra cosa, te lo aseguro. Conozco a los hombres.

Neferhor movió la cabeza con pesaӀr.

—Pero no temas —le animó el tratante—. Conmigo estarás a salvo. En estas tierras los caminos se confunden con facilidad, y a partir de mañana montarás en mi asno para despistarlos. Harías bien en dejarte crecer la barba y el cabello, como si estuvieras de luto. Así podrías pasar por un beduino. Seguro que el Oculto lo comprenderá.

—¿Y luego? ¿Adónde iré?

—Debes salir de Egipto cuanto antes. En Coptos podrás unirte a alguna de las caravanas que conducen a los oasis occidentales, o dirigirte al oriente, donde hablan otras lenguas.

—Nunca abandonaré a mi esposa…

—Ya lo has hecho —le interrumpió Shuty—. Pero si ella es tal y como aseguras, saldrá con bien; créeme. Las gentes del desierto no son como nosotros. Caminan por la tierra envueltos en magia; solo así pueden sobrevivir.

Neferhor se tapó la cara con las manos.

—Vamos, anímate, amigo mío. Es una lástima que desprecies mi cerveza, pues alegraría tu corazón y verías las cosas de otra forma. Solo Bes puede obrar semejantes milagros, y no estaría de más encomendarse a él en un trance como este. Por cierto que el pescado estaba delicioso, y es una suerte que ninguno de los dos seamos de Iunyt, Esna. —El escriba se quedó perplejo, pues el tratante no dejaba de sorprenderle—. Lo digo —continuó este— porque en esa ciudad la perca es tenida por sagrada, y está prohibido comerla. ¡Imagínate lo que se pierden! Incluso existe un cementerio donde las entierran que, según creo, se encuentra al oeste de la capital.

Neferhor asintió con una sonrisa, ya que conocía la historia.

—Bueno, qué te voy a contar yo a ti, que eres un dechado de conocimientos y además un hombre recto —puntualizó Shuty, contento de haber hecho sonreír a su amigo—. Pero te diré que mañana llegaremos a Hutsekhem, la capital de este nomo sin par, tan pródigo con el viajero. Allí adoran a Hathor y es un buen lugar para solazarse —dijo con mirada pícara.

—La Mansión del Sistro —señaló Neferhor como para sí, ya que este era el significado del nombre de la ciudad—. Pero la diosa local era Bat, aunque eso ocurriera antes de la XI dinastía. Desde entonces fue asimilada a Hathor.

—¿Estás seguro?

—Completamente —rio Neferhor, que recordaba con claridad el nombre de la diosa que él mismo copió de los Textos de las Pirámides con motivo del primer jubileo de Nebmaatra—. Bat es tan antigua como nuestros faraones.

—Ah —respondió Shuty, en tanto se rascaba la cabeza—. En cualquier caso, es una ciudad alegre —continuó el tratante— en la que haremos buenos negocios. Ya lo verás.

Hutsekhem se hallaba al otro lado del río, aunque resultó tan alegre como aseguraba el tratante. Si allí se honraba a Hathor no había lugar para la pena, y los habitantes del lugar moӀstraban semblantes risueños y buena predisposición para el trato, como si desde niños les hubiesen inculcado la amabilidad y el buen humor como parte de su educación.

—Ya te advertí que es una ciudad como pocas. Aquí podremos descansar y hacer buenos negocios —volvió a recalcar Shuty.

Neferhor apenas hizo caso de las palabras de su amigo. Él bastante preocupado estaba con buscar a los
medjays
entre la gente, aunque el ambiente que se respiraba en las calles invitaba ciertamente al optimismo. El sistro era el protagonista principal de la capital, y por todas partes se veía aquel instrumento sagrado que se vendía en cada esquina, y en todos los materiales imaginables. Si en Hutsekhem se reverenciaba a Hathor era por algo, y aquel espíritu alegre formaba parte de la identidad de sus habitantes, que habían decidido, desde hacía milenios, rendir pleitesía al amor y de paso ser felices.

Como capital del séptimo nomo del Alto Egipto que era, en Hutsekhem existía una administración local, a cargo del nomarca, y por tanto una estación de policía. Estos patrullaban como de costumbre, envarados y con cara de pocos amigos, y eran por tanto fáciles de reconocer entre sus conciudadanos. Algunas parejas iban acompañadas por babuinos, pero al escriba le tranquilizó no encontrar entre ellos aquel semblante feroz, cruzado por una cicatriz, que no olvidaría nunca.

—No te preocupes, amigo mío. Aquí no te buscarán. Si siguen nuestros pasos es mejor que nos tomen la delantera. Cuando lleguemos a Coptos te estarán esperando; ya lo verás. Respira sin temor este aire cargado de alegría y solázate, pues el corazón ligero aclara las ideas —le recomendó Shuty.

El viejo tratante sabía de lo que hablaba y Neferhor no tuvo más remedio que acompañarle a una de las casas de la cerveza que abundaban por la ciudad. Todas hacían referencia a su santa patrona: La Alegría de Hathor, El Descanso de Hathor, El Frenesí de Hathor… Pero Shuty acabó por llevarle a una que atendía al inquietante nombre de Las Esclavas de Hathor.

—Je, je… Las mujeres que lo frecuentan se tienen por sacerdotisas sagradas. Verás que el nombre resulta de lo más apropiado —le aseguró el tratante.

A Neferhor aquellos locales siempre le habían parecido una pérdida de tiempo. Su espíritu no estaba hecho para el regodeo, la jarana ni el alboroto, y siempre le habían desagradado. Aun así recordó la única vez que había estado en una casa de la cerveza, y también a la joven mitannia con la que había yacido, así como sus proféticas palabras.

Las Esclavas de Hathor resultó ser un lupanar en toda regla. Las jóvenes iban y venían con un trajín que causaba estupor, sobre todo por la afluencia de público que tenía.

—Aquí te apañan enseguida. Poseen una habilidad digna de encomio. Por eso se tienen por sacerdotisas; y no les falta razón —apuntó Shuty, al que se le veía feliz.

Pero al observar la cara de circunstancias que mostraba su amigo arrugó el entrecejo, y su rostro mostró todas las arrugas de que fue capaz, que eran muchas.

—Si sigues con ese gesto nos mirarán mal, e incluso podrían sentirse desairados —le advirtió el tratante—. No querrás hacer un feo a la diosa, ¿verdad?

El escriba se encogió de hombros, ya que se sentía inhibido.

—Al menos finge que bebes, o nos haremos notar —le advirtió Shuty.

Pero al punto se les aproximaron dos jóvenes dispuestas a ofrecerles todo un repertorio de mohínes y provocaciones. Shuty tardó poco en sucumbir.

—Por los catorce
kas
de Ra que no aguanto más, noble Iki. Soy un hombre sin voluntad —dijo el tratante mientras se marchaba con una de aquellas beldades.

Sin embargo el escriba no fue capaz de decidirse. Su ánimo se encontraba muy lejos de allí, así como sus pensamientos. Estos no eran sino para su esposa e hijo, del que recordaba su carita, y también para los momentos de felicidad que habían vivido. Con la jarra de cerveza entre sus manos, Neferhor permanecía perdido en sus ensueños, ajeno a las invitaciones de aquella mujer que terminó por marcharse.

El lado oscuro de su naturaleza, que tan bien conocía, había quedado relegado en algún recóndito rincón que no acertaba a atisbar, dormido, o quién sabe si había sido expulsado a través de sus
metu
. Sothis lo había hechizado y a él no le importaba, pues su magia era cuanto tenía en aquel momento.

Shuty se mostraba feliz. Su rostro se había iluminado, como por ensalmo, y no paraba de silbar cancioncillas. Hasta parecía que tuviera menos arrugas.

—Qué ingenio el de nuestro pueblo —decía—. Nunca un nombre ha sido mejor elegido. ¡Qué habilidad! ¡Cuánta sapiencia amatoria! Juntos hicimos la mejor ofrenda posible a Hathor, la que más le place, la del amor. Convendrás conmigo en que es mejor tener a la diosa de nuestra parte, ¿verdad?

—Yo también me encuentro de buen humor, pues es cierto que esta ciudad enciende la esperanza.

—Ya te lo adelanté. Ahora haremos algunos negocios que nos serán útiles para el futuro. Pronto verás la vida de otra manera.

Los negocios a los que se refería Shuty dejaron boquiabierto al escriba. Este nunca imaginó que pudiera existir un embaucador semejante, pues el tratante regateaba aquí y allá con una maestría ante la que no quedaba más que rendirse. Shuty compraba a un comerciante para vender el producto a otro y volver a comprar y vender hasta que adquiría lo que realmente le interesaba. El tratante dominaba el oficio, y Neferhor le siguió, sorprendido de comprobar la facilidad con la que hacía sus cálculos sin equivocarse. Era tal su rapidez que engañaba a los mercaderes con facilidad al negociar con ellos varios productos a la vez. Y si veía que podía hacerse con alguna pieza de cobre o un metal precioso, enseguida sacaba su pequeña báscula, que manejaba en su provecho con suma pericia. Tras ofrecer una buena representación obtenía el peso que le interesaba sin llegar a despertar suspicacias. Neferhor lo observaba admirado.

—Sin duda has hecho un buen negocio con los sistros, sobre todo con los de bronce —le dijo esa misma noche el escriba—, aunque no sé para qué quieres los de fayenza.

—¡Je, je! Los venderé en Coptos, donde me los quitarán de las manos. En Oriente son muy apreciados, ¿sabes?, y las caravanas gustan de llevar cuantos pueden. Sacaré un buen beneficio por ellos, sobre todo porque proceden de Hutsekhem, donde se fabrican los mejores. Además están bendecidos por la mismísima Hathor, lo que añadirá valor a la transacción.

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