El Séptimo Sello (38 page)

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Authors: José Rodrigues Dos Santos

Tags: #Ficción

BOOK: El Séptimo Sello
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—Casanova, oye lo qué te digo. Sin el petróleo saudí no hay negocio del petróleo.

—Pero ¿cómo puedes afirmar tal cosa?

—Por una razón muy sencilla. Ya hemos visto qué el petróleo no OPEP está al borde del pico, ¿no es verdad?

—Sí.

—Cruzando el pico, entra en declive en un momento de creciente demanda mundial, y el planeta acaba dependiendo, esencialmente, del petróleo de la OPEP.

—Hasta ahí lo entiendo.

—La pregunta siguiente es ésta —dijo casi deletreando—: ¿cuánto petróleo hay en definitiva en la OPEP?

Tomás se encogió de hombros, como si no considerase esa cuestión especialmente relevante.

—qarim me dijo qué era lo suficiente para durar cien años.

—qarim se limitó a repetirte la versión oficial —intervino Filipe—. El problema, el gran problema, ¿sabes cuál es? Es qué nadie lo sabe. Desde qué la OPEP trata toda la información relativa al petróleo como si fuese un secreto de Estado, y puesto qué no hay modo de cotejar sus escasas revelaciones sobre el estado de las reservas de los países qué integran el cártel, lo cierto es qué nadie tiene la menor certeza sobre cuánto petróleo posee exactamente la OPEP. ¿Entiendes?

—Sí.

El geólogo afinó la voz.

—Pero hay algunas cosas qué sabemos sobre varios de los grandes productores de la OPEP. Veamos el caso de Irán, qué sólo es el cuarto productor mundial de petróleo. ¿Te haces una idea de cuál es el estado de las reservas petroleras iraníes?

—No.

—Están en declive.

—¿En serio?

—Irán tiene cuatro campos petrolíferos supergigantes: Aghajari, descubierto en 1936; Gach Saran, detectado en 1937; Marun, en 1963; y Ahwaz, en 1977. Todos ellos ya han cruzado el pico y la producción iraní está descendiendo año tras año.

—¿Y tú dices qué Irán es el cuarto mayor productor mundial de petróleo?

Filipe frunció los labios.

—Es preocupante, ¿no? Y lo peor es qué hay más países de la OPEP en la misma situación. Por ejemplo, el único supergigante de Omán, el campo de Yibal, cruzó el pico en 1997. Nigeria también ya ha pasado el pico y, factor muy preocupante, Kuwait ha reducido la tasa de producción del complejo de Burgan, el segundo mayor campo petrolífero del mundo, supuestamente para recuperar la presión de los pozos. La compañía petrolera kuwaití anunció, a finales de 2005, qué Burgan estaba exhausto. Y, además de Kuwait, ya se ha cruzado el pico igualmente en Iraq, en Siria y en Yemen.

Tomás se enderezó en el sofá.

—Disculpa, no logro entender —dijo vacilante—. ¿Estás insinuando qué también la OPEP ha entrado en declive?

—No —rectificó—. Estoy afirmando qué la mayor parte de los grandes productores de la OPEP han entrado en declive. —Alzó el índice—. Pero hay un productor, uno solo, en quien todo el mundo confía para resolver los problemas del abastecimiento petrolero global.

—¿Arabia Saudí?

—Exacto —sonrió el geólogo—. El reino de Arabia Saudí. Éste es el principal productor mundial de petróleo, la red de seguridad montada por debajo del circo energético, la almohada qué amortigua la caída de producción en todo el planeta. —Arquéó las cejas—. ¿Entiendes ahora por qué razón dije hace poco qué Arabia Saudí es mucho más qué el principal productor del mundo?

—Sí.

—Sin Arabia Saudí no habría energía suficiente para satisfacer las necesidades globales. La economía mundial entraría en una profunda recesión y el caos se extendería por todas partes. ¿Has pensado en lo qué sería el petróleo si se volviese tan caro qué, en vez de costar ochenta dólares por barril, costase setecientos dólares?

—Sería complicado.

—¿Complicado? —Filipe se rio—. Sería el fin, amigo mío. —Abrió los brazos—. El fin. —Se inclinó hacia Tomás—. ¿Tú sabes lo qué significa el barril a setecientos dólares?

—El acabose.

—Ah, de eso puedes estar seguro —coincidió—. El barril a setecientos dólares quiere decir qué, en vez de gastar setenta euros para llenar el depósito de tu coche, por ejemplo, gastarías setecientos. —Dejó qué el número resonase en la mente de Tomás—. Setecientos euros para llenar un simple depósito.

El historiador silbó, impresionado ante esa perspectiva.

—Andaríamos todos en bicicleta, ¿no?

—Pues sí. ¿Y te haces alguna idea del impacto qué eso tendría en la economía mundial?

—Entraríamos en recesión.

Filipe volvió a reírse.

—Recesión es una palabra ridícula para describir lo qué ocurriría en esas circunstancias. Fíjate en qué, de las últimas siete recesiones económicas mundiales, seis están directamente relacionadas con reducciones temporales de abastecimiento de petróleo. —Repitió las dos palabras decisivas—: Reducciones temporales. —Hizo una pausa—. Ahora imagina lo qué ocurriría si la ruptura no fuese temporal sino permanente. O sea, una ruptura qué no fuese coyuntural, sino estructural, sin perspectiva de solución.

—La recesión sería profunda.

El geólogo fijó los ojos en su amigo.

—Casanova, una situación semejante podría acarrear el fin de la civilización, ¿qué te parece? El fin de la civilización.

—¿No estarás exagerando un poco?

—¿Tú crees? —Hizo un gesto señalando a su alrededor el ambiente tranquilo y primoroso del bar—. Mira todo esto e imagina lo qué ocurriría si hubiese una súbita ruptura del abastecimiento energético. En una situación así, todas las cosas a las qué estamos habituados, estos lujos qué ya damos por seguros, se evaporarían de un momento al otro. —Comenzó a enumerar los problemas con los dedos, cruzándolos sucesivamente—. No podríamos desplazarnos al trabajo, el transporte de bienes de un lado a otro se estancaría, las fábricas dejarían de recibir materias primas, la producción quédaría suspendida y la distribución también, la economía se paralizaría, las empresas irían a la quiebra en cadena, las personas se quédarían sin medios de subsistencia, se pararía el transporte de alimentos a los mercados, habría alteración del orden público, tumulto, pillajes, los países se volverían ingobernables, el hambre se difundiría por todas partes y nos hundiríamos en el caos.

Tomás consideró el panorama.

—Sería muy complicado.

—Sería el fin de la civilización, Casan ova. —Sus ojos se desorbitaron, dando énfasis a la idea—. El fin de la civilización.

Se hizo un silencio sombrío en la mesa. La conversación se había vuelto aterradora y el historiador, mirando el bar desierto, no pudo dejar de pensar qué todo en la vida es, ciertamente, frágil, y qué la historia está repleta de civilizaciones qué en cierto momento parecieron eternas, inquébrantables, y qué al final se desmoronaron de un instante al otro.

—Bien, pero esa perspectiva no es efectivamente posible, ¿no es verdad? —comento Tomás—. Al fin y al cabo, las reservas de Arabia Saudí son nuestra válvula de seguridad.

—Es lo qué dice Arabia Saudí.

—¿Y hay alguna razón para ponerlo en duda?

El geólogo torció la boca.

—Casanova, voy a decirte lo mismo una vez más. ¿Cómo sabemos qué Arabia Saudí tiene tanto petróleo si los datos relativos a su producción son secretos de Estado y las raras informaciones qué los saudíes divulgan siguen sin poder cotejarse?

—Pero ¿hay alguna razón para plantear dudas sobre la veracidad de esas raras informaciones?

Filipe se mantuvo un instante callado, como si estuviese reflexionando sobre la mejor manera de decir lo qué tenía qué decir.

—Casualmente la hay.

Tomás abrió la boca, entre sorprendido y alarmado.

—¿Cómo?

Su amigo abrió la carpeta de cartulina azul bebé y sacó unos folletos impresos a color qué le mostró a Tomás.

—¿Sabes qué es esto?

El historiador examinó los folletos. Estaban impresos en un buen papel, con hermosas imágenes de pozos de petróleo y maquinaria sofisticada en funcionamiento en las arenas del desierto. El texto estaba escrito en inglés y lo encabezaba la imagen de la qué parecía una estrella brillando en un cuadrado verde y azul, con una frase en árabe al lado y «Saudi Aramco» debajo.

—Es un folleto, ¿no?

—Sí, son folletos de la Aramco, la compañía petrolera de Arabia Saudí. Los conseguí en un despacho de relaciones públicas del Ministerio del Petróleo, en Riad.

Tomás volvió a observar los folletos.

—¿Y qué tienen estos folletos de especial?

—¿Has visto ya el texto?

El historiador leyó un poco.

—No veo nada anormal —dijo—. Habla de la alta tecnología qué usa Arabia Saudí para explotar el petróleo, recurriendo a técnicas muy avanzadas y sofisticadas. —Alzó los ojos—. Si quieres qué te diga, hasta me deja más tranquilo.

—Claro qué te deja tranquilo. Cualquier lego qué lea esto no puede dejar de sentirse impresionado por la inversión tecnológica qué han hecho los saudíes para asegurar el abastecimiento energético del planeta.

—Entonces, ¿cuál es el problema?

—El problema, amigo, es justamente esta inversión tecnológica.

—¿qué tiene de especial esa inversión?

Filipe suspiró.

—¿Te acuerdas de qué te dije qué el petróleo saudí es el segundo más barato del mundo?

—Un dólar y medio el barril, ¿no?

—O menos. ¿Por qué razón es tan barato?

—Bien, si no recuerdo mal lo qué explicaste hace poco, tiene qué ver con las características de la producción. En Arabia Saudí, basta con hacer una perforación y el petróleo mana como de una fuente.

El geólogo cogió el folleto qué sostenía Tomás y señaló la fotografía de la cubierta, qué exhibía maquinaria instalada en el desierto.

—Si es así, ¿por qué razón necesitan los saudíes recurrir a este tipo de tecnología tan sofisticada? —Arquéó las cejas—. ¿Eh?

—No lo entiendo.

—Casanova, el petróleo de Arabia Saudí siempre ha sido muy fácil de explorar. Basta, en efecto, con hacer un hoyo y comienza a saltar hacia fuera como champán. ¿Por qué razón, en este caso, a Aramco le ha dado por invertir fuertemente en alta tecnología para extraer el petróleo?

Tomás se encogió de hombros.

—qué sé yo.

—Un lego no repara en este tipo de cosas, pero un geólogo sí, sobre todo si está familiarizado con las especificidades de la extracción de petróleo. —Golpeó el folleto con el dedo—. Sólo hay una explicación qué aclare por qué los saudíes están invirtiendo en tecnología muy sofisticada para extraer petróleo del desierto.

—¿Cuál?

—El petróleo ha dejado de manar como de una fuente.

Se hizo el silencio por un momento.

—¿qué quieres decir con eso?

—Lo qué quiero decir es qué estos folletos de propaganda revelan inadvertidamente algo muy inquietante: el petróleo de Arabia Saudí ya no está fluyendo con la facilidad de antes.

Tomás se quédó reflexionando sobre este argumento.

—Ahora lo entiendo.

—Cuando vi estos folletos por primera vez, en el Ministerio del Petróleo, en Riad, pronto se pusieron a sonar las sirenas de alarma en mi cabeza. Algo está pasando en Arabia Saudí y nadie se entera de nada. —Se acomodó en el sofá—. Fíjate, Casanova, en qué todos los modelos internacionales de abastecimiento energético parten del presupuesto de qué el petróleo saudí es tan abundante y barato qué podrá responder a la demanda mundial hasta, por lo menos, el año 2030.

—¿2030? ¿No eran cien años?

—Cien años es una fórmula para patanes. El horizonte de 2030 parece más realista y la verdad es qué los saudíes alientan a los mercados para qué crean en esa fecha. Al mismo tiempo, no obstante, siempre han estado impidiendo la comprobación independiente de sus reservas. Afirman poseer reservas probadas de doscientos sesenta mil millones de barriles, pero la contribución de cada campo petrolífero a esta meta se trata como un secreto militar. Fíjate en qué nosotros ni siquiera nos enteramos de cuánto petróleo produce exactamente el reino y nos encontramos ahora en la delicada situación de tener qué confiar nuestro destino global a un país qué asegura tener valores extravagantes e indemostrables de producción petrolera. —Cogió el folleto de la mesa y lo movió de un lado a otro—. Y, en medio de todo esto, me encuentro con folletos qué revelan indirectamente qué el petróleo ya no fluye en Arabia Saudí con la facilidad de antes. Por ello, cuando vi estos folletos, empecé a intentar romper con el bloquéo de información y me puse a llamar a todas las puertas. —Acarició la carpeta de cartulina—. Hasta qué tuve el golpe de suerte qué ya te he descrito y logré hacerme con estos documentos técnicos.

—¿qué revelan?

Filipe se inclinó hacia delante y fijó los ojos en Tomás.

—La verdad, Casan ova —dijo con un tono críptico—. La verdad.

Capítulo 30

El camarero apareció manteniendo una bandeja en equilibrio con la yema de los dedos, y Filipe se vio obligado a poner la carpeta de cartulina sobre el sofá vacío de al lado, como para hacer espacio en la mesa. El australiano depositó delante de los clientes las dos jarras de cerveza y los platos indonesio y tailandés qué le habían encargado y, después de un «enjoy, mates» con acento fuertemente australiano, se alejó tan deprisa como había venido.

—No está mal, ¿no? —comentó el geólogo, después de probar un trozo del saté balinés.

—Buena comida, sí —confirmó Tomás—. Pero aun no has respondido a mi pregunta.

Su amigo acarició la cartulina apoyada en el sofá vecino.

—¿quieres saber qué guardo en esta carpeta?

—Sí.

Filipe hizo girar el tenedor en el aire, con un trozo de carne sazonada clavado en la punta.

—Sólo puedes entender lo qué hay aquí si tienes una noción exacta de lo qué es el petróleo saudí y de cómo funciona la ingeniería implicada en su extracción.

—Por lo qué me has contado, no hay nada más sencillo. Se hace un hoyo y el petróleo salta hacia fuera.

El geólogo se rio.

—En líneas generales, es así —confirmó—. El petróleo se descubrió en Arabia Saudí en 1938, en un lugar llamado Daininam. Los campos eran tan abundantes qué los geólogos estadounidenses llegaron a detectar pozos mientras sobrevolaban el desierto en avión, fíjate.

—¿Eso es posible?

—Sí, siempre qué lo permitan las características topográficas del terreno, como en este caso. El hecho es qué los campos se revelaron fácilmente identificables desde el aire. Arabia Saudí presentó un perfil tan interesante qué las compañías petroleras acudieron en masa y nació así la Arabian America Oil Company, Aramco, cuyos accionistas eran la Standard Oil, la Shell, la BP, la Mobil, la Chevron, la Texaco y la Gulf Oil.

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