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Authors: Adolfo Losada Garcia

Tags: #Intriga, #Aventuras, #Ciencia Ficción

El simbolo (18 page)

BOOK: El simbolo
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Dentro de la biblioteca, Natalie llegó hasta el Sr. Arthur, le puso su mano sobre el hombro y lo rodeó hasta ponerse detrás de él. Sus manos comenzaron a recorrer su espalda mientras que con el pie cerraba la puerta de la biblioteca. En ese mismo instante, Natalie vio la cabeza de Thomas, que los miraba extrañado por la ventana, y con un movimiento brusco giró al pobre hombre.

—¡Estás loca! ¿Quién eres? —le preguntó.

Natalie se acercó a su oído.

—Me llamo Ryna y vengo de una agencia de señoritas de compañía, corazón mío —le susurraba mientras le hacía gestos a Thomas con su mano para que se escondiera. Éste, al verla, le hizo caso, agachó la cabeza y comenzó a sentir una rara sensación que le recorría todo el cuerpo.

En el interior, el Sr. Arthur no comprendía nada y le dijo:

—Yo no he llamado a nadie, debe de ser una equivocación. Además, me dijeron que tenía algo que decirme o enseñarme.

Natalie se colocó en medio de la biblioteca y dando una vuelta le preguntó:

—¿Te parece poco lo que te estoy enseñando? ¿Soy poca cosa para ti o es que no soy de tu agrado?

—No, yo no he dicho tal cosa, pero no he solicitado ningún servicio a su agencia.

—A lo mejor alguien ha querido darle una sorpresa. ¿No conoce a nadie que lo haya podido hacer? —le preguntó para convencerle.

—Pues no… Bueno…, el otro día cerré unos negocios con unos clientes y quedaron sumamente agradecidos.

—Pues ya está. A lo mejor han sido ellos. Y no querrá despreciar su regalo.

—No, no, claro que no. Cómo lo iba a hacer.

Natalie, más tranquila al ver que el Sr. Arthur se había quedado convencido al fin, se sentó en el sofá que había bajo la ventana. Dio unos pequeños golpecitos con su mano, e invitó al Sr. Arthur a que se sentara con ella. Inmóvil e impresionado por su regalo, él no dejaba de mirarla, pues hacía mucho tiempo que no le daban una sorpresa tan agradable.

Natalie no cesaba de insinuarse a aquel hombre para que se sentara a su lado, pero sin conseguirlo. El tiempo se agotaba, tenía que hacer algo o al final descubrirían a Thomas, que estaba en el exterior. Tras pensar qué podía hacer, optó por usar sus mejores armas, así que se levantó y comenzó a acercarse al Sr. Arthur, pero esta vez pensó en usar el erotismo. Comenzó a pasar su lengua por sus labios, le cogió la mano y empezó a frotárselos con uno de sus dedos hasta metérselo en la boca, pegándole un pequeño mordisco. Después comenzó a bajarlo recorriendo su cuerpo, primero la barbilla, luego el cuello y así hasta llegar al final de su escote. El Sr. Arthur, que no se perdía ni un solo movimiento, abrió los ojos de par en par. No podía creer lo que le estaba sucediendo.

En ese momento, Natalie lo cogió por el cuello, se acercó a su oído y lo rozó con sus labios.

—Tengo mucho calor mi amor, deberías solucionarlo —le susurraba mientras le estiraba del cuello dirigiéndolo hacia el sofá.

—¿De veras tienes calor? —preguntó excitado.

—Sí, mucho, mira —le cogió la mano y se la puso en su pecho.


¡Buff
! Parece que sí que tienes. ¿Cómo puedo ayudarte?


Mmmm
…, siéntate aquí conmigo y te lo digo.

Tras la persistencia de Natalie, el Sr. Arthur accedió a sentarse. Ya en el sofá, muy excitado, no dejaba de sudar; el pobre hombre no sabía qué hacer, no sabía cómo comportarse ante aquella situación. Ella, que sabía que podía conseguir ahora lo que quisiera de él, volvió a cogerlo y comenzó a acercar su cuerpo al de él mientras le decía si podría abrir un poco la ventana para solucionar ese aumento de temperatura que había tenido tan repentino, a lo que el Sr. Arthur aceptó.

En el exterior, Thomas vio cómo se abría la ventana. Ésa era la señal para el siguiente punto del plan. Lentamente se levantó para ver si podía introducirse por ella sin que el Sr. Arthur lo viera, pero cuál fue su sorpresa al comprobar que no lo podría hacer, ya que ellos estaban situados bajo esa misma ventana. Pero ahí no acababan sus sorpresas, ya que vio cómo Natalie se le insinuaba y jugueteaba con él y cómo él, que se encontraba muy animado, la tocaba una y otra vez y le ponía su mano sobre la pierna. En ese mismo instante, dejándose llevar por esa sensación que no dejaba de recorrerle el cuerpo, dio un golpe en la ventana y se volvió a esconder.

Dentro, al escuchar aquel golpe, el Sr. Arthur se alarmó y apartó rápidamente su mano de la pierna de ella. Se giró y comenzó a mirar por la ventana, con la intención de averiguar qué había podido ser. En cambio Natalie, conocedora de la procedencia de aquel ruido, le dijo que se tranquilizara, que habría sido una rama o un animalillo. Al escucharla, se tranquilizó y volvió a centrarse en ella.

Tras un buen rato de juegos, ella le dijo:

—Qué casa tan grande que tienes, mi amor, debes de ser muy rico y en esta biblioteca debes tener cosas muy antiguas.

—Pues sí, tengo mucho dinero, más del que me puedo gastar. Es cierto que en esta estancia tengo cosas muy antiguas.

—¿A sí? ¿Y cuál es la más rara?


Ja, ja, ja
. ¿Para qué lo quieres saber? ¿Me la vas a comprar?
Ja, ja, ja
—le dijo irónicamente.

—No, no creo que tenga suficiente dinero, es porque las cosas antiguas me excitan mucho.

—Ah sí. Espera, que vas a ver cosas raras y antiguas —le dijo mientras se levantaba del sofá ayudado por su bastón y la cogía de la mano.

—¿Dónde me llevas, mi amor? —preguntó Natalie en voz alta para que Thomas la escuchara desde el exterior.

—Ya verás como te gustarán, las tengo guardadas en mi caja fuerte.

Thomas, al escuchar lo que decía Natalie, volvió a levantarse para ver lo que estaba ocurriendo y observó que estaban los dos frente al cuadro que custodiaba la caja fuerte. Rápidamente, y sin hacer ruido alguno, cogió impulso y se colgó en la repisa de la ventana, escurriéndose por ella y dejándose caer por detrás del sofá.

—¿Qué ha sido eso? ¿Lo has escuchado? —preguntó el Sr. Arthur mientras se giraba.

—No, no he escuchado nada, serán imaginaciones tuyas mi amor —le decía mientras acercaba su cuerpo al de él para distraer su atención.

—Ahora deberías darte la vuelta, pues nadie sabe el secreto de esta caja fuerte.

—Muy bien mi amor, como quieras.

Tras acceder a su petición, Natalie se puso de cara al sofá, donde Thomas asomaba la cabeza una y otra vez para intentar ver algo. Natalie comenzó hacerle gestos con las manos para que volviera a esconderse, ya que estaban muy cerca de encontrar el colgante y sería una lástima que los descubrieran ahora. El Sr. Arthur se giró un instante para volver a ver aquella preciosa mujer, cuando observó extrañado el seguido de movimientos que hacía sin parar.

—¿Qué haces?

—Nada, nada, es que los nervios y la excitación del momento me recorren todo el cuerpo.

Conforme con la explicación, volvió a girarse para acabar de abrirla, mientras que Natalie, mucho más cuidadosa, le hacía a Thomas gestos de enfado por lo ocurrido.

—¡Ya está! Asómate y veras todo lo que hay en su interior.

Natalie, fingiendo que estaba sorprendida, comenzó a buscar con la mirada el colgante.

—¡Oh, cuántas cosas! Noto cómo me excito por momentos —le dijo para ganar más tiempo.

—¿De verdad? Sigue mirando, puedes coger algo si quieres.

Natalie, al escuchar lo que le dijo, comenzó a menear lo que había en el interior: papiros antiguos, fragmentos de fósiles, libros metidos en bolsas herméticas casi desechos, hasta el cilindro de aluminio que Thomas le había dicho, cosas de incalculable valor que ni siquiera estaban en los museos y ni se sabía de su existencia.

Bajo la atenta mirada del Sr. Arthur, Natalie continuaba buscando el colgante sin éxito. «¿Quizás ya no esté?, ¿quizás se haya desecho de él?, ¿lo habrá vendido?», se preguntaba una y otra vez al ver que no lo encontraba, cuando de repente, al mover una hoja de un viejo mapa, exclamó:

—¡Sí!

—¿Cómo dices? —le preguntó al ver su reacción.

Natalie se dio cuenta de que había sido demasiado eufórica y que podría sospechar algo de ella, así que rápidamente le dijo:

—Madre mía, esto sí que me pone, mi amor. Noto cómo me excito por momentos. ¿Qué es?

—Esto es lo único que conseguí de una excavación que me costó una fortuna. Un inútil que se creía algo me convenció de una historia de hadas para hacerla.

Thomas, al escuchar aquellas palabras que se referían a él y harto de aguantar los jueguecitos que tenía con ella, se mordió el labio inferior, cerró los puños y se levantó para decirle algo. Cuando Natalie vio la locura que estaba a punto de cometer, agarró al Sr. Arthur fuertemente y lo besó ante la mirada atónita de Thomas, que volvió a agacharse mientras susurraba enrabiado.


Mmm
… Sí que es verdad que te ha gustado esta pieza —le dijo tras el beso.

—Es cierto, además, mira qué bien me queda —le dijo mientras se lo colocaba en el cuello, y le preguntó—: ¿Por qué no me lo das?

—No preciosa, esto es mío.

—Anda mi amor, dámelo.

Natalie siguió intentándolo una y otra vez, pero cada vez que lo intentaba conseguía una negación, hasta que el Sr. Arthur le rogó que no se lo volviera a pedir, que al final debería guardarlo. Al escucharlo y viendo que podría perderlo dijo:

—Muy bien, al menos déjamelo mientras esté aquí.

—Eso sí, pero cuando te vayas me lo deberás devolver.

—Muy bien, mi amor. Y ahora por qué no me ofreces una copa. Estoy sedienta.

—Siéntate. Ahora mismo te la traigo.

El Sr. Arthur se acercó a la bola del mundo donde tenía guardado el licor, sacó dos vasos y los llenó con coñac, mientras miraba como se sentaba Natalie, que llevaba el colgante en su cuello.

—Toma preciosa… —le dio la copa—. Cuando quieras subimos a la habitación —le dijo muy sonriente.

Cuando escuchó lo que le dijo, Natalie, que en ese mismo instante estaba bebiendo de la copa, soltó un bufido, provocando que todo el líquido que tenía en su boca saliera disparado.

—¿Qué te pasa? ¿No es de tu agrado el coñac? —preguntó sorprendido.

—Sí, sí, perdona, es que me he atragantado. Pero… creo que es un poco pronto aún, ¿no? Deberías enseñarme unas cuantas cosas más, para ver si así me animo más. Anda, deja tu copa en esta mesita y me sigues enseñando.

El Sr. Arthur dejó la copa al lado de la de Natalie, en una pequeña mesita de cristal que estaba cerca del sofá.

Thomas, al ver que se alejaban de nuevo hacia la caja fuerte, salió de su escondite, cogió una copa e introdujo en ella un somnífero.

Mientras, el Sr. Arthur, que cada vez estaba más impaciente, no dejaba de intentar tocar a Natalie, que sutilmente lo evitaba.

—Mi amor, qué manos más largas tienes.

—¿Tú crees? Vamos al dormitorio de una vez, que ya no aguanto más.

—No seas impaciente, las cosas buenas se hacen esperar. Primero las copas y luego subimos.

Se volvieron a sentar en el sofá, tras coger cada uno una copa, con tan mala suerte que Natalie cogió la que llevaba el somnífero. Thomas, al darse cuenta de la fatal equivocación, comenzó a pensar cómo podría avisarla antes de que le diera un trago y ya fuera tarde para ella. Tras unos instantes, sacó la mano por detrás del sofá, por encima de la cabeza del Sr. Arthur, y comenzó a agitarla enérgicamente. Natalie, al ver aquella mano, no comprendió lo que sucedía, no sabía qué era lo que Thomas le quería decir. Imaginó que sería otro ataque de rabia y no le hizo caso.

—¿Qué te pasa, preciosa? ¿Tengo algo? —le preguntó el Sr. Arthur al ver que miraba hacia su cabeza.

—Nada, bebe tranquilo, que se acerca nuestra hora.

Thomas, al escuchar esas palabras y como último recurso, se levantó y comenzó a decirle con gestos a Natalie, que lo miraba atónita, que cambiaran la copa, que no bebiera de la suya.

—¿Me quieres decir qué te pasa? Estás muy rara.

—Ya te dije que nada, mi amor. Anda, déjame que yo beba de la tuya y tú bebe de la mía, es mucho más erótico.

Al escucharla, Thomas volvió a agacharse y suspiró tranquilo al ver que ella había comprendido, al fin, lo que quería decirle.

Comenzaron a beber.

—Todo de un trago, mi amor —le dijo mientras le subía la copa hacia arriba.

Con la copa vacía y sin haber dejado ni una sola gota, el Sr. Arthur, impaciente, insistió en subir a la habitación una vez más, porque si no, no sabía lo que iba a ocurrir. Natalie comenzó a asustarse, pues debía esperarse un rato para que le hiciera efecto el somnífero y aquel hombre comenzaba a perder los papeles.

Thomas, que escuchaba todo lo que ocurría, ya no aguantaba más, aquel hombre se estaba poniendo muy pesado y comenzaba a propasarse con ella.

—Venga guapa, vamos, no seas tonta, te va a gustar —le decía mientras intentaba quitarle el vestido.

—Qué impaciente. ¿No me enseñas nada más? —le dijo mientras intentaba deshacerse de él.

—Te he dejado ese medallón, ¿qué más quieres? —le volvió a repetir echándose las manos a la cabeza.

Parecía que el somnífero comenzaba a hacerle efecto porque el pobre hombre no paraba de hacer movimientos extraños. Le quedaba poco para quedarse profundamente dormido.

—¿Qué te pasa, guapetón?

—No lo sé, me siento muy raro. Haaabraaaa sssidoooo laaaa… —sin poder acabar la frase cayó profundamente dormido sobre los cojines del sofá.

—¡Por fin! Ya se estaba poniendo muy pesado —exclamó con alegría.

Thomas se levantó como una exhalación y comenzó a reprocharle todo lo que había hecho para conseguir el colgante. Natalie, que lo escuchaba sorprendida, le dijo que tuvo que hacer unos pequeños retoques al plan y que, sin ellos, ahora no tendrían en su poder el colgante.

—Bueno vale, pero nunca más haremos algo parecido, lo he pasado muy mal. Ahora marchémonos, ya tenemos lo que vinimos a buscar.

—Toma el colgante, Thomas, y espérame en el coche. Antes de irme debo hacer una cosa.

—Me niego, no me iré sin ti.

—Vete, corre, yo debo salir por donde he entrado para no levantar sospechas.

—Vale, vale, pero no tardes por favor.

Thomas introdujo el colgante en el bolsillo de su pantalón, se acercó a la ventana y volvió a saltar por ella.

Mientras tanto, Natalie se miraba al Sr. Arthur con cara de asco y pensaba lo viejo verde que era. Luego, se puso a buscar una hoja de papel y al encontrarla escribió en ella: «Mi amor, devuelve todas estas cosas que no son tuyas. Con cariño, Ryna».

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