Read El simbolo Online

Authors: Adolfo Losada Garcia

Tags: #Intriga, #Aventuras, #Ciencia Ficción

El simbolo (19 page)

BOOK: El simbolo
7.48Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Al acabar, la introdujo en la caja fuerte y se dirigió hacia el Sr. Arthur, al cual comenzó a desvestir, dejándole con los calcetines y unos horribles calzones largos de rayas como únicas prendas. Al acabar, Natalie se rompió un poco el vestido, se soltó el pelo, moviéndoselo para que le quedara revuelto, y se restregó el pintalabios por la cara. En verdad, su aspecto era el de haber tenido algo más que palabras con el señor de la casa.

Lentamente se acercó a la puerta y, al abrirla, descubrió al mayordomo apoyado en ella, intentando escuchar lo que estaba sucediendo en el interior.

—¿Se puede saber qué haces?

—Perdóneme señorita, no es lo que parece. Creí haber escuchado que me llamaban.

—Pues no ha sido así, pero ya que estás aquí, te diré que el señor está descansando y que no quiere que lo molesten —le dijo mientras abría un poco la puerta para que pudiera verlo estirado en el sofá—, y me ha dicho que se iba a quedar toda la noche ahí, como comprenderás, ha sido mucho esfuerzo para él.

—Muy bien señorita, ¿se marcha ya? —le preguntó avergonzado.

—Sí, ya he acabado lo que vine hacer —le respondió tocándose el pelo.

—La acompañaré hasta la puerta.

Metida en el coche y viendo que el mayordomo no la veía, susurró:

—Thomas, ¿estás ahí?

—Sí, vayámonos ya. ¡Deprisa!

—¿Te das cuenta de que no tenías que temer por nada? Era un plan que no podía fallar.

—Sí, sí, pero arranca ya —le decía asustado, porque aún los podían descubrir.

Natalie arrancó el coche y, despidiéndose del mayordomo con un gesto, inició la marcha. Cuando llevaba unos metros recorridos, un golpe en la parte de atrás del coche la sobresaltó. Era el mayordomo, que le pedía gesticulando que parara y bajara la ventanilla.

—¿Qué quieres? ¿Pasa algo? —preguntó Natalie asustada.

—No, no, venía a decirle que tiene el maletero abierto —le dijo dirigiéndose hacia él.

Natalie, al ver que podrían ser descubiertos, bajó rápidamente del coche y se dirigió hacia el mayordomo. Al llegar a él, puso sus manos sobre sus hombros.

—¿Pero qué hace, señorita? —preguntó el mayordomo sin entender su actitud.

—Nada guapo. Este maletero tiene truco: ¡mira!

Natalie apoyó su trasero contra el maletero y, dando un pequeño brinco, saltó sobre él, cerrándolo de golpe.

—¿Ves? Ya está cerrado.

—Muy bien señorita, pero debería arreglarlo.

—Gracias por tu preocupación, así lo haré.

Tras despedirse nuevamente de él, entró al coche, se puso las manos en la cara y resopló aliviada.

Cuando estuvo lo bastante lejos de la mansión, se detuvo y abrió el maletero. Mientras Thomas salía de él, comentaban lo bien que había ido y lo cerca que habían estado de ser descubiertos.

VISIONES

Casa de Thomas.

E
l reloj marcaba las dos menos cuarto de la madrugada y el cansancio empezaba a hacer mella en ellos, pero aun así Thomas y Natalie estaban dispuestos a encontrar una solución a su enigma.

Sentados frente a la mesa, con el colgante en el centro y todas las hojas rodeándolo, leían los papeles una y otra vez, cogían el colgante y lo dejaban, como si aquella pieza, en la que habían puesto sus esperanzas para despejar sus dudas, les fuera hablar, dándoles alguna solución.

—No sé, Thomas, creo que aquí se acaba el camino —dijo Natalie muy desilusionada.

—No puede ser, debe haber algo. No te rindas, te necesito. Hemos arriesgado mucho para conseguir esto —le decía mientras removía los papeles.

—¿Es que no ves que ya no hay nada más? —le dijo entristecida mientras apoyaba la mano en su hombro.

Thomas se levantó de la mesa sin decir nada, con rostro triste y mirada perdida. Lentamente comenzó a recoger uno a uno los papeles y el medallón y, tras hacerlo, sin mediar palabra con Natalie, los introdujo en su mochila, la cerró y se sentó en el sofá, apoyando sus codos en las piernas y echándose las manos a la cara.

—¿Cómo puede ser? Ha muerto gente por esto, yo mismo he estado a punto de morir. He hecho que arriesgaras tu vida y ¿para qué? Para nada —se lamentaba Thomas.

Natalie, al ver su estado de ánimo, se levantó y se sentó a su lado, lo rodeó con sus brazos y le dijo:

—No pasa nada Thomas, sólo piensa que has descubierto una cosa sin precedentes en la historia.

—¿Y qué? No puedo demostrar ni siquiera que ha existido. Todo está destruido, ya no queda nada. Por favor Natalie, déjame solo, necesito meditar.

—Muy bien Thomas, como quieras. Por la mañana hablaremos con más tranquilidad.

Natalie, mientas se alejaba para ir a la habitación, observaba al pobre Thomas que se había quedado destrozado, desilusionado, frustrado, había perdido toda esperanza.

Dos horas más tarde, con la casa a oscuras y en silencio, Natalie se despertó al escuchar a Thomas hablar.

—¿Me has llamado, Thomas? —preguntó sin obtener respuesta.

Inquieta, se levantó y se asomó para ver qué le sucedía. Tras encender la luz, comprobó que estaba durmiendo en el sofá, se movía de un lado a otro, el sudor recorría su frente y no paraba de susurrar en sueños.

Se acercó para escuchar lo que decía y cuando estaba a pocos centímetros de él, se levantó exaltado y chillando:

—¡Corre!, ¡corre!

Natalie, que se había dado un susto de muerte, cayó al suelo de espaldas, mientras que Thomas continuaba gritando aquellas palabras.

—Tranquilo Thomas, tranquilo, es una pesadilla. Estás en casa, no pasa nada —le dijo para tranquilizarle.

Thomas, que aún continuaba gritando, miró a su alrededor y a Natalie que permanecía en el suelo. No reaccionaba, no sabía dónde se encontraba y su rostro, totalmente descompuesto, daba a entender que lo había estado pasando realmente mal.

Tras un minuto de desconcierto total, Thomas, aún nervioso y desorientado, comenzó a correr hacía su mochila. Natalie, que permanecía en el suelo, extrañada y sin entender nada, se apoyó en el sofá y se levantó, echándose las manos al trasero, pues el golpe había sido bastante fuerte.

Thomas, que parecía haber enloquecido, sacaba todos los papeles de su mochila de una forma frenética, no hablaba, no escuchaba, no hacía caso ni a Natalie, que le preguntaba sin cesar qué le ocurría y el porqué de su comportamiento tan extraño.

Cuando acabó de sacar todo el contenido de la mochila y la hubo volteado para asegurarse de que no había nada más en su interior, comenzó a rebuscar de nuevo en los papeles que había esparcido por el suelo.

—¿Qué buscas? ¿Pero qué te pasa? —le preguntaba una y otra vez asustada.

Thomas, inmerso en su locura y búsqueda frenética, se detuvo, cogió un papel y seguidamente comenzó a leerlo una y otra vez en voz alta. Aquel papel que leía era la traducción del papiro de Natalie, la traducción a la que tantas vueltas le habían dado, la traducción que les había hecho soñar y que después les había hecho despertar de repente.

Después de haberlo leído varias veces, se sentó lentamente en una de las sillas, dejo caer los brazos hacia tras y mirando hacia el techo gritó:

—¡Sí! ¡Cómo no lo supe ver antes!

—¿Estás bien? Me estás asustando mucho, Thomas. ¿Qué te pasa? —le decía mientras le echaba el brazo por encima.

—Natalie, ¡ya está! —exclamó mirándola fijamente y con una sonrisa en la cara—. Ya sé su significado —continuó.

—¿Qué dices? ¿El significado de qué?

Mientras le decía esto, se sentó a su lado muy preocupada por el comportamiento que estaba teniendo. Thomas había enloquecido, miraba aquel papel una y otra vez, lo leía sin parar y no dejaba de reírse.

—¿Estás bien? —le preguntó nuevamente Natalie.

—Nunca he estado mejor. Prepara un poco de café por favor, porque se nos presenta una noche muy larga.

Sin entender nada, se levantó y se dirigió hacia la cocina para preparar el café sin perder de vista a Thomas, que continuaba leyéndolo y riéndose.

Cuando el café estuvo a punto, Natalie llevó a la mesa dos tazas y la cafetera, le preparó una a Thomas y otra para ella, se volvió a sentar a su lado y le preguntó:

—¿Me puedes decir lo que pasa? Te estás comportando de una manera muy extraña.

Thomas cogió su taza, le dio un sorbo, la volvió a dejar sobre la mesa y le dijo:

—Te va a parecer una locura lo que te voy a explicar, pero gracias a lo que me ha sucedido, he encontrado la solución al enigma.

—¿Cómo dices? —le preguntó extrañada.

—Escucha lo que he soñado.

Empezó a explicarle que en su sueño se encontraba en la excavación donde comenzó todo. El estaba durmiendo en su tienda, cuando un ruido le sobresaltó provocando que se despertara. Rápidamente se levantó del incómodo plegatín donde dormía y salió al exterior. Al salir, no había nada, ni Pancho, ni sus hombres, ni siquiera la selva que antes lo rodeaba, estaba solo, inmerso en la oscuridad. El miedo se adueñó de él, pues no dejaba de gritar y nadie le contestaba, corría de un lado a otro, pero no conseguía llegar a ninguna parte. De repente, a lo lejos, vio un pequeño haz de luz y rápidamente comenzó a correr hacia él, pero en vez de acercarse, cada vez se alejaba más. Asustado, sin entender nada, veía como aquella luz, que podía ser su salvación, volvía a desaparecer entre las sombras. Inmerso en la oscuridad otra vez, volvió a escuchar el mismo ruido que había escuchado en la tienda, pero está vez más fuerte y más seguido, provocando que se tuviera que tapar los oídos porque era insoportable, era tan ensordecedor, tan fuerte, que el suelo que pisaba comenzó a temblar, derrumbándose y haciendo que cayera al vacío. Le contaba que mientras caía, cerró sus ojos y que gritaba desesperado para que lo ayudaran.

Tras una caída que parecía interminable, el ruido cesó, dando paso a la calma y a la tranquilidad. En ese instante, abrió los ojos y vio asombrado que se encontraba en el interior de la sala, tal y como la vio por primera vez. Las paredes, el suelo, el misterioso cristal que la alumbraba, la puerta y el supuesto altar estaban allí, como si nada hubiera sucedido. De repente, escuchó muy tenuemente una voz que le era familiar, una voz que cada vez sonaba más fuerte. Nervioso y sin saber su procedencia, se puso a buscar de dónde venía, pues aquella voz que se escuchaba, alta y clara, era la de Pancho, pidiéndole auxilio, pidiéndole que le sacara de allí. Angustiado ante los gritos de auxilio de su amigo, comenzó a recorrer la sala de punta a punta, mirando en todos los rincones, gritándole que le dijera dónde se encontraba, hasta que llegó frente al altar y los gritos se detuvieron. Inmóvil frente el altar, le contó que se acercó muy lentamente, que puso sus manos sobre él y que acercó su oído para escuchar si su amigo estaba encerrado en su interior. Aguantando la respiración y sin hacer ningún tipo de ruido, intentaba escuchar algo, cuando de repente, el altar se movió, provocando que se cayera hacia atrás.

Una mezcla de pánico, de miedo, de impotencia se adueñó de él, pues el altar se movía de un lado a otro y los gritos de auxilio, que comenzaron a escucharse nuevamente, cada vez eran más angustiosos. No sabía qué hacer, no sabía cómo ayudarle. Le contaba que sorprendido veía aquella macabra escena, como aquel altar saltaba y se movía por toda la sala, como aquellos gritos y golpes, que daba Pancho desde el interior, se adueñaban de su mente y de su cuerpo, infundiéndole temor, desesperación e impotencia.

De repente todo volvió a quedar en calma y pudo ver cómo el cristal que había en el techo comenzó a agrietarse, hasta romperse en mil pedazos. Aún estirado en el suelo, tuvo que girarse para no sufrir ningún daño y, al volver a mirar, vio que donde antes estaba el cristal había quedado un agujero. Lentamente se levantó y se asomó para ver dónde daba aquel agujero y, al hacerlo, comprobó que daba al exterior, pero lo que más le sorprendió era que aquella cabeza que había encima de la losa que daba paso al pasadizo parecía estar mirándole desde el agujero, como si estuviera vigilándole. Entonces, le contó que volvió a mirar al altar y que inexplicablemente estaba abierto; de inmediato se acercó para ayudar a su amigo, pero ya no estaba, había desaparecido, se había esfumado.

Mientras miraba en el interior, notó que una mano se apoyaba en su hombro. Lentamente se giró para ver quién era y cuál fue su sorpresa al ver que era su amigo Pancho que lo miraba fijamente a los ojos. Tras alegrarse al verlo y preguntarle cómo se encontraba y cómo había podido salir de allí, Pancho, que no decía nada ni hacía ningún gesto, comenzó a retroceder y, mientras lo hacía, la sala comenzó a temblar. Mientras más se alejaba Pancho, los temblores eran más intensos, provocando que todo comenzara a desquebrajarse.

Sin dejarle de gritar a su amigo, que no le hacía caso, le contó que intentó escapar de allí, pero que sus pies no le respondían, estaban clavados al suelo tembloroso. Todo comenzó a caer y a llenarse de polvo, cuando vio que Pancho se acercaba a la puerta que daba paso a la sala, se agachaba y cogía un pedazo de piedra y se lo enseñaba.

Aquel pedazo de piedra era el símbolo que estaba grabado en aquella puerta y, tras enseñárselo, una luz lo partió en dos. Únicamente quedó una mitad, que al verla reconoció como la mitad que había dibujada en el medallón. Tras esto, el suelo comenzó abrirse, el techo a caer y las paredes a derrumbarse, asustado, temiendo por su vida y viendo a su amigo inmóvil, comenzó a gritarle que corriera, y en ese mismo instante se despertó.

Al acabar de contarle su extraño sueño, Thomas volvió a coger su taza, dio un sorbo, la volvió a dejar y preguntó:

—Bueno, ¿qué te parece? Es increíble, ¿verdad?

—No sé qué decir… Bueno, sí que lo es… —le contestó encogiéndose de hombros.

—¿Cómo que no sabes qué decir? ¿Es que no lo ves? Está muy claro. Todo cobra sentido ahora, la sala, la cabeza de piedra, el colgante.

—Mira Thomas, no entiendo nada. Vale que tu sueño es raro, pero ¿qué tiene que ver con todo esto?, ¿qué tiene que ver para que te hayas comportado de esa manera?

—Escucha y verás como lo entiendes. Al despertarme, no hacía más que darle vueltas a mi sueño, cuando sin querer encontré una similitud con la traducción del papiro —le contaba mientras le enseñaba la hoja a Natalie—. ¿Ves a lo que me refiero?

Natalie, sin entender nada, leyó una vez más aquellas frases, y cuando llegó a la que hacía referencia a la capital, Thomas le dijo que se detuviera.

BOOK: El simbolo
7.48Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Other books

Out of Her League by Lori Handeland
Scorched Eggs by Laura Childs
Born Weird by Andrew Kaufman
Touch of Death by Hashway, Kelly
The Fire Within by Jan Springer
Heart of the Storm by Mary Burton
The Gold of Thrace by Aileen G. Baron