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Authors: Adolfo Losada Garcia

Tags: #Intriga, #Aventuras, #Ciencia Ficción

El simbolo (26 page)

BOOK: El simbolo
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—Soy Tixtare, uno de los sabios supremos de la… —se detuvo un instante, se giró hacía Natalie y mirándola a los ojos dijo—: Uno de los sabios supremos de la Atlántida.

Tras decir esto, los dos quedaron mudos. Natalie le miraba sin saber cómo reaccionar, inmóvil, pues lo que había escuchado era el sueño de cualquier arqueólogo o historiador.

Los dos estaban frente a un hallazgo sin precedentes en la historia de la humanidad, un hallazgo que podría cambiar el rumbo de la historia. Aquella inscripción en la fría pared era lo que tantas personas habían buscado durante miles de años, aquella inscripción era un indicio de que la Atlántida había existido y no era una mera leyenda.

—¿Seguro que pone eso, Thomas? —preguntó Natalie.

—Seguro, no hay duda de ello —le confirmó moviendo la cabeza.

Natalie se acercó a la pared y comenzó a tocar con sus temblorosos dedos la inscripción. No se lo podía creer aún, estaba frente a una de las incógnitas más buscadas de la historia.

—Esto es increíble, está aquí, frente a nosotros, a unos pocos pasos —dijo Natalie muy emocionada.

—Sí, Natalie —le dijo agarrándola del hombro.

—Lo que no entiendo es por qué esos hombres no quieren que salga a la luz. Éste es uno de los más grandes descubrimientos de la historia.

—Yo tampoco lo entiendo —quedó pensativo y prosiguió—. Quizás oculten algo más.

—¿Pero qué? ¿Qué secreto es merecedor de que corra la sangre por él? —le preguntó con los ojos húmedos al recordar a su amigo Peter.

—No lo sé, en la primera sala tampoco hallé nada que se saliera de lo normal. Quizás en aquel sarcófago ponía algo que no querían que se supiera o quién sabe si lo que escondía era la localización exacta de la Atlántida.

—No entiendo nada Thomas, son tantas dudas las que tengo, tantas preguntas sin respuesta —le dijo sentándose en el suelo y echándose las manos a la cara.

—Yo también tengo miles de incógnitas en mi cabeza. Este descubrimiento nos ha pillado por sorpresa, nunca creímos que íbamos a encontrar esto. Nosotros pensábamos que estábamos buscando una civilización perdida, y en parte es lo que hemos encontrado. Pero lo que no pensábamos era que esa civilización era la de los atlantes —le decía Thomas sin dejar de mirar la inscripción.

—Lo que no entiendo de todo esto es qué tiene que ver Egipto con Honduras, qué relación había entre estos dos lugares.

Thomas, como buen profesor de Historia, le explicó cómo surgió la leyenda de la Atlántida.

Todo empezó cuando Platón era un simple niño y se escondía para escuchar cómo su padre y sus amigos hablaban de diferentes temas. Un día Sócrates, que más tarde sería el mentor de Platón, comenzó a explicar la historia sobre un lugar llamado Atlántida. Solón, uno de los siete sabios de Grecia, había viajado hasta Egipto y allí, en el recinto más sagrado de la capital del Antiguo Egipto, pudo ver los registros de una época muy remota y, en ellos, los secretos de un tiempo perdido, cuando una civilización de poder y prestigio incomparables había dominado el mundo entero, unos nueve mil años antes. Se refería al imperio de la Atlántida.

Natalie, muy atenta a lo que Thomas explicaba, lo interrumpió y le preguntó nuevamente qué tenían que ver aquellas dos civilizaciones con la Atlántida. El le respondió que los egipcios y los mayas, estos últimos descendientes de los olmecas, tenían muchas cosas en común, eran grandes conocedores de las estrellas, sus impresionantes construcciones eran muy parecidas, sus costumbres, su forma de gobernar… Le dijo que él siempre había creído que estas grandes civilizaciones debieron que tener en algún momento de su historia un mismo punto en común, un punto de inicio semejante. Pero el paso de los años y la distancia entre ellas, las hizo diferenciarse poco a poco. Su teoría, y viendo aquello creía que era la más acertada, era que hacía miles de años la civilización de la Atlántida dominaba todo el mundo, pues ellos estaban extrañamente más avanzados que cualquier otra civilización y que un día, por desgracia, aquella civilización tan superior desapareció.

De aquella hecatombe, unos pocos pudieron salvarse, viajando por el mar hasta otros lugares. Creía y podía afirmar por todo lo que habían hallado que llegaron hasta Egipto y Honduras, donde se encontraron con unos nómadas del desierto y unos indígenas respectivamente, a los que les enseñaron a mirar y comprender las estrellas, a los que dieron una escritura para comunicarse, a los que dieron conocimientos de matemáticas y arquitectónicos. Las pruebas de sus hallazgos confirmaban todo lo que le estaba explicando a Natalie.

Le recordó también aquel dibujo que encontró en el pasadizo, un hombre que surcando el mar en barca llegaba hasta unos indígenas, a los que les hablaba mirando al cielo. Podía demostrar que aquellos hombres que venían del mar separaron su propia escritura en dos y se la enseñaron por separado a aquellas precarias personas, y que aquellas mismas personas dejaron constancia de la existencia de aquellos viajeros que vinieron del mar; en Egipto dejaron el pergamino que ella tenía, y en Honduras, el cilindro que le enseñó el Sr. Arthur.

—Todo cobra sentido ahora Natalie, hace tiempo tuve un sueño con ellos y con ese hombre que venía del mar, pero no lo entendí, pero ahora veo que estos hombres que han intentado acabar con nosotros son los mismos que custodiaban aquella barca en el dibujo. Deben de ser descendientes de aquellos guardianes.

—¿Estás seguro de todo lo que me has explicado? —le preguntó Natalie.

—Sí, seguro.

—Entonces, si tu teoría es la correcta, la momia que encontraste en Honduras y la persona a la que se refiere esta inscripción eran supervivientes de la Atlántida.

—Estoy seguro que sí, todo indica eso —dijo Thomas muy convencido.

—Ahora sí que estoy echa un lío. A ver si lo he entendido: los egipcios y los olmecas, que dieron paso a los mayas, son descendientes de los atlantes.

—No, no son descendientes, sino que aprendieron todo lo que sabían de estas personas y, por eso, fueron tratados y enterrados como dioses. Ocultándolos en lugares secretos para que no se encontraran.

—Vale, y otra pregunta es que si habían separado su escritura en dos, ¿por qué aquí y dentro del sarcófago que encontraste estaban unidas? ¿Y quién sabía cómo se escribía? —preguntó Natalie.

—No lo sé, llevo un rato dándole vueltas a eso, quizás fueran los guardianes, pero no lo sé. También le estoy dando vueltas al significado de ese símbolo —respondió Thomas acercándose a él.

—Quizás sea como su bandera o algo así.

—Puede ser, no sé —dijo tocándose la barbilla.

—Debemos dar a conocer todo esto Thomas.

—Creo, por todo lo que ha pasado y viendo el estado en que nos encontramos, que no es una buena idea. Aquellos hombres llevan miles de años ocultando este secreto y han hecho muy bien su trabajo durante todo ese tiempo.

—Pero no podemos hacer como si no existiera, la gente debe saberlo.

—Claro que debe saberlo, y lo sabrá, pero primero debemos llegar al final de todo esto.

Natalie, que estaba sentada, se levantó y dijo:

—Bueno, pues ahora que todo ha quedado claro, ¿por qué no intentamos descubrir lo que hay detrás de esta pared? Y de paso, miramos si hay alguna salida.

Thomas se echó a reír y, haciéndole caso, comenzó a buscar junto a ella la manera de atravesar aquella pared.

UNA NUEVA INCÓGNITA

L
levaban más de una hora buscando la manera de poder atravesar aquella pared sin éxito alguno. Pasaban sus manos en busca de algún mecanismo o alguna piedra que pudieran mover o arrancar.

Tras otra hora más, el cansancio empezaba a hacer mella en ellos y la esperanza de poder atravesarla se les iba agotando. Thomas, que estaba sentado mirando cómo Natalie repasaba una y otra vez la misma pared, pensaba que aquello ya lo había vivido antes, que se volvía a repetir la misma situación que había pasado junto a Pancho en aquella sala, cuando de repente, Natalie se dirigió a él diciéndole:

—¡He encontrado algo!

Thomas se levantó rápidamente y se acercó hasta Natalie, que había descubierto, bajo el moho que cubría la pared, una grieta.

—Muy bien. ¡Qué haría sin ti! —le dijo Thomas dándole un beso.

Sin perder tiempo, se acercó hasta su mochila y sacó de ella su martillo y la escarpa. Tras esto, se dirigió hasta la grieta e, introduciendo la escarpa por ella, comenzó a golpearla enérgicamente.

Después de más de media hora de enérgicos golpes, la grieta comenzó a ceder y a hacerse más grande.

—Apártate Natalie —le dijo Thomas agarrándola del brazo.

Al apartarse, vieron que la grieta comenzaba a recorrer la pared desde el suelo hasta casi el techo. Después y ante la atenta mirada de los dos, comenzó a dibujar lo que parecía ser una entrada.

—Mira Thomas, parece una puerta —le dijo señalándola con el dedo.

—Es cierto, pero…

Antes de poder acabar la frase, un fuerte ruido los alarmó, e hizo que se apartaran todavía más de aquella pared.

Poco a poco, veían cómo las piedras que habían sellado aquella entrada durante miles de años comenzaban a desquebrajarse y cómo de las grietas que se estaban formando salía un chorro de agua.

—Esa agua, ¿de dónde sale? —preguntó Natalie.

—No sé, pero lo que haya detrás de esta entrada debe estar inundado. Vente, corre —le decía mientras la llevaba a un extremo de la cueva.

Refugiados tras una roca, veían cómo las piedras comenzaban a moverse por la fuerza del agua que debía haber en el otro lado, hasta que de repente, no aguantaron más la presión y comenzaron a desprenderse, provocando que saliera un gran caudal de agua. Al ver esto, se agarraron con fuerza a la roca, pues no querían ser arrastrados por la corriente que se había producido al salir el agua del interior de aquella entrada. Tras unos instantes angustiosos, el nivel del agua comenzó a disminuir.

Cuando volvió a quedar todo en calma, vieron que había quedado al descubierto un rectángulo perfecto de unos cinco metros de alto por dos de ancho y que, a través de aquel rectángulo, surgía una intensa luz que alumbraba parte de la cueva.

—¿De dónde sale esa luz? ¿Y el agua? —preguntó Natalie.

—Creo saber de dónde proceden —le respondió con una sonrisa dibujada en su rostro.

Lentamente y sorteando los fragmentos de piedra que habían caído del muro, se acercaron hasta el quicio de la puerta. Ya en él, y pudiendo ver el interior de aquella sala por completo, Natalie cayó de rodillas al suelo y dijo:

—Esto es increíble.

Delante de ellos se encontraba una sala con paredes, techos y suelo completamente lisos y recubiertos por oro; en el centro del techo, y como en la primera sala que había encontrado Thomas, había un extraño cristal que desprendía luz. Al igual que en la sala anterior, no había dibujos, ni inscripciones por ningún sitio. Al final de aquella sala había lo que engañosamente parecía un altar, pero Thomas y Natalie sabían que seguramente era un sarcófago, y unos metros por encima de aquel supuesto altar había una abertura por la que emanaba un chorro de agua.

—Mira Natalie, de ahí salía el agua.

—¿Pero por qué?

—Es sencillo, esa abertura fue creada para ventilar este lugar, como en la otra sala, ¿recuerdas?

—Sí, sí.

—Pero seguramente y debido a que esta zona fue inundada cuando construyeron la presa, el otro extremo debe estar bajo el agua.

—Ahora lo entiendo. ¿Y ese cristal? ¿Cómo puede dar esa luz? ¿Es igual al que viste en la otra sala? —le preguntó mientras lo miraba maravillada.

—Es idéntico, pero no me preguntes cómo puede dar esa luz, porque no tengo la más remota idea.

Comenzaron a recorrer la sala maravillados ante aquella obra arquitectónica. Les parecía increíble todo aquello: una sala todavía no explorada, una sala ocultada durante miles de años, una sala que seguramente tendría los restos de un atlante.

Tras recorrerla por completo, se acercaron hasta lo que parecía ser un altar.

—¿Crees que es un sarcófago? —preguntó Natalie.

—Estoy convencido. A primera vista, por su tamaño y forma, parece que no lo sea, pero te aseguro que lo es.

—¿Y por dónde se abre? —le volvió a preguntar mientras lo miraba por todos lados.

—Eso ya sí que no lo sé. El anterior se abrió…, bueno, se rompió porque le cayó un fragmento de techo, o sea… que tendremos que buscar la manera de abrirlo.

Se pusieron a buscar la mejor forma de abrirlo sin causarle ningún desperfecto, pero no era tarea fácil, pues las paredes eran completamente lisas y no se apreciaba ninguna junta.

Continuaron buscando la forma durante unos diez minutos más, lo miraban por todos los lados, repasaban cada centímetro, pero sin conseguir nada.

—Creo que deberemos romperlo —comentó Natalie.


¡Ufff
! —resopló Thomas—. Sería una pena hacer eso; podríamos dañar algún escrito que haya en su interior.

—Ya lo sé, ¿pero ves alguna forma mejor? —le preguntó levantándose del suelo y sentándose sobre él.

Al hacerlo, Thomas vio sorprendido cómo aquella pieza se introducía unos milímetros en el suelo.

—¿Qué has hecho? —le preguntó levantándose y mirándola.

—Nada, sólo me he sentado. ¿Qué he hecho mal? —le preguntó extrañada.

—Levántate otra vez —dijo mientras se agachaba y miraba la unión con el suelo.

Al levantarse Natalie, el sarcófago volvió a recuperar aquellos milímetros que se había hundido en el suelo.

—Esto es increíble —dijo Thomas mientras se levantaba y se echaba las manos a la cabeza.

—¿Pero qué pasa?

—Pues que cuando pones peso sobre él, se hunde en el suelo. Ese debe ser el mecanismo para abrirlo. A estos egipcios siempre les ha gustado hacer este tipo de cosas.

Sin perder tiempo, se sentaron sobre él los dos, pero no ocurría nada, parecía ser que su peso no era suficiente para accionar el mecanismo que lo abría. Thomas volvió a levantarse y comenzó a traer piedras del exterior de la sala, pero por muchas o pocas que pusiera, no conseguía dar con el peso exacto.

—Podemos tirarnos toda una vida intentando abrirlo de esta manera, es imposible saber cuál es el peso para ello —le dijo Natalie decepcionada.

—No, no puede ser, debe de haber algo por aquí que tenga ese peso exacto. ¿Pero qué?

—No sé si te habrás dado cuenta de que por aquí no hay nada, ni un solo grabado que nos pueda dar una pista de cómo abrirlo.

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