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Authors: Marion Zimmer Bradley

Tags: #Ciencia ficción, Fantasía

El sol sangriento

BOOK: El sol sangriento
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Para el
terrano
Jeff Kerwin, su verdadero hogar se encuentra en el distante planeta que sólo recuerda como un sueño de la infancia. Pero cuando, pasados tantos años, vuelve finalmente a Darkover, descubre que no hay paz para él en aquel planeta. No hay paz allí para alguien que posee la cabellera pelirroja de un lord
Comyn
pero por cuyas venas corre sangre terrana, para alguien que lleva consigo una joya de Darkover cuya procedencia desconoce, no hay paz para alguien capaz de ganarse la confianza de las Celadoras sagradas y de acceder a los secretos de su Torre para luego ser acusado de traición, supuestamente al servicio de sus señores terranos…

Marion Zimmer Bradley

El sol sangriento

ePUB v1.1

evilZnake
02.07.12

Título original: The Bloody Sun

Traducción: Mirta Rosenberg

1ª edición: septiembre 1993

© 1979 by Marión Zimmer Bradley

© Ediciones B, S.A., 1993

ISBN: 84-406-3913-9

Depósito legal: B. 24.410-1993

Diseño cubierta: Aurora Rios

Ilustración: Juan Giménez

Por mostrarme universos innumerables,

a la querida memoria de Henry Kuttner

El extraño que vuelve a casa

no se siente en su casa

sino que la vuelve extraña.

PRÓLOGO: DARKOVER

La leronis

Leonie Hastur estaba muerta.

La anciana
leronis
, hechicera del Comyn, Celadora de Arilinn, telépata, entrenada en todos los poderes de las ciencias de matriz de Darkover, murió como había vivido, sola, aislada en las alturas de la torre de Arilinn.

Ni siquiera su sacerdotisa novicia, la aprendiza Janine Leynier de Storn, supo a qué hora había llegado silenciosamente la muerte a la torre, para llevarse a Leonie a uno de los otros mundos que ella había aprendido a transitar con tanta soltura como si fueran su propio jardín amurallado.

Murió sola, y nadie la lloró. Pues, aunque Leonie era temida, reverenciada, venerada casi como una Diosa en todos los Dominios de Darkover, no era amada.

Una vez había sido muy amada. Había habido una época en la que Leonie Hastur había sido joven, bella y casta como una luna distante, y los poetas habían hablado de su gloria, comparándola al rostro exquisitamente centelleante de Liriel, la gran luna violeta de Darkover, o a una Diosa que había descendido para vivir entre los hombres. Había sido adorada por aquellos que vivían bajo su dominio en la torre de Arilinn. Una vez, a pesar de la austeridad de los votos según los cuales vivía (que hubieran convertido en blasfemia indecible el hecho de que algún hombre le rozara las puntas de los dedos), Leonie había sido amada. Pero eso había sido mucho tiempo atrás.

Luego, a medida que los años pasaban por encima de su cabeza, dejándola cada vez más sola, más alejada de la humanidad, había sido menos amada y más odiada y temida. El viejo Regente Lorill Hastur, su hermano mellizo (pues Leonie había nacido en la real casa de los Hastur de Hastur y, si no hubiera elegido la torre, habría ocupado una posición más alta que la de cualquier Reina de los Dominios), había muerto hacía mucho tiempo. Un sobrino al que sólo había visto raras veces estaba detrás del trono de Stefan Hastur-Elhalyn y era el verdadero poder de los Dominios. Pero para él Leonie era sólo un susurro, una vieja leyenda y una sombra.

Y ahora estaba muerta y yacía, como era costumbre, en una tumba anónima dentro de los muros de Arilinn, donde no podía entrar ningún ser humano salvo los de sangre Comyn: en la muerte estaba tan recluida como lo había estado en vida. Quedaban pocos con vida que pudieran llorarla.

Uno de los pocos que la lloraron fue Damon Ridenow, quien se había casado años atrás dentro del Dominio de Alton y había sido durante algún tiempo Guardián de ese Dominio en nombre del joven Heredero de Alton, Valdir de Armida
[1]
. Cuando Valdir llegó a la mayoría de edad y tomó esposa, Damon y toda su larga familia se habían mudado a la propiedad del lago Mariposa, situada en la agradable región de las estribaciones de las Kilghard Hills. Siendo Leonie de corta edad y el joven Damon un mecánico de la torre de Arilinn, él había amado a Leonie; la había amado castamente, sin una caricia ni un beso ni ninguna idea de quebrantar los votos que la ataban. No obstante, la había amado con una pasión que más tarde había dado forma y color a su vida; cuando se enteró de su muerte, fue solo a su estudio y allí vertió las lágrimas que no podía verter ante su esposa ni ante la hermana de su esposa, quien una vez había sido la Celadora-novicia de Leonie en Arilinn, ni ante ningún otro miembro de su familia. Si ellos advirtieron su dolor —y en una familia de telépatas del Comyn tales cosas no podían ocultarse demasiado—, nadie lo había mencionado; ni siquiera sus hijos e hijas adultas preguntaron por qué su padre lloraba en secreto. Para ellos, por supuesto, Leonie era sólo el nombre de una leyenda.

Así, cuando la noticia se difundió por los Dominios, hubo muchas especulaciones exaltadas, incluso en los rincones más distantes, acerca de la pregunta que ahora se esparcía y ardía en todas partes, desde los Hellers hasta las planicies de Arilinn:
¿Quién será ahora Celadora de Arilinn?

Y un día más tarde se presentó ante Damon, en la intimidad de su estudio, su hija más joven, Cleindori.

Le habían dado el anticuado nombre, legendario y tradicional, de Dorilys:
Flor-dorada
. Pero de niña tenía el pelo de un pálido color solar, dorado, y sus ojos eran tan grandes y azules que sus niñeras la vestían siempre de azul y le ponían lazos de ese color; su madre adoptiva, Ellemir, la esposa de Damon, decía que se parecía a la campanilla azul de la flor del
kireseth
, cubierta con su dorado polen. De modo que cuando era apenas un bebé la habían apodado Cleindori,
Campanilla Dorada
, que era el nombre común de la flor del
kireseth
. Y, a medida que pasaban los años, casi todos habían olvidado que Dorilys Aillard (pues su madre había sido una hija
nedestro
de ese poderoso Dominio) hubiera llevado alguna vez otro nombre que no fuera Cleindori.

Se había convertido en una jovencita de trece años alta, tímida y seria, con cabellos brillantes, de un cobre dorado. En el clan Ridenow había sangre de las Ciudades Secas, y se rumoreaba que también el padre de su madre había sido un bandido de las Ciudades Secas, de Shainsa; pero ese antiguo escándalo se había olvidado hacía mucho tiempo. Damon, observando el cuerpo femenino y los ojos graves de su hija menor, sintió por primera vez en su vida que se acercaba a la vejez.

—¿Has cabalgado hoy todo el camino desde Armida, pequeña? ¿Qué ha dicho al respecto tu padre adoptivo?

Cleindori sonrió y fue a dar a su padre un beso en la mejilla.

—No ha dicho nada, porque no se lo he comunicado —dijo alegremente—; pero no estaba sola, ya que Kennard, mi hermano adoptivo, ha cabalgado hasta aquí conmigo.

A los nueve años, como era costumbre en los Dominios, Cleindori había sido enviada a criarse hasta la edad adulta bajo una mano menos tierna que la de una madre. Había sido criada por Valdir, Lord Alton, cuya esposa, Lori, sólo tenía hijos y anhelaba tener una hija de crianza. Existía una suerte de acuerdo tácito con respecto a que, cuando Cleindori tuviera edad suficiente, se casaría con el hijo mayor de Lord Alton, Lewis-Arnad; pero Damon suponía que Cleindori no tenía aún ninguna idea de casarse; ella y Lewis y el hijo menor de Valdir, Kennard, eran como hermanos. Damon saludó con un abrazo de pariente a Kennard, un muchacho robusto, de ojos grises y anchas espaldas, un año menor que Cleindori, y dijo:

—Veo que mi hija ha estado bien protegida durante el viaje hasta aquí. ¿Qué os ha traído hasta mí, muchachos? ¿Habéis salido a cazar con halcones y se os ha hecho tarde, por lo que habéis preferido venir aquí, pensando que aquí os daríamos tortas y dulces en vez del castigo de pan y agua que os hubiera esperado en casa?

Pero se reía.

—No —repuso Kennard con seriedad—. Cleindori dijo que debía verte, y mi madre nos dio autorización para cabalgar, aunque no creo que supiera muy bien lo que le pedíamos ni lo que nos respondió, pues hay en esta época gran confusión en Armida, desde que llegaron las noticias.

—¿Qué noticias? —preguntó Damon, inclinándose hacia adelante. Pero, como ya lo sabía, sintió que se le apretaba el corazón.

Cleindori, que estaba acurrucada en un almohadón a sus pies, mirándole, dijo:

—Querido padre, tres días atrás, la Dama Janine de Arilinn llegó hasta Armida en busca de alguien que pudiera llevar el nombre y la dignidad de la Dama de Arilinn que ha muerto, la
leronis
Leonie.

—Le llevó bastante tiempo llegar a Armida —comentó Damon con un gesto desdeñoso—. Sin duda ha hecho pruebas antes por todos los Dominios.

Cleindori asintió.

—Eso creo —dijo—. Pues, cuando supo quién era yo, me miró como si percibiera mal olor y preguntó: «Como eres de la Torre Prohibida, ¿te han enseñado alguna de sus herejías?» Cuando Lady Lori le dijo mi nombre, se puso furiosa. Tuve que decirle que mi madre me había dado el nombre de Dorilys. Pero Janine añadió: «Bien, la ley me exige que pruebe tu
laran
. No puedo negarte eso.»

Hizo algunos gestos imitando a la
leronis
y Damon se cubrió con la mano la parte inferior del rostro, como pensando, aunque en realidad lo hacía para ocultar su sonrisa, ya que Cleindori tenía verdadero talento para imitar y había captado el tono agrio y la mirada desaprobatoria de la
leronis
Janine.

—Sí —dijo Damon—. Janine estaba entre los que hubieran querido quemarme vivo o cegarme cuando combatí contra Leonie por el derecho a usar el
laran
que los dioses me habían concedido como yo mismo eligiera y no sólo como lo exigía Arilinn. El hecho de que seas mi hija no debe haber provocado su amor hacia ti.

Cleindori volvió a sonreír alegremente.

—Puedo vivir perfectamente bien sin su amor… ¡Creo que jamás debe de haber amado ni a un gatito doméstico! Pero intentaba decirte, padre, lo que ella me dijo y lo que le dije yo… Pareció complacida cuando le comuniqué que todavía no me habías enseñado nada y que había sido criada en Armida desde los nueve años; de modo que me dio una matriz y probó mi
laran
. Cuando terminó, dijo que me quería para Arilinn; después frunció el ceño y me notificó que no me hubiera elegido para eso, pero que había muy pocas que pudieran soportar el entrenamiento y que deseaba entrenarme como Celadora.

A Damon se le cerró la garganta, pero la exclamación de protesta murió sin ser pronunciada, pues Cleindori lo miraba con ojos centelleantes.

—Padre, le dije, como sé que debía hacerlo, que no podía entrar a una Torre sin el consentimiento de mi padre y después cabalgué hasta aquí para pedírtelo.

—No lo tendrás —exclamó Damon con brusquedad—; no mientras yo esté erguido y sin sepultar. Ni tampoco después, si puedo impedirlo.

—Pero padre… ¡Ser Celadora de Arilinn! Ni siquiera la reina…

A Damon se le volvió a hacer un nudo en la garganta. De modo que después de todos estos años la mano de Arilinn volvía a caer sobre alguien que él amaba.

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