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Authors: Jincy Willett

Tags: #Intriga

El taller de escritura (27 page)

BOOK: El taller de escritura
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Carla no había estado a solas con él en la oscuridad durante cinco minutos, paralizada, incapaz de apartar la vista, moverse, emitir sonido alguno o procesar algún pensamiento que pudiera provocar algo distinto que observar a Frank, que no parecía otra cosa más que un montón de rocas. El hombre había muerto llevando unos pantalones cortos de correr, unas zapatillas Nike, una sudadera y un reloj. Frank no estaba decapitado literalmente. Su cabeza simplemente había sido inclinada tan hacia atrás que, mirándolo desde el cuello, ni siquiera se le veía la mandíbula. Amy no recordaba ni siquiera haberse dado cuenta de que tuviera un cuello tan extraordinariamente largo. Pero probablemente no lo tenía. No anteriormente.

Amy había sido incapaz de moverse en cualquier dirección. Las opciones que siempre barajaba, luchar o huir, aparentemente habían hecho cortocircuito entre ellas. Estaba paralizada, y se daba cuenta de ello, pero siguió respirando lenta y superficialmente. No sentía urgencia por gritar, aunque hubiera estado bien poder haber avisado de que había encontrado a Frank. Y entonces, como por arte de magia, apareció a sus pies un teléfono móvil. Bueno, a los pies de Frank. Amy pudo alcanzarlo y contestar. El fondo de pantalla del móvil mostraba una playa al atardecer. La última llamada perdida era de Chuck. Amy seleccionó su nombre y presionó la tecla de llamada. Al segundo tono este contestó. Por su voz se intuía que estaba muy, pero que muy aliviado.

—¿Dónde demonios estás, tío? —preguntó.

—Está aquí mismo —contestó Amy. Y cuando Chuck le preguntó que dónde estaba, ella solo pudo repetir, aquí. Está aquí. A pesar de todo, mantenía la voz firme. No había perdido los nervios, como Carla.

Ahora mientras observaba cómo la policía estacionaba el coche, Amy empezó en serio a poner en orden sus pensamientos. Verdaderamente tenía una buena historia que contarles, así que suponía que lo mejor era empezar por los acontecimientos más recientes, por esa misma noche. Además, toda la clase se encontraba allí. Habían buscado, y finalmente encontrado a Frank. Después se remontaría a los hechos más remotos, obviamente relatando la historia del francotirador mientras la policía le hacía preguntas lógicas e inevitables tales como: ¿Quién es usted? ¿Quiénes son todas estas personas? ¿Por qué están todos ustedes aquí? ¿Por qué estaban ustedes preocupados?

—Hemos pensado en algo —le dijo Edna al oído.

Tiffany, a la izquierda de Amy, añadió:

—¿Damos por sentado que vas a contarles todo?

Amy los miró. Todos estaban tranquilos aunque alerta. Miró hacia su izquierda.

—Naturalmente —respondió Amy—. ¿Por qué no iría a hacerlo?

—Estoy de acuerdo —dijo Edna—, pero pensamos que probablemente es mejor que no lo llames «francotirador».

—¡Oh, Dios! —dijo Amy. Tenían razón. Para un policía, francotirador tenía un significado específico. Las cosas ya estaban lo suficientemente mal como para tener encima que llamar a los equipos de ataque y armas especiales, y el FBI. Adelantándose a la multitud, Carla pasó resoplando hacia la policía.

—Que alguien agarre a Carla —dijo Amy con una voz que nunca antes había utilizado, y Chuck y Pete la agarraron cada uno de un brazo y la llevaron de vuelta con el grupo. La clase formó un círculo un tanto disperso, pero todos la miraban—. Tenemos que hablar —dijo Amy.

—Yo me he adelantado —dijo Harry B.—. Ha habido muchas especulaciones últimamente acerca del francotirador…

—¡Ya no lo llamamos así! —dijeron Amy, Tiffany y Edna.

—Vale. La cuestión es que tenemos que ver esto desde un punto de vista racional. Por un lado, alguien en el grupo está siendo un liante. Por otro, esta noche un miembro de la clase ha muerto. ¿Existe alguna razón para asumir que estos dos hechos tienen que ver el uno con el otro?

Carla miró a Harry como si este hubiera perdido la cabeza.

—¿Qué quieres decir con eso de que si existe alguna razón? ¡Por favor! ¿Qué otra cosa podría ser?

—Ni siquiera sabemos todavía qué es lo que le ha ocurrido —dijo el doctor Surtees—. Obviamente tiene el cuello roto, pero no sabemos si ha sido por accidente o…

—¡Accidente!

—El tema es —continuó Harry—, que tenemos que decirles por qué estamos todos aquí. Y no podemos ponernos histéricos cuando lo hagamos.

Todo el mundo miró a Carla.

—¿Qué? —dijo—. ¡Yo no estoy histérica! ¿Qué le pasa a todo el mundo?

—Aquí vienen —dijo Harry situándose al lado de Amy—. Si preguntan, yo soy tu abogado.

—¿Quieres que mienta? —¡
Qué extraordinaria sugerencia
!

—Por supuesto que no. En realidad, seré tu abogado. Si quieres que lo sea…

—¿Por qué habría…?

—¿Quién de ustedes ha llamado a la policía? —El agente era un poco más alto que Amy, y llevaba una pistola, como también lo hacían los otros tres que iban con él. Amy no podía verles las caras dado que la luz estaba detrás de ellos.

—Fui yo —respondió Amy—. ¿Quieren ver el cuerpo?

Detrás de ella, Tiffany empezó a reírse. El agente estiró el cuello para poder ver a la persona que encontraba aquella situación tan divertida.

—Lo siento —dijo Tiffany—, es solo que… —y empezó a reírse otra vez.

—Tranquilízate —dijo Edna.

—Ha sido una noche muy larga —dijo Amy a modo de explicación. Incluso ella misma podía sentir su propia histeria a flor de piel, acechando con desbordarse en cualquier momento—. ¿Por qué no…?

—¿Quieren ver el cuerpo? —dijo Tiffany jadeando.

—Lo sé —añadió Amy—, suena como: ¿Les gustaría ver lo que hemos hecho en la guardería?

—Realmente ha sido una noche muy larga —dijo Harry, abriendo la brecha valientemente.

—Y estamos cansados —dijo Amy mirando directamente a los ojos del agente—. Ya no sé ni lo que digo. Le mostraré dónde está.

Mientras los conducía hasta el cuerpo de Frank, Amy no cesó de pensar en la cara de póquer del agente. Era un tipo joven y bien afeitado que, naturalmente, llevaba uniforme, pero tenía la mirada de una persona mayor. Le recordaba al doctor Scherm, su psiquiatra en Bangor, cuyos servicios había requerido durante dos meses tras la muerte de Max. Compartían la misma expresión estudiada, pero en el caso del doctor a cien dólares la hora, era por deformación profesional. Por esa razón a Amy no le gustaba el doctor Scherm, pero el agente sí le caía simpático. La mayor parte del tiempo, la gente evitaba, mentía y reprobaba a la policía. Amy, por ejemplo, siempre se había considerado una ciudadana respetuosa con la ley, pero ahora mismo ella y sus seguidores habían estado discutiendo cuánta información iban a revelar a estos agentes.

—Está allí —dijo finalmente, señalándolo.

La policía se apiñó alrededor del pobre Frank y esperó a que llegaran los servicios de emergencia, que venían con una camilla. Amy no podía distinguir lo que decían, pero todos agitaban las cabezas y después uno de ellos debió de decir algo divertido porque dos de los agentes inclinaron la cabeza hacia atrás para reír. Ocasionalmente, el agente al mando miraba en dirección a Amy, pero no le hacía ninguna seña.

—Parece que esto va para largo —dijo Ricky—. Los forenses no han llegado todavía, y ya sabéis lo mucho que puede retrasarse el levantamiento del cadáver.

—No estoy tan seguro —dijo Harry.

Amy no tenía ni idea de lo que tenían que hacer los forenses, pero escuchando a Ricky y Harry discutir, supo que cuando había una muerte fortuita nadie podía tocar el cuerpo antes de que fuera fotografiado, medido y evaluado echando mano de toda la tecnología disponible en busca de las huellas más sutiles. Así era según Ricky, pero Harry seguía diciendo:

—Sí, pero esto es Encinitas.

Al parecer, independientemente de lo que Harry quisiera decir con eso, tenía razón, puesto que poco antes uno de los tipos de la ambulancia desdobló una cosa larga y negra y desapareció con él entre el puñado de personas uniformadas.

—¡Oh, Dios mío! ¡Es una de esas bolsas para guardar cuerpos! —dijo Carla.

Amy se preparó mentalmente para ver el cuerpo de Frank Waasted envuelto en una bolsa de plástico mientras se lo llevaban en la camilla. Le llevó un buen rato materializarlo. Cuando al fin lo hizo fue, a la vez, mejor y peor de lo que se había esperado. Desde la distancia, la bolsa de plástico parecía una pitón con unos ojos considerablemente mayores que su estómago. Y de cerca, no parecía un cuerpo amortajado. Era como si alguien hubiera metido a empujones una butaca en un gran portatrajes. Los porteadores pasaron un mal trago porque se balanceaba en la camilla.

—Rigor mortis —dijo el doctor Surtees.

Amy observó cómo metían a Frank en la ambulancia, que casi inmediatamente arrancó y salió del aparcamiento, seguida de dos coches de policía. Ya solo quedaba un coche. El agente al mando, prácticamente en el último momento, fue a comprobar qué pasaba con Amy y con el grupo.

—Aquí viene —dijo Amy—. No vamos a llamarlo francotirador, pero tenemos que informarle de lo que ha estado sucediendo. Con tranquilidad.

—Realmente, no lo comprendo —dijo Carla.

—Tenemos su número —dijo el agente con cara de póquer—, y usted tiene el de todos los demás, ¿no es cierto?

—Sí, así es —dijo Amy—. Pero ¿no quiere…?

—Mañana —respondió el agente—, o el viernes. Depende de lo que diga el juez.

—Perdone, agente —dijo Chuck—, pero hay algo extraño. Este hombre no debería haber muerto.

—No me diga —dijo el agente que, obviamente, no tenía ninguna gana de que nadie le explicara por qué Frank no debería haber muerto.

—Al menos quédese con que este hombre, supuestamente, debería haber estado con nosotros esta noche en clase. De hecho se suponía que iba a traer algo para que todos leyéramos. Este hombre era absolutamente puntual, y con eso quiero decir que si dijo que iba a traer algo a clase, es que iba a hacerlo. Pero ahora sin embargo está muerto. —La voz de Carla tenía un tono muy desagradable, pero ya no estaba histérica.

El agente suspiró.

—No puedo decirles mucho —dijo mirando a Amy, y después a Carla—. Su coche está allí. —Señaló la cima del acantilado—. Estacionado en el área recreativa a medio kilómetro de distancia, más o menos directamente encima de donde estaba el cuerpo. Ahí arriba no hay ningún rastro de violencia. Pero aquí es donde estaba el cuerpo.

—Así que, ¿se cayó?

—De una forma u otra. Sucede con más frecuencia de lo que creen. —Se dio media vuelta y se dirigió hacia el coche, que ya había arrancado—. Me pondré en contacto con ustedes —les gritó por encima del hombro.

—No te vayas a herniar —murmuró Carla—, petulante bastardo.

Después de que el coche se hubiera marchado, Carla se giró hacia Amy.

—Tenemos que subir ahí y buscar —dijo—. A lo mejor Frank dejó algo.

Harold comentó que no debían modificar la escena de un crimen, pero Ricky y Chuck estuvieron de acuerdo con Carla.

—Es lo menos que podemos hacer —añadió Chuck.

Eran más de las tres de la madrugada.

—¡Haced lo que os dé la gana! —dijo Amy—. Estoy agotada y probablemente impactada, así que me voy a casa a ver a mi perro.

Los dejó allí plantados sin ni quisiera prometerles estar en contacto. Naturalmente lo haría, pero ahora quería largarse. Durante el trayecto de vuelta a casa permaneció entumecida y cuando llegó, encontró que su casita estaba calentita y que su perrito estaba, aunque de mala gana, contento de verla. Se preparó un gran tazón de chocolate caliente, y se metió en la cama para acomodarse y pasar una larga noche de insomnio esperando el alba. El susto se le pasaría enseguida, y también asimilaría lo que le había pasado a Frank, pero eso la cambiaría para siempre. Había emociones que había que experimentar. El miedo, quizá incluso el terror. Y con toda seguridad el pesar. Con suerte, no tendría que sufrir por mucho tiempo la oscuridad. El sol saldría en tan solo unas horas y la ayudaría a ponerlo todo en perspectiva. Pensó que era extraño lo estoica que se sentía. Cerró los ojos, solo por un momento, y se quedó dormida profundamente.

En realidad, Amy habría dormido hasta mediodía si Carla no la hubiera llamado despotricando sobre una caja de FedEx que acababa de recibir de parte de Dot Hieronymus.

—Obviamente, no les he dicho que me la metieran dentro de casa —dijo la chica—. Ni siquiera estoy convencida de que sea seguro dejarla en la entrada.

Amy, medio dormida, no podía entender cómo el teléfono podía seguir sonando mientras Carla protestaba en su oído. Entonces oyó a Alphonse correr por el pasillo hasta la puerta principal y se dio cuenta de que lo que sonaba era el timbre.

—Espera —dijo, y regresó en un minuto con su propia caja de FedEx—. La abriremos juntas —le dijo a Carla.

Esta dijo algo absurdo sobre una bomba y también:

—Por cierto, ¡feliz día de acción de gracias!

Amy estaba mirando un sobre de cartón de nueve por doce con un grosor de, aproximadamente, un centímetro.

—Sinceramente, ¿te imaginas a Dot jugueteando con plástico?

Carla admitió que no.

—Pero tampoco me la imaginaba empujando a Frank por un acantilado…

—Voy a abrir mi sobre —dijo Amy mientras rasgaba la tira de cartón.
Mátame ahora o bien tráeme una taza de café solo
.

—¿Y si no es una bomba? ¿Y si es algo venenoso como un áspid o una…?

Amy deslizó el manuscrito sobre su colcha de felpilla mientras Carla decía «tarántula». De hecho, pronunció la palabra diferenciando sus cuatro sílabas. El sobre de cartón todavía permanecía hinchado, ciertamente por haber albergado un manuscrito de al menos sesenta páginas, pero Amy siguió adelante y lo golpeó dos veces con el puño. Naturalmente, en el mundo racional una tarántula hubiera sido aplastada en el viaje puesto que no podían cambiar de forma, excepto en los sueños.

—¡Oh, Dios mío! —dijo Carla—. Es…


El taller de homicidios
—dijeron Carla y Amy al mismo tiempo.

—¡Oh, Dios mío! —dijo Carla—. ¿Te das cuenta de lo que esto significa?

Amy estaba leyendo la segunda página.

PERSONAJES

CLEMENTINE SCRIBNER
: Escritora y profesora de narrativa de ficción en una universidad de la Liga Ivy.

JOHNNIE MAGRUDER
: Joven y célebre reportero en el
Daily Eagle
(y que está trabajando en secreto en una novela en clave).

ZIRCONIA CUMMINGS
: Licenciada universitaria joven y guapa que actualmente está haciendo el doctorado en historia del arte y que contempla la posibilidad de escribir una novela histórica sobre lady Jane Grey.

PERSEPHONE DARKSPOON
: Viuda adinerada atascada en la tercera de sus novelas de una serie de misterio.

DR. P. T. MERRIWETHER
: Prestigioso neurocirujano que escribe un
thriller
médico.
CASSIE BUNCHE
: Excéntrica artista de
performance
que trabaja con material multimedia.

HESTER SPITZ
: Propietaria de una pequeña librería a quien le gusta participar en competiciones de relatos cortos.

MELVYN R

UMBELOW
: Magnate de la industria de
software
informático actualmente jubilado y trabajando en un guión.

GEORGIE RUMBELOW
: Sobrino de Melvyn. Escribe una trilogía de ciencia ficción.

FANNY MAKEPEACE
: Misionera metodista jubilada, actualmente escribe sus memorias.

JAKE WISEMAN
: Abogado mafioso.

VITO LASAGNA
: Cliente más importante de Wiseman.

CAPITÁN MANLEY
: Capitán del crucero Aurora Queen.

CAMARERO

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