El taller de escritura (28 page)

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Authors: Jincy Willett

Tags: #Intriga

BOOK: El taller de escritura
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—¡Trece! —dijo Carla—. ¡Oh, Dios mío! ¡Hay exactamente trece! Y mira…

Amy estaba analizando los nombres.

—Dot es más lista de lo que parece —dijo—. Zirconia, un pseudónimo muy llamativo pero sin ningún valor. Demasiado para Tiffany. Y la pobre Edna, ¡una misionera de apellido Makepeace!

—¡Thackeray!
[10]

—No lo creo. Ha hecho que Edna sea la pacificadora, la guardiana asexual del orden y la moral. Esa es otra forma de rebatir a la oposición.

—Vale. Jake Wiseman, el abogado mafioso, obviamente es Harry B. Y Magruder es Ricky Buzza. Y el doctor Merriwether imagínate quién… —Hubo una inhalación brusca—. ¡Cassie Bunche! ¡Oh, Dios! ¡Qué zorra!

Amy había estado esperando a que Carla lo descubriera, y mientras había estado esperando, entendió que Syl era probablemente Vito. No había matones en el grupo, pero Syl era el más musculoso. Y el sobrino, Georgie, tenía que ser Pete. Ricky y él eran los más jóvenes de la clase. Lo que dejaba fuera a Melvyn Rumbelow, el Capitán, y el camarero, que casaban con Chuck, Marvy y el pobre Frank. Además, los nombres de Marvy y Melvyn sonaban muy parecidos.

Carla estuvo de acuerdo, y era más que aparente para ambas, quién haría de Persephone Darkspoon: Dot Hieronymus, la dama oscura personificada.

—Solo podemos esperar —dijo Amy—, que Hester Spitz sea un personaje que desaparezca puesto que Ginger ha dejado el grupo.

—Ya. ¿Qué? —Carla dejó de hojear las páginas—. No vamos a representar esto, ¿verdad?

—¿Dónde? ¿En un viejo garaje? No, pero le dije a Dot que lo enviara por correo, y la única forma que veo de poder comentarlo en clase es leerlo en grupo.

—¡¿Qué?!

—Sé que va contra las normas, pero las obras y guiones están hechos para ser recitados o representados. No será como leer un relato corto en voz alta. Además, es la manera menos dolorosa de trabajar con ella.

—Amy, ¿cómo vamos a poder reunirnos como si nada hubiera pasado teniendo a Dot ahí? ¿Y además representando esta estúpida obra cuando…?

Amy se echó hacia atrás y cerró los ojos. Todo esto por parte de Carla, la animadora que había intimidado a Amy para que siguiera con el grupo de forma privada, iba contra todos sus instintos.

—Carla, no espero que todos volvamos a reunirnos de nuevo, a menos que sea en una comisaría o un juzgado. Simplemente estaba pensando como profesora. Perdóname. —Carla empezó a disculparse, o quizá discutir, pero Amy la cortó y colgó el teléfono. Quería tirar del enchufe del aparato y arrancarlo de la pared, pero no lo hizo porque la policía seguramente llamaría y ella tenía que ser responsable.

Pasaron dos días, pero la policía nunca llegó a llamar. Al menos no llamaron a Amy. Lo que tampoco sucedió fue el hecho de que Amy saliera del estado de
shock
, pero eso fue porque, con el tiempo, ella comprendió que en realidad no había experimentado en absoluto ese estado. No podía lamentar más la muerte de Frank de lo que ya lo había hecho. La lamentaba profundamente, al igual que su propia soledad. Todo lo que podía sentir era dolor y rabia, y ambas cosas eran absurdas dadas las circunstancias. Ella se sentía abandonada. Aquello era una sorpresa desagradable, como lo había sido una llamada a la hora del desayuno del tercer día, un sábado. Dot Hieronymus llamaba para saber dónde y cuándo se reunirían la semana próxima.

—He escrito un correo electrónico a todo el mundo —dijo—, pero nadie me ha respondido todavía. ¿Debo asumir que no vamos a reunirnos el día de siempre? —continuó quejumbrosamente—. Agradecería ser informada al respecto.

—Simplemente supongo… —empezó Amy, pero luego se dio cuenta de que no había supuesto nada. Ella solo había cortado el contacto con ellos antes de que ellos pudieran hacerlo formalmente—. Dot, después de lo que le sucedió a Frank, supongo que nadie estará interesado en volver a reunirse.

Dot permaneció en silencio.

—Claro que he leído lo del accidente —dijo—, y obviamente lo siento mucho, pero no entiendo qué tiene que ver eso con las clases. Me he tomado la molestia de escribir la obra, sin hablar del gasto que me ha supuesto enviarla por FedEx. También escribí todas esas direcciones en los sobres… En fin, esto no es admisible.

Amy empezó a discutir acaloradamente con Dot señalando que no era el pesar lo que la había hecho cancelar las clases, sino el miedo y la ansiedad en cuanto a la seguridad personal. Dot la interrumpió, diciendo con cierta aspereza, que el personaje del francotirador era, obviamente, un simple bromista. Según ella la gente estaba siendo muy estúpida al respecto y eso no era nada admisible. Cada vez que utilizaba la palabra admisible, era como si ganara resonancia, parecía que no la había usado nunca, al menos no en ese sentido, y estaba empezando a disfrutar con ella.

A medida que Dot se iba calentando, Amy intentaba con todas sus fuerzas imaginarse que estaba escuchando la perorata de un homicida. En persona, Dot siempre había hablado muy suavemente, pero ahora había alcanzado un tono de voz agudo y pasado de moda, la típica voz cantarina de las enfermeras de las películas. Amy se acordó de Spring Byington en
December Bride
, envuelta en chifón de flores, y embistiendo a Frank Waasted, empujándolo por el borde del acantilado. Quizá ella había pretendido sacarle una fotografía y simplemente le había pedido que diera un par de pasos hacia atrás. Y Frank, demasiado joven para haber visto
Esta tía es un demonio
en una edad influenciable… Amy interrumpió a Dot.

—Ya te llamaré —le dijo.

De: «Amy Gallup»[email protected]

Para: Escritores

Tema: Qué hacemos ahora

Enviado: 24 de noviembre de 2007

Hola. Soy yo. De verdad. Como podéis ver, tengo una nueva dirección de correo electrónico. A esta no debería de resultar tan fácil poder entrar como a la de Hotmail. Si tenéis alguna duda, llamadme para comprobarlo.

Necesito saber de todos vosotros, bien sea por correo, por teléfono o en persona. Necesito que me respondáis a dos preguntas:

1. ¿Ha contactado la policía con vosotros respecto a Frank? Me siento como si me hubiera caído dentro de una madriguera.

2. ¿Tenéis intención de seguir con el grupo? Esto puede resultar, y probablemente lo sea, una pregunta un tanto insensata, pero tengo que saber qué decirle a Dot, que os ha enviado a todos su obra. De verdad espero que no queráis continuar, pero apreciaría vuestra respuesta para confirmarlo.

Sin duda era una estupidez preguntar por Frank por correo electrónico. Los correos electrónicos eran aparentemente inmortales y podían ser recuperados y utilizados como prueba. Pero ¿prueba de qué? Amy lo había intentado una y otra vez, pero había fracasado en su intento de encontrar cualquier serio traspié legal por su parte. Ella les había dado a aquellos malditos agentes su nombre y número de teléfono. Había permanecido allí junto a ellos y había encontrado el cuerpo, ¡por amor de Dios! Y había sido tan poco coherente aquella noche como lo había sido para con ella misma y ahora estaba siéndolo para con la clase.

Amy sacó a Alphonse a dar un paseo. No lo había sacado a dar un largo paseo desde la primavera. Los veranos eran terriblemente calurosos y los otoños a veces incluso más, dado que el otoño era la estación en la que tenían alerta de fuegos en los montes de California del sur. Los incendios eran normalmente ocasionados por pirómanos y cazadores furtivos con bengalas que, junto con los vientos de Santa Ana, empujan las llamas hacia el oeste a través de los cañones, las reservas indias y las urbanizaciones en desarrollo en las laderas, y el cielo se torna un remolino con los colores de un viejo cardenal. A veces, como si fuera nieve, también flotan en el aire cenizas. Pero la temporada de alerta de fuegos probablemente ya habría terminado, ya que las tardes ahora eran más frescas. Amy le colocó a Alphonse su larga correa de color rojo y lo condujo hacia fuera, hacia la colina, pasando por los jardines de adelfas y gravilla verde que tan bien mantenidos tenían sus vecinos. Amy detestaba caminar aún más que Alphonse, pero no podía soportar pasar un día más en casa.

El perro disfrutaba de los olores sin prestar atención a ninguna otra cosa, ya fueran gatos, rottweilers o la cabra loca de los Gomez que solo sabía comer hierba, cabra que habían heredado cuando compraron la casa, que anteriormente era un laboratorio de metanfetamina. Según parecía, Amy sabía que en el condado de San Diego incluso los vecinos más agradables podían tener laboratorios clandestinos en casa. Amy tiró de Alphonse por la calle mientras la cabra satánica arremetía contra ellos, aunque se veía detenida en seco por la longitud de su cadena. Para cuando hubieron llegado a la primera cuesta, Amy ya estaba resollando y tenía calambres en las pantorrillas. Así que tuvo que detenerse para recuperar el aliento. En realidad, era agradable distraerse a causa del dolor, así que se decidió a seguir caminando cuesta arriba hasta que después de media hora el perro y ella se sentaron jadeando sobre una piedra plana en la cima de la última colina. Desde allí podían ver todo a un kilómetro alrededor: los centros comerciales al norte y al oeste, grupos de tejados de colores sucios, los campanarios de dieciséis iglesias, y todo ello salpicado por eucaliptos, pimenteros y árboles frutales.

Amy se dio cuenta de que la última vez que había estado allí arriba había sido el día en que ella y Bob, su segundo marido, habían decidido comprar la casa. En aquel momento, ambos estaban medio piripis, y Bob, observando el paisaje, le contó a Amy ese chiste sobre Jesús en la cruz gritándole a san Pedro «Desde aquí puedo ver tu casa», y aunque Bob ya le había contado ese chiste un par de veces, Amy se rió a carcajadas. Recordaba que fue en junio y que las jacarandas, tan altas como olmos, estaban en plena floración y el paisaje estaba tachonado de pequeñas pinceladas de azul lavanda, su color favorito. Amy jamás había sido una amante de los árboles. No obstante, en aquel momento le fascinaron las jacarandas, las flores rosas de las acacias que crecían en todas partes como si fueran mala hierba y olían como si fueran algodón de azúcar, y el olor a pastillas de menta que desprendían los eucaliptos haciéndola creer que el sur de California era en realidad un lugar encantado. Lástima que no hubieran estado en temporada de alerta de incendios.

Robert Johansen había sido el abogado de Max y de dos amigos suyos también. Alguien que en el último año de vida de su marido, se había convertido en un visitante frecuente de su casa porque, según él, estaba ayudándolo con el testamento y todo el tema de la herencia. Max había intentado explicárselo en varias ocasiones, pero ella se había negado a escucharlo. La negación en aquellos momentos era algo como el suave balanceo de una hamaca, algo cómodo e hipnótico. Obviamente Max se estaba muriendo, y ella lo sabía, pero su casa rebosaba vida siempre repleta de risas, música y gente saliendo y entrando a la que ella misma se ocupaba de atender sirviendo comida y vino. Amy incluso llegó a convertirse en una cocinera decente con el objetivo de convencer a Max de que se terminara alguna comida. Durante el último año, Robert Johansen empezó a merodear por la casa con mayor asiduidad, ayudando en silencio a Amy con los platos y la limpieza, compartiendo largas noches de vigilia cuando la salud de Max entró en total declive. Amy apenas se percataba de su presencia porque asumía que estaba allí por Max.

Algo bastante raro, porque Max también le prestaba muy poca atención y siempre se refería a él a sus espaldas como «Bob». Max actuaba cuando lo citaba poniendo voces raras y arqueando las cejas como cuando por ejemplo le preguntó «¿Qué pasa con Bob?». Amy finalmente le preguntó por qué siempre lo llamaba así, y Max le contestó que él mismo le había pedido que lo llamara así y como Max era un tipo amable, así lo había hecho. Pero resultó ser que Bob no estaba allí por Max, sino por Amy. «Siente admiración por ti y tu genio creativo», le dijo él sonriendo maliciosamente. Amy quiso preguntarle a Max por qué lo encontraba tan ridículo, pero en ese momento el pobre empezó a toser y nunca volvieron a retomar el hilo de esa conversación. Max solo volvió a hablar de Bob con Amy en una ocasión en sus últimos días. «Nuestro Bob está forrado», le dijo Max haciendo que Amy lo mirara. «Harías bien».

Se casó con él seis meses después de que Max hubiera muerto por ninguna razón en particular excepto por el hecho de que necesitaba escapar. Bob no era sexi, divertido, listo y ni siquiera especialmente atractivo. Además, Amy nunca había aspirado a la riqueza. Pero sin embargo se marchó con él porque le ofreció una vía rápida para salir de su casa vacía y su vida, que en aquel momento estaba estancada. Bob estaba empeñado en invertir en activos inmobiliarios en el sur de California, que estaba bastante lejos de Maine. Comprarían una casita y un terreno al norte de San Diego cuyo valor verían duplicarse en seis meses o un año como mucho.

Efectivamente, Bob podría haber tenido un montón de dinero con el que empezar a hacer sus inversiones, pero tan pronto lo hizo, el mercado inmobiliario cayó en picado y entonces se quedaron atrapados en aquella porquería de casa. En tan solo dos años su segundo matrimonio se fue al traste. Bob se marchó y de él no quedó nada. Ni en la casa ni en ningún otro lugar. Amy no podía recordar cómo era desnudo, el sonido de su voz ni cualquier comentario que él le había hecho excepto, al parecer, aquel chiste estúpido de Jesús en el calvario. Cuatro años después rescató a Alphonse de una perrera. Con él, tenía una relación mucho más gratificante, plena y compleja que la que jamás había tenido con Bob.

Algunas veces, como ahora por ejemplo, mientras el perro estaba tumbado durmiendo sobre la piedra, chasqueando las encías en sueños, podía acariciarlo la frente con la palma de la mano y cantarle muy bajito una canción. Una canción infantil sin sentido acerca de un basset hound, que ella cantaba con voz de niña. Mientras lo hacía Amy sentía como, aunque fuera solo un poco, se ablandaba y las lágrimas empezaban a agolpársele en la garganta. Pero tenía mucho tiempo para detenerlas, y lo hizo. Los dos permanecieron allí hasta que anocheció y después volvieron a casa.

Mientras tomaban la curva del camino que llevaba hasta su casa, escuchó una voz de barítono entonando lo que parecía ser un sermón.

—Camaradas, este libro contiene solo cuatro capítulos, cuatro historias, pero es una de las menores líneas argumentales de las escrituras. Aun así, ¡qué alma tan profunda posee Jonás! ¡Qué lección tan elocuente nos da el profeta!

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